Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

jueves, 25 de noviembre de 2010

Literatura reciclada.

En el vértice inferior de una de las esquinas del lujoso apartamento se encuentra un insignificante, pero hambriento, contenedor de basura. Nunca habla con nadie porque teme que los invitados se quejen de su mal aliento. Ni siquiera se comunica con su dueño, siempre existe alguna prisa que lo impide. Y tantos días, como hoy, se encuentra siempre solo y con mucha hambre. En el desayuno había ingerido dos que tres papeles arrugados y ya ha terminado de procesarlos. Los había vomitado apenas hace dos horas, en un impulso limpio. Su aliento es fresco y no lo sabe, cree que las visitas que llegan a aparecerse en el apartamento lo van a criticar. Hasta el vómito es pulcro, impecable, se levanta la tapa primero con cautela y después con arrebato, salen como munición de catapulta unas obras literarias que están digeridas. Una vez consiguió armar un avioncito con su mecanismo interno, desconocido para todos, y salió volando por la ventana. Este contenedor es un prodigio, es autosuficiente y su dueño nunca se molesta en cambiarlo. Hay una anécdota risible: la mucama intentó una vez revisar los contenidos pero se llevó una mordida inofensiva que bastó para convencerla de no regresar jamás a ese apartamento poseído. Quizá el dueño, y sólo quizá, es el diablo, pero sabemos que no es así.

El habitante de ese acogedor lugar es una persona de mucho cuidado, con buena dicción, decente, inquieto, ocupadísimo, solicitado por su enorme cantidad de amigos. El apartamento está siempre en buenas condiciones, hay galerías de arte en las paredes, un piano es el rey de la amplia sala, la alfombra está impecable, no hay desperdicios ni telarañas. Sin embargo, sobran por todo el espacio unas criaturas de papel que ahora cohabitan con el dueño. Son "arrugamientos", bolas papelosas, papelísticas, han nacido de la boca del contenedor de basura. Hay algo muy extraño: este apartamento tiene basura por todos lados, pero es una basura limpia, bondadosa, literaria. No quieren salirse de su habitación, casi no se mueven, son alimentadas por el ego del escritor. Y mientras el dueño siga escribiendo, seguirán rondando por allí, buscando lugares para esconderse: abajo de la mesa de cristal, en los libreros, a un lado del bote de la esquina. Esto sería cosa de juego para los coleccionistas, hallar bolas de papel de literatura reciclada y guardarlas en una bolsa también lujosa. Objeción: el dueño desconoce toda esta historia. Su único interés es la infernal máquina de escribir que trastorna las hojas bajo sus dedos mágicos. Todas las noches el cielo sabe a tecleos, y el café, que jamás ha sido derramado en parte alguna, es la compañía fiel. Por las mañanas puede patear a los papelosos y diminutos habitantes de su casa sin darse cuenta. Es que sí se mueven, pero no se nota. Están en una posición y cuando el dueño regresa ya han tomado, por ejemplo, como en un campo de batalla, el fuerte de la cocina. Triste verdad: el dueño no lo nota. Él cree que no escribe, que sólo le da de leer al bote de basura.

Otro vómito. El último de hoy. La bola de papel cayó en un florero sintético. Ya es hora de comer, pero el dueño no llegará pronto. Si tan sólo se diera cuenta de que toda esa literatura ya está procesada por su crítico número uno... si tan sólo cosechara todo lo que está sembrado por su apartamento. Es esto verdaderamente un plantío de papeles con letras, y como buen segador, hay que revisar una por una, con una canasta en mano. Allí está el prodigio. Los relojes van comiendo las horas y el contenedor desea ya su ración nocturna. Al fin se escuchan unas llaves temblorosas y entra él. Hoy la literatura será diferente: vendrá ebria. La máquina está hablando como todas las noches, pero Leuksna, toda llena, toda blanca, iluminada, desde el cielo despejado, se refleja en algunas partes metálicas de la devorafolios. Él está emocionado, tecleando con prisa, no importan los errores. Por primera vez hay un sacrificio de calidad por cantidad, ya habrá tiempo después para que el bote de basura vomite unas buenas sugerencias. Y él está contento, saca la hoja y no la arruga, sino que la mente en una carpeta. Y el contenedor, triste. Se ha quedado sin cena. Se mueven ligeramente todas las bolas vomitadas que cohabitan en el apartamento. El bote está a punto de quebrar las reglas, de hablar, de pedir a gritos una hoja masticable. "¡Arruga esa maldita hoja y arrójala a mi boca!", grita desesperado, pero el dueño no lo escucha, piensa que se ha descompuesto el mecanismo electrónico otra vez. Error: lo desconecta y le provoca un sueño profundo del que no despertará hasta el día siguiente. No tiene mal aliento, su aliento es fresco aunque le dé pena vomitarse.

Ya es el día siguiente. El dueño se levanta tarde porque tenía que reponer algunas neuronas que se le escaparon entre los brindis de las copas. Tiene buen humor y conecta el bote de basura a la electricidad. Se está despertando despacito, sin hacer ruido, bosteza y deja su boca abierta por cinco segundos, después la cierra y se acuerda de que no ha comido. Hay una grata sorpresa: el dueño tiene un mareo, se sujeta de la barra de la cocina, desliza con la mano accidentalmente una hoja con letras sin arrugar y el bote se atraganta, se asfixia un poco, escupe la hoja sin corregir. Y comienza el prodigio, porque el escritor ha notado el juego inocente de su crítico amigo. No hemos leído mal: las letras son las que están sin arrugar, la hoja importa poco. Y se sirve el desayuno. Justo en esos momentos de experimentación él comienza a ver toda la cantidad de criaturas a las que ha dado vida a través de muchos procesos. De lo blanco a la devorafolios, luego a bolas de papel, luego a vomitar, luego es literatura reciclada. Ya está desarrugando una que ha seleccionado al azar. Observa deliciosamente el error literario y la corrección. Demasiado tarde. ¡Todas las bolas arrugadas han entrado en pánico! El bote se atraganta de nuevo, hay mucho movimiento en el apartamento. Varias criaturas papelosas se arrojan al vacío, hacia la libertad. Otras se ocultan muy bien. Él se queda sólo con una en las manos y la aprisiona contra su pecho lo mejor que puede. Entonces el apartamento queda limpio de verdad, se han ido los que acampaban entre los objetos.

Tres horas más tarde. El escritor está sentado cómodamente en el sofá con su prisionero. Está planeando prepararle un gourmet al contenedor de basura. Así debería vomitar maravillas. El poema que está en la única hoja arrugada que quedó es exquisito. Comienzan las lecturas. Y las publicaciones.

Una semana más tarde él convive divinamente con cuatro cosas, porque ahora las nota:

a) La diosa masticadora de ideas que sella a las letras en lo blanco.
b) El poder ilimitado de una bola papelosa que se encesta en...
c) Un crítico bote de basura que siempre tiene hambre y aliento fresco.
d) Las ideas vomitadas que cohabitan el apartamento, libres de quedarse o de irse, pero ahora no se asustan.

Y allí está el prodigio: literatura reciclada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario