Sorprende la diferencia de consideraciones que el humanoide tiene con los espacios públicos y privados, que no siempre es constante. Hoy día Fulete se siente más intimidado en la calle que en su casa. Mañana Menguete tiene más libertades en las avenidas que en su hogar. Es duro quebrar tradiciones aparentes que no tienen una razón justificada de su existencia, pues muchas tienen carga de años y la sociedad inmersa las defiende como parte integral de su vida diaria. Cuando surge la interrogación, surge también una crisis de identidad en la idiosincrasia, pero crece el criterio y se expande el horizonte mental. La primera medida drástica es, forzosamente necesario, destruir el paradigma de que “siempre se ha hecho así”. Y por otro lado, argumentar por qué no afectarían los cambios.
Pongamos por caso una iglesia que rasca un poco el cielo, pretendiendo alcanzar lo divino, siempre respetada por los fieles. El silencio seduce e invita a admirar monumentales arquitecturas. Se impone. Reina. El espacio es intruso de las palpitaciones de los habitantes temporales. Se hincan. Se sientan. Soplan rumores a los altares y muchas veces olvidan los materiales envolventes para enfocarse en las imágenes. Sería inaudito colocar una bota sucia al pie de un santo así como irreverente pronunciar groserías. ¡Ay de aquel cínico que se burle de cualquier aspecto de una virgen de porcelana! Ya desde lejos una catedral parece hablar con las puertas, diciendo: “Habla en voz baja, mortal”. Pero seamos atrevidos, ¿sería irracional cantar ópera para escuchar los ecos? Ah, entonces tendríamos que desasociar al espacio de las actividades que se realizan en él. La iglesia es para divinizarse y divinizados deberían sentirse algunos. Sin embargo, la grandeza aplastante diminutiviza.
Pongamos por caso una cama que sostiene las almas robadas de cada noche. Un simple lecho para dejar que lo onírico nos consuma. ¿Es sagrado el espacio? Es otro modo de divinizarnos, pues un dios vuela cuando el monigote terrenal no. ¿Y por qué no se le otorga el mismo respeto? Irreverente es sentarse en una cama cuando se viene contaminado de la calle, con las ropas infestadas de bacterias. Ah, pero existe la ropa cuyo único contacto es con la cama. Los hay quienes duermen de todo despojados. Y pobre de aquel individuo que llegue a acostarse en una cama ajena, porque le contaminan el alma. ¿Siempre se ha hecho así? No pasa nada, son culturas diferentes. Un refinado oriental no pronuncia palabra alguna durante la hora del té, mientras que un occidental vive en una habitación pletórica de ruido. Habría que ponerlos en el contexto inverso para ver cómo se adaptan o sufren un poco para reconstruir la costumbre.
La cama te abraza, la moldeas, es el mejor amigo o el peor contrincante para un combate donde se ralentizan los movimientos. Se le debe al lecho la misma dedicación que al templo, porque allí está la conexión con los paradigmas alternos y la estúpida manía del subconsciente. No se brinca en ella, porque para eso habrá otras camas con la función de trampolín. No se come en ella, pues una mancha en las sábanas se convierte en una molestia espiritual cuando se está en pleno desprendimiento. No se coloca nada encima que no sea el cuerpo desnudo. En la cama se llora, se nace, se reproduce, se muere cuando nada interfiere. Allí también se vive la mitad de una vida. Se ama, se funden las figuras y se olvidan los problemas. No hay que orarle vulgarmente, ni siquiera rezarle. Sólo basta que nadie la toque, que sea un altar al que le falta la presencia del monigote que la posee. Revive al caído y repara al cansado. No estará de más dibujarle entre los hilos una oda por tanto que ha hecho. Pulcra día con día, cuando se puede. Y dice a otro que no sea su dueño: “No me toques, simple mortal”. Porque la cama se une a su jinete de por vida, de por sueño y de por muerte.
También son celosas las camas, saben que te has acostado en otras. Si es necesario no importa, si es por placer llorarán en tus sueños. Si un intruso irrumpe en ese lugar sagrado hay que descontaminarla. Lo hizo sin permiso, con su grotesca identidad que mancha el lecho sagrado. Hay que descontaminarla. Es muy diferente cuando invitas a alguien a que la ocupe. Sobre todo si es un niño, porque las camas renuevan, un recién nacido neutraliza las cicatrices de cama. Sólo basta mirar cómo los reyes cubrían sus pequeños recintos como cámaras secretas, porque dormir debería ser un acto privadísimo para redimir las penas y los malestares. Dejamos media vida, medio mundo, medio sueño y el cansancio completo en las camas.
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