Sí, aunque no lo parezca, todos hemos absorbido vidas enteras. Cada omnívoro lleva dentro de sí pequeñas instancias de las almas de lo que se ha comido, por eso puede imitar al pez, al conejo, al pollo. No será raro verlo aletear un día aleatorio en plena avenida, porque la minucia genética que porta en su interior se manifiesta.
Aunque la ciencia explique muchas veces el secreto de las enzimas, no explicó por qué casualmente un domingo soleado al niño pequeño del 402 se le ha ocurrido ir saltando como conejo durante su recorrido y paseo familiar. Tres semanas antes habían ido a devorar tremendo festín en las montañas, con alguno de esos tíos excéntricos que sabe de ganadería y granjas.
Y sin saberlo, el loco que habita el 203 detesta a todos los demás porque anteriormente probó algo que no puede recordar, pero que invariablemente pertenecía a uno de su especie. Sí, al menos no es caníbal.
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