Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 21 de abril de 2013

De minotauros y laberintos: el berrinche de Califonte.

Este no es cuento, pero sí anécdota. Fe de que he visto, siendo yo el encargado de llaves de uno de los laberintos formidables, cómo un minotauro lloraba y pataleaba de berrinche ante su señor arquitecto que no hizo bien las cosas.

Sépase que todo digno laberinto que se construya debe tener en la entrada una guía, un mapa, por lo menos una solución posible para no deambular durante días y no hacer del pasatiempo un escarnio terrible, peor que la falta de comida.

Así yo vi cómo el arquitecto terminaba una pequeña obra y me entregaba las llaves de la reja principal. Un laberinto sencillo, para jugar y esconderse. Llegó el minotauro Califonte a experimentarlo y tras darle solución rápida salió bufando. Me pidió las llaves y las entregó con furia al constructor, alegando que era demasiado pequeño y fácil. Lo hizo demoler y pidió uno más grande.

Después de un año de maniobras llegó a nosotros el segundo laberinto, el doble de grande y perdedizo. Se puso el mapa en la entrada como bien dictaban la reglas. Esta construcción estaba forrada de bellos arbustos frutales y jardinería preciosa en el interior. Me entregó el arquitecto, una vez más, las llaves y fui a dar noticia contento a Califonte. Se presentó de inmediato, se acarició los cuernos y bufó un poco, luego entró para resolverlo.

Salió después de un par de horas. Arrebatando las llaves de mi mano las arrojó a los pies del arquitecto. Bufó y alegó que eso no era un laberinto sino un juego de niños. Insistió en el tamaño y después arrasó fúrico contra varios muros de ladrillo y desplantó además con las manos árboles de manzanas y las regó a nuestros pies. Después se mandó demoler todo el laberinto.

Advirtió Califonte con un hacha gigantesca entre las peludas manos que si el próximo no quedaba tal cual como su gusto, mandaría cortar la cabeza del arquitecto y la pondría en una estaca en la entrada de un laberinto de verdad, de esos que desde el interior se oyen los lamentos de los que no pudieron salir nunca.

Califonte nunca veía el avance de las obras porque no quería mezclarse con los hombres a su servicio. Siempre se encerraba en su templo y salía cuando se le avisaba que la obra había concluido. El arquitecto tardó muchos días y lunas en organizarse, en generar un plan maestro que a su fiera majestad agradase. Después de varios meses, se comenzó la obra como nunca antes, con muchos árboles traídos de muchas partes del mundo, materiales para no decir basta, muchos hombres ayudando y largas bestias de carga que traían más y más metales, piedras, plantas y tierra. Yo no podía comentar nada, sólo observar y ver que todo salía según los planes.

Tres largos años pasaron sin que yo pudiera ver a mi amo, tanto que lo creí muerto dentro de su propio templo. He dicho tres, pero si cuento bien fueron cinco. O más bien seis. Porque recuerdo que mi hija tenía largo el cabello, muy largo.

Finalmente se me entregó la llave, en modo simbólico, porque era una llave pesada que sólo podían cargarla entre tres mortales. Lo que más bien me dieron era el permiso para poder mover la llave, misma que abría un suntuoso portón de la mejor madera del mundo. Después, tras una ruta que sólo yo conocía recorrí el laberinto y tardé medio día en hacerlo, con todo y acortando por pasadizos secretos. Después de comprobar todo avisé finalmente a mi señor Califonte, que despertó de su templo como una fumarola de los mil demonios, enojado, bufando como un titán.

Escuchamos a lo lejos cómo pateaba los imponentes y reforzados muros, cómo se quejaba. Cómo había silencios y luego gritos en ecos. Estoy completamente seguro que este laberinto formidable era lo que quería mi señor. No salió en un día, ni en dos, ni en cinco. Otros tres años pasaron y yo daba por muerto a mi señor Califonte, de no ser porque mi hija decía que de vez en vez se oían quejidos horribles traídos por el viento. Sollozos de un minotauro que fue encerrado con todo y su templo, siendo éste el centro del gigantesco conjunto de paredes y haciendo la construcción del centro hacia afuera, encerrándolo para siempre. El berrinche de Califonte.



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