Ella siempre se preguntó qué había tras la puerta. Ninguna llave pudo abrirla. Los cerrajeros tampoco pudieron. Llegó el día de la muerte de su tío. Indagó entre sus pertenencias, pero la llave no apareció.
Varias semanas después decidió romper la puerta con un hacha. Adentro, en el pequeño espacio, aparecía colgada una vieja llave que encajó a la perfección en la cerradura.
Demasiado tarde e irónico, como su tío intentando salir del ataúd después del efecto cataléptico del veneno.
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