Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 16 de noviembre de 2010

Arpías.

Los griegos no pudieron errar cuando se figuraron mezclas de criaturas que existen en el comportamiento humanoide. Y antes de continuar, dispénseme el sufijo, pero creo que la condición humana no puede ser perfecta, aunque sí tiende a la perfección, cosa ideal. Alguien podría imaginarse que "-oide" viene cargado de connotaciones despectivas, y yo le podría argumentar que considero al "ántropos" en una ecuación infinita, que el hombre mismo debe y tiene que buscar la perfección, sin conseguirla nunca, porque el último alcance de éste sería trascender en un ser divino. No obstante, ¡válgame el cuestionamiento! Si pensamos que también un dios es capaz de equivocarse, allí no acabaría la transformación y estaremos llegando al famoso cuadro de dos espejos confrontados: el infinito del infinito, el dios que crea un dios que crea otra deidad que ha moldeado figuras humanas (y sépase que aún dichas criaturas pueden seguir creando cosas y autovalorarse como dioses potenciales). Así pues, sin imaginarse toda la parafernalia que marca la diferencia entre una deidad y un humanoide, los griegos funden en otro eslabón el paso previo al acto superior de una capa más poderosa y de una naturaleza más elevada. Y justamente, justifico mi apelativo para el hombre, para la mujer, para el ser humano, cuando lo llamo "humanoide". Es un concepto no terminado, cuya identidad jamás estará resuelta y que debe tender hacia un equilibrio perfecto y armónico pero sin llegar nunca a él.

Volviendo al título, recordaremos que una arpía es un ave magnífica y fabulosa, pero de rapiña, con rostro de mujer. Bien podemos imaginarla como buitre, que está rondándole a uno la cabeza para arrojarse como arpón una vez que demos señales de sueño, de cansancio. Y nos sometemos al engaño de la arpía cuando vemos que el rostro es bello, pero también sobran las caras horribles, los adefesios brujeriles. No es por hacer crítica ofensiva de las pobres cualidades estéticas, sino por la artimaña que emplea para sacarle a uno lo más que pueda en el beneficio del pajarraco. Sin cometer prejuicio tampoco, me atrevo a decir que rara vez hago nociones generales, pero es un hecho (basado en la propia experiencia), que muchas mujeres que haya conocido a lo largo de mis caminos se han transformado en arpías. El caso que refresca la memoria se refiere a un círculo de ellas, la mayoría casadas, maduras, viendo en mi persona carne fresca para moler a crítica de palos y azotes verbales ofensivos que se captan entre líneas. Allí surgieron las horribles criaturas, y sin otro pasatiempo que les entretuviera las bocas, comenzaron a cuestionar mi vida como si tuviese yo que construirles de inmediato un currículum que les provocara satisfacción. ¡Arpías! Se turnaron para lanzar preguntas incómodas, estúpidas y triviales sobre el desarrollo académico de mis días, de los valores familiares, de las comparaciones entre el puesto de trabajo de mis tutores y el de sus amigos. Ante semejante interrogatorio la primera defensa es el silencio, pero viendo que no bastaba para cerrarles el pico, se les debe desviar el interés hacia un guiñapo de alma, una persona infravalorada ya de primera cuenta. Eso, con tal de no desatar al demonio interno y quebrar cráneos (cosa que sucede con frecuencia en la imaginación).

Una arpía moderna es capaz de dominar a su presa mediante el tono de voz, mediante una mirada que compite con la de Medusa. ¡Ridícula mujer! Los que no tengan espejos para defenderse, que hagan maniobra evasiva de la mirada. A mí me hubiera bastado con la siguiente oración: "Si divido tu edad entre la mía obtengo un número exacto". Sin embargo la educación social subyuga las ideas y uno termina por aparentar que está derrotado, que la arpía se regocija entre los pellizcos que hizo con sus garras, se regodea con otras arpías y cacarean cual gallinas, señalando con esas alas y reforzando su rostro grave de mujer vieja. En estos casos el mejor consejo es aprender a dominar al canino salvaje, a transformarse en lobo que arranque plumas y quiebre frágiles cuellos. Atentiendo, claro está, que toda esta cuestión sucederá de manera verbal, con respuestas infranqueables, de manera visual, con miradas que quemen las intenciones de esas depredadoras que a más de uno han hecho creer que son carroña.

Y he aquí la más grande verdad: En la mitología aparecen las arpías con rostro hermoso, para que la presa se ponga nerviosa, pero estamos ahora ante el modernismo, y con esto, una ventaja superior para aquél que conoce sus mecanismos de defensa: las arpías modernas son feas de cara, se alimentan poco a poco de lo que uno deja al aire libre y después de que han comido lo suficiente lo confunden a uno con carroña. Mi mejor consejo es guardar cualquier secreto comprometedor en una caja fuerte y olvidar la combinación. Cualquier razón susceptible de ser pisada, cualquier fantasma de mentira o chismorrerío, cualquier mensaje de incertidumbre; más vale ahorrarse todo eso para el sarcófago y matar de hambre a una inoportuna arpía que ni nos conoce y ya nos anda cazando el paso. Sin embargo, también las habrá de bella fisonomía, con lo cual se complica el construírnos una fortaleza. Sea cual fuere el caso, no existe más sabia sugerencia que predicar y llevar razón de verdad, hacer arquitectura de frases correctas y ahorrarse lo que alguna vez Sócrates consideró inútil decir a un amigo si esto sólo le provocaba malestar: mentiras y falsos prejuicios. Ah, y vale vivir sin dar explicaciones que no se necesitan. Finalmente, como he dicho, una de las búsquedas del humanoide es la perfección, utilizando como medio la veracidad de los asuntos personales. Y esto, puedo asegurar, no llamará la atención a las arpías, pero si por alguna lejana razón se apareciesen en el camino, ahora ha de saber el atacado el modo de actuar ante presuntuosa desfiguración divina. O querré decir: divinoide, pues es modo de pensar de un ser imperfecto que hasta los dioses se llegan a equivocar. Y mucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario