Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

jueves, 4 de noviembre de 2010

Paranoia electrónica.

Cada nueva tecnología que Franco se compra viene con un hermoso y detallado manual de uso. Las manos del propietario jamás se apresuran a picar botones, no aprende por empirismo ni por experiencia de causa-consecuencia, sino por una lectura tranquila, atenta, detallada. La exploración (que me parece un acertado atrevimiento después de leer el manual) ante un mecanismo de comunicación recién entregado es ulterior, especialmente cuando hay necesidades de mejorías, de renovación, de pasos extra de conocimiento. Hoy Franco recibe su nuevo telecomunicador. La caja viene con cuatro empaques distintos: de afuera hacia adentro, la bolsa de correos, el forro de periódico, la caja del propio aparato y el cartón donde embona el diminuto dispositivo satelital. Por supuesto que incluye este juguete todo lo que un repetidor de antenas posee. Es un celular de nueva generación. Franco sostiene la caja por la parte de atrás, lo vemos leyendo ya las especificaciones técnicas y en sus ojos se adivina ansiedad por saber cómo está hecho. Allí surgen imágenes de piezas armándose...

El cristal líquido, los números digitales, los tornillos, las microesferas, los capacitores, los circuitos, el plasma de la pantalla, todo flota perfectamente en orden ante la imaginación de Franco. Barritas de silicio, las piececitas que producen los fotones, los cablecillos. Franco tiene ya un mapa mental hipotético de cómo ha sido elaborada su última adquisición. No le gusta utilizar algo sin conocer en plena forma el contenido, sin saber con lo que está interactuando. Aborrece a los snobs ignorantes que alardean de tener un "gadget", un juguete perfecto que cumple con todas las normas pero que sólo viene ilustrado como la punta de un iceberg. Recomienda a esos tipos quedarse callados si no tienen remotas ideas sobre la sincronización de esas células digitales para un propósito legendario. Callados civiles se ven mejor para Franco, que usen lo que les venga en gana pero que no se atrevan a presumir de tal posesión. Detesta la soberbia y alaba la humildad para continuar aprendiendo. Tiene pocos amigos verdaderos.

Ahora lee discretamente lo que viene hasta el final del manual. A Franco poco le importa en este momento saber sobre pixeles, botoncitos y acrobacias tecnoelectrónicas. Se rasca la cabeza y se ajusta los lentes. Su suposición está confirmada, el manual no incluye nada sobre su búsqueda. Guarda todo en el auto y conduce a casa para leer el manual completo antes de encender su telecomunicador. Durante el camino el radio ofrece las miserias de todos los días. Ha instalado una antena para recibir señales más distantes y enterarse de noticias foráneas. Hurgando entre esos pedazos de sonido luego pueden hallarse audioconferencias útiles. A Franco le revocaron un permiso para sondear clubs de infiltración satelital. La gran verdad: el crimen cibernético no existe, es una falacia gubernamental. Franco la considera como el "agujero negro" de las posesiones virtuales. Y este es el punto de arranque: él sabe que en este mundo ahora también se poseen cosas que no existen físicamente, son intangibles. Hay vidas intangibles también.

En casa el manual es leído al derecho y al revés. Franco se anticipa y comprueba sus teorías: no hay nada sobre un código de transmisores. Despues de calentar las sobras de pizza y de botar unos papeles viejos al suelo, crea un espacio en la mesa para desmantelar cuidadosamente el nuevo aparato. Cada tornillo girado se queda en la memoria y cada pieza removida es colocada con cuidado en una toalla. Allí está. Lo que parece ser una bocina tiene una conexión satelital no muy evidente. Quieren rastrear a Franco. Lo rastrean. Él sabe que todos los que usan las comunicaciones están rastreados continuamente. Todos se espían con todos, pero hay espías peligrosos. Después de tres horas de minúsculas operaciones y de cirugías electrónicas el dispositivo está completo. Se pueden hacer llamadas y ninguna tercera persona las escuchará, así el dueño utilice el teléfono para encargar sushi de un restaurante cercano.

Ya no hay seguridad en casa. Franco comienza a desarmar sus televisores, su computadora y vuelve a repasar la carrocería de su vehículo. Los televisores ya no tienen sonido porque crean interferencia con las ondas de rastreo. De la computadora sólo puede salir un correo electrónico al día. El auto nada más se mueve los fines de semana. Franco abre discretamente las cortinas de su habitación porque en cualquier momento alguien puede estarle apuntando con un rifle para "snipers" o francotiradores. El refrigerador se mantiene activo lo necesario para que las cosas no se echen a perder. Se cae un póster de la pared y revela un hueco donde alguna vez Franco taladró, pensando que los cables estaban intervenidos. También son desarmados algunos radios que posee y la energía eléctrica falla intermitentemente o por periodos aleatorios. Franco sabe que en algún momento alguien lo espía y que cuando menciona la palabra "tallarines" por teléfono convencional, algún demente la interpretará a su conveniencia para tacharlo de criminal virtual. Tan justificado... ya le han robado varias identidades, varios preciosos items que no existen también.

Es tiempo de descansar en ese gran sillón reclinable, parchado porque previamente fue investigado por el dueño en busca de transmisores ocultos. Allí está su casa, vacía, ausente, sin sonido, con colores amarillos de las cortinas que filtran la luz solar. Porque para Franco, hasta los reflejos de luz son sospechosos.

Tocan el timbre. Franco no abrirá. Luego los nudillos, desde afuera, crean un juego en clave morse. Franco se levanta y abre. Es el repartidor de comida, con semblante serio.

— Su pizza —dice el repartidor con ganas de largarse ya.

Franco paga y somete la comida a una prueba de rayos X de una vieja máquina que heredó de su padre. Después de asegurarse que no vienen diminutos balines transmisores escondidos en el queso, muerde lentamente y masticando con suavidad. Un diente le truena.

— ¡Lo sabía! —grita Franco alerta.

Escupe una piedra que después es pulverizada bajo el microscopio. Observa cualquier detalle, cualquier anomalía, es una piedra normal, común y corriente. Sin embargo, Franco no es descuidado. Y en el fondo de su corazón sabe que es espiado por alguien. Si tan sólo demostrara a las compañías de teléfonos móviles que él conoce el secreto para vulnerar ciertos monitoreos, tendría un trabajo mejor. Pero, ¿y qué tal si lo detectan y lo encarcelan por anular la garantía?

Sale de su casa y recorre un camino diferente. Mira en varias direcciones a mucha gente hablar de trivialidades por su celular. "Tontos", dice. Están todos monitoreados, seguramente son muy importantes las referencias como "nos vemos al rato", "te amo", "vengo apurado". Y Franco tiene paranoias. Y hoy ha escrito en su diario:

"Sé que el mundo me vigila hasta cierto punto. Sólo falta una sincronicidad extraordinaria de eventos para que me vengan a buscar por lo que sé. Entre más crece la tecnología más disminuye la privacidad".

Y lo guardó bajo llave. Sigue caminando. A cincuenta metros de distancia un grupo de enmascarados corre hacia él. Visten trajes de espías militares. Lo señalan. Franco voltea hacia atrás y no ve a nadie. Se refieren sin duda a él. Lo han descubierto. Comienza a correr en dirección opuesta. Los enmascarados lo persiguen. Franco voltea constantemente para comprobar que aún les lleva ventaja. Al pasar cerca de un bote de basura Franco decide tirar su nuevo aparato electrónico que recién había ajustado. Eso confundirá a otros sectores de búsqueda y tendrá tiempo suficiente para escapar. Ya casi da vuelta a la esquina y todavía les lleva ventaja. Justo al llegar al vértice de las banquetas, una motocicleta salta sobre él y lo arrolla. Franco desiste, pierde el conocimiento. Ha sido capturado. Recupera el conocimiento veinte segundos después, el piloto de la motocicleta le ofrece dinero con tal que no ponga una demanda. Varios testigos tienen rodeado al motociclista.

— ¿Y los es... espías? —balbucea Franco.

Franco se reincorpora sin aceptar el dinero y se echa a correr con las energías que le quedan y desaparece en otras calles. Nunca supo que los espías militares iban tarde al colegio y perdían el autobús. Llegaban tarde a una obra de teatro. Nunca supo que el motociclista repartió el dinero entre los testigos por haber cometido la infracción de subirse a una banqueta. Nunca supo que su aparato electrónico estuvo tres días en el mismo bote de basura y que nadie lo encontró.

Continúa corriendo, justo ha dejado atrás el lugar del incidente. Su celular quedará  tres días en el mismo bote de basura. Voltea hacia atrás con tal de verificar que nadie lo sigue. Las palabras del diario se hacen realidad: se sincronizan los momentos para atraparlo. Adelante unos sujetos roban una tienda y salen corriendo, Franco ya corría y ahora parece que va tras ellos. Lo interceptan unas fuerzas armadas. Lo han atrapado junto con los otros pero lo llevan en un carro aparte.

Franco es liberado tres horas después tras la confusión. Los ladrones son sentenciados. Y el único pensamiento que circula por la mente de Franco es el siguiente:

"Fui más listo. Tiré el dispositivo. No pueden probar nada".

Jamás supo de la confusión, porque Franco tiene paranoias electrónicas.

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