Para echar por la borda las telarañas que se le empiezan a formar a uno en la cabeza, sin tener que recurrir a ese desastroso río de información que sinuosamente corre entre los hablantes de manera agravante. Lo nuevo: para tejerlas inofensivamente alrededor de las pupilas y los iris y atrapar ese destello del que está mirando, para quedarse con un poco del alma del de allá afuera, el que sonríe, la que llora. Para que al fin y al cabo, aunque quede atrapado entre los hilos, tenga deseos de regresar porque hay algo bondadoso para los habitantes de la mente, los que día con día fabrican el ingenio.
Además, para complacer a los duendes disfrazados de niños que habitan el mundo. Para regalarles algo dulce con un toque amargo y una pieza gigante de misterio. Lo nuevo: llevarlos de la mano hasta el lugar que va a ser explorado y obtener un detalle que se nos había pasado por alto, porque los ojos suelen cubrirse de una neblina algo extraña que se esfuma cuando vamos acompañados de los duendes de pocos años. Para que con razón verdadera y absoluta descubramos que esas criaturas lo único que quieren es llevarse nuestra alma y pintarrajearla con sus ideales.
También para no morir de hambre, porque una cosa es el pan con carne de las mañanas y otra muy diferente el largo bocado de letras con sentido, que debemos llevar no por la boca, sino introducirlo por los ojos muy despacio para que se digiera en el cerebro y después colme la mente curiosa y deseosa de conocimiento. Lo nuevo: muchas veces inteligible, otras no tanto, el paquete completo transfigurará el espíritu, haciéndolo enojar o aliviándolo un poco, para que definitivamente nos queden ganas de seguir probando esta cosa tan novedosa que nos abofetea el sentido común y nos deja con sabor de imaginería y astucia.
Entre otras, para esas cosas nos sirve la literatura.
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