Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 4 de octubre de 2011

Fuego para escribir.

Mira Gafís, ¿ves cómo se menea el fuego? Es su danza de místicos elementales, en todo tiempo, en toda era, es materia creadora y destructora. Desde los remotos días que vieron nacer a numerosos hombres y guerreros, ha sido un feroz y pacífico acompañante, un rival y un aliado, un refugio en el temple de la noche. Ha invertido un tiempo de rubí, un celoso tiempo histórico que guarda las aventuras. Un topacio tranquilo, solitario, con corazón que arde.

Ha estado iracundo, soberbio, imparable. Lo has visto cuando se le subestima, cuando se le demuestra burla. Tiene la capacidad de comerse el espíritu de las cosas, por menos de herirlo. Se multiplican sus corazones, se vuelve un infierno andante, un devorador de almas de casas. Tú lo has visto Gafís, tan rojo de fuerza, sin ganas de contenerse, pellizcando los elementos y masticando el oxígeno del aire. Es guerrero desastroso y guiado por fuerzas ajenas, se le termina su voluntad cuando se ha salido de control. Sus múltiples amarillas personalidades lo vuelven un manojo de caos.

Tendrás que verlo nacer Gafís, si quieres asombrarte. Las puntas ígneas de la violencia que lo generan. Tendrás que darle la vida si quieres consagrarte. Será subdios de tu dios interno. No deberás confundir sus cualidades, pues es excéntrica combinación de batalla, paciencia, amor y energía. Crece y come a velocidad del universo, se alimenta de tus curiosidades hechas madera. Míralo cuando lo encuentres, tu mano a rápidas tientas, verás la doble dualidad de este núcleo arrogante: o te cura o te mata.

No hablemos de los horrores que desgarra en gritos del bosque. Es de malas manos volverlo tu esclavo para que se atragante. Habrás visto cómo es a través de engaños, herramienta para la catástrofe. No te consumas con su venganza, Gafís. Es de sabios respetarle. Inocente es cuando es grande, porque ha perdido el control de su clase. Este elemento, dicen los druidas, no es de fiarse, traiciona. Huye cuando veas al iridiscente gigante. Tampoco le temas. Es una ligera y buena diferencia que sabrás darle. No es que no tenga corazón el luminoso ente, es que le creció demasiado.

Notarás algún día en tus senderos que quieren apagarlo a tiros de ballesta, todo le traspasa como tu dedo el aire. En el humo de lo que trastorna se van las almas de los pobres demonios en los carbonizados materiales. O bien los arqueros defenderán su posición, arrojarán corazones de fuego ensartados en largas saetas flotantes. Y verás Gafís, cómo de un corazón nace otro gigante cuando aterriza presto en algo seco. Así de rápida es su reproducción alarmante. Este elemento maravilla a los mismos dioses por sus inexplicables obras de arte.

No temas, pues cuando se le sabe domar es luz del escritor viajero. Si no tienes una protección en el oscuro y sinuoso laberinto de la montaña, él será tu mejor acompañante. Escucha, escucha: sólo deberás darle de comer a su edad y mantenerlo a tu alcance. Es dosis de maestros dominar que no se desproporcione, que no se desfigure aceleradamente o se apague. Ni todo el amor, ni todo el odio al fuego. Varios le han encerrado en un cristal para tenerlo de guía. Harás lo mismo cuando aprendas el primer oficio de encender uno.

No adelantes conjuros, Gafís. Podría jurar que en tus ojos nace la chispa de esta maravilla. No mal entiendas. Sé por dónde van tus intenciones de poeta. Te respondo que sólo unos pocos hechiceros han amaestrado la piromanía viva y en condiciones de anacoreta. Se te granjeará, cuidado, después de una década de contemplar un millón de hogueras. No lo desees con ambición ni obsesionado, sino más bien esperando tú darle más al fuego que él a ti.

Es como un niño, como una criatura de juglares, Gafís. Se divierte, se ríe, quema. Habrás visto o llegarás a saber de los atrevidos que tienen un número bien estudiado. Flamas que danzan para el bien de los contempladores. Su secreto han de tener, pues no lastiman al domador de dichas llamas. Es como un niño, verás. Al aire le van bien sus rojos y naranjas, amarillos que destilan de los gitanos las gracias.

Lo habrás comido sin saber. ¿Cómo? Cuando tus alimentos crudos van de fuego impregnados. Has sentido luego cómo tu corazón arde o se apaga. Es causa de absorber sus propiedades a través de tu pan y carne. Pero late, sin duda late. Sólo que no lo detectarás con sencillez, porque es celoso y juega como niño, te lo he dicho, cuando intentan mirarle. Se esconde en la distancia como mozo del tiempo protegido, pues habrás de ir en su busca y sólo hallarás que se vino el día, cayó la tarde. Lo verás de nuevo en la lejanía para desaparecer en otro instante.

Habrás de saber, para tu fortuna o desamparo, que siendo casi dios guarda entre sus átomos una frágil conciencia. Verás en algún momento su hora de muerte, cuando las nubes descarguen su llanto sobre él. En ese instante sale su espíritu para fundirse con el entorno. Coloca en la punta de tu pluma una partícula viva antes de que se desvanezca por completo. Y luego escribe.

Ahora ve, leal aprendiz, y del fuego una obra escribe. Contagia ese fuego del pecho y dale a un libro un poco de poesía que arde. Mas no seas ingrato y no te pases de listo, no abuses de las metáforas porque si consume tus obras de verdad podrías en la penumbra y la desdicha extraviarte. Escribe, del fuego escribe Gafís.

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