La comodidad usa trajes de gala. Es regla de oro estar cómodo mientras se compone algo. Así el pianista le toca los dientes a su gran monstruo armónico mientras la escritora se pone un vestido amplio y se sienta sobre cojines inmensos para perderse en su propia cabeza sin que la interrumpan.
También el piano está cómodo. Descansa sobre unas tablas de madera y ha recibido suficiente aceite. Además, no están los verdaderos monstruos que lo acechan: los sobrinos del señor Nowts, quienes hacen añicos lo clásico y han logrado que el piano vaya al psicólogo por lo menos una vez al mes. No obstante, por ahora están de vacaciones y la comodidad es dejar ver los dientes sin temor a despedazar a Mozart.
Los cojines se sienten cómodos soportando la hermosa tela del vestido recién perfumado. No aceptan que nadie más se siente en ellos. Cuando llegan visitas, la señorita Wright los esconde para que nadie los infecte con sus garrapatas imaginarias. Los cojines disfrutan mucho el silencio de la casa y el peso maravilloso del cuerpo de la escritora.
El frac está muy cómodo. Como el señor Nowts se baña todos los días no se genera ni mugre ni sudor ni grasa. Se ajusta a la perfección a la espalda musculosa. Si a este frac lo vieran otros, lo envidiarían por el cuerpo que tiene. Ese cuerpo limpio al que se trepa cada vez que hay un delicioso concierto.
El vestido está cómodo. El perfume natural de la señorita Wright es como llevarlo al cielo. El rosado trasero de ella es como un contracojín. Así, el vestido queda aplastado entre cojines y nalgas, y además no se arruga. El delgado cuerpo de ella es tibio y así el vestido no pasa frío por las noches mientras ella teclea en la máquina.
Sí, también la máquina está cómoda. Ella sólo usa hojas de la mejor calidad. Hace mucho tiempo se había enfermado de una rara pigmentación que unas hojas dejaron en los mecanismos. Ya no. Después de todo, ¿cómo se puede producir literatura si no está impecable el espacio donde se vierten las ideas hechas átomos de inteligible tinta? La máquina tiene abajo de sí un terciopelo rojo que cubre una mesa.
Tras todos los días de comodidades, sólo se sabe que a cierta hora de la madrugada las hojas con escritos descansan sobre el piano, algunas partituras van a parar a la garganta de la máquina de escribir, el frac y el vestido terminan enredados en un extraño acto de sexología textil, tan cómodos y tibios aún, mezclándose perfumes... y todo es tan cómodo que se congela en un cuadro sobre una pared cómoda y acolchonada.
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