Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

viernes, 30 de septiembre de 2011

Espacio sagrado.

Sorprende la diferencia de consideraciones que el humanoide tiene con los espacios públicos y privados, que no siempre es constante. Hoy día Fulete se siente más intimidado en la calle que en su casa. Mañana Menguete tiene más libertades en las avenidas que en su hogar. Es duro quebrar tradiciones aparentes que no tienen una razón justificada de su existencia, pues muchas tienen carga de años y la sociedad inmersa las defiende como parte integral de su vida diaria. Cuando surge la interrogación, surge también una crisis de identidad en la idiosincrasia, pero crece el criterio y se expande el horizonte mental. La primera medida drástica es, forzosamente necesario, destruir el paradigma de que “siempre se ha hecho así”. Y por otro lado, argumentar por qué no afectarían los cambios.

Pongamos por caso una iglesia que rasca un poco el cielo, pretendiendo alcanzar lo divino, siempre respetada por los fieles. El silencio seduce e invita a admirar monumentales arquitecturas. Se impone. Reina. El espacio es intruso de las palpitaciones de los habitantes temporales. Se hincan. Se sientan. Soplan rumores a los altares y muchas veces olvidan los materiales envolventes para enfocarse en las imágenes. Sería inaudito colocar una bota sucia al pie de un santo así como irreverente pronunciar groserías. ¡Ay de aquel cínico que se burle de cualquier aspecto de una virgen de porcelana! Ya desde lejos una catedral parece hablar con las puertas, diciendo: “Habla en voz baja, mortal”. Pero seamos atrevidos, ¿sería irracional cantar ópera para escuchar los ecos? Ah, entonces tendríamos que desasociar al espacio de las actividades que se realizan en él. La iglesia es para divinizarse y divinizados deberían sentirse algunos. Sin embargo, la grandeza aplastante diminutiviza.

Pongamos por caso una cama que sostiene las almas robadas de cada noche. Un simple lecho para dejar que lo onírico nos consuma. ¿Es sagrado el espacio? Es otro modo de divinizarnos, pues un dios vuela cuando el monigote terrenal no. ¿Y por qué no se le otorga el mismo respeto? Irreverente es sentarse en una cama cuando se viene contaminado de la calle, con las ropas infestadas de bacterias. Ah, pero existe la ropa cuyo único contacto es con la cama. Los hay quienes duermen de todo despojados. Y pobre de aquel individuo que llegue a acostarse en una cama ajena, porque le contaminan el alma. ¿Siempre se ha hecho así? No pasa nada, son culturas diferentes. Un refinado oriental no pronuncia palabra alguna durante la hora del té, mientras que un occidental vive en una habitación pletórica de ruido. Habría que ponerlos en el contexto inverso para ver cómo se adaptan o sufren un poco para reconstruir la costumbre.

La cama te abraza, la moldeas, es el mejor amigo o el peor contrincante para un combate donde se ralentizan los movimientos. Se le debe al lecho la misma dedicación que al templo, porque allí está la conexión con los paradigmas alternos y la estúpida manía del subconsciente. No se brinca en ella, porque para eso habrá otras camas con la función de trampolín. No se come en ella, pues una mancha en las sábanas se convierte en una molestia espiritual cuando se está en pleno desprendimiento. No se coloca nada encima que no sea el cuerpo desnudo. En la cama se llora, se nace, se reproduce, se muere cuando nada interfiere. Allí también se vive la mitad de una vida. Se ama, se funden las figuras y se olvidan los problemas. No hay que orarle vulgarmente, ni siquiera rezarle. Sólo basta que nadie la toque, que sea un altar al que le falta la presencia del monigote que la posee. Revive al caído y repara al cansado. No estará de más dibujarle entre los hilos una oda por tanto que ha hecho. Pulcra día con día, cuando se puede. Y dice a otro que no sea su dueño: “No me toques, simple mortal”. Porque la cama se une a su jinete de por vida, de por sueño y de por muerte.

También son celosas las camas, saben que te has acostado en otras. Si es necesario no importa, si es por placer llorarán en tus sueños. Si un intruso irrumpe en ese lugar sagrado hay que descontaminarla. Lo hizo sin permiso, con su grotesca identidad que mancha el lecho sagrado. Hay que descontaminarla. Es muy diferente cuando invitas a alguien a que la ocupe. Sobre todo si es un niño, porque las camas renuevan, un recién nacido neutraliza las cicatrices de cama. Sólo basta mirar cómo los reyes cubrían sus pequeños recintos como cámaras secretas, porque dormir debería ser un acto privadísimo para redimir las penas y los malestares. Dejamos media vida, medio mundo, medio sueño y el cansancio completo en las camas.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Dios urbano.

Cualquiera puede serlo, ¿cierto? El hecho de que la letra primera sea capital no implica más que el respeto por las reglas ortográficas. Así, entiéndase, no estamos hablando de la entidad superior o divinidad flotante que todo regula y controla. No. Estamos hablando de un sapiens potencial con poderes para dominar sobre los territorios andados. La primera diferencia entre un hombre urbano y un dios urbano es el modo de cambiar las técnicas de desplazamiento. Se han visto diferentes individuos que han evolucionado las básicas formas de poner un pie delante del otro en un verdadero arte corporal. No debería ser este conjunto de habilidades, sin embargo, inalcanzable para la mayoría de los transeúntes. No lo necesitan. ¿Dónde quedó el gusto por el juego del movimiento? En la danza, en las artes marciales, en el teatro y la fotografía que es expresión corporal por antonomasia.

Sí, los territorios públicos urbanos también son espacios confinados que a su vez confinan los comportamientos del dinámico factor social. Andar, se hace camino al andar, se mueve uno por entre las banquetas, otro trota en un parque, otros se estiran, un loco suelto por allí está brincando. ¿Qué regula la libertad de movimiento? No hay nada que impida a un inocente hombre que vuelve del trabajo a casa subir la escalinata de espaldas para darle variedad a su vida y un gancho en el hígado a la rutina. ¿Por qué sólo se puede ser dios urbano con otros dioses urbanos? Yoga, meditación, espacios acordes. Si nadie nos mira podemos volvernos locos. Si una multitud nos juzga tenemos que hacerles copia del “hago y digo”. Si estamos solos podemos penetrar en los arrebatos de pequeña felicidad por causa de un espontáneo movimiento al azar.

Véase en el saludo. Un apretón de manos, un beso, un abrazo, una clave de manos combinadas. El dios urbano crea y descompone, se aniquila como hombre común y se eleva a dominador de la selva de concreto. Dobla la gravedad, además de abrir caminos en tres dimensiones. Véase en un maratonista. Salta, trota, esquiva obstáculos. Es la diversión del desplazamiento que sólo gusta a los dioses urbanos. Los individuos mortales tienen suficiente con poner un pie delante del otro. Véase en el gimnasta. ¿Es transformación en dios y fusión con la naturaleza animal que nos arrastró con el tiempo? Imaginarse dios urbano es querer crear una ciudad para desplazarse únicamente con el cuerpo, sin ayuda alguna.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Qué tienen los gatos?

Poemas sobre los gatos hay muchos. Descripciones también. Yo no sé qué tienen esos animales que se ven atraídos por una sala nueva para despedazarla. No se están afilando las uñas, están haciendo la maldad a propósito porque luego se voltean jactándose de la descosida. ¿Qué tienen esos animales que se les inundan los ojos de criptonita por la noche? Como si yo quisiera ojos de demonio. Cuando se erizan es tan divertido, tan dramático, tan turbio. ¿Qué tienen pues, para que una cabeza de pescado les resulte un trofeo arqueológico?

No encuentro una explicación coherente para el hecho de que se comuniquen con las moscas. Y así debe ser, porque no tendrían tanto misterio si todo fuera tan sencillo. Lo que hallo irritable es aquel maullido de madrugada que parece una tortura. Hasta me han dado ganas de darle razones para que llore, pero me contengo. Trato al gato con la misma hipocresía que me ha tratado. No lo consiento, le doy su comida, le hablo sin vocecillas inventadas con la seriedad de un comensal hambriento.

Es un gato contrariado, porque tan pronto lo envío por un paseo fuera de la casa se espanta como si nunca en la vida hubiera pisado territorio abierto. Más bien sufre, no tiene ni idea de lo que es la exploración nocturna y hasta parece que teme un enfrentamiento con otros felinos. Cae algo al suelo del bocado que consumo y el gato corre a ver qué ha sido. ¿No será más bien un perro viejo disfrazado?

martes, 27 de septiembre de 2011

Después de volar.

Al sapiens genuino le gusta invertir las doctrinas, revolcar los dogmas y desmenuzar el sentido de las comunicaciones. Así, en los creativos ingenios lloverá el fuego de unas nubes cargadas de furia, mientras que los volcanes escupirán agua helada y todos los habitantes pueblerinos se quedarán perfectamente estáticos porque el pánico no existe en ellos. Después de analizar minuciosamente la situación durante escasos siete segundos, sabrán exactamente qué hacer porque el autor ha decidido eliminar la estupidez innata de la gente. Desde las ventanas los inteligentes niños observarán el espectáculo mientras los vidrios se empañan.

— ¡Mamá, hoy la lluvia de lava es amarilla!

Qué lindos los niños porque no temen a las ocurrencias de la naturaleza. Y como son listillos desde pequeños ya habrán generado las suficientes ideas para evitar una inundación con el agua de los volcanes. Las estructuras de los edificios tienen tal maestría en su diseño, que los terremotos sólo se podrán comparar al paso del viento, a una nevada o, redundemos, a una lluvia de fuego. Inversa y naturalmente, cuando alguien haga una hidroata en un bosque, tendrá que traer un humedecedor para que las gotas empiecen a habitar la leña.

— ¡Vámonos de noche de campo! ¡Quiero una hidroata del color del agua de las minas!

Qué tiernos los niños preparándose para jugar con el agua y poner a descocinar su cena en ella. Míralos qué inocentes y conocedores de los trastornos que la naturaleza ha logrado a partir de la evolución accidental que provocaron los anteriores habitantes. Pero si este fuera el caso, ¿no se supone que el agua tendría que quemar y el fuego aliviar? No, la inversión no es totalitaria ni absoluta.

— ¡Mamá, ha terminado de llover! ¿Puedo salir a volar con mis amigos?

Sí, los ultra sapiens viven ahora en casas flotantes y han desarrollado nuevas capacidades pulmonares para respirar la evolución del oxígeno. Y esa pregunta no tiene connotaciones alternas, porque ahora en estos tiempos la naturaleza no está para fumarse, sino para vivirse. Y llevan los niños unas alas de equipo, de una ingeniería perfecta, de un diseño de ave maravillosa, porque ya no basta imaginar que un habitante pueda emprender el vuelo, ahora se ejecuta. Y las controlan como un habitante antiguo usara una bicicleta con experiencia de diez años. Cuando los niños van volando en buen grupo comienzan a observar las pistas allá abajo.

— Mira, mira. Por allí paseaban en dos ruedas y hacían acrobacias.

Ese sol. Ese viejo y solo sol que todo lo ha visto, que ha educado a la Tierra con su luz desde las primeras temporadas. Ahora calienta las artificiales extremidades que favorecen este hermoso deporte de flotar por donde uno quiera. Hoy estoy trabajando y mañana mi hijo quiere ir a explorar unos satélites olvidados que deambulan cerca de una montaña. La curiosidad de los niños es amplia, grande, divertida, no tiene parangón. Me la contagian. Estoy entregando las últimas cargas de roca metamórfica y pasaré a la superficie a visitar a algunos habitantes voluntarios que siembran algo allá abajo.

— ¡Mira! —, me dice mi pequeño—vamos a ver la fauna de ese bosque azul al que todavía no hemos ido.

Todo lo aprendió de mí. Los giros, el despegue, el aterrizaje, los cambios de dirección, el mantenimiento, el cuidado. Le ha costado trabajo aprender a manipular la adaptación ante las repentinas corrientes que nos quieren tumbar. Hemos jugado, lo he rescatado de varias caídas y le ayudé a reconstruir sus alas cuando se atoraron en la punta de un pino. Y desde arriba le he enseñado que la exploración jamás termina, siempre hay que tomar giros adecuados, virar por instinto, demostrarle curiosidad al sendero, desear un extraño encuentro. Qué inocente con sus amigos, yendo por entre las nubes sin temor a chocar contra un avión. Y le digo que maniobrar con un par de alas no es tan complicado como parece, porque eso hacían algunos exploradores y jamás se murieron ni porque pasaban más tiempo con los pies en la tierra.

Llego a casa pero no está. Seguro anda volando con sus amigos. Creo que lo ha hecho casi todo, pero mi sorpresa aumenta cuando me entero de que ha fabricado una bicicleta sólo para saber qué se siente andar en dos ruedas, allá abajo donde quedan algunas pistas. Porque después de tanto volar quizá se haya aburrido y ha querido experimentar el contacto físico y directo con esa erosionada superficie. Ese sol, ese viejo sol que todo lo ha visto y hoy calienta el pelo de mi hijo mientras pedalea torpemente cerca del bosque azul. Y respira un oxígeno verde.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Alegría.

Todos los urbanitas saben que entrando por esos huecos subterráneos donde se desplazan los vagones naranjas, pueden hallar numerosos vendedores de materias tan simples y curiosas como la vida misma. Son las ocasiones para poner atención, y en una de esas el transeúnte termina comprando algo para satisfacer el hambre. A la altura de la estación donde antiguamente los enfrentamientos entre zapatistas y carrancistas provocaban muertes arrojadas a la barranca, se hallan hoy, en plena modernidad, vendedores de alegrías. Ya sabe, esas masas aglomeradas de amaranto con pasitas. Esas masas que parecen ladrillos hechos en serie por alguna máquina que quiere construir una casa de dulces contenciones.

Lo que hará que tenga usted un rompecabezas será la doble cuestión: ¿es cada mordida en la barra un motivo causal para ganar alegría psicológica o la alegría viene del sabor? No es por sospechar nada, pero presiento que las barras contienen una alegría implicada más allá del puro gusto. Se instala en la mente del consumidor como si ya hubiera estado allí por mucho tiempo. Es una venta de alegría abstracta. ¿Ya había olvidado aquella sensación en el estómago la primera vez que besó a alguien? ¿Y un día de triunfo? La alegría de amaranto es el medio, la alegría psicológica es el fin. ¿Y qué más da? Es simple y sencillamente una mezcla inocente entre almendras y otras semillitas.

Debería animarse un vendedor a pisar el polo opuesto y trabajar sobre las tristezas. Seguro que las comprarían por una razón: una alegría después de una tristeza sabe más renovada. Y además las tristezas no se adhieren tan fácil a la mescolanza, por eso no vienen en barra, sino en bolsitas desperdigadas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Pulcritud.

Lo que realmente delata las vidas de los humanos es una muerte violenta, escandalosa y llena de partículas desagradables que quedan expuestas. Todo el proceso de recoger lo que queda del cuerpo y reconstituir la integridad de la imagen es la parte incómoda. Limpiar el líquido rojo, necio, que se funde con los asfaltos y cualquier otra cosa que toque, es la parte amarga. Ver la tragedia, el impacto, un morbo en forma de muchedumbre y alaridos desgarradores; es desconcertante. Y ver que la sangre sale y sale y sigue saliendo y no se acaba aunque el cuerpo sea diminuto, ¿cómo cabe tanta? Parece que se multiplica al salir. Debería ser de otro color: transparente para impresionar menos. No digo que te equivocas, naturaleza evolutiva, quizá no pensaste que el hombre y la mujer pudieran transformarse en bestias horrendas.

Pulcritud sería un paro cardíaco y desvanecerse en destellos de luz después de quince minutos de ausencia de latidos. No existirían las negras escoltas ni los servicios funerarios. Los campos de batallas entre dos territorios enemigos estarían verdes y frescos. Rápido. En la moderna civilización las leyes estarían desfasadas por mucho, pues al cometer un delito no habría evidencia. Los lamentos durarían menos porque no ocurrirían las noches de velorios. Ni hablar de los cementerios, inútiles porque no habría nada que enterrar. No digo que te equivocas, naturaleza evolutiva, pero nos haces el tiempo de muerte un gran momento de decadencia.

Pulcritud habría en un accidente de vehículos, pues habría que llamar tan sólo a las grúas para remover las piezas mecánicas hechas un desastre. Si acaso sobreviviera alguien, no sangraría ni tendría raspones o la linfática mezcla sería parecida al agua. No pensemos en lo que tendríamos que quitar de la actualidad: poemas de sangre, metáforas con el carmín, hospitales, la historia modificada. Pensemos mejor en lo que sucedería: una espontánea y etérea transformación de lo tangible en un caleidoscopio de colores que se despiden antes de esfumarse.

Esta pulcritud sería, sin lugar a dudas, una evolución de la muerte, porque ni para ella se tiene tiempo en las apretadas agendas del urbanita.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Clon de Polen.

Cuando me di cuenta del poder de creación que puede desencadenar una sola palabra, me vino a la mente un flujo de ideas sobre la fuente de la vida. De este modo, las palabras son células que cumplen con una mágica bipartición para llenar el hueco blanco o amarillento que aparece en el papel. Verde o negro, si se trata de un concepto digital y teclado. A su vez, las palabras son el resultado de la simbiosis entre las letras, como proteínas que sólo forman enlaces que harán funcionar la pronunciación.

Observé una palabra en un libreto ajeno: polen. ¿Robarse la palabra para desencadenar una construcción literaria es considerado como plagio? Si este fuera el caso, todos nos plagiamos y salvaguardamos la diferencia por un mero factor matemático de combinación a partir de una simple oración integral. Bien, ya extraje el polen de su contexto original para darle un nuevo giro. No podrá decir la autora del libreto que le he robado una idea que ni siquiera se le ocurrió. Entendámonos: para que pueda ser acusado de plagio, necesito clonar un texto, no una palabra. Polen. Hacerle una oda o denigrarlo, meterlo en un poema o prosificarlo.

Hay quienes son alérgicos al polen, pero hay quienes se bañan en él para recibir un tratamiento exfoliante y reestructurante de alma. Te hace estornudar, genera cosquillas, reproduce y también se clona. Todas las plantas han sido plagiadas de otras, sellando con un pétalo diferente su agraciado cáliz, pero dos gotas de néctar no son idénticas. Si se regala un puñado de polen en una caja con naturaleza no se debe dudar que brotarán por allí nuevas epecies.

¿Qué dirá la autora ahora que le he robado su semilla para hacerla crecer en un árbol de generosas dimensiones? Esto no es cuento, si acaso ensayo, prosa juguetona, no es carta. Hagamos una misiva, sólo para entrar en un nuevo género contagioso; porque hay cartas dentro de novelas y novelas escritas con cartas.

Mi muy querido Polen:

Para cuando estés leyendo esto ya te habré incluido en uno de mis desvaríos literarios, pecando de atrevido por haberte robado de otra zona literaria. Si tu autora te pregunta, dile que tenías ganas de aparecer entre las líneas, elevándote hacia lo extraordinario o disminuyéndote a lo trivial a merced del escritor. Si no sabes leer aprende para que puedas comprender esta paradoja. Quisiera preguntarte, si tu composición me lo permite y con el debido respeto, ¿qué se siente ser clonado para exponerte en un texto? Espero que me sigas inspirando para utilizar tu construcción fonética en versos y estrofas.

Y ahora que el árbol está bastante crecido, el Polen puede seguir multiplicándose alrededor del mundo en algunos haikús, jitanjáforas y sonetos.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Canción de nostalgia.

Hoy un violín entró por la puerta equivocada. He allí sus desplazamientos con el arco, más cómicos que clásicos. Cuerpo un poco raspado por las trayectorias de la vida. Ahora se gana la vida cantando en el tren subterráneo, donde la electricidad veloz apaga el sonido de la melancolía de un músico que ha muerto.

Las notas roncan. Se desafina. No busca dinero, ni aplausos, porque tampoco quiere hallar conmiseraciones. Lo que pide a alaridos de cuerda y arco es una nueva alma que le guíe, que lo amaestre para sentarse galante como ésos de las salas acústicas.

Ignorado. Pronto se dio cuenta el triste instrumento que cuando se cruzan las puertas automáticas el gris se palpa en las caras de los monigotes diarios. Pero vive porque nada muere en realidad. Cambia de vagón, alude a la atención, canta más fuerte. Se vuelve a desafinar pero logra un crescendo del pasado. No hay alegros en esta ocasión.

Al salir la muchedumbre en la última estación, el violín baja despacio. En los tiempos anteriores el músico era imprescindible, pero ahora los instrumentos deben viajar solos para ganarse… no, no la vida, sino la atención del alma. Desde hace varios años la gente con orejas no escucha en realidad.

¿Cuál es esa nota? Se queda vacío el remedo de andén y el violín mira un póster desgastado en la pared. Concierto en tal lado. A tal hora. Y tiene músico y toda la cosa. ¿Alguien quiere ser mi músico?

La masa oligofrénica de pasajeros ignora al violín solitario. ¿Qué no ven? ¡Es un violín que se mueve por sí solo, cobró una vida quién sabe dónde, está animado! Por eso es la puerta equivocada el tren subterráneo, porque los eventos más inverosímiles son transformados en mundanos por la sombra expresión vacía de los que viajan allí.

Y estoy seguro que en algún lugar del mundo donde no pasa nada, un músico quiere conocer a un violín vagabundo y sin rumbo fijo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Descosidos.


Abajo del puente he visto a un tejedor de las palabras. Con una pluma en cada mano hacía giros y giraba ejes imaginarios mientras que algunos sustantivos aparecían en el aire. A su lado se llenó de artículos que no se usaban, por sí solos estaban vencidos por la gravedad. Mientras, los sustantivos flotantes escaparon como burbujas de glicerina y jabón.

Pocos tejen palabras en estos tiempos. Todo mundo las pronuncia, las escupe, las pisotea y uno que otro suertudo individuo las amarra a sus zapatos para no olvidar que existe el lenguaje. Pero tejedores… quedan muy pocos. Se ocultan para no ser lastimados con pseudopronunciaciones de la adolescencia moderna. Los parladores cotidianos todo lo economizan, lo tergiversan de mala fe, innovan pero hieren, crean y luego descosen. Pero tejedores… están camuflados con el resto. Ellos toman el arte por las manos y el bolígrafo es diestro en su posesión. Arman verdaderos trajes, bondadosas obras maestras de la sastrería lingüística. Se los ponen, los modifican, van y se los cuelgan inocentemente a un perchero o en la espalda de la gente corriente. Constituirían, me consta, tiendas interminables de ropa gramaticalmente correcta e ingeniosa. Se esconden, son fugitivos cuando tejen según la antigua escuela conservadora; pero todo se moderniza, y la Sociedad Secreta de Tejedores de Palabras halló en la virtualidad un lienzo infinito para sus murales.

Así era el mural que vendía este creador bajo el puente. Lo extendió para mostrármelo. Un exquisito tramado de vocabularios restauradores. Me explicó que con esos murales ellos combaten contra las perogrulladas y desatinos de los descosidos adolescentes que mutilan y deforman cuando duplican vocales y triplican signos de puntuación. No se venden, se regalan. “El lenguaje es motivo de enfrentamientos, de confrontaciones ideológicas”, dijo. Los tejedores como él arman, mientras que los insensatos descosen. Algo se puede rescatar de algunas letras perdidas. Es como hurgar en la basura, porque una vocal brillante nos haga el favor de meterse en nuestras oraciones. ¿Quién quiere, sin embargo, una impronunciable combinación de consonantes heredadas? Para algo han de servir: de marco, de prólogo, de manifiesto, de capital.

Todos nos hemos descosido alguna vez. Yo, tejedor de las generaciones antiguas, tuve que conocer el fondo y el trasfondo de lo ruin, lo insulso y lo insípido de expresiones vagas. Tuve que descoser también para reorganizar todo en una red de belleza literaria. Es trabajo, es oficio, es día a día. Regalo los murales a cambio de una dulce pieza de pan, de galletas, de manjares pequeños. Curiosamente, algunos nuevos tejedores han hallado el modo de infiltrar majaderías y transformarlas en algo de vanguardia, porque saben lo que hacen.  Tuvieron que probar la magnitud de expresiones sin sentido para reconstruirlas y elevarlas.

Tal fue el caso de buen amigo mío, que tejió un ilustre poema con los desechos del desagüe virtual que fluye interminablemente en los tiempos modernos. Entre esos retazos de una red sin control, se toman porciones útiles para el rompecabezas propio. Y hoy, visitante audaz, guardo la pluma y saco el tablero, llegan por el aire a una pantalla hilos de letras con los que pienso tejer una historia nueva.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Pluma en el bosque.

Mira Gafís, ¿ves la montaña alfombrada? Allí se mecieron los secretos en las copas verdes y allí nacieron los sueños de muchos poetas. Antes del lujo del verde tapiz se sembraron las ideas y poblóse la colina con semillas de intenciones. El bosque que cubre la cabeza del explorador artista enverdece las lágrimas del creador de melancolías. Ha invertido un tiempo de esmeralda. Un tiempo esmaltado, una pintura de juegos del corazón de pino, un espacio silencioso.

Tienes que ir solo, Gafís. Si te acompañan tus amistades ofenderás al bosque, harán bohemia la noche y cantarán letanías innecesarias. La hoguera no es buena estas noches, no es bienvenida. Para eso tienes el haz de luz de Leuksna. Ella te baña, te seduce, con eso basta. Tienes que ir solo sin más amigo que tus papiros y la pluma que escogiste, porque vas a consagrarte en una poesía que al bosque deslumbre. Silencio, amigo. Paz en tus pasos y atento la tarde que vea caer el manto nocturno, porque un bosque nuevo es digno de respeto. Nada de música de liras ni danzas ni romanceros. Eso has de posponerlo para tu segunda o tercera vuelta, cuando se te impregne la frescura de la hierba y el musgo de los pinos. Tienes que ir solo, Gafís.

No debes correr con miedo, ni con valentía, mucho menos con gitanerías o bravuras falsas. Sé tú mismo como con nadie has sido, pero no vayas completamente desnudo. ¿Entiendes lo que digo? Ni tan grande que oprimas la llanura ni tan pequeño que huyas despavorido. Carga con humildad tus herramientas, como quien navega con pluma de tonto para que sorprendas la noche verde con magistrales proverbios y oraciones de ensueño. Que no te espante el viento. ¿No ves que las reverencias vienen disfrazadas, Gafís? Inclínate al momento, un árbol será tu portento.

Anda a infiltrarte Gafís y escucha tus venas latir. No cuentes lo que existe allí dentro, guarda celoso del bosque los secretos. Si te toman de la mano no seas imprudente, no viajes en pánico sino más bien transforma tu sangre para que entiendas el asunto. Será una rama, será una flor que baja, será un pino que te llama para que duermas al pie de su tronco y halles su voz elevada. Son palabras sabias, torcidas, habrás de interpretarlas. Son naturales, verdosas, esmeraldas en joyas de vocablos que tocan a tu puerta. No lleves las botas del miedo, porque nunca más tendrás permiso de regresar. Admira mejor lo nuevo, para eso la montaña se ha erigido con tanto esfuerzo en lo siniestro de los tiempos. Allí hay poesía en los ecos del viento, cuando pasan a través de los frondosos huecos. Escúchala y aprende.

Si oyes los llantos de un niño no temas, Gafís. No seas como el recitador que está ajeno, sino como el bardo cuya música reside en el corazón de la alfombra verde. El bosque es tuyo y tú eres del bosque. No apures, no corras, no tengas curiosidad injustificada, Gafís. No muevas, no toques sin permiso, no entres en locura. Más bien admira y gradualmente se te granjeará la amistad de la montaña húmeda.

Ya sé lo que tus ojos preguntan, Gafís. Los duendes, los duendes me decís. Querer verlos es de antemano no ver nada de por sí. Si eres paciente ellos vendrán a ti, pues el sonido de la pluma en el silencio de las hojas llevará a los elementales a inquirir. Música es para ellos tu sosiego y pasión por la poesía febril. Más bien has de llamarlos sin llamarlos, así de esas magnitudes es el retruécano, Gafís. Sin querer deseando, no mires atrás de ti, concentra la carga emocional en tu pluma, en el trazo, en una caligrafía de efluvios, en labios de voz escrita, sin disturbios, como una gota de anfibolita.

Sentirás la manos pequeñas en tu espalda, los susurros difuminados en el viento, las sombras  diminutas que evaden los haces de Leuksna, las huellitas de los ayeres, todo eso verás sin quererlo. Quedará plasmado en tu obra, una esmeralda con vida, una joya de bosque, un tesoro de montaña plantado por la noche y florecido en la mañana.

Ahora ve, leal aprendiz, y de la montaña boscosa una obra escribe, con la pluma y el viento, con el aroma a cedro, con buen aliento. Escribe, del bosque escribe Gafís.

martes, 13 de septiembre de 2011

No te detengas.

Cuando cobra el ímpetu ella avanza sin detenerse. Pasea por las banquetas en las grandes avenidas con agujas por tacones y pétalos negros por falda corta. Avanza con una grata sonrisa que es perfecta combinación entre seguridad y coquetería. El suelo se desplaza bajo sus pies: allí pasan cementos duros, rocas pulverizadas, colillas de cigarro, pintura seca, pisos pulidos, alfombras recién peinadas, jardines pequeños, maderas barnizadas, escaleras metálicas dinámicas, perros en el empeine, gatos acicalados, viento del sur, pedales y frenos, desfiles de zapatillas… pero las alcantarillas, ¡esas son esquivas!

Y no se detiene, duele más ella de pie que adelantando las distancias. Los reflejos de los escaparates la ven, las ventanillas de los coches la ven, el maquillaje en su espejo la ve. Prefiere cambiar el rumbo y girar que esperar un semáforo. Firme, segura, derecha y orgullosa. Es una lástima que las suelas se enfrenten a la maldad de las bacterias. Planea su trayectoria paso con paso, sólo le faltan alas que no usaría para no perder el suave y rítmico contoneo.

Dos calles adelante tres espejos la confrontan. Sólo ellas la intimidan en una coreografía sincronizada de seductores tacones. Y no se detiene aunque después una mano que aparece de repente le quiere entregar un rancio volante. Ni tampoco porque una pareja obstaculiza su ruta, ella cambia el rumbo con prematura sagacidad. En la cámara de un fotógrafo profesional ella surge con descarado movimiento dramático. Allí tampoco se detiene. Las envidiosas maniquíes de la sastrería giran sus cabezas mientras ella cruza. La corola negra de donde surgen dos piernas respira con cada paso. Si el suelo fotocopiara sus huellas, los puntos suspensivos la delatarían. Sólo nosotras entendemos la elegancia de diez sensuales centímetros en suma, el empeine inclinado, el ritmo de caminar en un meneo equilibrado.

Pone un punto final en la entrada de su casa. Sube la escalinata y al cerrar la puerta por dentro abandona la sensualidad de esos adicionales diez centímetros, pero ella sigue caminando de puntas mientras la suave alfombra le hace cosquillas en los pies. Y en la cama recibe besos de su almohada en los tobillos. Sólo nosotras entendemos las caricias posteriores a un día de diez gloriosos centímetros de renta. Y ella no se detiene, empuja la dulce textura de la almohada cual felino que prepara su cama. Está acostada y aún bajo sus pies se desplaza el escenario de su hogar.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Tomarse las palabras.

Tómate las palabras como vienen, literato, bébelas dulcemente por la mañana o arrópate con ellas en el frío de la noche. Allí vienen, insensato, tiende redes en las ventanas para que no se salgan y no lleguen a otros oídos. Tómatelas con gracia antes de tomar otra cosa, para no fermentar la consistencia. ¿Ves cómo es grato? Discurren de la jarra de la mesa en el vaso, burbujean y efervescen a tu lado en garabatos, bébelas calientes y espumosas o frías insensibles. Hay que tomarse las palabras en serio, escritor, como el cuello del acusado que se estremece ante el hacha de su ejecutor. Haz temblar el papel en blanco, dale su dosis al vacío receptor, cúrate de espanto.

Tómate las palabras de tus amigos para que no se sientan ignorados. Luego de tanto dejar al aire los artilugios, flotan vacías. Por eso en la reunión bohemia llegaron después de la hora prometida cantando subterfugio. ¡No! Agarra sus palabras tal como vienen y no has de darles otro sentido, porque en estos tiempos al tiempo le han mentido. Sórbelas con orgullo y nútrete de lo que todos desprecian, porque de palabras estás hecho y presto estás para hacerlas.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Pluma para escribir.

Mira Gafís, ¿ves el tintero húmedo? Es señal de que alguien ha escrito antes. No hace mucho esa pluma estaba en las manos de un artista, creando mundos nuevos y alimentando mentes, saciando las creatividades y explorando las hojas. La caligrafía exquisita demuestra la dedicación de quien la sostiene. Ha invertido un precioso tiempo de oro. Un tiempo dorado, un fino rehilete de expresiones escritas.

Siempre tiene que estar lleno, Gafís. No hace mucho estaba la pluma adosada a la silueta elegante de un ganso que flotaba sobre el espejo del jardín. El lago es la puerta de donde se salen los sueños, y quiero una porción de él en el tintero, para que el artista logre conquistar los corazones de los poetas.

No deberás remover la pluma con maldad, ni con alevosía. Más bien el ave digna te obsequiará el elemento de la fantasía. Si acaso sacudieses al pobre animal en tempestad para robarle la pluma, atrocidades se cometerán en la hoja, el tintero se derramará sobre tus ideas, asesinarás con prontitud el estilo. Si más bien has de hablar tranquilamente al ganso para que acuda a tu llamado, te pondrás a su altura, le acariciarás las alas y recogerás la primera pluma que desprenda en gratitud.

Si quieres conjurar a Leuksna en un cielo nocturno y despejado, bastará que mires por la ventana para ver si el ave nada cerca de la orilla. Has de cargar con una hoja en blanco y ponerte a escribir en la ribera. Allí Gafís, verás dos Leuksnas en los ojos del que brinda la herramienta del arte, en el pico imposibilitado para decirte las poesías del agua, en las membranas y contornos de sus patas que pisaron millares de terrenos.

Ámalo, consiéntelo y mímalo Gafís, porque por él hoy tenemos para escribir. Aliméntalo por las mañanas con el mismo esmero con que muerdes el bollo del desayuno, déjalo libre para que explore como la mente del artista en la hoja en blanco, permítete interpretar sus trazos en el agua, porque querrá decirte sus propios ensayos en las ondas que produce. Si huye de la noche refúgialo en tus brazos, porque luego tú en la noche te refugiarás bajo el lago.

Cuando bajes al jardín, quítate las sandalias y despójate de los prejuicios. Ándate descalzo por la pradera, Gafís, y verás por qué el donador de la herramienta con la que escribís, está dotado de fina complacencia. Pronto te acostumbrarás a sus horarios, a sus llamados, a sus quejidos y a sus historias tejidas en el agua. Pronto deslizarás la pluma como él lo hace sobre el espejo del jardín.

Pero algo sí te digo, fiel y leal Gafís, una noche de trascendencia no lo encontrarás, pues se habrá ido a nadar por cierto umbral. Espera presto y ya verás, en el tiempo la respuesta has de hallar. Queda quieto frente al agua y en la distancia divisarás a un cisne. No te muevas. No hables. No respires tan fuerte. Si el divino cielo y tu corazón te lo permite, del cisne la pluma te ha de llegar. Y con ella crearás una obra de arte sublime. Una obra de oro, de oro tejida, dorada escrita. El cisne llega cuando el ganso ha revelado a sus amistades que estás listo para ir más allá de la prosa en la poesía. De oro la pluma del cisne que el sol confeccionó al amanecer.

Ahora ve, leal aprendiz, y del ganso una obra escribe, con la pluma que el anochecer te ha confiado. Escribe, del ganso escribe Gafís.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Sugerencias urbanas.

Lo que hace falta en esta sociedad es un manual sobre el comportamiento humano en la estructura urbana. Por principio de cuentas se devalúa al pobre transeúnte cuando se trata de adorar las máquinas. Allí tiene que ir el monigote, viboreando en zigzag, sorteando los cofres y esperando que las cornetas no destrocen el tímpano. Hay que notar el desequilibrio: un caminante contra un manejante no tiene oportunidades. Un conductor contra otro conductor es una propuesta discutible. Sin embargo, entre los caminantes las reglas deberían ser más sencillas.

Pongamos por caso la banqueta. Allí se emulan las circulaciones de los armatostes en las grandes avenidas: circule usted por la derecha, el carril izquierdo va en sentido contrario, rebase con precaución. Llegará el momento en el que se tope con un par de transeúntes en sentido contrario, y para colmo el que viene sobre su carril (el suyo de usted, no de él) casi quiere forzarlo a quitarse con tal de no replegarse a donde debe. Se quitan hasta el último momento. El flujo sería mucho más rápido si se respetara una sencilla regla: cada carril su libertad. Y si el que viene en sentido contrario tiene la osadía de meterse, que tenga la audacia de regresarse oportunamente a su vía, evitando a toda costa que usted disminuya la velocidad de sus pasos.

Pongamos, por otro caso, el ingreso a los gusanos metálicos. La regla existe en forma escrita pero como hay más “leedores” que lectores, se ignora. “Permita salir antes de entrar”, dice una leyenda urbana. Si la negligencia fuera mierda, todos los días vería usted montones y montones de coprolitos andantes que no ceden el paso. ¿Verdad que no es sano cargar con tanto excremento mental? Lo que resulta más extraño, es que el flujo sanguíneo mantiene un orden natural en el interior del cuerpo. ¿Cómo es que ese simple hecho no otorga la pauta para mejorar las andanzas por las calles?

La respuesta: el individualismo con pedanterías. Sugerencia: sea egoísta de lo que le corresponde y permítase ciertas libertades que mejoren la sociedad urbana.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Jugar tan solo.

Jugar a que ella es un personaje que lo ama. Para eso está hecha, para admirarlo, para no verle los defectos que trae en cada célula, para aceptarlos como parte de la maravilla, así como un sulfuro de amor verdadero. Meterse en uno de esos libros donde existe un escenario que usarán para sellar el acuerdo. Jugar a que no existe, que él es sólo la imaginación de alguien que está escribiendo una terrible historia de la cotidiana realidad. Pedirle suplicante que la escriba a ella, no como se la ha imaginado, que mejor lo sorprenda y la ponga a odiarlo para que después se enamore cuando le salve la vida en un terrible accidente.

Jugar a que ella interrumpe sus minutos de transitar para sonreírle sin que se dé cuenta. Que lo ha venido siguiendo todos los días cuando la causalidad los ha juntado. Que lo conoce sin conocerlo y lo ha idealizado pero no se atreve a decirle nada porque se dará cuenta de que el personaje morirá instantáneamente. Jugar a que tiene sentimientos y que aún no es tarde para buscarle una lágrima que lo reviva de la soledad y la muerte que lleva en los hombros desde hace un par de años. Jugar a que existe el romanticismo y traerse entre los bolsillos una carta para una perfecta desconocida que no le importará ver nunca más.

Jugar a que todos los viernes por la noche tiene una amante diferente, que es cautivador y que su mirada impone. Que después de llevarla al cielo y bajarla al infierno, ella se quede abrazándolo como si fuera su esposa por una noche. Que recibe una llamada por teléfono dos días después para decirle que lo extrañan y que la realidad urbana es insuficiente sin su presencia. Que en una de esas noches ocultas alguna se hará su novia y esperará más llamadas. Que lo traten mal, pero que lo traten al menos, para no ser más un caballero invisible de finísimas proporciones que es demasiado tierno para someterlo a impulsos y arrebatos.

Jugar, sólo jugar, porque la realidad es una pintura congelada, cubierta con una manta cuyos agujeros dejan ver los ojos deprimidos de ese galante poeta maltrecho. Jugar, porque en la realidad los patanes atrevidos se llevan todo el crédito de una conquista que él intentó dominar con las palabras.

martes, 6 de septiembre de 2011

Maduración del texto

El punto de maduración de la escritura no necesariamente se alcanza con la edad, sino más bien con las lecturas y la “escribida” o esa insolente actitud de atacar al texto por donde menos se lo espera. Eso, y la crítica de buena fe que motiva a reconstruir el texto a partir de argumentos convincentes. Figúrese a unos autores que creían en la pureza de sus letras. Tanto, que gustaban de evitar todo tipo de acercamientos literarios con el fin de no contaminarse o sugestionarse con ideas previamente creadas. ¿Podría llamarse empirismo del lenguaje retórico? Es posible y válido que llegaran a rozar en algunas creaciones genuinas, puesto que no se inclinaban por ningún estilo. Bien sucedía el caso contrario, donde leían tanto, que podían filtrar información y moldear las plastilinas a su antojo.

Si se pregunta cuáles son las temáticas abordadas para adultos, caerá en que la maduración logra llevar al filo las emociones y malabarear con ellas: la desesperación, el romance, el sexo, la muerte, el asco, alguna filia, alguna demencia. Y además la posterior combinación de ellas. Observe bien y los temas se van adaptando al sentimiento de un enamorado, de una odiadora, de un maniático, de una desesperada, de un moribundo, de una deseosa por recibir caricias, de un animal convertido en humano, de un asesino con serios antecedentes psicológicos, de una enferma, de un engreído, de una ingenua. ¿Y qué decir de un maravilloso y real viaje que habla sobre eventos inverosímiles que efectivamente tuvieron lugar en un espacio y tiempo contemporáneos?

Note usted bien la presencia de cualquier ingrato personaje que se parece mucho a la realidad en cualquier obra, dentro de sus paradigmas y problemas, pero envolviendo en el círculo a los que lo siguen. Sin los sentimientos personalizados los actores de la novela distarán por mucho de fijarse en los cerebros que los aman u odian. ¿Literatura de arte? Y me pregunto en estos puntos dónde reside la diferencia entre los matices de la novela de acción y la retórica descriptiva, extensa y poética. Me contesto que por eso surgen las obras genuinas que combinan todos los elementos para mostrarse irreverentes, incongruentes quizá, pero dejando lugar a que esa incongruencia juegue en las mentes y obliguen al lector a responder con una objeción. Se hace madurar también el cerebro del seguidor.

 El punto de maduración de la escritura debe conceder una batida de las ideas que trae el lector hasta ese momento. O bien se pone de acuerdo o rechazará las premisas. Ya no bastará que después de una serie de eventos, el protagonista de una obra viva feliz para siempre, porque el observador es sádico, cruel, sufridor; querrá que el otro, el que nunca falla y que se emula como un carácter perfecto, caiga también en un manojo de desgracias que le modifiquen el semblante. No obstante, las escrituras maduran según su tema. En tierras de humanos el dios es elevado, pero en mundos de dioses el humano es interesante, y a veces los mortales aman sentirse dioses por unos instantes.

Siempre hay algo más que un final, porque si se ha dado cuenta, la vida no concluyó allí donde hubo un matrimonio, donde hubo un hijo, una casa nueva o un viaje. O donde acabaron con el “malo”. Es la vuelta de hoja y la posible continuación de toda la historia lo que promueve, aún, la maduración de la escritura y la lectura. De la “escribida” y la “leída”…

lunes, 5 de septiembre de 2011

Literariedades

¿A qué deidades invocó el escritor para rellenar tantas hojas con semejante longitud de descripciones? ¿Cómo se elevó tanto en su conocimiento para garibolear el barroco de sus construcciones literarias? ¿Cuántas palabras se le han molido en el cerebro para que conozca la receta clasicista de los argumentos que expone? Dice tanto sin decir nada… El neologismo que estamos buscando atiende a lo que un artista haría para moldear su compleja plasticidad en una escultura. Es el embudo invertido o el ciclón del lenguaje incontenible. Es el cuerno que anuncia retóricas torcidas que a muchos disgustan. Es el aumento de producción de vocablos y el vuelco del sentido en las inocentes mentes humanas. Es la lingüiratura, la ludiprosa, la diversión de separar las reglas y rearmarlas. Es el desafío y la irreverencia divertida de un texto ante la especulación ansiosa de esos ojos que se mueven de izquierda a derecha. Muchos la aman, otros la detestan. Ante el párrafo completo y manifiesto ya nada se puede hacer. Sólo hablar mal de él o admirarlo y reverenciarlo. Tirar la hoja donde está escrito no servirá de nada. Es indestructible porque el lector no puede devolver (como en el caso excepcional de la comida), algo que ya se almorzó en dos o tres páginas.

Aquel señor sentado con elegancia en la banca del jardín está haciendo algo con las palabras. Hay que mirar de veras cómo las tuerce, cómo las dobla y desdobla en un inocente juego. Ha escrito un ensayo, pero no le ha gustado, así que decidió mandarlo a la deriva en un barco de papel. Las tintas ¿se diluirán? Abajo en las faldas de la montaña, en el río, donde la corriente es menos intensa, atrapará la figura de origami un niño que está aprendiendo a escribir, y tomará por leyes las reglas del ensayo. ¿Acaso no se reciclan las ideas los escritores? Un día un buen hombre tira sus argumentos porque le parecen insuficientes y otro día llega un avispado, listillo, las coge y sucede entonces cualquiera de dos opciones: si es respetable, mantiene sólo las palabras clave y arma una historia de lujo, como aquel buen caminante que recobra la funcionalidad de las cosas desperdiciadas. Si rufián, mundano, vil, plagiador, se adjudicará asquerosamente la autoría.

El plagio menor no existe, porque todos nos prestamos las limitantes palabras para crear ilimitados monstruos e infinitas progresiones literarias para alimentar un rato las inquietas mentes. La combinación de los veintitantos símbolos nos abre un abanico tan grande como el horizonte de 360 grados en altamar dentro de un buque de guerra. Y aquí sí, notará el conocedor, soy de buena fe cuando recuerdo a los monos mecanógrafos que armarían una biblioteca total. ¿Acaso no es elegante pedir permiso ante los ojos del que me sigue cuando voy a traer a merienda las escrituras de otros escritores? Hay una delgada y espiritual línea de la dignidad entre las frases que pasean entre libros. No sería pues lo mismo, sin reconocer la intención, decir que en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, a citar mal y accidentalmente y adjudicarse por eso una autoría cuando se pregona que en un lugar donde hay manchas no quiero acordarme del nombre de la obra. Y por si se notó: ¡válgame sin las comillas! Y ¡válgame el olvido de la puntuación!

Entre otras ocurrencias y enredos, se me ha pegado en la mente la gelatinosa idea que viene a continuación: ¿una máquina de escribir con cuerdas adosadas al golpeteo? Así podríamos tener artistas de doble fondo: escritores y músicos. No esperemos que salga una armónica perfección al primer intento, pero los críticos dirán que aquella pieza musical es de gran calibre. Luego, al asomar al texto descubrirán que no dice nada legible en el mundo de los humanos. No obstante, podríamos contar con prestigiosas palabras de buena acústica. Ya sabríamos cuando alguien estuviese escribiendo agua, aire, fuego y tierra. Los elementos combinados nos dicen que estamos hechos del polvo de estrellas, pero no. La realidad es que venimos de una máquina de escribir que el tiempo dejó olvidada. Somos el conglomerado de los veintitantos símbolos, y por ende, unos lenguajes andantes. Somos la literatura nacida dentro de nuestros corazones. Por las venas no corre sangre, pero fluyen poesía y prosa. Naturalmente, también somos los errores tipográficos y en más de una ocasión, con permiso, hemos perdido la tilde y metido la pata en el renglón adyacente.

He aquí otra revelación: fuimos los personajes que creamos y recordamos. ¿No es el subconsciente poliforme, constructivo y destructivo? La fantasía que contenemos utiliza el medio literario porque la enjaulada esencia humana limita las transformaciones. ¿Quién si no el autor para decirnos cómo era exactamente la tortuga sobre cuyo lomo aparecían mensajes? ¿Quién si no él para relatarnos por dónde voló el dragón? Y en un hoy al cuadrado, dudamos de la veracidad de lo que narran los libros porque nosotros los turistas no nos quedamos a vivir en ninguno de ellos, pero conocemos millares que se nos estamparon en la memoria.