Son palabras vacías aquellas que ya no nos dicen nada, huecas, como cartón reciclado que se usa para ser almacenado en el sótano. Tan vacías, que lo mismo da si las pronuncia un merolico de esquina que un vendedor de nueces. ¿Como cuáles? Como un "compre" en un mercado, como un "mire" la mercancía. Tan habitual es escucharlas allí que vuelan sosas en el aire. Se nos pegan como escarcha de frío y las sacudimos del hombro porque nos molestan.
Palabra vacía la que el maestro dice a su aprendiz en plena clase de dibujo: "dibuje", aunque el alumno no haya parado en ningún momento. Es como si arrojaran el cascarón de algo que fue, de algo que pudo haber tenido mayor arrojo y fuerza.
Llega entonces un juglar y revisa un poco el estado de un cascarón de palabra tirado. Lo limpia y luego lo rellena. Quizá lo vende más tarde como una palabra llena de vida. El antes y el después. El "compre" de mercado de días anteriores y el "compre" nuevo, fuera de las carpas, en pleno puente sobre un río, donde se exhiben poemarios y jarchas medievales.
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