Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

miércoles, 18 de octubre de 2017

Escape.

Ella abre los ojos.

Ella tiene una chispa en las pupilas.

Me mira como si no me conociera.

Es la amnesia.

Después de unos minutos de silencio y un masaje en la nuca, logro que me sonría y me abrace. Sus neuronas parecen devolver el juicio que había estado nublado. Gira la cabeza en varias direcciones, buscando algo. No lo encuentra y vuelve a cerrar los ojos. Así, como durmiendo para no ver la realidad, me pregunta cosas.

— ¿Cómo es que logramos escapar? Cuéntame esa historia.

Su voz es débil. Me sostiene las manos. Muy lentamente me desprende las gafas, buscándolas con el tacto. En su respiración escucho un silbido muy diminuto y frío, como si se le estuviera tapando la tráquea en una enfermedad que la va a matar.

Entonces le cuento el escape.

Habían pasado tres días desde que comenzó la situación de emergencia. No habíamos podido encontrar la única salida y los sistemas de seguridad seguían activos, manteniendo las puertas selladas. Íbamos avanzando por los túneles que se parecían mucho y consumíamos los kits de supervivencia. Los mapas estaban deteriorados, ¿lo recuerdas? Tú estabas herida.

Después de estar demasiado tiempo en ese mundo subterráneo, donde la tecnología nos resolvía la vida, volver a lo simple se tornó irritante y extenuante. Varias zonas se quedaron sin energía eléctrica. Cojeabas de la pierna y tuve que cargarte un sinnúmero de ocasiones para que no desfallecieras. Casi siempre llegábamos a un túnel sin salida o con una puerta sellada con seguridad nivel 3 y debíamos dar marcha atrás para elegir otro camino.

En ocasiones oíamos pasos y debimos escondernos lo mejor posible entre los escombros y máquinas inertes y vacías de energía. Había sobrevivientes que nos rastreaban para aniquilarnos.

Cuando dije esa palabra, "aniquilarnos", a ella le brota un gran interés en su rostro. Pretende levantarse del lecho de donde está pero la recuesto nuevamente y acaricio su cabello.

— Descuida —le dije— todo eso ya terminó y ahora estamos a salvo, aquí.

Continué la historia.

Tú compartías de tus provisiones y nos turnábamos para dormir un poco, sin tener noción del tiempo. Todos los relojes se habían apagado en la gran falla. Tus amigos, desafortunadamente, habían sido eliminados durante el protocolo del apagón. Ahora sólo quedábamos tú y yo, huyendo por los túneles para encontrar la única salida disponible, a kilómetros de lejanía entre las paredes y los laberintos de pasillos. Parecía que te recuperabas de la pierna, pero es que a veces con buen descanso te sentías mejor y podías mejorar tus pasos y tu ritmo al seguirme.

— ¿Todos murieron? —pregunta ella mirando hacia la ventana.

Asentí.

Tú y yo nada más en la fábrica. Tú, yo y los androides que nos perseguían. No, espera. Ya todo terminó. No te asustes, aquí estoy. Ningún androide logró alcanzarnos.

Su respiración se vuelve agitada y el silbido que le proviene del pecho se hace más agudo. Cierra los ojos y me aprieta las manos con vehemencia. Acariciando sus nudillos logro calmarla.

— ¿Quieres que pare?
— No, necesito saber cómo escapamos, continúa.

Bien. La mayoría de los androides de la fábrica se descargaron con la gran falla provocada. Sólo quedaron esos prototipos de "energía renovable" que buscaban reconectar todo el sistema. Ya era tarde, pues nuestros amigos habían corrompido la programación y el núcleo central. Tú fuiste muy valiente. En varias ocasiones decidiste ir por los pasillos correctos y gracias a ello evitamos la confrontación con los androides. Sus palabras de alerta te horrorizaron muchas veces, como si se te helara la sangre en el cuerpo y entonces te quedabas estática y fría, pero te abrazaba y te hablaba para hacerte reaccionar.

Se nos acabaron las provisiones. Fuimos encontrando algunos laboratorios pequeños que pudiste abrir con una tarjeta y conseguimos más. Recuerdo que muchas batas blancas estaban envueltas en sangre. Muchos cuerpos estaban carbonizados porque los androides los habían dejado así. Esa vez entraste en pánico y saliste huyendo. Tardé mucho tiempo en volverte a encontrar y francamente creí que te habían capturado ellos, pero te vi, recobramos la compostura y seguimos el mapa.

Creímos haber llegado a la salida, pero era sólo una división de sectores. Aún nos faltaba otra zona completa por cruzar, pero nos resultó más sencillo porque los androides de ese nivel dependían de recargas constantes. Aprovechamos para pasar entre ellos mientras dormían enchufados, con el corazón muy acelerado y tus temblorosas manos sudando frío y agitándose como peces fuera del agua.

Estábamos a punto de cruzar otro sector y logramos ver una señal intermitente y luminosa que indicaba la ruta de evacuación. Antes de llegar a ella, se reactivó alguna parte de la energía del sector y los androides nos cerraron el acceso a unos cuantos pasos. Tuve que contenerte durante algunos minutos porque temblabas de todas partes y te derrumbaste. Estuviste llorando en el suelo con el rostro hundido entre las palmas. Después vi que uno de los mapas luminosos aún funcionaba y encontramos una ruta alterna.

En esos pasillo nos persiguió un androide con una de esas varas que carbonizan al instante. Al vernos, su alarma emitió un escalofriante sonido, como el que producen algunos discos rayados cuando han dejado de tocar y gradualmente se deforma la voz o la canción contenida en él. Estallaste en miedo y corriste por delante mío. Te seguí el paso cuanto pude hasta que tropezaste con unos cables al descubierto y el poco voltaje que aún quedaba te hizo entrar en shock. Allí te desmayaste. Te levanté sobre mis hombros y corrí hacia adelante sin voltear a mirar. Se escuchaba el androide y lo sentí tan cerca que juraría que la vara eléctrica de quince mil voltios con la que quería alcanzarme, zumbaba cerca de mis oídos.

Ella vuelve a temblar aquí, ahora. Le acaricio la nuca y se va calmando. Le teme demasiado a las varas eléctricas. Mira en varias direcciones y después mantiene el contacto visual conmigo. Asiente con la cabeza para que le siga contando.

Gracias a esos cables del suelo, que aparecieron varias veces en algunos pasillos, el androide terminó por entrar en corto circuito. Allí donde yo había evadido él cayó. Vi cómo se le freía la cabeza entre gritos y chirridos. Se escuchaba como si estuvieran rompiendo mil veces las cuerdas de un violín.

Continué cargándote durante varios pasillos, descansando en áreas seguras y alejadas del ruido. Intenté hacerte recobrar el sentido pero sólo movías los ojos y delirabas. Comenzó tu problema de respiración y tenías fiebre. Encontré más víveres y me abastecí lo suficiente como para continuar. Llegamos aquí.

— Lo lamento — dice ella.
— ¿Lamentarlo?
— Fui una carga. No recuerdo cómo escapamos.

Ella comienza a ver las ventanas, las cortinas. Mira los muebles. Comienza a reconocer que esta habitación grande es sólo un cuarto de simulación de viviendas fuera de toda esta fábrica interminable.

Ella cierra los ojos y le brotan lágrimas.

Ella los abre y sus pupilas tienen una chispa.

— Aún no hemos salido, ¿verdad? —me dice.

Niego con la cabeza. Continúo.

Encontré estas habitaciones que antes fueran de investigadores del sector. Hay suficientes recursos para vivir.

— Deseo contarte algo...

Ella comienza a contarme una dulce historia del primer caso exitoso de la reconstrucción después de un accidente. Cerebro y corazón intactos, todo lo demás reparado y fusionado con nanotecnología de androides. Hace largas pausas y se queda mirando estática las ventanas. En uno de sus silencios le hablo.

Llevo aquí contigo seis meses y medio y hasta hoy logré reanimarte y reconstruir tus partes dañadas. Te necesito para que escapemos. Aquí no hay androides. He sellado las puertas de los otros sectores, sólo que no tengo mapas.

Ella recorre lentamente con su mirada su propio cuerpo. Pretende levantarse y nota que le falta una pierna. Allí donde llega su rodilla se ven cables y nanotecnología fluyendo como río luminoso de colores neón. Ella ya lo sabe. Se desprenden más lágrimas de sus ojos.

En un estupendo cambio de humor, me sonríe y el silbido que produce al respirar se acentúa.

— Cuéntame ahora la historia de cómo te enamoraste de mí y me besaste varias veces mientras me reconstruías...

Me mira como si me conociera de toda la vida...

sábado, 14 de octubre de 2017

¿Qué nos ha hecho el teclado?

Hace algunos años la pluma era la espada literaria. Con ella se danzaba y se patinaba con la tinta. La tinta era maniobra elegante o torpe paso por el papel, según las destrezas del autor. Aparecían también esas curiosas manchas que sin razón aparente saltaban entre los márgenes para darle al escrito un título de irrepetible, magnánimo, cual sello de originalidad y también de unos traspiés de la misma pluma, llevados por una rapidez de los dedos.

Ahora se escribe más rápido y artificialmente. Véanse primero las devoradoras del papel: las máquinas de escribir. Hemos tenido miedo de que se nos vayan volando las ideas como palomas que no regresan. Por ello abandonamos la pluma, porque pensamos muy rápido y no nos podemos permitir el lujo de trazar demasiado lento. Aunque nos cueste la danza y se nos olvide el papel. No hay que ser ingratos: es menester escribir a mano por lo menos un día a la semana, para que no se desaparezca ese bello artilugio en nuestro próximo salto evolutivo.

Hay que ver lo bien que se nos da el pensamiento. Así tanto, que no dudamos la llegada de escribir con la mente. Así ya no habrá ni que usar los dedos, pues tan pronto pensemos las frases irán apareciendo mágicamente en la pantalla. Pero ponga un ojo de belleza: tal vez esto nos devuelva al sutil arte de la caligrafía, porque podremos levitar la pluma con la mente, meterla en el tintero y ponerla a escribir sobre el papel. De tanto que vamos en los avances tecnológicos, buscaremos el híbrido perfecto. Así, ni mucho que nos volvamos más artificiales ni tan poco que tracemos muy lento; o peor aún: que se nos corra la tinta como un río por sobre toda nuestra literatura ahora manchada.

No. El teclado no nos ha hecho nada. Nos ha vuelto más perezosos y a la vez más rápidos. Quizá esté alguien por allí que se resista al golpeteo. Hemos visto a muchos usar el índice para ir de letra en letra, mirando hacia abajo y no al papel mágico donde aparece todo. Entonces se devuelven al bolígrafo y se recuerda ese detalle intrínseco que todos llevamos: el impulso por sostener algo y hacer trazos con sentido. Vemos las recetas casi incomprensibles y los papiros con textos memorables. Ya se nos antojan esos garabatos y gariboleos, esas mayúsculas con patas de prodigiosa longitud, como una A que enmarca las cuatro primeras líneas de cualquier cuento.

Seguid mi consejo pues. No hay que desprestigiar al teclado, pero concédase un día a la semana para recordar esas raíces que fluctúan por dentro de las venas, allí donde la sangre se fusiona con la tinta y las ideas, que sin esto un ser humano no está completo y pronto perderá la locura, volviéndose demasiado cuerdo y aburrido.

Por si se lo pregunta... sí. Estas letras son de teclado, pero le aseguro que hay una versión en caligrafía. Sólo es cuestión de preguntar por ella y con gusto se la obsequio.

sábado, 1 de julio de 2017

Para acentuar un pueblo.

Asi como amanecia todos notaron las decoraciones colgadas mientras abrian sus ventanas, mientras salia el sol y filtraba sus rayos sobre los lagos, volviendolos de oro y bronce.

Los empedrados de las calles tenian adornos en cada esquina, como si los mismos prepararan al pueblo para un festival nuevo. La fuente de la plaza rebosaba de unos peces extraños que se mecian docilmente en el agua. Las cercas de algunos jardines tenian sobre el filo numerosas puntas que antes no estaban alli.

Los niños corrian de aca para alla y se reian mientras coleccionaban montones de gemas con formas extrañas. Asi tan extraño como resulta este cuento, al cual algo le falta y que en el pueblo le sobra. Pronto escucharon a un juglar que provenia de otro pueblo cercano, agitado y humedecido de la frente por la caminata. Poniendose la mano izquierda en la frente, por arriba de los ojos, con el fin de tapar el sol que le quedaba por delante, el juglar diviso donde habia quedado lo que le habia sido arrebatado.

Reviso los cuentos y libros que hacia para los niños y noto que lo mismo que faltaba alli aparecia por todas partes justo donde el estaba. Gemas, adornos, cercas, caramelos, peces y flores, todo acentuado en un revoltijo.

— ¿Quien se ha atrevido a robarse las tildes de mis cuentos?

Y asi tan extraño resulta contarlo, con algo que nos falta y que seguramente el lector encontrara en su casa, este cuento carece de lo dicho y vea usted que por sus dominios esta permutado un acento en florero, llave, fruta o lo que sea. Le solicitamos que si encuentra algunos, los traiga para este lado.

martes, 13 de junio de 2017

¿Qué es lo que defiendes?

Cyrisus notó cómo el ejército de los armatostes se acercaba, mientras demolían alguna pared y otra, aplastando a algunos compañeros suyos. Esos, los armatostes, se parecían a él en realidad; tenían sus extremidades, ojos abajo de la armadura, cuerpos grandes y fuerza brutal. En una maleza extraña, roja y viviente, los armatostes arrancaban algunas plantas y rompían caminos.

Los inocentes corrían cuando eran descubiertos. Algunos escabapan, otros no. Los más desafortunados eran consumidos por los armatostes, que sólo con tocarlos contraían una enfermedad que los hacía ponerse oscuros hasta desintegrarse. El propósito de los armatostes era exterminar a los inocentes y romper la mayor cantidad de paredes posibles, para asentarse en diversos puntos estratégicos.

Cyrisus era lento, pero seguro. Cuando llegó, arremetió lentamente contra los armatostes. Los fue desintegrando uno por uno hasta que los exterminó a todos. Al ver esto, los inocentes que se habían salvado, regresaron a sus posiciones y a reparar las paredes dañadas.

¿Qué es lo que defiendes?, se preguntó a sí mismo Cyrisus en voz alta, mientras veía como una cascada de antibiótico llegaba desde lo alto de un esófago para arrasar con todo.

jueves, 25 de mayo de 2017

La hoja en blanco.

Este era un escritor que se enfrentaba muchas veces al problema de la hoja en blanco. Aunado a ello, se enfrentaba al bloqueo del escritor. Solía fumarse un cigarrillo ante la desesperación; lo tomaba y daba una aspiración profunda, contenía el humo y luego lo expulsaba lentamente para relajarse. Miraba consumirse el cigarrillo y volvía con ánimos para confrontar la hoja en blanco.

Al no recibir ninguna idea de parte de nada, comenzaba a dar golpes con su frente contra un libro, en un místico afán por hacer que las ideas llegaran a su mente. En ocasiones recibía ideas de una mosca, de un gato sobre el cordón, de la gente, de las groserías, de sus vecinos, de su novia o de la máquina de escribir. Viajaba en tren y llevaba una libretita de mano para apuntar esas ideas que se convertirían en cuentos, en novelas, en diálogos o en poesía.

Esta vez nada lo movió. Comenzó pronto a llover y pensó que era buena idea versar sobre la lluvia, pero no encontraba las rimas apropiadas y borraba todo nuevamente. Pasaba otro cigarrillo entre sus dedos y entre sus pulmones, durante cinco minutos, hasta agotárselo y disponerse a escribir de nuevo. Le había caído ese día una pequeña maldición de la hoja en blanco.

Finalmente, después de batallar muchas horas, encontró la solución: fue a la papelería a comprar papel negro y un bolígrafo de tinta blanca. Y así, invertido, le brotaron las ideas como plaga. Se dice que publicó su libro en un solo día.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Enfermedad.

No es común ver a los libros rascarse, pero cuando se les logra ver hacerlo, verá usted que lo hacen por una rara enfermedad llamada "lomitis". Esto es causado porque las oraciones de las páginas se han ido hacia el interior del lomo. Si se leen las páginas, parecerá que nada tiene sentido.

Aún no tire o deseche el libro, pues hay un remedio infalible contra la lomitis. Consiste en lo siguiente: se coloca el libro debajo de la almohada por varias noches hasta que el lomo se desinflame. Aún no debe abrirse. Después se colocará en una mochila durante dos días para que las letras regresen a las páginas que les corresponden. Por último, se abre lentamente y se va leyendo página por página para ver que todas las oraciones están en el lugar correcto. Si acaso no se viera nada escrito en el libro es porque en realidad no es el libro el malo, sino usted, que por no leer le ha dado ceguera temporal.

martes, 23 de mayo de 2017

Confusión.

Todos vestían de rojo. Estaban de pie, mirando al jefe de bomberos. Las cabezas apuntaban al suelo.

— Dime, muchacho, ¿por qué no estaban listas las mangueras?
— Lo estaban, pero se atoraron en la puerta.
— ¿Pudieron extinguir?
— Sí, pero después de mucho tiempo. Perdimos varias habitaciones.
— ¿Decesos?
— Ninguno. Al parecer estaba deshabitada.
— Mal. Muy mal. Tantos años de entrenamiento y cursos para casos como este...
— Señor, si me permite...
— Rescatar a una víctima de un incendio nos otorga reputación, chico. Ir a apagar un edificio en ruinas me suena a desperdicio. ¿De dónde provino la llamada?
— De la zona norte.
— ¿No es allí acaso donde se han incendiado muchos edificios en ruinas?
— Sí, pero creímos que eran pruebas militares.
— Con razón hemos tenido problemas.
— Creímos, señor...

No bien se hablaba del asunto, se reportaba otro incendio en la zona norte. Tras ir de prisa por el camión, mangueras y líquidos, se llegó muy puntual al destino. Allí se descubrió que había varias víctimas atrapadas. No bien comenzaban a subir los bomberos por las escaleras cuando se armó gran conmoción y se gritaron varios cortes de escena.

— ¿Qué no se acordonó el área? ¿Dónde está seguridad? ¡Es una filmación! ¿Avisaron al cuerpo de bomberos que sólo era una simulación?

Todos los del staff estaban cabizbajos, en especial un chico de relaciones públicas.

— ¿Saben cuánto cuesta reproducir todo el incendio?

Se dijeron muchas cosas y se desaprobaron muchos comentarios. Pronto, los bomberos se retiraban mientras otra cámara filmaba cómo se alejaba el camión. En eso, salía otro hombre más profesional y gritaba: ¡Corte!

En ese momento todos los actores regresaban y se felicitaban por haber filmado una buena escena de confusión. Incluso regresó el de los bomberos, que también eran actores.

lunes, 22 de mayo de 2017

El tiempo de las pulgas.

Siempre nos ha acechado la cuestión siguiente: ¿qué es lo que hace una pulga durante tanto tiempo? Esta pregunta, como un verdadero tema de la actualidad, ha hecho que entrevistemos a varios perros, que son los que más saben sobre pulgas. Todo el mundo sabe que los perros conocen a las pulgas desde mucho tiempo atrás.

Los más expertos en contestar han sido los canes peludos, los que más largo tienen el pelaje y los que menos se bañan. Todos los perros sabemos que se puede convivir bien con una pulga, siempre y cuando la simbiosis sea de gran beneficio. Por ejemplo, permitirles quedarse por un corto tiempo mientras encuentran otro compañero de viaje, a cambio de que nos hagan algún masaje. Las pulgas son nómadas. También saben nadar.

Lo que definitivamente no toleran es que uno se corte el pelaje. Eso las irrita, porque terminamos por destrozar todo lo que han hecho para acomodarse en la parte trasera del lomo. Rascarse está permitido, porque ellas esquivan las garras. Además hemos tenido que llegar a un acuerdo en el que se deben mover con calma para no nos produzcan comezón. Es muy complicado andarse rascando en el lomo, aunque no tanto en las orejas.

Hay que tener cuidado cuando jugamos en los charcos de lodo. Nos refresca pero a las pulgas les fastidia un poco. Yo creo que son exageradas, porque todo mundo sabe que el lodo hace bien al pelaje. El lodo es vida. El lodo es cultura. ¡Viva el lodo! Creo que iré a darme un chapuzón ahora mismo y después regresaré para terminar de hablar sobre lo que hacen las pulgas.

Es común que ellas salten de un perro a otro. El otro día iba yo correteando a un gato por el Boulevard de la Luz y... todo mundo sabe que en estas calles los niños... hay muchos niños. Ellos regalan comida que sus mamás les preparan. Por eso nos encanta en Boulevard. Volvamos. El otro día iba correteando a un gato y se me perdió el ágil. Brincó muy alto y no pude sino mover la cola esperando que bajara aunque me abandonó el ingrato. Si tan sólo quería jugar... Cuando menos me di cuenta la pulga que llevaba en el lomo me había abandonado. Se había mudado de pelaje, de perro, de vida. Bueno, lo positivo de esto es que ya podré enlodarme sin remordimiento. El lodo es fascinación. Es sano. Es dulzura. ¡Viva el lodo! Es más, voy por otro chapuzón y vuelvo.

¿Qué es lo que hacen durante tanto tiempo? Las pulgas. Simplemente disfrutan ocultarse mientras el sol penetra un poco. Dormir entre el pelo es tibio. Si no nos creen, le invitamos a que duerma por ejemplo entre los maizales mientras hay pleno sol y verá cómo recibe caricias en la cara. Yo me mudé de perro porque se metía mucho al lodo. No nos gusta el lodo, arruina nuestra facilidad para movernos. Un brinco y ¡zas! ya caía yo en una gran suavidad aterciopelada de blanco, de la cual me corrieron en un día por culpa de las costumbres de ustedes.

Le invitamos a que haga algo productivo y se compre mucho estambre y se entierre en él. Verá cómo el tiempo es más lento, el día más tranquilo. Es una especie de meditación entre fibras.

Lo que más nos gusta es escribir historias sobre perros y publicarlas. Todas las pulgas leen en pelo de perro. Allí escribimos. Y a todo esto, ¿por qué está usted leyendo esto si no es pulga? ¡No se meta con el tiempo de las pulgas! Vaya chismosos... En primera y última instancia es por culpa de ustedes que los perros se anden enlodando... Fuera veterinarios.

martes, 9 de mayo de 2017

Molcajete.

Cansado ya de salsas totalmente molidas, él decidió usar su antiguo molcajete. Lo extrajo de una bolsa que llevaba encima unos siete u ocho años de polvo. Impecable. Rígido. Pesado. Su piedra estaba en otro cajón de la cocina. Asó sus chiles y jitomates. Luego, como si estuviera machacando todos sus dolores, aplastó todo, mientras estallaba en el utensilio un jugo apetitoso. Eso le gustaba. Una salsa martajada con fuerza, coraje y venganza. En la licuadora eso no ocurre, porque todo se lo lleva el carajo de las aspas.

El molcajete cobró vida y le sugirió aplastar todo lo que se le ocurriera: verduras, naranjas, uvas, granos y condimentos. En cada destrucción había una salvación, un renovado aire de confianza. Cada salsa preparada era una herida que se abría, se le echaba limón y cicatrizaba. Siguieron los días con el molcajete hasta que con emoción se aplastó el dedo meñique de la mano izquierda. Lanzó cuatro maldiciones y se chupó el dedo impregnado de maracuyá con BBQ.

— ¿De qué lado estás, maldita piedra? —vociferó mientras se sobaba.

Luego se avergonzó porque él mismo había provocado eso. Su mano derecha no sabía lo que hacía la izquierda. La derecha era la destrucción y la izquierda la tímida. Deambulando en esos pensamientos duales, comenzó a fabricar la salsa más picosa que alguien hubiera creado jamás. Una que con tan sólo aspirarla se quemaran las fosas nasales. Usó todo tipo de chiles y la guardó pronto.

Con el paso de los días encontró a su exnovia. Decidido a vengarse, virtió la salsa en el interior de su emparedado mientras ella pedía otra cosa en la cafetería. Escondido atrás de unos arbustos notó con satisfacción cómo ella se llevaba las manos a la garganta, asfixiándose. Tuvieron que llevarla a servicios médicos. Al llegar a casa, la salsa impregnada y seca del molcajete dibujaba una mueca de venganza feliz: cejas arqueadas hacia abajo y sonrisa malévola.

lunes, 8 de mayo de 2017

Cuento VS cuento

Había cinco veces un cuento que siempre derrotaba a otro. Comenzaban a contarse mutuamente una vez que se activaba un cronómetro y trataban de contarse lo más rápido posible, pero siempre ganaba el primero. Esto, además, porque ya se sabían uno al otro, ya se habían contado y podían predecirse.

El segundo se cansó y corrió a ver si un niño lo leía. El primero fue y se hizo notar por el hermano del niño. Como el más pequeño de los niños recién había aprendido a leer, resultó que el cuento nuevamente había perdido.

Eran vanos los esfuerzos y, llevado por un deseo de superación, el cuento derrotado decidió volverse poema. Se tardaban más en leerlo, pero con más dulzura.

La moraleja de esta historia es evidente: si eres un cuento largo más te vale rimar tus palabras. O bien, consigue a un lector voraz y veloz.

sábado, 22 de abril de 2017

Prueba para "feedburner".

Esta no es una publicación actual.

Es sólo un mensaje de prueba para verificar que se pueda acceder al blog desde los clics de un mensaje en bandeja de entrada.

lunes, 17 de abril de 2017

Tres hermanos.

El bosque puede resultar pequeño cuando tres hermanos deciden mudarse allí, cada uno con su propia esposa. Aún resulta más pequeño cuando los tres son leñadores y se han dividido el bosque, previo acuerdo, delimitando los territorios por algunos parajes naturales: ora un río, ora un risco, ora unos troncos caídos o simplemente por unos árboles descomunales que destacan del resto. Hablemos del tamaño: el bosque no es pequeño, pero resulta de esta forma por la gran capacidad que tienen los hermanos para trazar rutas y elaborar mapas.

Hacia el sur, junto al río que cruza por los lindes, está la cabaña de Yoque. Habiendo tenido un fértil conocimiento sobre carpintería y aserraderos, no se le ha complicado un diseño de dos pisos, con muebles, sala, recámaras, estufa y cuarto de herramientas. Ha seleccionado esta zona por una junta anterior, donde se ha ganado varias partidas de póker. Ya se había decidido que el ganador se quedaría con el sur. Cuando los tres miraban el mapa, tuvieron que trazar muchas líneas rojas y azules y amarillas para fraccionar el bosque de la manera más equivalente posible. El mapa mostraba, más o menos, con deformidades, un círculo dividido en tres partes como un símbolo de paz.

A Yoque se le puede ver llegando a casa después de un día de trabajo. Abre la puerta y observa que la mesa sigue aún vacía. Carraspea un poco y pone sus toscas manos sobre la mesa, buscando a su esposa. Ella apenas terminaba la sopa y pronto se dispone a servirla. Yoque murmura varias "mm" mientras se queda viendo fijamente a la silla directamente frente a él, donde un conejo sostiene tenedor y cuchillo, relamiéndose. Yoque se pasea el índice y pulgar de la mano derecha por su frondoso bigote que le recuerda la espesura del bosque. Llega la esposa y Yoque sonríe, sólo para ver cómo ella sirve un platón de sopa al conejo. El hombretón, corpulento como un mueble, se afloja los tirantes del hombro y cruza los dedos mientras mira con envidia la sopa del conejo.

Algunos minutos después llega un cervatillo que ha entrado por la ventana abierta y ocupa otro lugar de la rectangular mesa. Al poco tiempo aparece un mapache, también incorporándose con tenedor y cuchillo. La esposa de Yoque, que llamaremos Yoca para no tener que usar pronombres, atiende al cervatillo y al mapache y se queda feliz viendo cómo intentan comer la sopa con tenedor y cuchillo. Yoque azota un puño sobre la mesa y congela el momento. Ojos de todos sobre él.

— ¿Y yo qué? —habla el hombretón, con suma desaprobación y coraje.

En ese momento, como si le hubiera caído el veinte a Yoca, la delgada mujer corre hacia la cocina y sirve temblorosa otro plato de sopa más, cogiendo tenedor y cuchillo. Al instante la sirve a Yoque, que hunde su tenedor en la sopa para comerla. Yoca mima a Yoque como si fuera un gran oso oloroso, mientras le juega la barba con las manos y le frota la camisa roja a cuadros negros. Después de unos inútiles intentos por retener la sopa en el tenedor, Yoque bota los cubiertos y sostiene el diminuto tazón con su enorme mano. Se la engulle en diez segundos y se limpia con el dorso. Los animales, con gesto desaprobatorio, menean la cabeza y se van indignados. Jamás se había visto tal osadía en el bosque. Se ve regresar sólo al conejo que ha vuelto para coger su tazón, su tenedor y su cuchillo; luego desaparece para comer la sopa en otra parte.

Si observamos bien el mapa imaginario que seguramente ya hemos construido en nuestra mente, veremos que al oeste están los territorios de Yaque. De los tres hermanos, éste ha tenido resignación por el lugar asignado, pues no le complace nada la idea de tener por frontera una senda rocosa que dificulta el traslado al pueblo. Delgado como es, ha preferido usar carretillas para transportar montones de piedra para la fabricación de su casa, que rompe un poco con el esquema tradicional de cabañas del bosque. Se ha hecho construir unos ventanales grandes para vigilar cuanto sea posible y ha omitido la chimenea por motivos de no contaminar. Bajo estos motivos, puede vérsele afuera de su cabaña asando dos o tres pescados que ha recibido de Yoque, a razón de pagar con algunos cortes de leña. A Yaque le hubiese gustado pescar él mismo, pero de acuerdo a las reglas no le es posible poner un pie cerca del río. Su esposa, de baja estatura y algo rechoncha, lo mira darle vueltas a un carpín en un asadón.

— Creo que la distribución está mal —, comenta ella con tono de angustia. —Verás, querido, a Yoque no le gustan los peces y está a un lado del río. ¿No te hubiera quedado mejor el sur? ¿No nos hubiera quedado a ambos mejor el sur? —y cruzaba los brazos desafiante.

Yaque la miraba entre parpadeos y volvía a su carpín asado que casi estaba listo.

— Tenemos que hacer algo, Yaque. Es una tarugada no poder pasearnos por el sur o por el este. Los mejores frutos están allí, ¿Por qué has aceptado por un tonto juego de póker? —continuaba Yaca son sus quejas.

En silencio total y dando mordiscos al carpín, Yaque se encoge de hombros, mira a Yaca como niño inocente y sólo atina a decir:

— Ya que.

Yaca, toda molesta por la pasividad de su esposo, se retira al interior de la cabaña donde aún puede vérsele cruzada de brazos y menando la cabeza a cada rato. Yaque intenta sacar los ojos del pez con una cuchara que tenía a la mano. Hay que ver que también, por alguna extraña regla, aquí sobraban las cucharas y faltaban los tenedores. Yaque se come hasta lo último de carne y arroja los huesos por allí para que algún ave de rapiña termine de roerlos. El hombrecillo se queda sentado un rato más, mirando el fuego y una cacerola sobre un hogar. Su complexión es más bien delicada pero de huesos fuertes y duros. Siempre se le ve usando camisas verdes a cuadros blancos.

Si volvemos nuevamente al mapa imaginario que ahora ya está más perfeccionado, veremos al este los territorios de Orayo. Nos parece que de las tres zonas, la más beneficiada es esta. Colinda al suroeste con un poco de río que ha hecho camino sinuoso y al oeste con árboles frutales. El hombre regular usa sombrero para no quemarse la piel y se le puede observar recostado sobre una hamaca que él mismo ha puesto entre dos grandes robles. Oraya, su esposa, está sentada junto a él haciendo algunos tejidos. La cabaña ha sido transportada desde el norte por una compañía de bajos precios, por lo que Orayo no ha tenido que construir nada. Ahora mismo, bajo esa sombra perpetua y tranquilidad verde, destaca la camisa azul a cuadros blancos.

En un momento de aburrición, Oraya se levanta y comienza a aventar castañas a unos animales que merodean cerca. Orayo suelta un periódico viejo que contiene un crucigrama y se levanta de inmediato. Se pone sus botas y se acerca con su esposa para unirse al juego. Mira a todos los animales que andan escondiéndose entre los arbustos y tras coger dos o tres castañas y apuntar bien, justo antes de lanzar una se escucha que dice:

— ¡Ora yo!

Después de un rato de arrojar castañas sin golpear ni una mísera perdiz, todo vuelve a la tranquilidad y Oraya se duerme en la hamaca. Mientras, Orayo recuerda su gusto por los animales y comienza a ver que se acerca un grupo de tres, conformado por un conejo, un cervatillo y un mapache, con sendos tenedores y tazones de sopa fría y aguada. Aún siguen intentando comerla a tenedorazos y Orayo se emociona. Coge también él un tenedor y con dos o tres "Ora yo, ora yo", intenta comerse la sopa del conejo.

De vuelta en el sur, Yoque se ha tirado sobre una porción de césped mientras Yoca acaricia con sus manos a un gorrioncillo amigable. Yoque se percata de esto y se apoya sobre sus hombros, mira fijamente a Yoca y le suelta varios "¿Y yo qué?". Temblorosa, Yoca suelta al gorrioncillo y ahora va a acariciar las barbas de su esposo.

Al oeste, Yaque duerme la siesta y cuando menos lo espera, una de las ramas de un árbol que da sombra a la cabaña, se quiebra ruidosamente, haciendo añicos un ventanal. Yaca se pone histérica y comienza a moverse por toda la casa, intentando levantar pedazos de cosas rotas. Yaque sólo ha volteado algo desconcertado y vuelto a su siesta. Cuando oye los gritos de su esposa, preguntándole si no va a hacer nada, Yaque sólo se encoge de hombros y suelta unos "ya que".

En este ir y venir de situaciones en las zonas de los tres hermanos, las esposas, consternadas, deciden acercarse al punto central donde convergen los tres territorios. Han aprovechado el momento en el que Yoque, Yaque y Orayo han decidido echar la siesta. Esta zona libre ha quedado marcada como un claro de bosque donde solea un poco. Se han dejado algunos tocones y mesas de madera para discutir cuestiones de vital importancia. A ellas les parece que aguzando la vista se pueden ver desde allí las tres cabañas al mismo tiempo, pero no están seguras. Una vez que se ha dispuesto la mesa con algunas confiterías, entablan un diálogo para quejarse cada cual de su respectivo esposo y cómo no toleran algunas actitudes de ellos. En el debate surge de repente una añoranza por el pasado de noviazgo, donde ellos hacían todo por ellas.

La siesta dura poco y los tres hermanos se han percatado ya de su temporal abandono, por lo que deciden buscar a sus esposas en las cabañas. Al no encontrarlas, se dirigen a la zona libre con total naturalidad. Yoque camina hacia el norte con paso pesado y preocupante. Yaque se dirige al este como si no quisiera ir y fuera llevado por una fuerza externa. Orayo va recogiendo moras silvestres y dando saltillos hacia el oeste. Una vez que convergen en el claro de bosque, todos se cruzan de brazos y sorprenden a las esposas, que callan al instante. Los tres hermanos cruzan el umbral y se sientan al lado de la respectiva esposa, quedando los seis en un círculo, todos mirándose insatisfechos. Al poco rato llegan el cervatillo, el conejo y mapache y también se sientan.

Casi al unísono, Yoca, Yaca y Oraya lanzas frases de insatisfacción.

— Estamos hartas.
— Muy hartas.
— Sí, bastante hartas.

Los animales asienten. Se escucha un entramado de palabras que no se pueden entender con certeza. Aunque sí se alcanzan a distinguir las oraciones principales:

— ¿Y yo qué?
— Ya qué...
— Ora yo, ora yo...

Así ocurrió siempre. Ante una declaración de una esposa, brotaba la típica respuesta de unos de los hermanos y se volvía un nudo otra vez. El mapache movía la cabeza de un lado a otro, el cervatillo gemía y el conejo robaba restos de comida de los que traían. En la disparatada conversación, algunas cosas tenían sentido y otras no.

— Miren, a ustedes ni les gusta el pescado. ¿Por qué no nos dejan el sur? —sugería Yaca.
— ¿Y yo qué? Me gusta el ruido del río...
— Acá tenemos infestación de animales, nos gustaría el oeste —comentaba Yoca.
— ¡Ora yo! ¡Ora yo! Yo quiero estar infestado de animales.
— ¿Y yo qué? ¿No tengo derecho de estar infestado?
— Pero Yoque, eso me molesta.
— La mejor fruta está hacia el este, ¿verdad? —se distinguía de Oraya.
— Ora yo, vamos por fruta al este.
— ¿Y yo qué? ¿Y el acuerdo qué?
— Ya qué... vengan si quieren. Acá se pudre.
— Ora yo, yo quiero que se pudra.
— Así no se puede llegar a ningún acuerdo, hombres.
— Hablemos por turnos, será mejor.
— ¡Yo primero! ¿Ora yo?
— ¿Y yo qué? Yo debería ir primero.
— Ya qué...

Al final, Yoca, Yaca y Oraya tuvieron que alejar a sus esposos de aquél círculo vicioso. Es bien sabido que ninguno de los hermanos estaba a gusto en su zona y mucho menos las esposas, por lo que la zona neutral se convirtió pronto en una zona frecuentada para escuchar disparates. En una de las juntas, se llevó el mapa para hacer arreglos y terminó dividido en tres partes que no correspondían a la zona que se ocupaba.

— Yoque, tú tienes mi parte de mapa. ¡Dámela!
— ¿Y yo qué? ¿Y qué si me quiero quedar con esta parte?
— Ora yo quiero tener esa parte también.
— Yo tengo esta, pero ya qué...

Las esposas salían siempre al quite, interfiriendo y haciendo de árbitros. Al final, nada se quedaba como debía y todas se quejaban también. Uno de los hermanos, que porque era muy tolerante, el otro porque no lo era y el otro porque quería hacer todo lo que hacían los demás. Una noche de luna llena las esposas salieron al claro mientras los hermanos dormían. Habían conseguido las partes correspondientes de los mapas y traían unas escrituras y documentos importantes entre las manos. Dichas lecturas referían a un antiguo método de sugestión hipnótica a través del sueño, que también incluía algunas bofetadas ligeras y sacudidas de barba. Ellas acordaron cambiar los nombres de sus esposos mediante la repetición de palabras al oído bajo profundo sueño y librar así a los hermanos de sus egoísmos. En cuestión de una noche, todo se hizo como se había planeado y a la mañana siguiente no muy bien se habían despertado, Yoca, Yaca y Oraya arrastraron a sus esposo al claro del bosque. Los nombres se habían cambiado como sigue: Yoque por Tuque, Yaque por Noque y Orayo por Oratu. Hay que ver los resultados. Yaca detonó la conversación:

— Hoy me apetece que comamos pescado asado, ¿qué dicen muchachos?

Aún algo aturdidos y desperezándose, los hermanos se despabilaban y se miraban entre sí. No sabían qué responder. Yaca insistió:

— Oye Tuque, nosotros vivimos en el oeste y no hay pescado. Creo que vamos a comer sólo manzanas.

Y explotó al fin lo deseado:

—¿Y tu qué? No, yo quiero que vengan a comer pescado acá.
— No que, mejor vengan a comer frutas acá.
— Ora tú Tuque, tú hace mucho no vienes para acá.
— ¿Y tú qué? ¿Acaso me has visitado?
— No que, mejor vengan todos a mi casa.

Sobra decir que las esposas también tenían nuevos nombres: Tuca, Noca y Orata. Al final, los líos siempre venían de nuevo porque todos querían ser el primero en convidar a sus otros hermanos. Algunas cosas con sentido y otras no, pero más llevadero que antes, ora un poco aligerada la carga, ora algo difícil de entender, pero hermanos al fin y al cabo con sus nombres de por medio. Si hubiere un avispado que quisiera moraleja de la historia, pues aquí la tiene: que si el egoísmo persiste entre una herencia o territorios, hay que cambiarse los nombres y adherirse a ellos como un estilo de vida. Pueque las esposas ayuden.

Pueque aquí esté el final de esta historia.

viernes, 31 de marzo de 2017

Corte de pelo.

— Buen día, sr. Alfredo —, comenta el siempre avispado y bastante narizón sujeto que todas las mañanas se asoma por la ventana de la sala de Alfredo.
— Bueno parece, sr Arturo. Vea el sol con qué claridad está penetrando. Lo siento aquí en la piel —, contesta Alfredo cuyo pasatiempo después de jubilación es pasársela tomando el sol por las mañanas a la orilla del ventanal.

Estas charlas matutinas tienen lugar casi siempre a la misma hora, pues una vez que Arturo se ha levantado, porque le encanta madrugar, despierta a su amigo con unos leves toques de nudillo en el cristal. Entonces Alfredo se despabila y tras estirarse un poco responde el saludo.

Alfredo es de talla mediana, no más alto que el promedio de los hombres con los que ha tenido relaciones de trabajo. Es además algo relleno. En sus días de mayor demanda laboral estuvo en una oficina de correos. Allí tenía muy buenos amigos. Siempre fue chismoso, porque le encantaba echar vistazo a las cartas que llegaban y admirar las caligrafías de los sobres. Un sobre largo, uno pequeño, timbres y mucho papel reciclado para anotaciones.

Arturo, por el contrario, es más bien alto y delgado, como en esa extraña correspondencia de amigos que se complementan justamente por las carencias contrarias. Siempre se dedicó a la vida de jardín y a los cuidados de las plantas. De pequeño le fascinaba ver las flores de su propio hogar. Aunque jamás en su vida sostuvo unas tijeras, se preocupó por dar refugio a varias aves y durante varios años estuvo estudiando ornitología. Sus favoritos eran los gorriones silbadores, pero odiaba a las palomas, sobre todo ese afanoso deseo de cagarse donde sea y como sea. En más de una ocasión se le mancharon los brazos.

En el interior de la casa de Alfredo se acercaba el peluquero personal del hogar, con tijeras en mano y dispuesto a sostenerle la cabeza con cuidado.

— ¿Ya su corte tan temprano? —cuestiona Arturo desde el jardín.
— Ya me hace falta, no me place estar greñudo. Vea, Arturo, que me crece más rápido que cuando estaba en la oficina. Si uno no se lo corta se vuelve nido de bichos o escondite de algo. ¿Usted no piensa cortarlo o hacer que lo corten?
— Normalmente es cada tres meses. Aunque vea que con todo y eso no traigo el pelo como el vecino de la calle de enfrente. Mírelo, ahí plantado siempre, lleno de gatos y perros, si se pudiera mover sería un vagabundo.

Al escuchar esto, Joseph, el vecino de la calle de enfrente, que prestaba oído a todo y todos, salió con su justificación:

— Libre de corte, como siempre me ha gustado. Vagabundo quisiera ser, pero jamás ficus de pasillo ni árbol trasplantado. Yo soy libre desde que nací, pues aquí mismo eché semilla y raíces.

Diciendo eso, cruzó las ramas orgulloso. Y los gatos, acostumbrados a estas charlas, se afilaron las uñas en el cuerpo de Arturo, mientras que Alfredo sufría otra poda.

martes, 28 de marzo de 2017

Poesía destructiva.

El otro día llovieron unos versos.
De esos pesados, de hierro.
Destruyeron los tejados
e hicieron añicos los carros diversos.

Se abrieron las nubes,
así nada más. 

Los escribió un dios
para presumir sus rimas
y destruir las tarimas
como diciendo adiós.

En una gran estrofa,
que era un tsunami
la playa devoró a todos.
Para el dios que se mofa,
no es más que una poesía
que hasta la rima pierde
con tal de ver fragmentos volando
de cosas, de vidas, de caos.

martes, 14 de marzo de 2017

No se coma la coma.

Se rompe la arquitectura de un escrito cuando los signos de puntuación entran en caos. Esos, los que se devoran los signos como colación entre comidas son los peores. Los que ignoran todo el funcionamiento aún tienen el amparo de su desconocimiento, pero no los que se los comen a propósito.

No es la primera vez que alguien se traga las comas con todo y cola. Ni siquiera se las sirve en un plato, ni con aderezos de tildes ni nada. Se las zampa así nada más entre los dientes y rumoran los descarados que rechinan entre los dientes como lo haría un conjunto de chongos zamoranos.

Al respecto, numerosos expertos en la materia aseguran que el equilibrio se reestablece de alguna forma, y esa forma es con la duplicación y generación espontánea de signos. Así se verá en algunos textos,, que las comas de repente aparecen como gemelas. Los puntos en su rebelión también comenzaron a hacer lo mismo y casi podría jurarse que parecen suspensivos..

Y si por suerte encuentra algúnos acéntos donde no van,, es justamente por ese equilibrio para compensar la terrible depredación de las comas,, por parte de los gramáticamente insensibles.

lunes, 2 de enero de 2017

Cuento invisible.

En medio de la tranquilidad de un hogar, un cuento comienza a ejecutarse por sí mismo. No requiere de protagonistas ni de tremendas tramas entrelazadas. Sólo se desenvuelve mientras por la ventana se desenreda la luz solar. Es, para algunos, un cuento invisible, inaudible porque nadie lo cuenta, un tramo de cotidianeidad y cotidianismo hecho cuento por la simple razón de la entropía: nada permanece, y si algo ocurre, también debe ocurrir algo más en otro lado para equilibrar las fuerzas.

Es como un cuento para sordos que nadie oirá o un cuento para ciegos que nadie leerá, pero eso no le quita sus propiedades de cuento, pues aunque no haya protagonista todavía se espera que al final ocurra algo que transforme lo que hasta ahora creíamos saber de él. Sin embargo, puesto que es un cuento invisible e inaudible, si no hay un desenlace entonces tampoco importa.

Es más, alguien debió escribirlo. No obstante, una vez escrito, se evadirá de autorías y tendrá en sí mismo sola existencia. Entonces llegaremos a la conclusión que es el cuento mismo el propio protagonista, ya un personaje en sí, con voz.

Algún día, ese cuento querrá ser novela, pero aún no cumple la mayoría de edad y además ha hecho demasiadas imprudencias. Creo que debemos meterlo en una escuela de narrativa y corrección, ¿no lo considera así, señor lector invisible?