Se dice que no hay fórmulas para crear una novela. Y no estoy de acuerdo, porque en realidad cada novela es una fórmula diferente. Lo complicado es extraer los ingredientes para ver en qué orden van. Es como querer descomponer un perfume en las sustancias más elementales, en saber las notas, la profundidad, las medidas. No obstante podemos identificar un ingrediente esencial y ése es justamente el que vamos a probar en añadir a la fórmula nueva.
De principio sería poco probable que queriendo escribir novela nos salga un cuento, a menos que la abandonemos al primer capítulo. Y hay mucha probabilidad de que escribiendo cuentos tengamos relación suficiente como para alargar todo.
También se dice que la fórmula de la novela es la inexistencia de la fórmula, como si la novela hubiera aparecido repentinamente: ¡plof! ya está la novela creada, con todos los personajes, así en un minuto. Y por muy evidente que esto parezca, el primer paso para crear las fórmulas es tener un laboratorio. Y pretender crear una novela perfecta requiere experimentación, creación y destrucción. Quizá nos llevemos entre las manos algunas catástrofes.
Y tal vez, sólo tal vez, toque a la puerta una diminuta figura de plastilina exigiendo que desea habitar una buena novela. Entonces no nos queda más remedio que convertirlo en el asistente de laboratorio y enseñarle también a usar los ingredientes. Es posible que ocurran accidentes, que "caiga, sin querer, en algún frasco de sustancias volátiles". Y nos culparemos por ello. Habrá que traerlo de vuelta, o bien, meternos a la novela para sacarlo. Y cuando nos cuente cómo le ha ido, ya no querrá irse. Más bien, nosotros quedaremos quedarnos allí dentro, a participar. Sólo un poco.
Ya de vuelta en el laboratorio tendremos nuevos ingredientes y podremos seguir con el experimento final. Finalmente crearemos una novela que está habitada.
La primera es la más complicada, porque no hay bases. Cuando se tiene, por fin, la primera novela, las demás ya cuentan con laboratorio, hay personajes deambulando por allí, frascos de emociones, giros y tuercas, desenlaces, nudos, cuerdas, espadas, escudos, artilugios, escapatorias...
Y los autores son egocéntricos, vale decirlo, porque comparten la novela pero no comparten el secreto de cómo la elaboraron. Eso, si en verdad se desea saber, está en el preciso acto de desentrañar pacientemente todo el rompecabezas. Y cuando estamos en eso, nunca falta un pequeño ayudante que nos echará la mano y entonces todo comienza de nuevo...
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