Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 13 de septiembre de 2011

No te detengas.

Cuando cobra el ímpetu ella avanza sin detenerse. Pasea por las banquetas en las grandes avenidas con agujas por tacones y pétalos negros por falda corta. Avanza con una grata sonrisa que es perfecta combinación entre seguridad y coquetería. El suelo se desplaza bajo sus pies: allí pasan cementos duros, rocas pulverizadas, colillas de cigarro, pintura seca, pisos pulidos, alfombras recién peinadas, jardines pequeños, maderas barnizadas, escaleras metálicas dinámicas, perros en el empeine, gatos acicalados, viento del sur, pedales y frenos, desfiles de zapatillas… pero las alcantarillas, ¡esas son esquivas!

Y no se detiene, duele más ella de pie que adelantando las distancias. Los reflejos de los escaparates la ven, las ventanillas de los coches la ven, el maquillaje en su espejo la ve. Prefiere cambiar el rumbo y girar que esperar un semáforo. Firme, segura, derecha y orgullosa. Es una lástima que las suelas se enfrenten a la maldad de las bacterias. Planea su trayectoria paso con paso, sólo le faltan alas que no usaría para no perder el suave y rítmico contoneo.

Dos calles adelante tres espejos la confrontan. Sólo ellas la intimidan en una coreografía sincronizada de seductores tacones. Y no se detiene aunque después una mano que aparece de repente le quiere entregar un rancio volante. Ni tampoco porque una pareja obstaculiza su ruta, ella cambia el rumbo con prematura sagacidad. En la cámara de un fotógrafo profesional ella surge con descarado movimiento dramático. Allí tampoco se detiene. Las envidiosas maniquíes de la sastrería giran sus cabezas mientras ella cruza. La corola negra de donde surgen dos piernas respira con cada paso. Si el suelo fotocopiara sus huellas, los puntos suspensivos la delatarían. Sólo nosotras entendemos la elegancia de diez sensuales centímetros en suma, el empeine inclinado, el ritmo de caminar en un meneo equilibrado.

Pone un punto final en la entrada de su casa. Sube la escalinata y al cerrar la puerta por dentro abandona la sensualidad de esos adicionales diez centímetros, pero ella sigue caminando de puntas mientras la suave alfombra le hace cosquillas en los pies. Y en la cama recibe besos de su almohada en los tobillos. Sólo nosotras entendemos las caricias posteriores a un día de diez gloriosos centímetros de renta. Y ella no se detiene, empuja la dulce textura de la almohada cual felino que prepara su cama. Está acostada y aún bajo sus pies se desplaza el escenario de su hogar.

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