Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

viernes, 9 de diciembre de 2011

Cuestionamiento roedor.

¿Por qué temer a quien ha estado temiendo por tanto tiempo?

¿Por qué culpar a la naturaleza oculta de las sombras si hemos vivido bajo el sol, que por mucho se nubla sólo algunos días?

¿Por qué horrorizarse ante un encuentro cuando ella ya busca la salida para no ser aplastada?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

No es el demonio.

No es ningún demonio el que afecta las vidas de los hombres y las mujeres. Como grandes genios, los verdaderos demonios tienen grandes planes y no se minimizan con cualquier estúpido que se encuentran en las calles.

¿Para qué perder el tiempo con una inservible posesión de un guiñapo de alma? ¿Para qué, cuando pueden dominar un cataclismo?

No me vengas conque hay demonios estúpidos. ¿O será que el humano y la humana asignan y atribuyen cualidades semejantes a las criaturas ignotas? De ser así, toda la raza humana hará analogía contra toda la raza de demonios. De esta suerte: demonios traviesos, buenos, asesinos, malditos, deprimidos y suicidas.

Al menos los demonios no han aprendido a usar carros.

viernes, 21 de octubre de 2011

Reflexión urbana.

Cuando transitas por la interminable e incallable ciudad, se te ocurre que quizá hay algo más que simples cabezas. Tal vez todos tienen un candado en su personalidad que sólo ciertas palabras abren con la ayuda de algún buen gesto facial. Se te ocurre que en el simple acto de transportarte junto a un montón de desconocidos es como entrar en una irónica prisión de la cual te liberan cuando llegas a tu destino.

Eso es la vida urbana, una cárcel enorme donde está prohibido relacionarse más allá de las predecibles frases que todos conocemos: buen día, qué tal, la hora, aquí por favor, queda en esa dirección, allá venden tortas. Allá va un pobre tipo entre dos guardias, porque se le ocurrió que podía decir: me gusta la gelatina.

Afortunadamente se te ocurre que no siempre te están vigilando, que algún escapista estará buscando una salida y te vendrá con un interesante cuento sobre los prodigios de una paleta de chocolate en la simplicidad de un parque, en un caluroso día.

Y sí, te darás cuenta que la gran prisión tiene fallas y agujeros por todas partes, aunque cueste encontrarlos.

jueves, 20 de octubre de 2011

Apocalipsis.


La yema de un solo dedo es capaz de destruir una ciudad entera: la de los ácaros que fue fundada por allá de 1999. Hoy llegó el fin del mundo, una masa gigantesca de fibras entrelazadas, un líquido asfixiante, la pulcritud aniquiladora. Puentes, monumentos, históricas ciudades de polvo y células recicladas desaparecieron de su universo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Carta.

Estimados vivos:

Descendí desde los espacios más lejanos para festejar con ustedes el tan mencionado día de los muertos. Las mesas que ustedes decoran en su dimensión recrean unas similares que reflejan la realidad en la que ustedes deambulan. Así, seguramente y como ya lo he comprobado antes, todos los panes y frutas que ustedes colocan tan devotamente en una ofrenda, dan origen a panes y frutas en la dimensión desde la cual les escribo.

Todo es muy rico pero creo que les falta variedad. No he hallado frituras, ni platos de pasta, ni gelatinas, ni el banquete que me prometieron. No sólo comemos pan y fruta. Bien podrían dejarme una suculenta sopa, una ensalada, un filete, algo que sacie mi apetito. Aquí también tenemos cuerpos y deben ser alimentados con cosas deliciosas, con un deleite de variedad. Dulces, caramelos, chocolates, alguna película para recordar lo que sucedía en esa dimensión, mismo mundo.

Así, cuando aquí festejamos el día de los vivos, dejaremos también cosa buena para que ustedes disfruten. En caso contrario, volveré a mover las llaves. Creo que podemos convivir, siempre y cuando ustedes pongan empeño en sus actividades.

No es venganza, es petición.

Sinceramente: vuestro fantasma goloso.

martes, 18 de octubre de 2011

Diálogo sin palabras.

¿Será posible hacer un diálogo sin hablar? No de manera escrita, ¿cierto? Es lo único que no puede plasmarse en el texto, las gesticulaciones, movimientos y muecas de los interlocutores. Sólo se pueden imaginar. Diálogo entre los ojos de los enamorados, entre los labios de los amantes, entre los cuerpos entrelazados y entre un hombre que escribe para dialogar con 3 cosas: el texto, su mente y la mente de los que lo leen.

lunes, 17 de octubre de 2011

Extremo tecnológico.

Nunca la tecnología había alcanzado a la realidad tan drásticamente. El otro día abrí un libro de hojas de papel, de esos que uno agarra con las manos y sin enchufes, exactamente por donde le dejé el separador. Mi sorpresa se disparó cuando encontré una página pixelada porque no había cargado bien. Para colmo, algunas páginas no tenían el contenido de siempre, sino que mostraban un error de que no se habían encontrado las letras.

Mi libro, desgraciadamente, estaba corrupto por la tecnología. Incluso cambiaron la tipografía y las fuentes.

viernes, 14 de octubre de 2011

Carencia.

No había ninguna vez ningún personaje para aparecer en un texto, y por lo tanto no se podían generar buenos argumentos ni aventuras ni peripecias ni pérdidas ni romances ni historias. Sólo estaba el escenario vacío, pero los castillos no se podían mover para que un escritor hablara sobre ellos. Únicamente se podían hacer algunas descripciones: los muros altos, los bloques grandes, las callejuelas y plazas vacías. Ni siquiera fantasmas había. No corría el viento ni anochecía ni amanecía. Era un cuento seco, sin actividad.

Y de algo así se no se puede narrar. Bueno, sí se puede crear también una historia, donde el reto será alargar las páginas con contenidos interesantes, puesto que el único personaje que realmente se ha ido a parar por allí es el omnisciente.

jueves, 13 de octubre de 2011

Desfiguros intencionales de joyas lingüísticas.

Tanto y tanto hacen las composiciones de verso libre por los temas, que se desfiguran las figuras retóricas, se dispara el poema en un proyectil hacia una composición casi onírica, sin sentido, sin que se pueda comprender pensándola. Se debe sentir y soñar, más bien. Así, despierto:

Sea una piedra preciosa, un jade maravilloso, crepúsculo de las anomalías tangibles, pieza de diatribas para las fealdades, construcción semifonética de paralelismos existenciales, paradigma de una realidad convergente, contracción del planeta, conjuro efímero de largas secuencias y ocupación temporal diáfana.

Eso es un trastorno, un desfiguro, allá arriba en ese párrafo no se dice grande cosa, pero ¡qué bonito suena! ¿O no? Y todas las palabras empleadas existen. O más bien se dice poca cosa con grandes ademanes y rimbombantes expresiones que lo hacen sentir a uno bien, importante.

Sea una gemita que brilla mucho y deslumbra.

Tan poca cosa y con tanto sentido. Tan pocas palabras. Tantas retóricas que hacer. Qué lenguaje tan de juguete, tan lúdico y prepotente.

Fina esmeralda.

Y me pongo a soñar en verde.

Cristalino zafiro.

Y viajo a un azul profundo.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Conjuro.

No, musa. No sólo implantes en mí la semilla de la inspiración para continuar escribiendo. No sólo siembres tu hermoso embrión creativo para que dé vida a cosas maravillosas. No sólo mandes espíritus para que susurren al oído los secretos de composición poética. Todo ello es bienvenido, pero sería perfecto que te quedaras a mi lado mientras escribo, para que edites y el estilo corrijas en caso necesario.

Perfecto sería que todo se fuera escribiendo mientras desaparecemos de la vista de los entrometidos.

martes, 11 de octubre de 2011

Corte innecesario.

Cada árbol representa un cabello del planeta. Calvo se está quedando, como la cabeza del leñador sin escrúpulos al que los ácaros le tumban, día con día, cada uno de sus rancios cabellos. La pregunta es: ¿quién cortará los cabellos de los ácaros?

lunes, 10 de octubre de 2011

¿Qué es poesía?

¿Qué es, me preguntan mis niños? Me ofrecen sus pupilas curiosas, jugando a que se les sale una lágrima, ríen luego y se olvidan del mundo en una carcajada. Hacen angelitos en el pasto, hacen volar los dientes de león, miran las nubes y descubren una mascota. Salpica el cielo sus caritas inofensivas, una gota directo al iris, parpadean y ríen de nuevo. ¿Qué es, me preguntan mis niños? Miran desde sus camas la noche, no pueden dormir porque el día da para más, se obligan a sí mismos a entrar en el onírico portal.

A la mañana siguiente recogen un grillo que ha entrado por la ventana. Lo ven de ojos a ojos, próximo, tan pequeño y tan monstruoso. Diminuta criatura cuyos dioses son lúcidos y curiosos captores. Oyen el chirrido, lo emulan. Se olvidan en poco tiempo del prisionero porque cae una tormenta afuera. ¿Qué es, me preguntan mis niños? Se inclinan unos árboles del jardín, escurren cascadas diminutas entre las rocas. Se oscurecen los interiores, se mojan los arbustos, gritan las nubes. Disfrutan el sonido mientras me preguntan mis niños: ¿qué es poesía?

“No sé, ¿lo sabes tú? ¿lo sabes tú?”

viernes, 7 de octubre de 2011

Amor grotesco.

Nunca un beso fue tan desagradable como cuando se lo ve en el movimiento urbano, en el transporte, entre dos despistados que cercaron su alrededor con una barrera invisible. Truena, es imagen desagradable porque debió reservarse para la privacidad de un hogar. No es tierno, es entre dos adultos con cinismo. Es guiado por la inercia del camión cuando frena. Es un beso complicado que quisiera tener otro órgano aparte de la lengua para repulsivizarse más.

Ella que lo permite y él que se descara. Él que no respeta su intimidad y ella que no tiene remedio. Ella que no pone un alto y él que se inunda más con el impulso incontrolable. Mis ojos vieron esa muestra de amor grotesco por error. Un instante, una dirección errónea. Nunca un beso ajeno fue tan desagradable. Para esconderlo, para escribir sobre el evento, para dedicarle lo contrario a una oda. Un denuesto que denigra el texto, pero que debe saberse.

Ni entre el barullo de la gente que se transporta se apaga el desagradable sonido de succión. Con ganas de echarles una manta encima, noquearlos con un ademán de asco. No tuviera nada de malo si no existiera en ese momento esa muestra de amor grotesco. ¿Y a mí qué me importa? Nada, pero no tenía por qué verlo, ni por accidente ni por descuido.

A una "ella" que me invento en ese momento le dedicaré lo contrario a aquella muestra horrenda de cariño de los bajos fondos cotidianos. Le haré sólo un altar para besarla, sin producir sonido, en silencio trascendental, en armonía con el viento, sin miradas del monstruo urbano, con un poema de por medio, con labios sagrados y bañados en agua bendita de manantial. Será un beso de fotografía, romántico, ideal para emularse en las condiciones adecuadas. Un beso contrario a las vergüenzas que mis ojos vieron en un día corriente.

Quizá "ella" no desee tanto por una minuciosa muestra de cariño. Como no existe, la reinvento, hago que lo desee. Allí está el pequeño templo del beso, sólo lo sabe el cielo y el infierno, el presente inocuo, el desgastado incienso, la lluvia que se escucha afuera y el clima inmerso.

Tal vez aquellos enamorados inocentes tenían ganas de demostrarle al mundo un inofensivo fragmento de amor grotesco. Lástima que mis ojos lo vieron.

jueves, 6 de octubre de 2011

Ojos.

Son los ojos un par de agujeros negros, el centro del universo, un cúmulo de estrellas, un abismo espiritista, unas puertas para naves microscópicas. Dos lunas propias que heredamos.

Por allí no se sale el alma, son lentes de aumento para territorios inexplorados. Hacia adentro. Son los ojos un par de planetas olvidados cuya chispa yace en el interior.

Y se inundan de sal, pero ni por efecto de desbordamiento se salen las luces desde adentro. Son los ojos tesoro abstracto, porque no se pueden regalar a nadie. Si tomaran fotografías cada parpadeo, un álbum de una vida entero.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Cualidad.

Con el tiempo y las historias contadas en cientos y miles de épocas me he preguntado si el humanoide reúne múltiples cualidades de otros seres. “Inhumano” o “humano” son palabras que no pueden definirse sin hacer la comparación con los paradigmas correspondientes, pues todo humano tiene, en ocasiones, perfiles de bestia, pero no necesariamente al revés. Expresiones tales como “eso que ha hecho es inhumano”, significan por lo tanto que ha dejado de contener la simultaneidad de lo que le rodea para especificarse. Así, el inhumano podrá volverse cualquier cosa: fiera, espíritu, alma, animal, planta. Sin irnos a etimologías, desde esta posición, el humano no será sólo actos de bondad y altruismo, como tampoco será frialdades y comportamientos hostiles.

Es bestia porque en ataques de ira deja por un lado el raciocinio. Es ángel cuando procura a los cercanos y sombra cuando planea venganzas. Es planta cuando duerme con los ojos abiertos, soñando despierto. Es roca cuando ninguna palabra le puede penetrar en el sistema nervioso y es alma cuando descansa consciente en una cama. Es volátil. Es todo y nada. Se integra y desintegra todos los instantes que los segundos no dejan ver. Es tendencia a dios. Es multiplicación de ideas y proyección de pensamientos. Es trascendencia cuando realmente quiere.

Si es inhumano habrá que buscarle la parte que sobresale de todas las demás.

Humanoide: con forma o características similares a las del ser humano. Y sí, el humanoide no precisamente está vivo, aunque pueda moverse y mentirle al mundo.

martes, 4 de octubre de 2011

Fuego para escribir.

Mira Gafís, ¿ves cómo se menea el fuego? Es su danza de místicos elementales, en todo tiempo, en toda era, es materia creadora y destructora. Desde los remotos días que vieron nacer a numerosos hombres y guerreros, ha sido un feroz y pacífico acompañante, un rival y un aliado, un refugio en el temple de la noche. Ha invertido un tiempo de rubí, un celoso tiempo histórico que guarda las aventuras. Un topacio tranquilo, solitario, con corazón que arde.

Ha estado iracundo, soberbio, imparable. Lo has visto cuando se le subestima, cuando se le demuestra burla. Tiene la capacidad de comerse el espíritu de las cosas, por menos de herirlo. Se multiplican sus corazones, se vuelve un infierno andante, un devorador de almas de casas. Tú lo has visto Gafís, tan rojo de fuerza, sin ganas de contenerse, pellizcando los elementos y masticando el oxígeno del aire. Es guerrero desastroso y guiado por fuerzas ajenas, se le termina su voluntad cuando se ha salido de control. Sus múltiples amarillas personalidades lo vuelven un manojo de caos.

Tendrás que verlo nacer Gafís, si quieres asombrarte. Las puntas ígneas de la violencia que lo generan. Tendrás que darle la vida si quieres consagrarte. Será subdios de tu dios interno. No deberás confundir sus cualidades, pues es excéntrica combinación de batalla, paciencia, amor y energía. Crece y come a velocidad del universo, se alimenta de tus curiosidades hechas madera. Míralo cuando lo encuentres, tu mano a rápidas tientas, verás la doble dualidad de este núcleo arrogante: o te cura o te mata.

No hablemos de los horrores que desgarra en gritos del bosque. Es de malas manos volverlo tu esclavo para que se atragante. Habrás visto cómo es a través de engaños, herramienta para la catástrofe. No te consumas con su venganza, Gafís. Es de sabios respetarle. Inocente es cuando es grande, porque ha perdido el control de su clase. Este elemento, dicen los druidas, no es de fiarse, traiciona. Huye cuando veas al iridiscente gigante. Tampoco le temas. Es una ligera y buena diferencia que sabrás darle. No es que no tenga corazón el luminoso ente, es que le creció demasiado.

Notarás algún día en tus senderos que quieren apagarlo a tiros de ballesta, todo le traspasa como tu dedo el aire. En el humo de lo que trastorna se van las almas de los pobres demonios en los carbonizados materiales. O bien los arqueros defenderán su posición, arrojarán corazones de fuego ensartados en largas saetas flotantes. Y verás Gafís, cómo de un corazón nace otro gigante cuando aterriza presto en algo seco. Así de rápida es su reproducción alarmante. Este elemento maravilla a los mismos dioses por sus inexplicables obras de arte.

No temas, pues cuando se le sabe domar es luz del escritor viajero. Si no tienes una protección en el oscuro y sinuoso laberinto de la montaña, él será tu mejor acompañante. Escucha, escucha: sólo deberás darle de comer a su edad y mantenerlo a tu alcance. Es dosis de maestros dominar que no se desproporcione, que no se desfigure aceleradamente o se apague. Ni todo el amor, ni todo el odio al fuego. Varios le han encerrado en un cristal para tenerlo de guía. Harás lo mismo cuando aprendas el primer oficio de encender uno.

No adelantes conjuros, Gafís. Podría jurar que en tus ojos nace la chispa de esta maravilla. No mal entiendas. Sé por dónde van tus intenciones de poeta. Te respondo que sólo unos pocos hechiceros han amaestrado la piromanía viva y en condiciones de anacoreta. Se te granjeará, cuidado, después de una década de contemplar un millón de hogueras. No lo desees con ambición ni obsesionado, sino más bien esperando tú darle más al fuego que él a ti.

Es como un niño, como una criatura de juglares, Gafís. Se divierte, se ríe, quema. Habrás visto o llegarás a saber de los atrevidos que tienen un número bien estudiado. Flamas que danzan para el bien de los contempladores. Su secreto han de tener, pues no lastiman al domador de dichas llamas. Es como un niño, verás. Al aire le van bien sus rojos y naranjas, amarillos que destilan de los gitanos las gracias.

Lo habrás comido sin saber. ¿Cómo? Cuando tus alimentos crudos van de fuego impregnados. Has sentido luego cómo tu corazón arde o se apaga. Es causa de absorber sus propiedades a través de tu pan y carne. Pero late, sin duda late. Sólo que no lo detectarás con sencillez, porque es celoso y juega como niño, te lo he dicho, cuando intentan mirarle. Se esconde en la distancia como mozo del tiempo protegido, pues habrás de ir en su busca y sólo hallarás que se vino el día, cayó la tarde. Lo verás de nuevo en la lejanía para desaparecer en otro instante.

Habrás de saber, para tu fortuna o desamparo, que siendo casi dios guarda entre sus átomos una frágil conciencia. Verás en algún momento su hora de muerte, cuando las nubes descarguen su llanto sobre él. En ese instante sale su espíritu para fundirse con el entorno. Coloca en la punta de tu pluma una partícula viva antes de que se desvanezca por completo. Y luego escribe.

Ahora ve, leal aprendiz, y del fuego una obra escribe. Contagia ese fuego del pecho y dale a un libro un poco de poesía que arde. Mas no seas ingrato y no te pases de listo, no abuses de las metáforas porque si consume tus obras de verdad podrías en la penumbra y la desdicha extraviarte. Escribe, del fuego escribe Gafís.

lunes, 3 de octubre de 2011

Una palabra cultivada.

¿Cómo volverse un palabrista? De palabrero todos tenemos un poco, nos gusta cómo suenan los fonemas en los labios de algunas personas, pero malas pronunciaciones nos revientan el día. Seguro que los buenos parlanchines se consiguen un saquito relleno de magnífico vocabulario, extraído de las mejores bibliotecas.

Los discursos no se venden armados, pero al menos vienen con un manual. Quizá las palabras largas ayuden al proceso de creatividad. Palabras como: ferrocarril, laberinto, algarabía, biblioteca… todas tienen cuatro sílabas. Los poetas las ponen donde se les ocurre y las adornan. Los lingüistas las encierran en contenedores de vidrio y les dan psicoterapia. Los literatos las enmarcan en cuadros y las clonan.

No tiene nado de malo utilizar palabras corrientes de esas que fluyen por el aire todos los días, pero tampoco es malo desempolvar grandes diccionarios para sacar una nueva y presumirla en una obra de arte. Si uno se sale con su red podrá capturar gran diversidad de vocablos en el transporte público. Luego podremos cultivar algunas y quizá hasta hacer lo contrario de romancearlas. Así, habrá macetas con tráfico, velocidad, fumar, cigarros, comer, avenida… Ah, y esas macetas no se marchitarán, porque las palabras se reproducen casi por sí solas. Se ven los tallos largos y letrísticos, que si dan lugar a alguna flor, será una joya palabresca.

Sin embargo, buscando entre los árboles y cultivos de diccionario, el español nos tiene algunas maravillas y rarezas. Así me topé con cenobita, que hace referencia a “vida comunitaria”. Un cenobita que habita en un monasterio, en una comunidad religiosa. Un cenobita con una túnica blanca, repleto de serenidad, una persona que profesa la vida monástica. Hasta lo hemos de imaginar con el rostro oculto, misterioso, muy en lo suyo. Se describe hermosamente a un cenobita en Las ruinas de mi convento, del historiador español Fernando Patxot y Ferrer (1812 – 1859):

“…Los consejos incluso en el capítulo IV de I regla hablan de la completa abnegación del cenobita, de todas las virtudes que vienen comprendidas bajo la de caridad, de la dulzura y cordialidad, de la verdad del corazón y de la palabra, y de la precisión de no anteponer ningún afecto al amor del Eterno. Dice que un cenobita debe volver bien por mal, ser sufridor de injurias y de persecuciones, desterrar de su pecho las soberbias y de su boca las murmuraciones…”

Palabras tales como la anterior germinarán sólo si los lectores las admiran y las cultivan alguna vez en algún texto. Quizá se transforme el escritor en cultivador de palabras, en arqueólogo de hermosos y antiguos vocablos olvidados del español.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Espacio sagrado.

Sorprende la diferencia de consideraciones que el humanoide tiene con los espacios públicos y privados, que no siempre es constante. Hoy día Fulete se siente más intimidado en la calle que en su casa. Mañana Menguete tiene más libertades en las avenidas que en su hogar. Es duro quebrar tradiciones aparentes que no tienen una razón justificada de su existencia, pues muchas tienen carga de años y la sociedad inmersa las defiende como parte integral de su vida diaria. Cuando surge la interrogación, surge también una crisis de identidad en la idiosincrasia, pero crece el criterio y se expande el horizonte mental. La primera medida drástica es, forzosamente necesario, destruir el paradigma de que “siempre se ha hecho así”. Y por otro lado, argumentar por qué no afectarían los cambios.

Pongamos por caso una iglesia que rasca un poco el cielo, pretendiendo alcanzar lo divino, siempre respetada por los fieles. El silencio seduce e invita a admirar monumentales arquitecturas. Se impone. Reina. El espacio es intruso de las palpitaciones de los habitantes temporales. Se hincan. Se sientan. Soplan rumores a los altares y muchas veces olvidan los materiales envolventes para enfocarse en las imágenes. Sería inaudito colocar una bota sucia al pie de un santo así como irreverente pronunciar groserías. ¡Ay de aquel cínico que se burle de cualquier aspecto de una virgen de porcelana! Ya desde lejos una catedral parece hablar con las puertas, diciendo: “Habla en voz baja, mortal”. Pero seamos atrevidos, ¿sería irracional cantar ópera para escuchar los ecos? Ah, entonces tendríamos que desasociar al espacio de las actividades que se realizan en él. La iglesia es para divinizarse y divinizados deberían sentirse algunos. Sin embargo, la grandeza aplastante diminutiviza.

Pongamos por caso una cama que sostiene las almas robadas de cada noche. Un simple lecho para dejar que lo onírico nos consuma. ¿Es sagrado el espacio? Es otro modo de divinizarnos, pues un dios vuela cuando el monigote terrenal no. ¿Y por qué no se le otorga el mismo respeto? Irreverente es sentarse en una cama cuando se viene contaminado de la calle, con las ropas infestadas de bacterias. Ah, pero existe la ropa cuyo único contacto es con la cama. Los hay quienes duermen de todo despojados. Y pobre de aquel individuo que llegue a acostarse en una cama ajena, porque le contaminan el alma. ¿Siempre se ha hecho así? No pasa nada, son culturas diferentes. Un refinado oriental no pronuncia palabra alguna durante la hora del té, mientras que un occidental vive en una habitación pletórica de ruido. Habría que ponerlos en el contexto inverso para ver cómo se adaptan o sufren un poco para reconstruir la costumbre.

La cama te abraza, la moldeas, es el mejor amigo o el peor contrincante para un combate donde se ralentizan los movimientos. Se le debe al lecho la misma dedicación que al templo, porque allí está la conexión con los paradigmas alternos y la estúpida manía del subconsciente. No se brinca en ella, porque para eso habrá otras camas con la función de trampolín. No se come en ella, pues una mancha en las sábanas se convierte en una molestia espiritual cuando se está en pleno desprendimiento. No se coloca nada encima que no sea el cuerpo desnudo. En la cama se llora, se nace, se reproduce, se muere cuando nada interfiere. Allí también se vive la mitad de una vida. Se ama, se funden las figuras y se olvidan los problemas. No hay que orarle vulgarmente, ni siquiera rezarle. Sólo basta que nadie la toque, que sea un altar al que le falta la presencia del monigote que la posee. Revive al caído y repara al cansado. No estará de más dibujarle entre los hilos una oda por tanto que ha hecho. Pulcra día con día, cuando se puede. Y dice a otro que no sea su dueño: “No me toques, simple mortal”. Porque la cama se une a su jinete de por vida, de por sueño y de por muerte.

También son celosas las camas, saben que te has acostado en otras. Si es necesario no importa, si es por placer llorarán en tus sueños. Si un intruso irrumpe en ese lugar sagrado hay que descontaminarla. Lo hizo sin permiso, con su grotesca identidad que mancha el lecho sagrado. Hay que descontaminarla. Es muy diferente cuando invitas a alguien a que la ocupe. Sobre todo si es un niño, porque las camas renuevan, un recién nacido neutraliza las cicatrices de cama. Sólo basta mirar cómo los reyes cubrían sus pequeños recintos como cámaras secretas, porque dormir debería ser un acto privadísimo para redimir las penas y los malestares. Dejamos media vida, medio mundo, medio sueño y el cansancio completo en las camas.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Dios urbano.

Cualquiera puede serlo, ¿cierto? El hecho de que la letra primera sea capital no implica más que el respeto por las reglas ortográficas. Así, entiéndase, no estamos hablando de la entidad superior o divinidad flotante que todo regula y controla. No. Estamos hablando de un sapiens potencial con poderes para dominar sobre los territorios andados. La primera diferencia entre un hombre urbano y un dios urbano es el modo de cambiar las técnicas de desplazamiento. Se han visto diferentes individuos que han evolucionado las básicas formas de poner un pie delante del otro en un verdadero arte corporal. No debería ser este conjunto de habilidades, sin embargo, inalcanzable para la mayoría de los transeúntes. No lo necesitan. ¿Dónde quedó el gusto por el juego del movimiento? En la danza, en las artes marciales, en el teatro y la fotografía que es expresión corporal por antonomasia.

Sí, los territorios públicos urbanos también son espacios confinados que a su vez confinan los comportamientos del dinámico factor social. Andar, se hace camino al andar, se mueve uno por entre las banquetas, otro trota en un parque, otros se estiran, un loco suelto por allí está brincando. ¿Qué regula la libertad de movimiento? No hay nada que impida a un inocente hombre que vuelve del trabajo a casa subir la escalinata de espaldas para darle variedad a su vida y un gancho en el hígado a la rutina. ¿Por qué sólo se puede ser dios urbano con otros dioses urbanos? Yoga, meditación, espacios acordes. Si nadie nos mira podemos volvernos locos. Si una multitud nos juzga tenemos que hacerles copia del “hago y digo”. Si estamos solos podemos penetrar en los arrebatos de pequeña felicidad por causa de un espontáneo movimiento al azar.

Véase en el saludo. Un apretón de manos, un beso, un abrazo, una clave de manos combinadas. El dios urbano crea y descompone, se aniquila como hombre común y se eleva a dominador de la selva de concreto. Dobla la gravedad, además de abrir caminos en tres dimensiones. Véase en un maratonista. Salta, trota, esquiva obstáculos. Es la diversión del desplazamiento que sólo gusta a los dioses urbanos. Los individuos mortales tienen suficiente con poner un pie delante del otro. Véase en el gimnasta. ¿Es transformación en dios y fusión con la naturaleza animal que nos arrastró con el tiempo? Imaginarse dios urbano es querer crear una ciudad para desplazarse únicamente con el cuerpo, sin ayuda alguna.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Qué tienen los gatos?

Poemas sobre los gatos hay muchos. Descripciones también. Yo no sé qué tienen esos animales que se ven atraídos por una sala nueva para despedazarla. No se están afilando las uñas, están haciendo la maldad a propósito porque luego se voltean jactándose de la descosida. ¿Qué tienen esos animales que se les inundan los ojos de criptonita por la noche? Como si yo quisiera ojos de demonio. Cuando se erizan es tan divertido, tan dramático, tan turbio. ¿Qué tienen pues, para que una cabeza de pescado les resulte un trofeo arqueológico?

No encuentro una explicación coherente para el hecho de que se comuniquen con las moscas. Y así debe ser, porque no tendrían tanto misterio si todo fuera tan sencillo. Lo que hallo irritable es aquel maullido de madrugada que parece una tortura. Hasta me han dado ganas de darle razones para que llore, pero me contengo. Trato al gato con la misma hipocresía que me ha tratado. No lo consiento, le doy su comida, le hablo sin vocecillas inventadas con la seriedad de un comensal hambriento.

Es un gato contrariado, porque tan pronto lo envío por un paseo fuera de la casa se espanta como si nunca en la vida hubiera pisado territorio abierto. Más bien sufre, no tiene ni idea de lo que es la exploración nocturna y hasta parece que teme un enfrentamiento con otros felinos. Cae algo al suelo del bocado que consumo y el gato corre a ver qué ha sido. ¿No será más bien un perro viejo disfrazado?

martes, 27 de septiembre de 2011

Después de volar.

Al sapiens genuino le gusta invertir las doctrinas, revolcar los dogmas y desmenuzar el sentido de las comunicaciones. Así, en los creativos ingenios lloverá el fuego de unas nubes cargadas de furia, mientras que los volcanes escupirán agua helada y todos los habitantes pueblerinos se quedarán perfectamente estáticos porque el pánico no existe en ellos. Después de analizar minuciosamente la situación durante escasos siete segundos, sabrán exactamente qué hacer porque el autor ha decidido eliminar la estupidez innata de la gente. Desde las ventanas los inteligentes niños observarán el espectáculo mientras los vidrios se empañan.

— ¡Mamá, hoy la lluvia de lava es amarilla!

Qué lindos los niños porque no temen a las ocurrencias de la naturaleza. Y como son listillos desde pequeños ya habrán generado las suficientes ideas para evitar una inundación con el agua de los volcanes. Las estructuras de los edificios tienen tal maestría en su diseño, que los terremotos sólo se podrán comparar al paso del viento, a una nevada o, redundemos, a una lluvia de fuego. Inversa y naturalmente, cuando alguien haga una hidroata en un bosque, tendrá que traer un humedecedor para que las gotas empiecen a habitar la leña.

— ¡Vámonos de noche de campo! ¡Quiero una hidroata del color del agua de las minas!

Qué tiernos los niños preparándose para jugar con el agua y poner a descocinar su cena en ella. Míralos qué inocentes y conocedores de los trastornos que la naturaleza ha logrado a partir de la evolución accidental que provocaron los anteriores habitantes. Pero si este fuera el caso, ¿no se supone que el agua tendría que quemar y el fuego aliviar? No, la inversión no es totalitaria ni absoluta.

— ¡Mamá, ha terminado de llover! ¿Puedo salir a volar con mis amigos?

Sí, los ultra sapiens viven ahora en casas flotantes y han desarrollado nuevas capacidades pulmonares para respirar la evolución del oxígeno. Y esa pregunta no tiene connotaciones alternas, porque ahora en estos tiempos la naturaleza no está para fumarse, sino para vivirse. Y llevan los niños unas alas de equipo, de una ingeniería perfecta, de un diseño de ave maravillosa, porque ya no basta imaginar que un habitante pueda emprender el vuelo, ahora se ejecuta. Y las controlan como un habitante antiguo usara una bicicleta con experiencia de diez años. Cuando los niños van volando en buen grupo comienzan a observar las pistas allá abajo.

— Mira, mira. Por allí paseaban en dos ruedas y hacían acrobacias.

Ese sol. Ese viejo y solo sol que todo lo ha visto, que ha educado a la Tierra con su luz desde las primeras temporadas. Ahora calienta las artificiales extremidades que favorecen este hermoso deporte de flotar por donde uno quiera. Hoy estoy trabajando y mañana mi hijo quiere ir a explorar unos satélites olvidados que deambulan cerca de una montaña. La curiosidad de los niños es amplia, grande, divertida, no tiene parangón. Me la contagian. Estoy entregando las últimas cargas de roca metamórfica y pasaré a la superficie a visitar a algunos habitantes voluntarios que siembran algo allá abajo.

— ¡Mira! —, me dice mi pequeño—vamos a ver la fauna de ese bosque azul al que todavía no hemos ido.

Todo lo aprendió de mí. Los giros, el despegue, el aterrizaje, los cambios de dirección, el mantenimiento, el cuidado. Le ha costado trabajo aprender a manipular la adaptación ante las repentinas corrientes que nos quieren tumbar. Hemos jugado, lo he rescatado de varias caídas y le ayudé a reconstruir sus alas cuando se atoraron en la punta de un pino. Y desde arriba le he enseñado que la exploración jamás termina, siempre hay que tomar giros adecuados, virar por instinto, demostrarle curiosidad al sendero, desear un extraño encuentro. Qué inocente con sus amigos, yendo por entre las nubes sin temor a chocar contra un avión. Y le digo que maniobrar con un par de alas no es tan complicado como parece, porque eso hacían algunos exploradores y jamás se murieron ni porque pasaban más tiempo con los pies en la tierra.

Llego a casa pero no está. Seguro anda volando con sus amigos. Creo que lo ha hecho casi todo, pero mi sorpresa aumenta cuando me entero de que ha fabricado una bicicleta sólo para saber qué se siente andar en dos ruedas, allá abajo donde quedan algunas pistas. Porque después de tanto volar quizá se haya aburrido y ha querido experimentar el contacto físico y directo con esa erosionada superficie. Ese sol, ese viejo sol que todo lo ha visto y hoy calienta el pelo de mi hijo mientras pedalea torpemente cerca del bosque azul. Y respira un oxígeno verde.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Alegría.

Todos los urbanitas saben que entrando por esos huecos subterráneos donde se desplazan los vagones naranjas, pueden hallar numerosos vendedores de materias tan simples y curiosas como la vida misma. Son las ocasiones para poner atención, y en una de esas el transeúnte termina comprando algo para satisfacer el hambre. A la altura de la estación donde antiguamente los enfrentamientos entre zapatistas y carrancistas provocaban muertes arrojadas a la barranca, se hallan hoy, en plena modernidad, vendedores de alegrías. Ya sabe, esas masas aglomeradas de amaranto con pasitas. Esas masas que parecen ladrillos hechos en serie por alguna máquina que quiere construir una casa de dulces contenciones.

Lo que hará que tenga usted un rompecabezas será la doble cuestión: ¿es cada mordida en la barra un motivo causal para ganar alegría psicológica o la alegría viene del sabor? No es por sospechar nada, pero presiento que las barras contienen una alegría implicada más allá del puro gusto. Se instala en la mente del consumidor como si ya hubiera estado allí por mucho tiempo. Es una venta de alegría abstracta. ¿Ya había olvidado aquella sensación en el estómago la primera vez que besó a alguien? ¿Y un día de triunfo? La alegría de amaranto es el medio, la alegría psicológica es el fin. ¿Y qué más da? Es simple y sencillamente una mezcla inocente entre almendras y otras semillitas.

Debería animarse un vendedor a pisar el polo opuesto y trabajar sobre las tristezas. Seguro que las comprarían por una razón: una alegría después de una tristeza sabe más renovada. Y además las tristezas no se adhieren tan fácil a la mescolanza, por eso no vienen en barra, sino en bolsitas desperdigadas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Pulcritud.

Lo que realmente delata las vidas de los humanos es una muerte violenta, escandalosa y llena de partículas desagradables que quedan expuestas. Todo el proceso de recoger lo que queda del cuerpo y reconstituir la integridad de la imagen es la parte incómoda. Limpiar el líquido rojo, necio, que se funde con los asfaltos y cualquier otra cosa que toque, es la parte amarga. Ver la tragedia, el impacto, un morbo en forma de muchedumbre y alaridos desgarradores; es desconcertante. Y ver que la sangre sale y sale y sigue saliendo y no se acaba aunque el cuerpo sea diminuto, ¿cómo cabe tanta? Parece que se multiplica al salir. Debería ser de otro color: transparente para impresionar menos. No digo que te equivocas, naturaleza evolutiva, quizá no pensaste que el hombre y la mujer pudieran transformarse en bestias horrendas.

Pulcritud sería un paro cardíaco y desvanecerse en destellos de luz después de quince minutos de ausencia de latidos. No existirían las negras escoltas ni los servicios funerarios. Los campos de batallas entre dos territorios enemigos estarían verdes y frescos. Rápido. En la moderna civilización las leyes estarían desfasadas por mucho, pues al cometer un delito no habría evidencia. Los lamentos durarían menos porque no ocurrirían las noches de velorios. Ni hablar de los cementerios, inútiles porque no habría nada que enterrar. No digo que te equivocas, naturaleza evolutiva, pero nos haces el tiempo de muerte un gran momento de decadencia.

Pulcritud habría en un accidente de vehículos, pues habría que llamar tan sólo a las grúas para remover las piezas mecánicas hechas un desastre. Si acaso sobreviviera alguien, no sangraría ni tendría raspones o la linfática mezcla sería parecida al agua. No pensemos en lo que tendríamos que quitar de la actualidad: poemas de sangre, metáforas con el carmín, hospitales, la historia modificada. Pensemos mejor en lo que sucedería: una espontánea y etérea transformación de lo tangible en un caleidoscopio de colores que se despiden antes de esfumarse.

Esta pulcritud sería, sin lugar a dudas, una evolución de la muerte, porque ni para ella se tiene tiempo en las apretadas agendas del urbanita.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Clon de Polen.

Cuando me di cuenta del poder de creación que puede desencadenar una sola palabra, me vino a la mente un flujo de ideas sobre la fuente de la vida. De este modo, las palabras son células que cumplen con una mágica bipartición para llenar el hueco blanco o amarillento que aparece en el papel. Verde o negro, si se trata de un concepto digital y teclado. A su vez, las palabras son el resultado de la simbiosis entre las letras, como proteínas que sólo forman enlaces que harán funcionar la pronunciación.

Observé una palabra en un libreto ajeno: polen. ¿Robarse la palabra para desencadenar una construcción literaria es considerado como plagio? Si este fuera el caso, todos nos plagiamos y salvaguardamos la diferencia por un mero factor matemático de combinación a partir de una simple oración integral. Bien, ya extraje el polen de su contexto original para darle un nuevo giro. No podrá decir la autora del libreto que le he robado una idea que ni siquiera se le ocurrió. Entendámonos: para que pueda ser acusado de plagio, necesito clonar un texto, no una palabra. Polen. Hacerle una oda o denigrarlo, meterlo en un poema o prosificarlo.

Hay quienes son alérgicos al polen, pero hay quienes se bañan en él para recibir un tratamiento exfoliante y reestructurante de alma. Te hace estornudar, genera cosquillas, reproduce y también se clona. Todas las plantas han sido plagiadas de otras, sellando con un pétalo diferente su agraciado cáliz, pero dos gotas de néctar no son idénticas. Si se regala un puñado de polen en una caja con naturaleza no se debe dudar que brotarán por allí nuevas epecies.

¿Qué dirá la autora ahora que le he robado su semilla para hacerla crecer en un árbol de generosas dimensiones? Esto no es cuento, si acaso ensayo, prosa juguetona, no es carta. Hagamos una misiva, sólo para entrar en un nuevo género contagioso; porque hay cartas dentro de novelas y novelas escritas con cartas.

Mi muy querido Polen:

Para cuando estés leyendo esto ya te habré incluido en uno de mis desvaríos literarios, pecando de atrevido por haberte robado de otra zona literaria. Si tu autora te pregunta, dile que tenías ganas de aparecer entre las líneas, elevándote hacia lo extraordinario o disminuyéndote a lo trivial a merced del escritor. Si no sabes leer aprende para que puedas comprender esta paradoja. Quisiera preguntarte, si tu composición me lo permite y con el debido respeto, ¿qué se siente ser clonado para exponerte en un texto? Espero que me sigas inspirando para utilizar tu construcción fonética en versos y estrofas.

Y ahora que el árbol está bastante crecido, el Polen puede seguir multiplicándose alrededor del mundo en algunos haikús, jitanjáforas y sonetos.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Canción de nostalgia.

Hoy un violín entró por la puerta equivocada. He allí sus desplazamientos con el arco, más cómicos que clásicos. Cuerpo un poco raspado por las trayectorias de la vida. Ahora se gana la vida cantando en el tren subterráneo, donde la electricidad veloz apaga el sonido de la melancolía de un músico que ha muerto.

Las notas roncan. Se desafina. No busca dinero, ni aplausos, porque tampoco quiere hallar conmiseraciones. Lo que pide a alaridos de cuerda y arco es una nueva alma que le guíe, que lo amaestre para sentarse galante como ésos de las salas acústicas.

Ignorado. Pronto se dio cuenta el triste instrumento que cuando se cruzan las puertas automáticas el gris se palpa en las caras de los monigotes diarios. Pero vive porque nada muere en realidad. Cambia de vagón, alude a la atención, canta más fuerte. Se vuelve a desafinar pero logra un crescendo del pasado. No hay alegros en esta ocasión.

Al salir la muchedumbre en la última estación, el violín baja despacio. En los tiempos anteriores el músico era imprescindible, pero ahora los instrumentos deben viajar solos para ganarse… no, no la vida, sino la atención del alma. Desde hace varios años la gente con orejas no escucha en realidad.

¿Cuál es esa nota? Se queda vacío el remedo de andén y el violín mira un póster desgastado en la pared. Concierto en tal lado. A tal hora. Y tiene músico y toda la cosa. ¿Alguien quiere ser mi músico?

La masa oligofrénica de pasajeros ignora al violín solitario. ¿Qué no ven? ¡Es un violín que se mueve por sí solo, cobró una vida quién sabe dónde, está animado! Por eso es la puerta equivocada el tren subterráneo, porque los eventos más inverosímiles son transformados en mundanos por la sombra expresión vacía de los que viajan allí.

Y estoy seguro que en algún lugar del mundo donde no pasa nada, un músico quiere conocer a un violín vagabundo y sin rumbo fijo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Descosidos.


Abajo del puente he visto a un tejedor de las palabras. Con una pluma en cada mano hacía giros y giraba ejes imaginarios mientras que algunos sustantivos aparecían en el aire. A su lado se llenó de artículos que no se usaban, por sí solos estaban vencidos por la gravedad. Mientras, los sustantivos flotantes escaparon como burbujas de glicerina y jabón.

Pocos tejen palabras en estos tiempos. Todo mundo las pronuncia, las escupe, las pisotea y uno que otro suertudo individuo las amarra a sus zapatos para no olvidar que existe el lenguaje. Pero tejedores… quedan muy pocos. Se ocultan para no ser lastimados con pseudopronunciaciones de la adolescencia moderna. Los parladores cotidianos todo lo economizan, lo tergiversan de mala fe, innovan pero hieren, crean y luego descosen. Pero tejedores… están camuflados con el resto. Ellos toman el arte por las manos y el bolígrafo es diestro en su posesión. Arman verdaderos trajes, bondadosas obras maestras de la sastrería lingüística. Se los ponen, los modifican, van y se los cuelgan inocentemente a un perchero o en la espalda de la gente corriente. Constituirían, me consta, tiendas interminables de ropa gramaticalmente correcta e ingeniosa. Se esconden, son fugitivos cuando tejen según la antigua escuela conservadora; pero todo se moderniza, y la Sociedad Secreta de Tejedores de Palabras halló en la virtualidad un lienzo infinito para sus murales.

Así era el mural que vendía este creador bajo el puente. Lo extendió para mostrármelo. Un exquisito tramado de vocabularios restauradores. Me explicó que con esos murales ellos combaten contra las perogrulladas y desatinos de los descosidos adolescentes que mutilan y deforman cuando duplican vocales y triplican signos de puntuación. No se venden, se regalan. “El lenguaje es motivo de enfrentamientos, de confrontaciones ideológicas”, dijo. Los tejedores como él arman, mientras que los insensatos descosen. Algo se puede rescatar de algunas letras perdidas. Es como hurgar en la basura, porque una vocal brillante nos haga el favor de meterse en nuestras oraciones. ¿Quién quiere, sin embargo, una impronunciable combinación de consonantes heredadas? Para algo han de servir: de marco, de prólogo, de manifiesto, de capital.

Todos nos hemos descosido alguna vez. Yo, tejedor de las generaciones antiguas, tuve que conocer el fondo y el trasfondo de lo ruin, lo insulso y lo insípido de expresiones vagas. Tuve que descoser también para reorganizar todo en una red de belleza literaria. Es trabajo, es oficio, es día a día. Regalo los murales a cambio de una dulce pieza de pan, de galletas, de manjares pequeños. Curiosamente, algunos nuevos tejedores han hallado el modo de infiltrar majaderías y transformarlas en algo de vanguardia, porque saben lo que hacen.  Tuvieron que probar la magnitud de expresiones sin sentido para reconstruirlas y elevarlas.

Tal fue el caso de buen amigo mío, que tejió un ilustre poema con los desechos del desagüe virtual que fluye interminablemente en los tiempos modernos. Entre esos retazos de una red sin control, se toman porciones útiles para el rompecabezas propio. Y hoy, visitante audaz, guardo la pluma y saco el tablero, llegan por el aire a una pantalla hilos de letras con los que pienso tejer una historia nueva.