Decía cierto mentor que de escribir se llena uno, como si entrara la saciedad por los ojos y en algún punto crucial hay que pausar para digerir las letras que van apareciendo. Que si uno continuase, puede entrar el vicio. No hay tal cosa como el devolver lo que se ha escrito. El dicho vicio más bien consiste en permanecer escribiendo indefinidamente, con lo que se olvidaría uno de ingerir alimentos, de descansar la vista, de poblar el árbol literario con libros que lee.
El alma incansable insiste, pero el cuerpo que la contiene comienza a tener entonces algunas carencias. Primero llega la debilidad corporal, porque la energía de la comida no dura para siempre. Con ello el sueño hace caer a cualquiera. Puede ser entonces el sueño un buen verdugo que interrumpe el genio creativo, con tal de recargarse para poder continuar. No existe novela que se haya escrito en una sentada, por ejemplo. Y si la hay, es una novela corta, pero entonces la esencia original ha cambiado, porque se adapta a la prisa del que la escribe, a su energía, a su duración en el plano de la actividad.
Fue así que hubo un caso de muerte por novela. El caso dice así:
"En las 3:45 am de la madrugada se confirmó la muerte del señor Salíz, quien falleció por escribir una novela hasta las últimas consecuencias, sin descanso ni alimento de por medio. Quizá quería romper un récord. Los expertos que estudiaron las causas de la muerte declararon que Salíz llevaba una semana y dos días sin dormir, el alimento que ingería se reducía a unas cuantas habas y además se colocaba múltiples alarmas para continuar despierto cuando el cuerpo lo obligaba a caer en el sueño".
La pregunta que sigue es: ¿valió la pena lo que escribió? ¿la novela quedó terminada o con gran avance, al menos? La respuesta es negativa, porque después de los primeros ocho capítulos la novela entró en estado de descomposición literaria. Los personajes cambiaron de nombre, la trama dejó de hilarse y las numerosas fallas sintácticas no permitieron que la novela se lograra. Con esto, aquella novela sólo se vuelve interesante al principio y después tiene un callejón sin salida. Quizá hubiera sido distinto si el autor hubiese fallecido por otras causas, porque la novela habría sufrido entonces un simple escritus interruptus, sin más.
Varios críticos han juzgado esta novela como un texto forzado. Se han atrevido a decir que incluso fue escrita en sus últimas partes bajo el efecto de psicotrópicos naturales, mismos que producía el cuerpo por no dormir. El autor alucinaba a los personajes, que quizá le hablaron en los últimos momentos. Lo más terrible de todo es que la novela se interrumpió justo antes de un diálogo muy importante para toda la trama:
—Así que al final el verdadero ejecutor de toda esta serie de eventos desafortunados fue...
Lamentablemente nos quedaremos con esa duda. ¿Podría considerarse entonces que esa novela fue poco genuina? ¿Qué no acaso otros autores de misterio han estado al borde de morir ellos mismos? ¿No sufren depresión, soledad? Algunos expertos en novelas de ese tipo acusaron a la novela misma de haberlo matado. He aquí algunas de sus declaraciones:
"Sí, la novela lo mató. Le fue absorbiendo su energía vital hasta dejarlo flaco y sin ganas. Yo conocí a Salíz. Era un hombre no muy robusto pero con ganas de vivir. Esa novela sólo le causó un gran malestar"...
"Creo que las autoridades deberían hacer algo al respecto con la asesina del señor Salíz. Sí, es la novela, ¿se le puede procesar? Podrían, al menos, castigarla con la hoguera. Si sólo queda una copia pues qué mejor, nadie leerá ni convivirá con esa novela asesina"...
"Tal como lo describe la última línea redactada por Salíz, el ejecutor es la novela misma. Quizá podríamos completar, una vez terminados los procedimientos legales necesarios, tomarnos el permiso de completar esa línea. Es complicado, porque la novela no usó arma alguna, no sabemos si con premeditación y ventaja planeaba ya el desmoronamiento vital del escritor".
Tal parece que la única conclusión que nos queda es que si uno no se llena al escribir, como decía el mentor, se pueden llegar a estos extremos. Se pierde la noción de la saciedad literaria. Se quiere abarcar todo, se quiere escribir, pongamos por caso, un libro en cinco horas, ante cualquier consecuencia.
Es recomendable ir por lo sano, escribiendo sin gula. Unas mil o dos mil palabras diarias. O quizá más, dependiendo de la propia salud del escritor. Y si el sueño definitivamente llega a vencernos, no combatir contra él, sino aceptarlo con gracia para restauración. Evitar a toda costa una terrible muerte por novela.
Los cuentos no matan tan fácil, pero eso ya es otra historia...
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