Cuando descubres que el mundo está construido con retazos de vidas y fragmentos fuera de sus eslabones, te vuelves más observador. Aprendes a discernir entre los numerosos tipos de justicia. Llegas a la conclusión de que no eres ni el más grande ni el más pequeño, estás justo en medio de muchas políticas y de muchos dinosaurios financieros y de poder. Sobrevive el más fuerte. El mayor se traga muchos pequeños para continuar. Los pequeños no valen un soberano grano de arena en un desierto interminable. Aprendes a sacrificar masas insignificantes por el beneficio verdadero. Sabes que hay un telón donde manipulas muchas marionetas, pero te das cuenta que alguien podría instalarte una obra de teatro donde seas el protagonista y por eso te cuidas la espalda para que no te cuelguen hilos muy evidentes.
Y despiertas al mundo real (estereotipo que cambia según los pasados, presentes y futuros del planeta). Ves que las justicias son engañosas, como payasos que se ríen y te hacen reír pero que guardan un jitomate podrido para arrojártelo cuando tengas un traspié. Sabes que el planeta está lleno de fabulosas ideas y que muchos bandidos ocultos te las querrán arrebatar. No obstante, crees seriamente que el mundo está en perfecto equilibrio. Es un mundo donde la mitad se pudre a diario y la otra mitad florece. O a cuartas partes, o a octavos. Cuando has llegado a la conclusión de que todo vidrio es susceptible de ser empañado, deformado, decorado y destruido, habrás aprendido que la verdad nace de las mentiras. Esas mentiras flotan muertas en el aire y algunos las reviven para alimentarse de ellas y dar de comer a millones.
Cuando descubres que el perseguido y el perseguidor pueden turnarse los papeles, estarás haciendo vibrar las cuerdas de ese dios que se vuelve humano y de ese diablo que te pide limosna. Entonces la justicia es ciega. Y la que fabrican los humanos con moldes llenos de sarro ya no sirve. Y verás que los rangos son aparentes, porque si desnudas y despojas a todos de su vistosidad telar, los rangos valdrán lo que una ecuación perfecta que llega a valores nulos. Descubrirás entonces que los colores de un saco de vestir llevan códigos subliminales de poderío aparente, que el traje completo por sí mismo es capaz de intimidar. Y verás de nuevo que estás justo en medio, eres más y eres menos.
Ya has visto que el que jala el gatillo primero se lleva las ventajas. El "primer sangrado" es decisivo. Así funciona la dominación. Así te empiezan a tejer telarañas de quién sabe qué porquerías alrededor. Así te transformas en un muñeco relleno de aserrín que sangra. Y al querer escaparte te vuelven a meter a la cubeta de donde saliste, echándote de paso más comida de engordadera para que te puedas mover poco y no quejarte mucho cuando llegue el momento de tu sacrificio. Ese sacrificio no vale más de un centavo en las peores condiciones de devaluación. ¿Sabes? "No hace ruido, no grita, no se mueve". Y el miedo es tu compañero eterno, vas agarrándolo de la mano toda la vida. No hagas esfuerzos sobrehumanos, ya estás agarrado del alambre que te electrocutará tarde o temprano. Escucha bien esto: no te mueres, te "mueren". Te hacen morir para que creas que lo has conseguido por causas naturales y normales. Eso es un cinismo. Diario se mueren miles de dioses que no sabían que lo eran. Y allí está de nuevo la tabla de rangos, pirámide que acomete en tu contra para recordarte todos los días que estás muy abajo de conseguir la libertad.
El miedo a las armas es discutible. El miedo a uno mismo es cuestionable. El miedo a las justicias prefabricadas es justificable. Pero el más grande miedo es a la mente desatada, a la mente indomable e incontrolable que se ha salido de sus cubos para multiplicarse en icosaedros numerosos.
Ayer me apuntaron con una pistola y no tuve miedo, porque cuando aprendes que el mundo está construido con retazos de vidas y fragmentos fuera de sus eslabones, te vuelves más observador. Dos disparos. Uno provenía del arma de fuego. El otro en forma de pulsación electromagnética de mi propia mente. El primer disparo erró. El segundo no. Esta es la verdadera justicia. Desarmado para siempre el que ha interferido en mi vida, queriéndome arrebatar un reloj por placer y no por necesidad. Durará tres días con trastorno mental, se volverá peor, caerá en estados de pánico y de demencia, se volverá insoportable el dolor. Luego morirá y lo habré asesinado con mi justicia, la única que vale en este momento. Cualquier forense intentará buscar pistas y fracasará miles de veces. He cometido un asesinato inteligente en mi defensa y por justicia. Y jamás se me podrá acusar de haber asesinado mentalmente a nadie. Y soy libre y hoy sé que existe una escoria menos en el mundo. Lo que es más: ya no pertenezco al molde donde han querido encajarme.
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