Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 31 de diciembre de 2019

Melancolía

Para deshacerse de ella, hay que transmitirla a distintos medios.

Un poeta que la escribe para dejarla.
Un músico que la toca para hacerla flotar por el mundo.
Un pintor que sumerge la pintura en el lienzo.

De esa forma, el mundo carga con toda la melancolía vuelta arte, nos ayuda. Lo que pesaba, pongamos por caso, una tonelada para un individuo, mil personas cargan un kilogramo cada una. Así, entre más ayudantes que soporten nuestra melancolía tengamos, más la vemos flotar, hasta que la olvidamos por completo.

Todo consiste en repartir la melancolía por el mundo, matizada de mil formas distintas.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Libro contra audiovisual.

Vivimos en la época de las imágenes, los sonidos, los impactos audiovisuales. A pesar de la gran competencia que el libro tiene, sigue sobreviviendo. ¿Qué es primero, el libro o la película? Aquí, contrario al contraste entre el huevo o la gallina, podemos asegurar que el libro se lleva el premio. Aunque no haya salido el libro de cierta película, se tuvo que escribir la historia y el guión previamente. Me parece que ambos formatos no están confrontados del todo, no enfrentan ninguna batalla, por así decirlo.

Habrá que cuestionarse si, acostumbrados a la ráfaga de información de pleno año 2020, todavía nos intriga un libro que surgió después de la película. Y aunque no me atrevería a asegurar que dependiendo de la historia, libros son mejores que filmes o viceversa, sí hago invitación a hacer un contraste de formatos con pleno conocimiento de ambos. Para poder comparar una historia, es requisito haber visto tanto la película como leído el libro (si es que existe la historia en ambos formatos). Sólo entonces podremos resaltar las ventajas y señalar las carencias. Entenderemos por qué un libro no cabe en una película y por qué ciertas escenas son muy lentas en una lectura.

Y además, el proceso de imaginación en la lectura emerge de un modo distinto al proceso emocional que se activa con catalizadores visuales, musicales y auditivos. Para un espectador avezado, la comparanza entre libro y filme resulta interesante, pero no juiciosa. Acaso servirá para el enriquecimiento propio. No basta entonces decir que tal o cual película es mejor que el libro, sino que es necesario explicar por qué es así y cómo es que influye esa decisión en la propia experiencia del que asevera tal cosa.

jueves, 12 de diciembre de 2019

La coma en coma.

Breve charla entre dos guardianes de la puntuación, al borde de una hoja que aparecía como un inmenso e interminable infinito hacia el vacío existencial:

—Los tiempos han cambiado, joven A. Mucho. ¿Sabía usted que la coma está en coma? Está en un estado agonizante, casi ya nadie la usa. Me preocupa bastante. Vea usted este vacío en la hoja. Parece que la tinta se estaba extinguiendo. ¿De dónde dice que vienen los textos de ahora?

—De más allá de las hojas y los libros: de la nube. Lo he visto, querido Z. Las comas deambulan pobremente por el ciberespacio, flotan buscando alguna oración donde puedan pertenecer. Están perdidas e inevitablemente terminan en un estado de hibernación escalofriante. Antes estaban seguras dentro de las frases, rodeadas de letras, frenando el impulso de la precipitación. Ahora casi puedo jurar que uno respira de vez en vez una coma que se ha metido por la nariz, como si fuera un virus. En el ciberespacio se estornudan comas y algunos otros signos.

—¿Lo ves? Es una desgracia, A, es el fin. Hay que asirse a lo que queda impreso, a los textos sagrados. Aquí por lo menos hay comas legendarias, de esas que hicieron historia. Se presentaron en numerosos libros y fueron pronunciadas por elocuentes oradores. No se diga el punto y lo demás, pero la coma ha tenido un lugar muy especial. Se fabricaron monumentos en su honor. Tal vez creas que estás en un museo ahora mismo.

—No, genuino Z, no pierdas la esperanza. Vine a reparar el enorme daño del abandono de los signos. Es verdad que en la nube ahora todo pasa a gran velocidad, sin filtros ni guardianes. Mi abuelo me habló de este lugar, de este enorme vacío después de la hoja y de las horas que pasaba sentado aquí al borde de la página, mirando desfilar los signos una y otra vez. Pero no todo en la nube es malo, estamos los guardianes actualizados, como yo. La verdadera desgracia es hallar textos y textos en ruinas. Sin comas, ni puntos, ni espacios, con abreviaturas vergonzosas y mal empleadas. Aquí es como un jardín zen para recuperarse del vertiginoso ciberespacio.

—Joven A, eso me da tanto alivio. Descendiente además de tu abuelo, el Alpha Máximus. Jamás se salía un texto de control, todo lo regulaba él. Tenía en perfecto estado a los signos "patrón". ¿Has venido a ver a la coma en coma, verdad?

—Sí, me temo que no quisiera verla en este pobre estado, pero no hay otra solución. Si este signo "patrón" se muere, todas las comas del universo se desvanecerían inevitablemente. ¿Hace cuánto tiempo que está en coma?

—No recuerdo muy bien, pero ahora parece que desde que las letras flotan. ¿Qué hay en ese maletín, joven A? ¿Alguna medicina?

—¿Esto? Ah, sí. Es la cura. Espero que la coma mejore con esto. Consiste en una serie de frases nucleares extraídas de los mejores libros escritos en el planeta. Allí hay comas invaluables que quizá devuelvan la energía a la coma patrón que agoniza. No soportaría estar en un mundo sin comas.

—No. Sería un apocalipsis signopuntual. Además, eso sería sólo el principio. Después se vendrían abajo los puntos, los interrogativos, los espacios y finalmente las oraciones volverían a su protoalineación. Veríamos un descarrilamiento completo de la vida misma, de los discursos y el lenguaje colapsaría.

—Menos mal que llegué a tiempo. Me gustaría ver a la coma nuclear. ¿Qué esperamos?

—Me temo que no es tan sencillo, joven A. Tu abuelo, el noble Alpha Máximus selló las puertas con oraciones llave. Todo lo vemos a a través de unas páginas transparentes, pero desde que nadie escribe en este desolado libro, no se avanza. Mirad nada más el vacío... Caerse sería tan inapropiado y tan alarmante.

—Bueno, no es para menos. Entonces extraeré el teclado incorporado en este maletín y teclearé algunas sentencias para abrir las puertas. ¿Vamos bien? Una vez abiertas colocaré las frases en su lugar y si todo va viento en popa entonces deberemos ver despertar a la gran coma sagrada de su largo y profundo sueño mortal.

—Bien dicho, joven A. Prosiga. Prosigue. Adelante.

Pero no funcionó. A pesar de escribir en el teclado, las palabras no aparecieron en la gran hoja sobre la que estaban parados los guardianes.

—No entiendo, Z. No aparece ni jota. ¿Cómo avanzar?

—Claro, claro. Debí suponerlo. Es que la nube no funciona aquí. Estamos en un libro antiguo. ¿No traerás en el maletín una pluma con tintero, un bolígrafo, lápiz?

—Nada de eso, Z. ¡Qué barbaridad!

—¿Y así te dices guardián?

—¿Yo qué iba a saber que aquí no funciona la nube?

—Impulsivo como tu abuelo. ¿Nunca ha fallado la nube? ¿Se han caído las letras?

—Sí, paciente Z. Funciona con energía eléctrica e intelectual. A varios se les ha escapado la luz a medio escribir y también colapsan los signos. Se vuelven signos fantasmales. He llegado a ver comas sin cola, puntos partidos por la mitad, interrogantes sin cabeza. Acentos poniéndose sobre consonantes, ¡imagínese el horror! Qué tonto fui, a sabiendas de eso debí traer un carbón de grafito al menos.

—Bueno, bueno, no más pánico, guardián A. Alguna vez Alpha Máximus guardó cajas con letras. Seguro que hay una por allí en páginas anteriores del libro. Entonces nada más las pegas en el orden correcto, armas tus oraciones, abres las cámaras de la coma sagrada y listo.

—Z, eres un genio decimonónico.

Se hizo así. Con letras de otras páginas se armó una nueva. A escribió con ansiedad. Echó algunas frases en latín, otras en español. La página dio vuelta y los guardianes esperaron, por supuesto, al pie de la misma, tomando notas. Aparecieron las puertas.

—¡Mira hijo, lograste acercarnos! (Oigan, admirativos, "úshcale", "úshcale", a volar, yo no exclamé con tanto ahínco) A, retírame a estos admirativos por favor. Mira hijo, lograste acercarnos a las puertas. Sí, lo he dicho mejor. Creo que los admirativos son plaga ahora, por culpa de muchos malos mecanismos de la nube.

—Z, estas puertas están casi derrumbándose. Veo a la coma magistral en coma. Agoniza, pero ya no más.

!!!!

—Atrás, plagas. Reordénense ya mismo, no pueden estar deambulando así nada más. Esto es caótico, joven A. Abrid las puertas lo más pronto posible, antes de que vengan más signos raros sin oraciones.

—Sí, Z, en eso estoy. Pausa. Pausa. Pausa, no tan larga. Eso es. Oración bien definida con pausa intermedia, luego otra; pausa larga establecida, punto final para definir.

Finalmente la puerta donde yacía la coma sagrada en estado comatoso. Una gran bóveda, como las de las catedrales. Acostada y quebradiza, la gran coma legendaria apenas respiraba. Sus ojos amoratados y su color negro ya vuelto gris delataban el malísimo estado de salud.

—Bien hecho, joven A. Al fin. Rápido, las frases genuinas. Curemos de una vez por todas esta vorágine de malas puntuaciones y barbarismos ortográficos.

—Aquí van las frases nucleares. Una en cada esquina. Asi. Asi. ¿Y los acentos, Z?

—Otro colapso, A. Acaban de salir volando los acentos. Vamos, apresurate antes de que nosotros tambien colapsemos. Que mortificacion no tener acentos.

A fue veloz. Frase nuclear lista.

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..."

La simple coma después de "Mancha", tan fielmente respetada por tantos siglos, devolvió vida nueva a la Gran Coma Sagrada, finalmente.

—Joven A, ahora sí te reconozco como guardián de los signos. Buen trabajo.

—Ahora que la coma no está en coma, todo en la nube debería funcionar mucho mejor. Z, un placer charlar contigo. Sigue con este libro, no lo desperdicies. Te puedo dejar un teclado, si te parece.

—No, no. Soy de la vieja usanza. Seguiré a mano, con pluma y tinta. Dime anticuado, pero no soportaría que las letras salieran volando.

—Z: si ves un signo sospechoso, llámame, ¿sí?

—Alpha Máximus estaría orgulloso de ti. Y tú, nada más por si las dudas, cárgate siempre con un bolígrafo, no sea que te traicione la nube. Debes estar preparado para lidiar con las ideas en los momentos menos esperados. Así fluye el lenguaje, tan complejo, tan vasto, tan caprichoso y ocurrente...

Y la página dio vuelta.

lunes, 2 de diciembre de 2019

¿Cuándo naciste, coma? ¿Cuándo, punto?

Esa coma que nos parece tan natural ahora, que divide los pensamientos escritos, como ésta, y ésta otra, no siempre estuvo allí. Todo debe remontarse a un origen. Las reglas de puntuación que con tanta elegancia usamos ahora tuvieron un punto de partida, una creación, un primer uso y una invención.

Tal parece que los griegos vaciaban sus ideas de forma continua, sin espacios ni signos. Sinespaciosnisignos. Antes, como lectores avezados, debíamos descubrir dónde terminaba una palabra y dónde comenzaba la otra. Ahora una expresión como la de arriba parece constituirse como una sola palabra monstruosa. Curiosamente nadie podía comprender un libro a la primera, como si los libros fueran disléxicos en su escritura, con palabras y sentencias serpentinescas.

Vale la pena recordar aquella anécdota del escritor Aulo Gelio (siglo II d.C.), en la que debía leer un documento desconocido en voz alta. El escritor se negó a leer, puesto que no lo había estudiado y seguramente encararía el texto sin espacios ni signos de puntuación lo llevaría a una complejísima y lenta lectura. Argumentó que el contenido sería destrozado por una mala lectura, que las palabras no serían enfatizadas de forma adecuada. Tal parece que un atrevido espectador se ofreció para leer, pero el texto terminó justo en la catástrofe.

Recordemos que las lecturas de aquel siglo debían hacerse en voz alta; todo era una perfección del discurso oral. Se atribuye a Aristófanes la invención de los primeros signos de puntuación, que consistían en simples puntos colocados arriba, en medio o abajo de cada línea. La función de dichos puntos, aparte de separar el flujo de palabras, era indicar la entonación adecuada para la frase que se iba a pronunciar. Qué gentileza para la futura prosodia.

No todos siguieron estas pautas. Aristófanes fue ignorado varias veces. No obstante, los cristianos, quienes escribían salmos y evangelios, comenzaron a incluir en los libros letras con adornos y signos de párrafo. Pero fue Isidoro de Sevilla en el siglo VII quien retomó el trabajo de Aristófanes. Propuso que los puntos indicaran la duración de una pausa. Aquí parece que tenemos los primeros orígenes de la coma, como un punto bajo al que le fue saliendo una coletilla. El punto alto, que hasta entonces indicaba una entonación más alta, sugeriría ahora una pausa más prolongada (como el final de esta frase).

Recordemos que los monjes eran escribanos encargados de transcribir textos. Quizá la reforma de los signos de puntuación llegó con ellos, pues seguramente se topaban con esas monstruosas oraciones sin espacios ni signos. Sinespaciosnisignosninada. Hay que ver lo aberrante que nos parece ahora la carencia de signos de puntuación. Hay otra versión que sugiere que el rey Carlomagno ordenó a un monje idear un alfabeto unificado, con el fin de que los textos fueran leídos y apreciados por otras tierras lejanas. Así surgieron las primeras letras minúsculas, también.

No es de sorprender que la música y la escritura estén íntimamente relacionadas. Los monjes solían practicar sus cantos gregorianos, donde algunas notas aparecen como el punto y coma de la actualidad. Allí eran más comprensibles las pausas. El punto y coma medieval surgía como punctus versus, mientras que el punctus elevatus (como un punto y coma a la inversa) aparece hoy como los dos puntos, así: (favor de no esperar aquí una oración subsecuente de los dos puntos, sólo aparecen demostrativamente).

El tiempo se encargó de ir modificando lo que conocemos hoy como el punto y la coma actuales. Al principio aparecía como el punto de cambio de tono, pero ahora se coloca abajo. Fue durante el Renacimiento cuando los signos de puntuación eran menos inestables. Allí convergían los puntos de entonación griegos, los puntos derivados medievales, y las barras y guiones propuestas por el escritor italiano Boncompagno da Signa (extraña coincidencia la de su apellido). Sólo faltaba la llegada de la imprenta para que los signos se congelaran en el tiempo. La pregunta es, ¿volverán a evolucionar? ¿Algún escritor atrevido forjará algún signo? Al menos, con el paso del tiempo, la barra que propuso Boncompagno se acortó y curvó, justo para convertirse en la "sagrada coma moderna".

Pero hay un nuevo parteaguas: las computadoras y la tecnología. La imprenta hizo lo que pudo hace algunos años, sólo que ahora las cosas cambian de nuevo. ¿No nos está haciendo falta un nuevo signo ahora? Con toda la modernidad y la velocidad de información, seguro que nos topamos con otro problema pronto. Lo más peligroso es que se está abandonando el buen uso de la coma. Sería injusto anular así por así tantos años de afianzamiento por la historia. Sería una ofensa contra la coma, contra los puntos y los signos. Y no hablemos por ejemplo, de los emoticonos, que confundirían a algún lector sin la referencia moderna:
:)   :(   ;)

Es imperante retomar las virtudes de cada signo y saber darle su lugar; para no caer en los vicios del retroceso o en monstruoscarentesdepuntuaciónyespacio. La buena noticia es que aún quedan muchas personas comprometidas con el buen uso de los signos, y hasta una academia ha sido creada.


Fuentes:

Houston, Keith. Shady Characters, The Secret Life of Punctuation, Symbols & Other Typographical Marks. W. W. Norton & Company.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Voz guardada y revelada.

¿No es también la literatura un conjunto de ideas que se guardan bajo la protección de un libro privado y que podrían causar un pensamiento distinto algunos años después? Con esta pregunta surgen algunas inquietudes sobre el destino de algunas frases que pertenecen a diarios íntimos de algún escritor y que, presumiblemente, nunca se les planteó como posibilidades para ser voces reveladas al mundo. Esto sucede después, cuando el autor del diario ha fallecido y es algún amigo suyo quien lo encuentra. Entonces le atribuye una cualidad significativa para que sea difundido.

Desde una perspectiva estrictamente literaria, de reflexión crítica y con ese objetivo de manipulación de las palabras para forjar una capacidad estética del lenguaje, no todo lo que se escribe en un diario tiene el merecimiento de publicarse ante un número significativo de lectores. Por lo menos, no sin haber pasado por el filtro de selección y edición. Entre algunas verdades y mentiras que se cuenten allí, encontraremos alguna oración valiosa que desencadene uno o varios momentos de lucidez reflexiva; casi como si fuera un golpe literario al consciente.

En una utopía intelectual sería una heroicidad que cada sapiens tuviera un diario privado y que diera a conocer algunas partes posteriormente. Que contribuyera con un conjunto de ideas al paradigma de conocimiento mundial. Claro, dicho conjunto estaría revisado, sería criticado, podría revelarse con la salvaguardia de que no contiene intenciones de mala fe. Y si las contiene, que éstas forman parte de un subtexto llamado posible novela, donde la ficción se encarga de absorber y neutralizar todas las ideas.

En los diarios persiste escondida la posibilidad novelística. Es una voz guardada y secreta que espera ser revelada algún día, aunque no sea intención del autor revelar lo que allí está escrito.

miércoles, 31 de julio de 2019

El martillo en el sótano.

Felipe Verde compró una casa. Sin amueblar, con el piso deteriorado. El tapiz desgastado como costra de sartén que no se ha usado en mucho tiempo. Las lámparas solían mecerse con el viento que entraba por las ventanas, recién abiertas. La sonrisa de Felipe se prolongó significativamente en el rostro cuando, a pesar de las críticas negativas de sus amigos, vio en la sala principal una portezuela que conducía a un húmedo sótano.

Y es que a Felipe le fascinaban los sótanos de otras personas, por eso quería tener el suyo, como quien tiene codicioso un libro favorito o un par de autos de colección. Cada vez que el joven Verde era invitado a una casa, antes de preguntar por el baño, como haría cualquier otra persona, preguntaba por el sótano y quería explorarlo. Allí yacían fragmentos de las personalidades de los amigos. Recuerdos, tiempos antiguos, baratijas, incluso basura. Felipe quería pasar todo el tiempo explorando y revisando cajas, moviendo cosas y mirando las huidizas arañas moverse de un lugar a otro. ¿Para eso son los sótanos, no? Son pequeños universos paralelos a la casa que los contiene. Felipe no dudaba que en algún momento alguien podía encontrar a una persona perdida en uno de esos sótanos, habitando como vagabundo.

El sótano: el verdadero motivo por el que Felipe había adquirido la casa en una ganga. No estaba vacío, sino que incluía todo tipo de "basura" de los dueños anteriores. Para Felipe era tan emocionante como viajar a otro país y aprender culturas distintas. Y no se hizo esperar. Tan pronto le fue entregada la nueva residencia, cerró todas las puertas y se equipó con sus linternas. Esperaba, por lo menos, ver indicios de que algún fantasma había estado allí. Las minucias de otra vida. Las cronologías almacenadas y olvidadas. Libros polvorientos con contenidos interesantes.

Dejó a propósito las luces apagadas, para generar ese interesante suspenso que había visto en las películas. Encendió la linterna y se adentró en el mundo del sótano nuevo. Al bajar por las escaleras, sin embargo, su inquietud se volvió decepción. Muchas cajas vacías. Unas lavadoras oxidadas rodeaban por la pared. Siete por lo menos. Nada adentro. En ninguna. Envolturas de dulces. Revistas ilegibles por la humedad. Después de ordenar todo en una esquina, Felipe descubrió en el centro del piso un martillo. Y lo recogió.

Comenzó a golpear ligeramente en el piso del sótano. Sonaba hueco, como si otro sótano lo esperara debajo de éste. Levantó el brazo triunfante y arremetió con gran fuerza. Pronto se desplomó el piso y todo lo que había en él. Felipe cayó hacia el vacío, adentrándose en la oscuridad, hasta que sintió el impacto de la tierra sobre su cuerpo. Su cabeza había golpeado sobre el aserrín comprimido. Permaneció inconsciente durante algunos minutos. Al despertar y reincorporarse admitió que eso le había cambiado la vida.

Y desde entonces comenzó a explorar áticos.

lunes, 29 de julio de 2019

¿Y para qué sirve?

Hoy una idea estuvo pululando por la mente, cual abeja que zumba cerca de los oídos y no se va hasta que se ha resuelto su problema: ¿Para qué sirve la literatura?

Dejemos de lado el fin último: el entretenimiento, que es alimento diario del espíritu. La literatura sirve además para enterarse del conocimiento que ha sido forjado por los pensamientos de cualquier sapiens y que se ha transformado para evocar algún tiempo remoto. Más allá del abordamiento primigenio hacia cualquier obra, la literatura nos sirve para vivir esas otras vidas que no nos atreveríamos en las condiciones actuales de existencia. Habitamos temporalmente la psique de los personajes para empatizar con ellos o desdeñarlos.

Nos gusta jugar a ser dioses que todo lo pueden ver. Nos involucramos ligeramente con el problema de un carácter ficticio, pero no nos volvemos él, porque cerramos el libro y la literatura queda guardada para otra ocasión. La buscamos porque suelen aburrirnos los paradigmas convencionales de la realidad a la que somos inherentes. Y si obtenemos un evento interesante, lo vaciamos escribiendo otra literatura para que los demás la gocen.

La literatura nos enseña, como una ventana o túnel de escape, esa oportunidad de cruzar la dimensión unipersonal hacia las voces de otro tiempo. Los sapiens no pueden avanzar si dejan de lado el nutrimento intelectual diario de una buena novela, de una obra de arte, del enriquecimiento del sentido crítico al adaptar dicha obra a nuestra vida.

Y luego la literatura se vuelve visual, auditiva y experimental.

La abeja no se ha retirado del todo. Más bien fue a llamar a otras abejas que siguen rondando...

jueves, 4 de julio de 2019

Vueltos papel, vueltos letras.

En la inevitable ruleta de la realidad, inmersos y ocultos, subyacen los personajes que nos habitan. La ficción es tan imprescindible para las almas como lo es el aire para las células.

No basta decir que nos gusta la literatura, que leer es un buen hábito. Es determinante percatarnos que la literatura está contenida en nosotros: somos los universos andantes y cinéticos de toda una galería de tramas, personajes, eventos y novelas. Hemos ido un paso más adelante y creado los paradigmas del cine. Son esas otras historias sin las cuales no estamos completos.

Aquél que nunca cuenta nada, que no tiene una pizca de ficción que decir a los demás, se seca y corroe por dentro. Al vaciar las palabras en una hoja de papel o pantalla, a través de una pluma, de un teclado, logramos transmutar las emociones en algo concreto que los demás leen, viven, experimentan y transforman. Escribir es volver a vivir y desahogar las historias para que la vida siga fluyendo como el río de tinta coherente que llamamos "cuento".

Estamos vueltos papel, aunque como depositarios de las ideas del mundo no sepamos cómo redirigir, al principio con imprecisión, el libro latente que todos por derecho y obligación, debemos escribir. Somos, me atrevo a sostener, libros hechos personas. Deseamos que las historias contenidas en la mente sean propagadas como un virus, infectando de sentido crítico el intelecto de nuestros colegas y lectores.

Escapar de la literatura es querer huir de lo intrínseco al espíritu: el deseo de reflejarnos en los otros.

Vueltos papel o vueltos otra materia con la misma susceptibilidad de ser grabada y rellenada de memorias del mundo. Piedra, pergamino, hoja de árbol o algo etéreo que cruza el planeta en cuestión de segundos: la red, la nube. La literatura contenida en un disco. El discurso pregrabado del autor. El legado para otras generaciones. El antiguo libro de las páginas que están por desmoronarse y que una fotografía digital inmortalizaría...

Es inevitable. Inconmensurable. Vueltos letras, desde los siglos anteriores y hacia la incertidumbre, la cual se estabiliza por el código perfectivo que también cobra conciencia: el lenguaje escrito. De tal suerte que podemos asegurar: conozca a aquella mujer, aquel hombre, y conocerá también al misterioso libro que trae dentro, del cual vive y respira, sobre el cual relata los fuegos y las tormentas de su propia vida.