Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 31 de enero de 2021

Cartas.

 En las cartas escritas a mano no sólo iba tinta sellada. Las letras describían, en distintos niveles, la personalidad y el estado anímico del escritor. Cierta vez, alguna leyenda dijo: "una vez fallecido, el que escribió las misivas podía ser traído de vuelta, sólo un poco, con extraer las antiguas cartas y leerlas en voz alta". En la tinta iba el espíritu, en el papel un recuerdo.

La caligrafía era una forma de arte. Y se engrandecía a las letras de inicio, con empeño, como obsequio de forma artística del remitente. La letra capital se volvía una llamada de atención, un sello, otro recuerdo representativo del poder del puño sosteniendo la pluma. Como entremés: antes de dar paso al mensaje de la carta el destinatario encontraba un descanso al ojo en la letra capital. Señal de respeto y anuncio honorable, como si al lector se le pusiera una alfombra roja antes de una puerta o se le trajera una copa de vino antes del plato fuerte.

Y la firma, por supuesto: el broche que sellaba la despedida con algún arreglo íntimo. Los trazos que en realidad querían decir que podían verse pronto, o tarde. Quien haya tirado una carta escrita a mano ha cometido gravísimo pecado. Si fue carta de amenaza o mal intencionada, hizo bien; si fue carta romántica con anhelos y esperanzas en las letras, un sacrilegio literario.

sábado, 30 de enero de 2021

La vida es una serie de novelas.

 Todos habitamos alguna historia incompleta del todo. Creemos que por fuerza de tiempo nos llegó el final de dicha historia, pero a veces no nos convence, no nos agrada, retrocedemos. Borramos el final que salió malo e intentamos modificar algún parámetro para conseguir uno mejor. Pero tampoco nos gusta. Volvemos una y cien veces más porque simplemente no nos ajustamos a esa historia incompleta.

Mientras sigamos viviendo seguirá incompleta. Ah, y si morimos la historia se interrumpe, no queda un final bueno; no es una opción viable. No obstante, puedo sugerir que trocemos la historia en varios libros para que no parezca una gran, testaruda e interminable historia, sino varios tomos interesantes que producen una serie. Entonces nada más basta identificar los momentos cómicos, las tragedias, las heroicidades y las peripecias.

Seguro que entonces alguien se interesará en esos fragmentos de historias. La vida es, entre otros cuentos, una formidable serie de novelas que no se terminan de contar.

viernes, 29 de enero de 2021

Traducir es necesario.

Hay literatura que no se ha traducido. Es aquella que fue escrita como una pieza de música en la que ocurren fenómenos y desgracias, honores y nombramientos, triunfos y romances. El alma, que sabe de estas historias, reconoce el desarrollo. La mente, que sabe de lenguajes y lecturas, debe buscar una forma para traducir la música en literatura. O viceversa, que es más fácil.

Es sencillo imaginar el conjunto de cuerdas que invocaría a un caballo a galope recio. Pero, ¿cómo reconocer a un caballo agotado por las batallas en las notas de la partitura? Difícil tarea, la del traductor, que escuchando un concierto de una hora pueda después transcribir en un libro las aventuras que en esa pieza se relatan. Nos ha dicho, al menos, que para entrenamiento de estas facultades es buen oficio escuchar música mientras se adentra uno en alguna novela. Allí, sin darnos cuenta, nos estarán entrando dos historias en el cuerpo: una por los ojos y otra por los oídos.

La pregunta final es: ¿se sincronizan?

jueves, 28 de enero de 2021

Sobre invocar personajes.

 Hay quien se saca los personajes de la manga, los pone allí como monigotes en un cuento y se mueven. Agregue plastilina aquí y acá, utilice el soplo de vida de autor y voilá, tendrá listo el panorama para que la historia se desarrolle. Si bien es un método básico para extraer personajes, no es el más infalible. Tarde o temprano estos personajes un poco sintéticos se paralizarán en alguna escena, no sabrán qué hacer, preguntarán (con mucha dependencia gradual) al autor lo que hay que hacer, una y otra vez. No serán capaces de hacer una fogata en una noche de frío en algún bosque. Irán al final del viaje, sí, pero hay que estarlos moliendo una y otra vez con sus deberes.

Existe, sin embargo, otro método mucho más eficaz y duradero para que los personajes perduren, y que hagan historia. En primer lugar no hay que sacárselos de la manga. A veces parece que ocurre así porque el personaje ya estaba creado y simplemente sale en el momento oportuno. Se les diseña con tres factores: mente, cuerpo y espíritu, en buen balance. Hay que invocarlos primero en una hoja y convivir con ellos un rato. Dormir con ellos, comer con ellos, bañarlos, vestirlos, enseñarles dónde está el objeto que persiguen pero no soltárselos a la primera. También debemos aprender a decirles que NO, para que no se encaprichen. Ese será uno de los primeros momentos donde saldrán sus emociones.

Hay quien dice que las emociones de los personajes no son reales, que sólo son préstamos personales del autor. Podría estar equivocado, ¿sabe? Porque quizá el autor esté indispuesto para escribir una escena y el personaje estará allí, moliendo una y otra vez para que el escritor haga sus deberes. Cuando eso ocurra hay que dejarlos ir y explorar, porque ya están listos para continuar su historia y no la que el autor les había planeado. Y esos, con garantía de por medio, son los personajes más reales, porque llevarán una parte del espíritu del creador. Y se les extraña cuando no están. Podemos indignarnos cuando hacen algo que no esperábamos.

Se les da libre albedrío. Y no siempre van a tener éxito de buenas a primeras. Entonces el escrito ya no va a proponer qué es lo que van a hacer a continuación. Más bien se sienta, como si estuviera viendo una película, una visión. El autor describe entonces qué es lo que ellos hicieron, para que lo sepa el mundo.

miércoles, 27 de enero de 2021

Muerte por novela.

 Decía cierto mentor que de escribir se llena uno, como si entrara la saciedad por los ojos y en algún punto crucial hay que pausar para digerir las letras que van apareciendo. Que si uno continuase, puede entrar el vicio. No hay tal cosa como el devolver lo que se ha escrito. El dicho vicio más bien consiste en permanecer escribiendo indefinidamente, con lo que se olvidaría uno de ingerir alimentos, de descansar la vista, de poblar el árbol literario con libros que lee.

El alma incansable insiste, pero el cuerpo que la contiene comienza a tener entonces algunas carencias. Primero llega la debilidad corporal, porque la energía de la comida no dura para siempre. Con ello el sueño hace caer a cualquiera. Puede ser entonces el sueño un buen verdugo que interrumpe el genio creativo, con tal de recargarse para poder continuar. No existe novela que se haya escrito en una sentada, por ejemplo. Y si la hay, es una novela corta, pero entonces la esencia original ha cambiado, porque se adapta a la prisa del que la escribe, a su energía, a su duración en el plano de la actividad.

Fue así que hubo un caso de muerte por novela. El caso dice así:

"En las 3:45 am de la madrugada se confirmó la muerte del señor Salíz, quien falleció por escribir una novela hasta las últimas consecuencias, sin descanso ni alimento de por medio. Quizá quería romper un récord. Los expertos que estudiaron las causas de la muerte declararon que Salíz llevaba una semana y dos días sin dormir, el alimento que ingería se reducía a unas cuantas habas y además se colocaba múltiples alarmas para continuar despierto cuando el cuerpo lo obligaba a caer en el sueño".

La pregunta que sigue es: ¿valió la pena lo que escribió? ¿la novela quedó terminada o con gran avance, al menos? La respuesta es negativa, porque después de los primeros ocho capítulos la novela entró en estado de descomposición literaria. Los personajes cambiaron de nombre, la trama dejó de hilarse y las numerosas fallas sintácticas no permitieron que la novela se lograra. Con esto, aquella novela sólo se vuelve interesante al principio y después tiene un callejón sin salida. Quizá hubiera sido distinto si el autor hubiese fallecido por otras causas, porque la novela habría sufrido entonces un simple escritus interruptus, sin más.

Varios críticos han juzgado esta novela como un texto forzado. Se han atrevido a decir que incluso fue escrita en sus últimas partes bajo el efecto de psicotrópicos naturales, mismos que producía el cuerpo por no dormir. El autor alucinaba a los personajes, que quizá le hablaron en los últimos momentos. Lo más terrible de todo es que la novela se interrumpió justo antes de un diálogo muy importante para toda la trama:

—Así que al final el verdadero ejecutor de toda esta serie de eventos desafortunados fue...

Lamentablemente nos quedaremos con esa duda. ¿Podría considerarse entonces que esa novela fue poco genuina? ¿Qué no acaso otros autores de misterio han estado al borde de morir ellos mismos? ¿No sufren depresión, soledad? Algunos expertos en novelas de ese tipo acusaron a la novela misma de haberlo matado. He aquí algunas de sus declaraciones:

"Sí, la novela lo mató. Le fue absorbiendo su energía vital hasta dejarlo flaco y sin ganas. Yo conocí a Salíz. Era un hombre no muy robusto pero con ganas de vivir. Esa novela sólo le causó un gran malestar"...

"Creo que las autoridades deberían hacer algo al respecto con la asesina del señor Salíz. Sí, es la novela, ¿se le puede procesar? Podrían, al menos, castigarla con la hoguera. Si sólo queda una copia pues qué mejor, nadie leerá ni convivirá con esa novela asesina"...

"Tal como lo describe la última línea redactada por Salíz, el ejecutor es la novela misma. Quizá podríamos completar, una vez terminados los procedimientos legales necesarios, tomarnos el permiso de completar esa línea. Es complicado, porque la novela no usó arma alguna, no sabemos si con premeditación y ventaja planeaba ya el desmoronamiento vital del escritor".

Tal parece que la única conclusión que nos queda es que si uno no se llena al escribir, como decía el mentor, se pueden llegar a estos extremos. Se pierde la noción de la saciedad literaria. Se quiere abarcar todo, se quiere escribir, pongamos por caso, un libro en cinco horas, ante cualquier consecuencia.

Es recomendable ir por lo sano, escribiendo sin gula. Unas mil o dos mil palabras diarias. O quizá más, dependiendo de la propia salud del escritor. Y si el sueño definitivamente llega a vencernos, no combatir contra él, sino aceptarlo con gracia para restauración. Evitar a toda costa una terrible muerte por novela.

Los cuentos no matan tan fácil, pero eso ya es otra historia...

martes, 26 de enero de 2021

Divinas palabras.

 Lo divino subyace en las palabras. Es una meta de largo plazo encontrar la combinación perfecta: esa que logra en el espíritu de alguien una voluntad distinta, como si estuviera rozando por unos momentos la infinita generación creativa. En ese punto no existe ni existirá una hoja en blanco, sino un espacio repleto de ideas.

Entonces sobreviene la intención de las palabras en el ser que las porta: la transmutación de la energía, pues se extrae de la fuente primigenia una divina aproximación que lo conecta todo. Así llega la poesía, donde los objetos ya no son lo que parecen, sino la suma o abstracción de sus características en otra realidad. La vida ya no es simple vida: es un intercambio de posibilidades.

lunes, 25 de enero de 2021

Poco pero vale.

 Y si es poco lo que se escribe, pero con ello se evita el deterioro emocional de una musa... pues con eso basta. Mejor a cuentagotas que nunca. Es crucial no olvidar las fuentes primigenias de inspiración.

Y si es mucho y sobra, pero con ello se complacen tantos deseos... pues es menester insistir. No hay musa insaciable, pero también guardan palabras en tiempos de apatía creativa. Quizá aquellas ideas lanzadas como semilla germinen en algún punto y retornen a nosotros las esporas que emergieron.

domingo, 24 de enero de 2021

El espejo.

 Un día cierto hombre creyó que al cruzar el espejo, con las técnicas adecuadas, se encontraría con su alter-ego. Cuando por fin logró entrar sin romperlo, se llevó una grata y terrible sorpresa. No habitaba en ese lado el hombre reflejado que él veía cada vez que se afeitaba o se bañaba. No era uno. Eran cientos, miles. Todos los hombres de los días que habían transcurrido. Barbones, desaliñados, desnudos, elegantes, según fechas pasadas y momentos en los que el original se había reflejado. Todos estaban allí. También llegaron niños y adolescentes.

Aquella muchedumbre de sí mismo lo abrumó tanto que tras empujones y revueltas el hombre fue devuelto al lado original, donde estaba él solo. Entonces realmente vio la soledad evidente. Creó, supuestamente, otro reflejo más ese día: iba ataviado con un elegante traje que usaría para asistir a una cita a ciegas, pero abandonó la idea y dejó plantada a la mujer que lo estaba esperando. Él quería seguir insistiendo con cruzar el portal, para aprender del fenómeno.

Entró de nuevo, pero esta vez no vio a nadie, excepto al reflejo recién creado, quien lo desaprobaba con una mueca, negando con la cabeza.

—Acabas de desilusionar a una dama —dijo el reflejo.

—Sí, pero esto es más interesante. Cruzar el espejo... ¿y los demás?

—Bueno, la primera vez que entraste hubo conmoción. Ahora ya no es novedad. Pero en verdad que esa dama estará desilusionada —insistió, con ademanes que invitaban a volver al lado original.

—Necesito hacer muchas preguntas. A ella la puedo citar algún otro...

—Fin de la discusión. Si no eres tú...

Y sin dar tiempo a reacción, el reflejo calculó con precisión sus movimientos. Reflejo de rápidos reflejos. Colocó el pie atrás del hombre, lo empujó y cayó de espaldas. El reflejo cruzó entonces la puerta hacia el otro lado.

—...¡seré yo! —dijo triunfante tras cruzar.

Se sacudió entonces el polvo (aunque no tenía y consistía más bien en algún extraño gesto corporal para manifestar triunfo ante la maniobra recién conseguida). Se miró en el espejo. Del otro lado estaba el original, poseído por una extraña fuerza que lo movía del exterior. No tenía voluntad corporal, aunque podía saber exactamente lo que estaba pensando y cómo. Al ser ahora él reflejo de su reflejo, debía por ley natural obedecer lo que acontecía, al menos hasta que se marchara. El reflejo del hombre abandonó la habitación y cerró la puerta. Apenas en ese momento pudo recobrar la libertad de movimiento el hombre original, aturdido y confundido.

Miró su habitación invertida. Todo lo de lado derecho ahora estaba en el izquierdo. Quizá todo el mundo sería ahora así. Quiso salir por la habitación, pero para sorpresa desagradable aquello era como un falso estudio de cine. Afuera de la puerta no había nada, estaba el vacío. Era una habitación flotante cuya puerta y ventanas daban a un infinito cielo azul con algunas nubes decorativas. Ya sin nada que perder, quiso arrojarse al vacío para acabar con aquel absurdo escenario. Mas no sucumbió. Caminó por fuera, más bien, como si estuviera en un diseño de computadora: algún programa CAD de arquitectos donde nada había sido diseñado excepto esa habitación. Bajo sus pies -calculó-, debía estar el eje X, que podía seguir y seguir ad infinitum. Para probarlo efectivamente se alejó corriendo hasta que vio en la distancia la diminuta mancha que era la habitación. Entonces le aterró alejarse demasiado y perder de vista aunque sea esa referencia. Resignado tuvo que volver.

Ya de vuelta frente al espejo intentó los mismos métodos para cruzarlo de nuevo. Esta vez el reflejo no estaba, era como una ventana vacía y dura. Se sentía lo frío del cristal. Forcejeó, hizo, deshizo, intentó, nada funcionaba. Arrepentido de todo, se venció allí mismo, se recargó contra el espejo, de espaldas y hundió la cabeza entre las rodillas, abatido.

Algunos minutos después, en una ráfaga inmediata y confusa, el hombre apareció frente a un espejo, en los sanitarios de un restaurante. Se admiraba. Aquella consecuencia tenía sentido: era el reflejo impostor, que había llegado a la cita y decidía retocarse el pelo antes de que llegara la chica (que por fortuna, se le había hecho muy tarde y reagendó la cita una hora después). El hombre, el auténtico (que ahora llamaremos Orig), era de nuevo manipulado por la fuerza exterior del reflejo (que evidentemente será Giro). Se lavó las manos, se refrescó la cara y se admiró por última vez antes de abandonar el baño.

Orig intentó lo de antes: abrió la puerta para encontrarse con el mismo vacío del cielo azul, sólo que con menor intensidad, pues estaba anocheciendo. Aquel cambio de posición se debía únicamente a los deseos de Giro de mirarse en un espejo, ante lo cual Orig sería teletransportado automáticamente a una locación similar, pero invertida. Como si alguien arrastrara con un ratón de computadora a Orig a su nuevo entorno. Estaba a merced completa de Giro. Y como en cada ocasión, cuando aparecía frente a un espejo sólo era llevado como marioneta a imitar los movimientos originales, tampoco podría cruzar el espejo. Aquello tenía que ser una decisión genuina de Giro, de intentar volver a la posición que le correspondía.

"Tal vez", pensó Orig, "si corro lejos hacia el vacío, no importe nada. Tarde o temprano el impostor volverá a reflejarse en algún lado y apareceré allí, sin importar lo demás". Puso a prueba su resistencia. Se alejó tanto como pudo, hasta que perdió de vista aquella habitación solitaria. También lo alcanzó la oscuridad, pero sin estrellas: era una noche nublada. Tuvo la sensación de quedarse ciego, porque no se veía absolutamente nada. Apenas una diminuta luz asomaba en el horizonte: era el baño del restaurante, que tenía los focos prendidos.

Hubo una nueva sacudida fugaz. Teleportación inmediata. Giro llegó de vuelta a la casa y se veía una vez más. Frente a frente: el tramposo Giro y Orig.

—¡Fue una noche espléndida! —dijo Giro.

Exactamente al mismo tiempo Orig había dicho lo mismo, sólo que sin voz, como si sólo siguiera los labios del otro.

Giro se ajustó el traje. Tenía en el cuello un beso de labial. Se pasó un puño por la mejilla en señal de virilidad.

—¡Eres un tigre, un conquistador! —dijo Giro.

Para Orig aquello era humillante. Imitaba todo con sincronización perfecta, pero sus sentimientos y pensamientos eran de odio, de impotencia, detestaba su reflejo.

—Mañana volverás a triunfar —prosiguió Giro—, porque eres un conquistador, galán Natan...

Dicho eso, como si hubiera cometido un error, Giro se llevó las manos a la boca. Pateó el suelo mientras negaba. El espejo de la habitación se quebró y volvió a reconstituirse. Todo había terminado.

Del lado correcto estaba Orig, mejor llamado Natan. Se palpó, vio que era él mismo. Al haber pronunciado Giro su verdadero nombre palindrómico el conjuro había terminado. Natan era Natan una vez más. Con miedo se alejó del espejo y abrió la habitación: allí estaba, como siempre, el bendito pasillo de tantas veces. Todo seguía: la casa, la calle, los perros ladrando en la distancia, las luces de la ciudad...

Lo primero que hizo fue tapar los espejos. Todos fueron sellados. Después, a la mañana siguiente fue al registro civil a cambiarse el nombre por Jaime. Al volver a casa encontró en la puerta a una mujer encantadora. Era la cita a ciegas de la noche anterior.

—¡Natan! ¿A dónde fuiste? —le preguntó.

—¿Tú, eres...?

—¡Soy yo, Ada! ¿Te fugarás conmigo? No deseo volver al interior del espejo nunca más. 

Y allí el nuevo Jaime, antes Natan, sintió un escalofrío. Giro había planeado todo.

—¡Dime que eres tú! —insistió Ada— ¡No habrás cometido la estupidez de decir tu nombre frente a un espejo! ¿Eres tú? Demuéstramelo. Dime cómo era mi habitación, de qué color era mi ropa interior.

Jaime se quedó pensando durante algunos segundo y recordó haber visto en la foto de perfil de Ada los detalles.

—Soy yo, preciosa. El beso en el cuello, tu lámpara azul, el cuadro de cisnes sobre tu cama...

—¿Y mi ropa interior?

—Vamos, nena —Jaime emuló una actitud coqueta, como la del falso Natan— ¿en serio me preguntas por esas niñerías? —y se pasó el puño en la mejilla.

Ada quedó convencida. Abrazó a Jaime Natan Orig, y se fueron caminando hasta su casa.

—¡Eres un genio, amor! ¡Ya cubriste todos los espejos! —dijo Ada, maliciosa.

Y desde ese momento Jaime Natan Orig vivió una vida feliz, pero todas las noches le remordía la conciencia que una Ada diferente estaba cautiva al otro lado de algún espejo, esperando por el verdadero amor... aunque la impostora hacía el amor de una forma increíble. Y varias veces ella se norteó, se equivocaba de dirección, porque todo era al revés. Qué más da.

sábado, 23 de enero de 2021

Carlota.

 Antes lidiaban los escritores contra defectos de las máquinas. La tinta podía escurrirse, o atorarse el carrete que sostiene la hoja. Los errores, en las primeras versiones, eran incorregibles. El frustrado creador sacaba entonces la hoja para hacerla bola y desecharla. Volvía a empezar, golpeteando esta vez con más cautela para no hacer del escrito una desgracia constante.

Las máquinas de escribir también tenían su personalidad que, según una antigua leyenda, se volvían tan celosas que no permitían que nadie más escribiera en ellas. Una vez que se consagraban al autor que las usaba con más frecuencia, se comportaban de forma distinta. Se movían solas, deslizaban el carrete en las horas de la madrugada para llamar la atención. Si algún atrevido las usaba sin permiso podía irse, por lo menos, con hojas arrugadas y tinta seca. "Señor Montesinos, esa máquina que tiene está endiablada, debería cambiarla", decía algún criado. Y Montesinos la tapaba con una funda negra de terciopelo para que el sol no le molestase. Se calmaba el asunto entonces durante un tiempo.

Otro día otro problema: "Señor Montesinos, intenté redactar un telegrama y las teclas se zafaron de los ganchos". Montesinos generaba entonces orden estricta de alejarse de aquella máquina, que ahora se llamaba Carlota; el criado amenazaba con retirarse y prestar servicios en otra casa. Era costumbre renovada del dueño decir que iba a ver a Carlota y que por ningún motivo se le molestara. Montesinos generó un enlace tal con Carlota que creía que si le abrían la puerta durante el acto preciso del tecleo todo podía irse al carajo. Y quedó demostrado: una tarde que llegó Elisa, la prometida de Montesinos, se indignó porque él no salía a recibirla. El criado dijo que estaba con Carlota y pensando lo peor la muchacha abrió indiscriminadamente. Sin voltear hacia atrás, Montesinos dejó de teclear y al levantarse de su silla dejó ver los dedos machucados. Carlota le había retenido los índices en la interrupción.

Aquel día se le fueron las ideas al escritor. Toda la culpa recaía en Elisa, y no en Carlota. Montesinos había dejado una novela sin terminar, como un cuadro cubierto que nunca se revelaría ante nadie. La máquina se mantenía cubierta con el terciopelo y en un mes tenía ya encima el polvo propio del estancamiento. Con tales preocupaciones, Elisa se quedaba por las noches, porque a Montesinos le entraba una fiebre terrible, y desde el cuarto cerrado podía oírse a las dos de la mañana el sonido preciso de que Carlota estaba escribiendo sola. El criado se había retirado definitivamente apenas una semana antes.

Una mañana soleada Elisa abrió las ventanas de par en par, removió la funda de terciopelo y vio lo que había escrito Carlota. Eran frases ininteligibles, pero con signos de admiración, como si estuviera furiosa, como si le faltaran los dedos de Montesinos encima. Pronto fue por un candelabro de la sala y se decidió a quebrarlo sobre la máquina para romper aquella maldición. Se quedó allí, mirándola, inofensiva, y se arrepintió. La tomó y le sorprendió que estuviera más ligera de lo que se imaginaba, la llevó hasta la habitación de su prometido y se la puso en el regazo. A tientas, sin abrir los ojos, Montesinos ubicó las teclas. "¿Tiene hojas adentro?", preguntó. Elisa consiguió el papel para que aquella novela se terminara.

Así transcurrieron dos días y mientras más escribía más vitalidad recuperaba el autor. Ahora permanecía sentado sobre la cama, bebiendo café, mientras Elisa iba a sus deberes. Pronto llenó un millar de hojas con la novela que avanzaba rápidamente. Cierta noche, con pretexto del primer aniversario de noviazgo, Elisa quiso salir a cenar. Montesinos dejó a Carlota sobre la cama, se cambió, se puso el abrigo y salió con su prometida. Fue una cena magnífica, el vino afianzó de nuevo el amor entre la feliz pareja.

De vuelta en la casa Montesinos notó la ausencia de Carlota. No había tiempo que perder. Elisa y su novio revisaron en todas partes. Tampoco estaba la novela. Tras recorrer un par de calles cercanas a la casa, hallaron a Jacinto, el criado, con una lumbrera recién hecha donde poco a poco arrojaba las hojas. "¡Es por su bien, está endiablada!" Atinó a decir para justificarse. Al centro de la hoguera se incendiaba Carlota. Jacinto había conservado una copia de la llave, tenía la intención de salvar al que antes fuera su respetable patrón. Horrorizado, el sr. Montesinos se había quedado pálido, inmóvil, como si Carlota le hubiera cobrado el alma por aquella tragedia. Durante esos momentos el autor tenía dificultades para respirar e irremediablemente colapsó. Elisa hizo lo posible por salvarlo, llamó a los médicos, se hizo de todo, pero el sr. Montesinos había fallecido.

Jacinto fue apresado por aquel desorden, además de que se le acusaba de haber interferido con la débil condición de Montesinos. Elisa se encargó de dar su testimonio completo, omitiendo las partes en las que Carlota aparecía. Entre la palabra de una dulce mujer compasiva y un criado loco que decía que la máquina estaba endiablada, fue evidente la decisión.

Después de varias semanas Elisa pasó por el lugar de la tragedia y le pareció oír que Carlota escribía sola. Tras remover algunos escombros e investigar, encontró la funda de terciopelo negro, intacta. Adentro estaba Carlota, quien movía los ganchos de las teclas como si quisiera decir algo. Elisa la recuperó y la llevó hasta su hogar.

Ya en la tranquilidad íntima del hogar, Elisa colocó varias hojas sobre el rodillo. "Por el amor que le tienes, termina la novela", escribía Carlota una y otra vez. Su falta de incomodidad o susto la atribuía quizá al dolor tan profundo que sentía por su prometido. Fue comprensiva, de mujer a máquina. Y de memoria, lo mejor que pudo, Elisa redactó la novela que Montesinos casi terminaba. Carlota se convirtió en su mejor amiga, en su confidente. Al cabo de un año encontró a un agente literario quien publicó la novela, y se vendió bastante bien. Llevaba por título: "Carlota: amiga, amante y viuda".

Tras el éxito no faltaron excéntricos lectores que asediaban a la autora. Querían conocer a Carlota, ver si estaba allí con Elisa. Naturalmente que ella lo negó todo. Escondía la evidencia: las hojas mecanografiadas, las tintas y a la propia Carlota en un cajón repleto de sostenes y pantaletas. Elisa se creó señuelos: anotaba cosas en hojas sueltas, como manuscritos previos a la novela, para despistar.

Quién sabe cómo, Jacinto logró enterarse y consiguió la atención de un periodista que lo escuchó atentamente. Se enteró de que Carlota era obra del demonio, que Elisa debía tenerla seguramente en algún lugar de su casa, que había que buscarla porque desde allí habían comenzado las desgracias. No obstante, Carlota y Elisa ya estaban preparadas. Ella fue en persona a ver a Jacinto a prisión. Lo cuestionó, lo abofeteó, lo recriminó por la muerte de Montesinos. Lo amenazó tan duramente que Jacinto suplicó por su perdón. En ese instante Elisa extrajo de un bolso grande una funda de terciopelo y posteriormente a Carlota. El guardia, muy bien recompensado por la escritora, se limitó a cerrar la puerta para que nadie pudiera escuchar los gritos de aquel loco que gritaba sobre una máquina endemoniada.

Allí abajo, sin que nadie se enterara, Elisa y Carlota redactaron la sentencia final del criado, que sentía morirse.

"He aquí que Jacinto se quedará dormido y no recordará nada al despertar. El mismo destino queda para Bernardo, el periodista". Mientras lo hacía, a Elisa se le ponían los ojos nublados, como si Carlota ocupara su cuerpo. Era verdad. Jacinto estaba horrorizado y una vez que se puso el punto final y se extrajo la hoja, el criado entró en su letargo. Elisa recuperó la compostura y su jovialidad, guardó a Carlota en su bolso y dijo al guardia que la declaración estaba tomada.

Elisa fue un best-seller. Los escritores que la conocían y pretendían decían que tenía una personalidad magnética, algo misteriosa, pero que tenía mucha arrogancia o era ignorante porque no leía otras obras. Y Carlota sólo aparecía en las manos de Elisa: allí se olvidaba del mundo y escribía las mejores novelas. Y si algún pretendiente se volvía pesado o insistente simplemente se le ponía su sentencia final en una hoja...

viernes, 22 de enero de 2021

Fórmulas.

 Se dice que no hay fórmulas para crear una novela. Y no estoy de acuerdo, porque en realidad cada novela es una fórmula diferente. Lo complicado es extraer los ingredientes para ver en qué orden van. Es como querer descomponer un perfume en las sustancias más elementales, en saber las notas, la profundidad, las medidas. No obstante podemos identificar un ingrediente esencial y ése es justamente el que vamos a probar en añadir a la fórmula nueva.

De principio sería poco probable que queriendo escribir novela nos salga un cuento, a menos que la abandonemos al primer capítulo. Y hay mucha probabilidad de que escribiendo cuentos tengamos relación suficiente como para alargar todo.

También se dice que la fórmula de la novela es la inexistencia de la fórmula, como si la novela hubiera aparecido repentinamente: ¡plof! ya está la novela creada, con todos los personajes, así en un minuto. Y por muy evidente que esto parezca, el primer paso para crear las fórmulas es tener un laboratorio. Y pretender crear una novela perfecta requiere experimentación, creación y destrucción. Quizá nos llevemos entre las manos algunas catástrofes.

Y tal vez, sólo tal vez, toque a la puerta una diminuta figura de plastilina exigiendo que desea habitar una buena novela. Entonces no nos queda más remedio que convertirlo en el asistente de laboratorio y enseñarle también a usar los ingredientes. Es posible que ocurran accidentes, que "caiga, sin querer, en algún frasco de sustancias volátiles". Y nos culparemos por ello. Habrá que traerlo de vuelta, o bien, meternos a la novela para sacarlo. Y cuando nos cuente cómo le ha ido, ya no querrá irse. Más bien, nosotros quedaremos quedarnos allí dentro, a participar. Sólo un poco.

Ya de vuelta en el laboratorio tendremos nuevos ingredientes y podremos seguir con el experimento final. Finalmente crearemos una novela que está habitada.

La primera es la más complicada, porque no hay bases. Cuando se tiene, por fin, la primera novela, las demás ya cuentan con laboratorio, hay personajes deambulando por allí, frascos de emociones, giros y tuercas, desenlaces, nudos, cuerdas, espadas, escudos, artilugios, escapatorias...

Y los autores son egocéntricos, vale decirlo, porque comparten la novela pero no comparten el secreto de cómo la elaboraron. Eso, si en verdad se desea saber, está en el preciso acto de desentrañar pacientemente todo el rompecabezas. Y cuando estamos en eso, nunca falta un pequeño ayudante que nos echará la mano y entonces todo comienza de nuevo...

jueves, 21 de enero de 2021

¿Un café, un libro?

 Tiene el café algo que comparte muy bien con las letras, con un libro abierto al filo de la noche, como si al beberlo nos bebiéramos las estrellas un poco y de allí tomáramos la curiosidad para las páginas.

Y si no es el café, el chocolate caliente. Se lleva bien con los libros, en tiempos de frío. Menos mal que las páginas no están heladas ni se congelan. Lentamente el sorbo pasa por la garganta y se puede aprovechar un gran punto y aparte o un final de capítulo para dejarse llevar por el sabor.

Y si no es el chocolate, una infusión. Aunque esta tiene contraindicaciones, porque puede dormir al lector. Las letras se bambolean, el libro se cae, la historia no sigue. Quizá por las mañanas, si es que hemos dormido bien. Si fueran las plantas el motivo de la novela tal vez podríamos entender de inmediato la atmósfera.

Y si no es eso, pues a secas no conviene leer un libro. Se puede, pero se recomienda tener algo: algunas galletas, para exprimir los activadores de la imaginación. Aunque hubo alguien que decidió lo contrario, porque en sus tonteras sujetó mal la taza e inundó aquel mundo literario en el que se adentraba, la acción era amarga, los personajes se frustraron. El momento se esfumó. Y no es culpa de la bebida, ni de las galletas. Es que más bien no se le está dando la debida atención a la trama. Y también funciona con los cuentos, aunque suelen ser más cortos y entre uno y otro hay que estarse levantando continuamente para resurtir lo que nos vamos a llevar a la boca.

Entonces, ¿vamos a comer, a beber o a leer? Esto lo preguntaría cualquier analista de la situación y nos diría que en realidad sólo usamos los ojos, las manos y el cuerpo en una situación cómoda, porque no nos podemos separar de él. El cuerpo se deja en reposo sobre un sofá lo suficientemente cómodo para no aburrirse y lo suficientemente incómodo para no quedarse dormido. Las manos dan la vuelta a las páginas por orden de los ojos... pero ¿y la boca? ¿Es necesaria en este proceso? ¿Y qué tal si se prepara uno con lo mismo que va a comer el protagonista? Quizá así lo entenderíamos más durante un desayuno.

Es simple: quien ha bebido café mientras lee un libro, encuentra un paraíso de satisfacción. Y quien ha leído un libro mientras bebe café, también.

miércoles, 20 de enero de 2021

Primer round.

 Una hoja en blanco puede ser digno rival, contrincante funesto y real adversario. Los que las conocen saben la desgracia de tenerla justo al frente y no poder decirle nada, ni enseñarle cosa alguna. Se arma el silencio, la hoja brilla de ausente. Entonces el escritor la toma enfurecido y la arruga, sin nada que decirle. Pronto llega otra hoja nueva a vengar a la primera y le clava la mirada al de la pluma. ¿De qué vas a escribir hoy? Se burla. ¿No hay nada allí? Amenaza. La aparta de su vista porque no soporta el sofocamiento que le produce en la mente.

El reloj se adelanta un poco y la hoja ha traído un nuevo número de seguidores de su causa. Son un ciento. Todas están esperando allí, como si fueran a recibir por gracia divina, suplicantes, las palabras que le broten del alma al de la pluma. Primero quieren dar lástima, pero después son arrogantes si no se les calla con una buena redacción de ideas interesantes. Es menester llenarlas una por una, con calma, la estrategia para derrotarlas no es romperlas al vacío, sino conquistarlas lentamente hasta que se percaten que ya están completas. Entonces cambiarán de bando: el escritor tendrá finos y elegantes aliados, repletos de elegantes prosas y delicados versos.

Porque hay una verdad conocida, aunque oculta: no hay hoja que sea inderrotable. Sólo momentos de agobio porque la inspiración está dormida. Y si no llega, hay que arrancársela al momento como quien roba un pan cuando se tiene hambre.

martes, 19 de enero de 2021

Competencia.

 Un escritor retó a otro alguna vez sobre quién podía escribir más rápido. Debían mover los dedos con rapidez, porque la competencia era con los teclados de computadoras. Las frases debían ser cabales, tener sentido y coherencia, buena sintaxis, un ajuste gramatical casi perfecto y se perdonaban algunas erratas. Se mediría la velocidad por el número de palabras alcanzadas en un minuto.

Aquello comenzó y teclearon. Aporrearon las teclas a paso veloz, usando casi todos los dedos. El pulgar a la barra espaciadora: kichu, kichu. Los índices por delantera y los medios como soporte. Los anulares entraba de turno cuando a algún otro dedo se le escapaba una tecla. Y los meñiques estaban en las orillas, esperando por si acaso.

El minuto terminó pero los escritores no paraban. Se siguieron, se siguieron con una prosa bastante buena que poco a poco voló hasta deshacerse en algún interesante poema. Y finalmente salieron así, a dueto, dos vertientes de la poesía que se volverían muy utilizadas mucho más adelante.

lunes, 18 de enero de 2021

Dilema.

 Si un escritor relata una historia y no hay nadie para leerla, ni escucharla, ni oírla de ningún modo, ni saber de su existencia ni encontrarla después de mucho tiempo... ¿realmente fue escrita? Entonces piensa, y le cuesta trabajo decantarse por alguna de estas opciones:

a) Escribirla pase lo que pase aunque nunca sea leída por nadie.

b) No escribirla y asegurarse de que realmente nunca nadie la lea.

He allí el dilema, porque aquel que escribe lo hace para ser leído, aunque sea por una persona. Y el que no escribe quizá no espera ser leído por nadie. Y si acaso hay alguien que escribe para no ser leído, entonces es como el que construye una casa para que nadie viva allí, o el que siembra un árbol y lo marchita adrede. Porque el verdadero límite es que escriba y no quiera que sea leído ni por él mismo.

He allí el dilema.

domingo, 17 de enero de 2021

Ideas para el mundo.

 Con franqueza puedo decir que cada hombre o mujer en el mundo tiene la responsabilidad de contar algo para los demás. Tiene, y debe contar algo a los demás. Quizá alguien se preguntará por qué mencioné primero al hombre y podría tacharme de misógino. Recomenzaré:

Con franqueza puedo decir que cada mujer u hombre en el mundo... y lo demás. Es posible que esas historias no contadas y almacenadas en la mente de un hombre o una mujer (ahora le tocó al "hombre" porque éste párrafo lo comencé dando primer lugar a la "mujer") se conviertan en demonios que lo persigan a uno en alguna otra existencia. Así como se requiere tener una credencial que nos identifique, debería uno tener licencia que avale que hemos contado una historia importante al mundo.

¿Qué no es el mundo un vórtice de ideas entremezclándose para dar forma a las realidades? No hay nadie que no haya contado al menos una historia, aunque no se percate de ello.

Ah, y este texto es moralmente adecuado (y en este punto aclaro que soy una mujer que fingió escribir como un hombre).

Ana Belladona.

sábado, 16 de enero de 2021

Nombramientos mortales.

—Cuéntame una historia —dijo aquella sombra encapuchada.

Y el hombre comenzó a contar su propio cuento de cómo había muerto. Pero la gran divinidad del ocaso, en otros lugares conocida simplemente como "Muerte", quien escuchaba aburrida, interrumpió. Había dicho que se sabía muchas historias de esas. Ella prefería historias de vida.

—Verás —prosiguió—, cada individuo que llega ante mí para rendir algunas cuentas, me habla sobre lo que ya conozco. Entonces cuéntame una historia de vida. Pero que nada en tu historia se muera, o te mato. No, es broma eso de matarte. Al fin y al cabo ya estás muerto. Háblame de la vida.

El hombre rectificó sus historias y relató sobre sus viajes a otros lugares del mundo y las personas que conoció. La gran divinidad del ocaso quedó complacida y entonces le permitió el acceso a esa realidad y le propuso que allí debía vivir ahora. No, rectifico: allí debía morir ahora (si se piensa que ese verbo equivale a un acto de deambular, hacer tareas, etcétera). Era costumbre entonces que los habitantes de allí preguntaran "¿dónde mueres?", en vez de "¿dónde vives?". Y al hombre recién ingresado le costaba muchísimo trabajo reinterpretar el sentido de esa palabra, porque muchas veces respondía mal.

—¿Eres nuevo? —lo interrogaba un habitante— ¿Dónde mueres?

—Yo, yo... morí en un accidente de auto. Y ahora estoy aquí.

—No, no... querrás decir que moriste en el auto. No se puede morir en un accidente. Eso es algo abstracto.

—Sí, sí, morí en el auto. Es verdad.

—Bueno, ¿y ahora dónde mueres?

—En este momento no. Estoy aquí, vivo, en esta segunda vida.

—No me confundas. Aquí se muere, no se vive. Esta es la muerte. Bueno, al menos una de las primeras. Me gustaría visitar tu casa. ¿Te ha dado la gran divinidad del ocaso alguna dirección? ¿Dónde mueres?

—Pero es que yo ya no planeo morir en ningún lado.

—No, no. Estás loco entonces. Vale, no nos confundamos. Comenzaré yo: muero detrás de aquella colina, número 76.

—¿Allí mueres?

—Sí, todos los días. Al menos durante lo que dura el contrato.

—¿Entonces revives cada día, o cómo?

—No, qué locura. Si aquí no se vive, mucho menos se revive. Ya te he dicho que aquí se muere. Mira, me tomaste de buenas, soy paciente. Si fuese otro habitante...

—¿Qué haría?

—No sé, quizá se hartaría y le contaría a todos lo mal que estás y nadie te dirigiría la palabra.

—Perdón, soy muy nuevo. ¿Aquí hay café o algo? ¿Algún bar?

—Sí, pero no se puede hacer nada de eso hasta que te instales. Tienes que morir en algún lugar, tú sabes. No puedes andar del tingo al tango nada más.

Hasta entonces le cayó el sentido a aquel hombre desafortunado. Revisó los papeles que le había entregado la gran divinidad del ocaso y leyó en una tarjeta que su nueva "murienda" estaba en 8, 26, 32, 64,2,7. Es decir: cruzando el puente número 8, tomando la calle 26, luego el sendero 32, número exterior 64, segunda casa, piso 7. Le pidió al habitante ayuda, porque aquello era un castigo terrible, podía perderse y deambular durante mucho tiempo, como muchas almas en pena que así lo hacían. Pasaban su muerte sin poder instalarse, por lo complicado de las direcciones.

—Creo que conozco el lugar, vamos, te llevo —dijo el habitante, y el nuevo quedó complacido.

Caminaron un corto rato, charlaron durante ese tiempo y finalmente llegaron hasta el punto indicado. Allí el hombre se instaló. El habitante lo acompañó en todo momento y se sentaron un rato en la sala.

—Bien, es un buen lugar para morir y con una vista preciosa —comentó el habitante.

—¿Ah sí? Voy a asomarme.

Por la ventana se veían unas colinas descendientes que remataban en unas vías rápidas por donde cruzaban los trenes sin ruedas. Podía verse a mucha gente nueva preguntando direcciones y caminando hacia todos lados. Varios perros extraviados que lamentablemente eran atropellados y se quedaban un rato inmóviles hasta que se daban cuenta que no podían caer en una segunda muerte. Entonces volvían a levantarse sin un rasguño e iban a lugares más seguros. Esto le inquietó al hombre nuevo.

—Oye, amigo, esos perros de allí, ¿los ves? Vi cómo los aplastaron y volvieron a caminar como si nada. ¿Aquí no pueden morir?

—Dejemos las informalidades. Puedes llamarme "A Gusto". Y ya te he dicho decenas de veces que ellos aquí mueren, al igual que nosotros. Aquí se muere como se vive en la tierra ¿me captas el mensaje?

—Cierto, lo olvidé. Entonces, ¿Augusto?

—No, no. Aquí vamos de nuevo. Soy "A Gusto". Y tú debes ser... —y examinó la tarjeta que venía entre los papeles que la gran divinidad del ocaso le había dado— "Por Tantos". Muchos gusto Por Tantos.

—¿Cómo? ¿Aquí uno se llama con oraciones y no con simples palabras?

—¡Ajá! Conozco a un Con Oraciones. Y seguro que algún otro se llama Con Simples Palabras.

—No me lo has entendido. Es decir, yo me llamaba, cuando vivía, Ernest... —y entonces se le apretujaba la boca, como si decir nombres de vida estuviera prohibido.

—Olvidé decirte eso, Por Tantos. Nunca menciones tu otro nombre.

—Bueno, bueno, ¿qué hay con los perros? ¿por qué no se quedan... cómo decirlo... inmóviles? Es decir, allá en la vida pues cuando se les acaba vienen a dar aquí. Y aquí es imposible morir... ¡digo, no vivir! Err... ¿no se van a otro lado? ¿Este es el fin?

A Por Tantos le costaba muchísimo trabajo entender todas estas reglas. No hallaba cómo explicar estos nuevos paradigmas, porque la forma de las cosas y sus pronunciaciones estaban diseñadas para confundir, para volverse loco. A Gusto lo explicó mucho mejor en una sola palabra.

—Creo que lo que buscas es "trascender" —e hizo un gesto con las manos.

—Pero si ya trascendí...

—No, no, me refiero a que ésa es la palabra que buscabas. Aquí morimos, antes vivías. Y después viene la trascendencia.

—Ah, por fin A Gusto, estoy comenzando a encontrarle el sentido a esto. ¿Y cómo se trasciende?

—Pon mucha atención...

Entonces A Gusto explicó, casi con dibujos básicos en una pizarra, el proceso. Primero dibujó a Por Tantos en la tierra y le puso una nota que decía VIDA. Luego hizo como pudo el accidente de auto y colocó a Por Tantos en su nueva murienda; anotó la palabra MUERTE. Luego formó una espiral y arriba en un espacio alto escribió TRASCENDENCIA. Llegó a la siguiente fórmula:

"El que vive, tiene probabilidades de morir. El que muere tiene probabilidades de trascender. Pero no se puede trascender tal cual como cruzaste de la vida a la muerte. Son nociones distintas".

—¿Te queda más claro, Por Tantos? —concluyó A Gusto, pero antes que pudiera responder, pasó por la ventana Acaso Venga y saludó.

—¡Acaso Venga! —inició A Gusto— ¿Por qué no entras en la casa de mi nuevo amigo Por Tantos?

El recién llegado entró y se hicieron las presentaciones.

—Tanto gusto —dijo Por Tantos.

—No, no —corrigió A Gusto—. Se llama Acaso Venga, no Tanto Gusto. ¿No has puesto atención?

—¡Qué difícil es esto! —blasfemó Por Tantos, un poco harto de estas estupideces de nombres.

Entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir: la exasperación. Por Tantos gritó y puso ejemplos que rompían con la pragmática sencilla del lenguaje. Dijo que, por ejemplo, ¿cómo podía explicar que estaba sentado a gusto en un sillón, sin que los demás pensarán que el habitante A Gusto estaba realmente en ese sillón, en vez de demostrar tan sólo una satisfacción por la comodidad del mueble? ¿O cómo se iba a explicar una oración que enunciara que por tantos años había vivido en la Tierra, sin que pensaran los demás que se refería a un nombre y no a una cantidad? Rápido y pronto, Por Tantos se enfadó de dichas confusiones y salió sin despedirse, corriendo en cualquier dirección. Ahora entendía cómo otros hacían lo mismo, corriendo desesperados, gritando, con las manos en el rostro sudado. Muchos querían suicidarse y se arrojaban al vacío, pero se levantaban ilesos. El mismo Por Tantos lo comprobó: vio venir un auto a toda velocidad y se le arrojó enfrente. Experimentó el caos, el empuje y la fuerza del impacto, aunque no sintió dolor alguno, creyó que todo eso era un simple sueño.

No obstante fue a caer en un árbol seco y de allí se bajó, como si nada. Estaba íntegro. Siguió caminando y a lo lejos escuchó unas voces:

—¡Por Tantos, vuelve! ¡Vuelve Por Tantos!

Acaso Venga también gritaba algunas cosas:

—¡Regresa Por Tantos! ¡Tranquilo amigo!

Y A Gusto lo corrigió:

—No, no, no grites eso porque parece que estás llamando al vecino, a Tranquilo Amigo.

—Ah, es verdad.

Por Tantos ignoró todos los llamados. Entre sus escapes encontró un gran grupo de gente que estaba rezando y se quedó a escuchar un poco de aquellas plegarias. Aunque no parecían estar tristes, sino contentos.

"Llegó el momento en el que nuestro querido habitante Cuando Mucho ha trascendido. Ha dejado de morir con nosotros para irse a otro plano"...

—¿Cómo? ¿Cómo lo hizo? —preguntó Por Tantos a la concurrencia—. ¿Cómo trascendió ese señor Cuando Mucho?

Y se veía desesperado, jalaba de la ropa a todos. Todos reían. Sus risas estridentes parecían la burla de aquel momento, como si fuera un infierno extraño. Por Tantos tuvo que esperar a que dejaran de reír y finalmente alguien le contestó.

—Hey, es simple. Ya cumplió su tiempo aquí. Sólo así se trasciende, con paciencia. Acostúmbrate.

Aquello era la locura. Ya no se estaba vivo y era imposible descansar. Si quería morirse le decían que ya estaba en ese acto mismo. No, lo que Por Tantos quería era trascender y abandonar ese terrible lugar donde el lenguaje no permitía expresar las cosas con claridad.

SIGUE PENDIENTE...

viernes, 15 de enero de 2021

Es inmaduro.

 No hay nada más inmaduro que un poema que quiere volverse cuento. Al principio surgió este deseo porque las leyendas dicen que un cuento tiene más palabras, más sustancia. Que el poema es inestable, que puede soltarse de repente e irse a la perdición. Y que el cuento no, que tiene una anécdota de peso como para aferrarse a las páginas como un plomo y que echará raíces en la cabeza de algún lector. Y que por otro lado, el poema es muy escurridizo, que apenas lo está uno leyendo ya está volando, ya se deshace, como un algodón de azúcar en la boca. Y que el cuento no, que ése es más bien como una fruta de sabor dulce o amargo que llena, que hace sentir satisfecho. Y que el poema no, que es corto y se le olvida con mayor facilidad.

Y que es más fácil, siendo poema, querer volverse cuento y no al revés, porque algo pesado y tangible como el cuento no puede morirse y elevarse al plano de la poesía. Que alguna vez un cuento quiso ser poema y quedó truncado, mutilado, era un poema fallido. Y que un poema puede hacerse de más palabras para dar razón suficiente de que se está convirtiendo en cuento.

Pero esto es inmaduro, porque el poema en sí, aunque corto, ya contiene atrás una historia y un deseo.

Quizá no sea tan fácil que un poema tenga esa clase de transformación, y si la tiene debe ser muy delicada. Todo sea tan sencillo como hacerse, mejor, de más versos y estrofas. Tantos como sea necesario para volverse un libro entero. Y eso sí, un libro de un solo poema enorme es heroico, pero un cuento que llene un libro ya es pretender otra cosa, porque es entonces el deseo del cuento querer convertirse en novela.

Y es un lío que no veas. E inmaduro.

jueves, 14 de enero de 2021

¿Y qué saben de poesía los niños?

 ¿Qué saben los niños de poesía? Esta no es pregunta peyorativa, sino misteriosa. Porque ellos construyen y decoran.

Cuando se suben al barco ven desde cubierta en el mar a una criatura que arroja objetos. Los niños los atrapan y son en realidad todas esas cosas que han perdido bajo la cama. A ellos no se les olvida ninguna pertenencia. La abandonan durante un día, un mes, pero tarde o temprano preguntarán de nuevo por ese tesoro.

Ellos no escriben los versos, los dibujan. Pintan con ahínco y cuando lo terminan uno debe leerlo. Y pobre de ti si no puedes leerlo, porque entonces no has estudiado lo suficiente sobre poesía. Luego van y decoran las puertas de la casa con todo tipo de poemas: pacíficos amarillos que hablan del sol que habita en la casa; profundos azules que describen las criaturas marinas cuando fueron capitanes; temerarios rojos que son poemas ruidosos sobre la algarabía de los juguetes (que tiene lugar cada viernes); violetas místicos que hablan de la maravilla de las gelatinas y los magníficos efectos de su devoramiento...

Cuando son exploradores de cuevas encuentran pinturas antiguas sobre los primeros poemas dibujados. Por ello no es raro encontrar estos vestigios en algunas paredes.

Ellos ven los lápices danzar e identifican la personalidad de cada color (que es en realidad el alma del poema). Y una vez que terminan uno, es tarea de alguien que no es niño, traducir. Porque ¿qué saben los adultos de la poesía de los niños? Y esta no es pregunta peyorativa, sino curiosa.

miércoles, 13 de enero de 2021

Retazos de pensamiento.

 Algunos de los enigmas más grandes del mundo se resuelven escribiendo. Creemos que la respuesta no existe, pero llega algún punto en el que los dedos se mueven por alguna fuerza interna desconocida, como si los personajes nos dijeran qué es lo que hay que poner.

Ante un enigma indescifrable hay que visitar a los personajes para que nos den sus teorías, hipótesis, explicaciones y creencias. Y no siempre nos gustará lo que nos digan. Hay que lidiar con ello. No es sano estarlos censurando todo el tiempo. Ya cuando tienen cierta confianza nos cuentan fragmentos de su vida hasta que tenemos lo suficiente como para que quepa todo en una novela.

martes, 12 de enero de 2021

Fragilidad eterna.

¿Habrá acaso alguna forma de estirar el alma lo suficiente como para tocar algún astro deseado? Además, está hecha de plasma, lo mismo que las estrellas, por eso no se quema y pretende tocar la esencia que le parece idéntica a su composición. El alma se arruga, se estira, flota, asciende, puede ser atraída como imán y puede usar golems para explorar temporalmente algunos planetas extraños.

Y a pesar de todo esto es frágil. Hay secuencias específicas de palabras que al pronunciarse pueden fracturar la integridad del alma. Quizá es por eso que de repente, en tiempos aciagos, de rebeldía verbal, incomprensiblemente algunas estrellas desaparecen.

lunes, 11 de enero de 2021

Cómo se inserta una idea en el mundo.

 De tan evidente que pasa ya no se considera milagro insertar un paradigma nuevo en el mundo. Mas tiene complejidad este proceso, que sigue aproximadamente los siguientes pasos:

Llega una idea, se anida en la mente, pulula un poco, se hace espacio, persiste, mueve las maquinarias internas. Luego, ya madura, se pasa al papel: en un texto, en dibujo. La idea echa raíces y crece, se expande, hay que alimentarla, sigue creciendo y de tanto que crece se va a habitar las otras mentes. Lo demás es replicación. Un día el mundo siente que la idea también es suya, se la apropia un poco y la consiente. Y es allí cuando la idea tiene miles, millones de hijos que van a luchar contra las corrientes de la indiferencia, para hacerse un hueco entre los habitantes. Unos hijos morirán y otros permanecerán.

Y aún cabe el corolario: si se encuentra a un hijo inerte, con la motivación necesaria puede revivírsele.

domingo, 10 de enero de 2021

Poesía tramposa.

 Ante la eventual pereza que a veces las palabras desatan, existe un método alternativo para la construcción de una poesía aceptable. Un tanto del destino, un tanto de la suerte, esta configuración será también una herramienta bastante útil. Escríbanse pues unas doce docenas de palabras diversas, entre sustantivos, adjetivos y verbos. Hay que buscar luego un saco donde puedan meterse todas y extraerlas una por una para iniciar algunas líneas. Siguiendo esta simple regla se extenderá tarde que temprano algo con significado, aunque peque de absurdo... ¿quién dijo que la poesía, las más de las veces, tiene siempre un sentido lineal?

Y en estas trampas de la poesía quizá pueda apreciarse un verso dejado al solo capricho de las palabras, manipuladas por un dios-poeta flojo que no quiso quebrarse la cabeza en ese momento...

sábado, 9 de enero de 2021

Naufragio.

 ¿Qué le sucede a un barco hecho con materiales de poesía que pretende cruzar un mar de novela? Y además, el capitán resulta ser melodramático. Alguna isla lo ha retenido, con sus tesoros y sus noches estrelladas, con sus oleajes y botellas con mensajes que llegan a la orilla, cargadas de misterios.

viernes, 8 de enero de 2021

Atemporalidades.

 ¿Qué diría un escribano egipcio si se hallara ante la vertiginosa cantidad de historias que se cuentan hoy en día, y además con actores? ¿Faltarían las palabras para describir o sobrarían algunos jeroglíficos intraducibles al mundo actual? Y ¿qué versión de su narrativa nos dejaría sobre alguna pandemia? ¿Quién estaría más enojado: Khepri, Anubis, Amón?

Estaría Thot, el escriba de los dioses, almacenando historias en alguna pirámide del conocimiento. Y aprendería a subir las historias a la "nube": esa infinita e impalpable arquitectura que sabe más de todo el mundo que nadie.

jueves, 7 de enero de 2021

La relativa repercusión de las palabras.

 Es bien sabido por algunos sabios que las palabras también tienen personalidades. Las hay robustas, fuertes, graciosas, groseras, enormes, diminutas, estorbosas y tímidas. Eso tan sólo por decir algo. Si uno pronuncia, por ejemplo, "pelota" varias veces, notará con desenfado que comienza a rebotar allí en la mente, golpeando de un lado a otro los hemisferios y ocasionando algunos choques entre neuronas. De tanto repetirla, sin llegar a eso que los psicólogos llaman "saciedad lingüística", podríamos forjar la aparición de alguna pelota verdadera en el mundo real. No sería tremenda coincidencia que apareciera un niño con el objeto representado: la pelota.

Oiga usted, señor coleccionador de palabras, que recuerde que toda palabra repercute indudablemente en la mente, en el papel, en los ojos y en la cabezota de otro. Así, si se tiene hambre se puede pronunciar, pongamos por caso, "hamburguesa". Así, una y otra vez, como si fuera mandatorio repetirla por lo menos unas cien veces, pronto podría figurarse en la realidad el dichoso alimento y entonces comprobaríamos que a la palabra "hamburguesa" (nada tímida por cierto), le llevó cien pronunciaciones invocar al objeto de su significado. ¿Y si no aparece? Pues será que necesita pronunciarse más veces. Mil, diez mil. Cien mil. Un millón. Uno nunca sabe. Hay palabras tan necias que quizá una en otro idioma como lasagna tarde toda una vida en manifestarse. Mas no hay que perder el empeño y recordar que las palabras tienen una repercusión.

Es normal encontrar algunos problemas básicos como eso de las lenguas nativas y la reinterpretación de las derivaciones de la misma lengua. Por ejemplo: la "hostia", que podría encontrarse durante la misa en la mesa del cardenal, suele ser la misma que propinaría un español a otro durante una discusión. Hablando de repercusiones hay que tener muy claro el significado de una palabra, porque podríamos terminar invocando una liebre cuando lo que queríamos era en realidad un simple gato.

Todo repercute. Y algunas palabras van directo al olvido, porque su repercusión es nula. Yo le invito, con este ejemplar de palabra "diccionario" a que vaya y rescate algunas palabras perdidas. Será una labor noble y nos evitaremos una catástrofe de que el enriquecido léxico del idioma se vaya al traste poco a poco. Y recuerde que más vale repetir una buena palabra al menos cien veces que repetir una palabrota un par.

miércoles, 6 de enero de 2021

Siempre niños.

 Nunca nos dijeron que crecer sería tan complicado. Que veríamos situaciones extrañas, gente iracunda, que entraríamos a un juego de supervivencia que se vuelve peligroso y duro. Que el amor se disfrazaría de algunos fantasmas y que dejaríamos de creer en esos cuentos que nos llevaron a volar hace muchos años. Que las sustancias de la mundana realidad trastornarían a algunos y los volverían bestias instintivas, primitivas formas de violencia. Sin sentidos. Que los procreadores de una nueva generación entrarían en conflicto, en grave desacuerdo, que el ego se apoderaría de ellos para no devolver ninguna justicia, ni tampoco un tácito perdón escondido. Que el espacio fuera tan reducido que cada vez se cabe menos en el mundo...

Crecer no es complicado. Lo es cuando se crece mal.

Deberíamos crecer siempre niños, astutos, soñadores, generosos, maravillantes; prolongaríamos nuestra meta de vida. Nos volveríamos listos durante más tiempo y envejeceríamos mucho más lentamente. Y la forma física no tendría relación alguna con la madurez alcanzada, porque se crecería completo y no mutilado de los valores de generaciones sabias. La adolescencia no dolería tanto. Las responsabilidades se acogerían con entusiasmo. Cuidar a otros niños sería un oficio magno. Y en algún momento un niño con forma de niño vería que en realidad somos niños grandes, con el pelo más blanco, pero al fin y al cabo de honroso juicio, porque crecimos sin ser complicados.

martes, 5 de enero de 2021

La densidad de la mirada.

 Aquella mujer tenía algo extraño, místico. Procuré, en lo posible, evitarle los ojos cuando se encontraban con los míos. Tenía las pupilas tan misteriosas como gato negro en noviembre: escudriñadores, desafiantes, como si no pudiera vencérsele en un duelo de miradas. Aprovechaba cualquier momento de encuentro para intentar entrar y conquistarme justamente por los ojos.

Un día de valor decidí confrontarla. La miré. Nos encontramos en el sendero de un bosque abandonado. Casi juré que me había seguido y después me hizo creer que más bien yo la seguí. Sus ojos estaban listos, grandes, con delineador más amplio para intimidarme más. Le sostuve la mirada y parpadeé poco. Acaso tronó el cielo, como en las películas, porque aquel asunto se sentía muy diferente. Así, sin saber ni cómo, aquella mujer se deslizó al interior de mi alma por el puente de los ojos, hasta que la sentí dentro de mí mientras su cuerpo se quedaba en estado meditativo.

Ya no era yo el que se movía, sino ella usando mi cuerpo. Intenté combatir aquella posesión, pero me costó. Logré frenarla un poco y después vi cómo mi brazo se movía por sí solo, porque mi cerebro no le había dado la orden de moverse. Me moví cual marioneta, guiada por el misticismo, hasta el cuerpo estático de ella. Allí se besó a sí misma (a través de mí) y por la boca volvió a introducirse en su cuerpo. Para cuando supe, ya era yo de nuevo besándola. Entonces me disculpé e interrumpí aquel frenesí.

—No seas ridículo —dijo—. No querrás que vuelva a introducirme en ti.

Negué con la cabeza y continué besándola hasta no sé cuándo (con el miedo latente de que podía volver a introducir su alma por los labios). Entonces comprendí cuán densa es una mirada.

lunes, 4 de enero de 2021

Renacer.

 Una vez estuve muerto. Una vez permanecí flotando en el vacío. Desde allí, desde diversos puntos del mundo pude observar todo lo que había construido, como representante divino de la fuerza total creadora, de la cual queda aquí la chispa.

No vale morirse y quedar como voluta inanimada sin voluntad. Es imperante renacer, aunque sea con otra forma física, con una conciencia renovada y con una flama que promete convertirse en fuego voluntarioso: ése que da vida y que llega hasta el núcleo de las estrellas.

Y no todos los días se renace, pero cuando ocurre, vale mucho marcar ese día en el calendario y no olvidarlo nunca. Con letras de oro.