Dos al radio. Vestidos con traje negro de motociclista. Las motos estacionadas en la cercanía. Los trajes dicen: Academia.
— Reporte.
— Una enorme pila de basura de este lado. Acá se desgaja un poco de material de años.
— Así se las gasta este mal.
— Acá hay más pilas de algo echado a perder. No huele mal, pero se ve de los mil ascos.
— Sí vamos a necesitar la grúa.
Una vez reunidos de nuevo, los agentes secretos de la Academia llaman las grúas correctoras. Pronto llegan los monstruos mecánicos. Al notar el ruido, muchos libros rotos echan a volar por ahí, espantados.
La grúa comienza a arrancar todo el montón de basura, que no son más que vestigios de letras mal escritas. De repente le cuesta trabajo desgajar algunas partes.
Mientras tanto, en el interior de la celda número 76, un hombre con uniforme blanco gime de dolor cada vez que la grúa arranca un poco de la mala ortografía. Se pega las manos a la cara y conforme la grúa, en otro lado, va retirando los escombros, el hombre va olvidando un poco. Cuando todo acaba, el hombre mira al vacío.
Una vez limpio el terreno, llegan algunos correctores de a pie y limpian todo con una aspiradora portátil. Los motociclistas acordonan toda el área y parten a su destino. Ya no hay más literatura descompuesta. El lugar queda abandonado como la mente del hombre número 76.
Una semilla de vocales queda flotando disimuladamente y a poco comienza a caer nuevamente en el terreno. La tierra se la traga y a los pocos días nace una planta. Después, el fruto se desprende y flota lejos, hasta llegar por la ventila a la celda número 76.
El hombre sale de su trance al ver que algo se ha estacionado en sus palmas. Presiona el fruto fuertemente contra su pecho y traza con sus dedos algo bajo la cama, limpiando el polvo y dejando ver el siguiente poema:
"Rozaz de otoño zaladaz que mueren para rebibir".
Lúcido, una vez más.
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