Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

miércoles, 17 de abril de 2013

Inestables ingredientes para escribir.

Al esconderse las letras entre los libros de la casa, llega amargura para la que sostiene la pluma. Ella lo llama "bloqueo" y le aterra la hoja blanca, como si ella se plantara allí en medio y estuviera en un desierto de celulosa. En cualquier dirección ve bordes vacíos, ausencia de tinta y las ideas se le escurren como molusco. Si bastara colocar ejércitos de letras sin significado cualquiera podría hacerlo. Ella cree que se ordenarían los pelotones por vocales y consonantes. Para comandante de fonetismos erráticos: cualquiera.

Es tras ese bloqueo de escritora que ella se inclinó por los ingredientes guardados en los frascos de colores de la cocina. Al fin y al cabo, escribir un cuento es como aprender a cocinar. Algunas veces saldrá quemado, otras insaboro, insípido, pero con el tiempo habrá algo crujiente, un sabor que reine en la lengua durante diez minutos después de terminado el platillo. Y como las letras sobran hoy en día, lo que realmente se necesita está allí dentro de las botellitas curvas. Según las etiquetas: personajes de utilería para toda ocasión, escenarios instantáneos (sólo moje y extienda), argumentos de adultos, infantilerías y otras chucherías, transparencias para novelismos, historias descosidas, sellos literarios...

— ¿Por cuál comenzaré? Quiero un personaje con tendencias suicidas, pero, ¿y si no me sale así? Capaz que se me rebela de última hora y cuando intente matarlo hará lo que sea para sobrevivir y escapar a la mano que lo creó. Maldita página en blanco. Detesto este estúpido bloqueo. Bueno, nada pierdo con intentar sacar un personaje al azar, pero tengo miedo de que me resulte un bobalicón que no sirva para nada, que no tenga aventuras y que esté todo el día de huevón en un sofá viendo la tele. ¿Qué aventuras se pueden obtener de eso? Creo que si sale uno así lo asesinaré a la primera oportunidad que tenga. Sí. ¡Sí! Y que sea además una muerte estúpida como su carácter. Quizá podría tener tanta pereza de vaciar la catsup en su pizza que se resbale con ella y se fracture el cráneo. Entonces, sería brillante que se fundieran las dos tonalidades del rojo: la sangre y lo demás, así, cómico. ¡No esperemos más!

Así ella destapó la botella de los personajes y sacó el primero, sin forzarlo. Se deslizó hacia la hoja. Era un asesino profesional: inteligente, sagaz, elegante, apuesto. Pero como no hay personaje que sea un dios intocable, éste tenía un defecto. Se enamoraba de algunas víctimas. Se había prometido que después de matar a la persona número treinta se enamoraría de la siguiente si era mujer. Se quedó como un estúpido, mirando a la escritora allí en la hoja en blanco. Y no se movía ni respondía a nada. El cuento no avanzaba. Ella quiso asesinarlo sólo por el hecho de haberlo sacado. Así, sin más. Desangrarlo de tinta negra hasta que la hoja en blanco se llenara de manchas como esas de las pruebas psicológicas. Pero no sucedió.

Ella le confirió pistolas, cuchillos, sogas, veneno... le vació la botella de artilugios encima para que cometiera su propósito. Y él se quedaba perplejo desde la historia, negando con la cabeza y mirándola embobado. Hasta le hizo un corazón con la cuerda que le dio. Suficiente. Ella se encolerizó, lo escupió, hizo rayones erráticos. Le quitó lo apuesto de golpe y eso regresó al personaje a sus principios existenciales. Él, habiendo perdido una de sus gracias, cortó con el borde de la hoja el índice derecho de la escritora. Y sí, el rojo se manifestó.

Asustada, no sin antes maldecir, arrugó la hoja aplastando para siempre al asesino.

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