Nunca un beso fue tan desagradable como cuando se lo ve en el movimiento urbano, en el transporte, entre dos despistados que cercaron su alrededor con una barrera invisible. Truena, es imagen desagradable porque debió reservarse para la privacidad de un hogar. No es tierno, es entre dos adultos con cinismo. Es guiado por la inercia del camión cuando frena. Es un beso complicado que quisiera tener otro órgano aparte de la lengua para repulsivizarse más.
Ella que lo permite y él que se descara. Él que no respeta su intimidad y ella que no tiene remedio. Ella que no pone un alto y él que se inunda más con el impulso incontrolable. Mis ojos vieron esa muestra de amor grotesco por error. Un instante, una dirección errónea. Nunca un beso ajeno fue tan desagradable. Para esconderlo, para escribir sobre el evento, para dedicarle lo contrario a una oda. Un denuesto que denigra el texto, pero que debe saberse.
Ni entre el barullo de la gente que se transporta se apaga el desagradable sonido de succión. Con ganas de echarles una manta encima, noquearlos con un ademán de asco. No tuviera nada de malo si no existiera en ese momento esa muestra de amor grotesco. ¿Y a mí qué me importa? Nada, pero no tenía por qué verlo, ni por accidente ni por descuido.
A una "ella" que me invento en ese momento le dedicaré lo contrario a aquella muestra horrenda de cariño de los bajos fondos cotidianos. Le haré sólo un altar para besarla, sin producir sonido, en silencio trascendental, en armonía con el viento, sin miradas del monstruo urbano, con un poema de por medio, con labios sagrados y bañados en agua bendita de manantial. Será un beso de fotografía, romántico, ideal para emularse en las condiciones adecuadas. Un beso contrario a las vergüenzas que mis ojos vieron en un día corriente.
Quizá "ella" no desee tanto por una minuciosa muestra de cariño. Como no existe, la reinvento, hago que lo desee. Allí está el pequeño templo del beso, sólo lo sabe el cielo y el infierno, el presente inocuo, el desgastado incienso, la lluvia que se escucha afuera y el clima inmerso.
Tal vez aquellos enamorados inocentes tenían ganas de demostrarle al mundo un inofensivo fragmento de amor grotesco. Lástima que mis ojos lo vieron.
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