Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 28 de febrero de 2021

A por ellos.

 Ahora vienen con el cuento de que escribir una novela es complicado. Como si hubiese que planear toda una vida lo que se escribe y ponerla de golpe en el papel. Y para la novela es más bien tener ojo observador, seguirlos diario (a los personajes), ver qué les gusta, escucharlos y tal cual transcribir lo que han dicho. Porque más bien la imaginación es como una película que se va desenrollando y que podemos manipular hasta cierto grado. Lo único que hay que hacer para tener la novela es ir al día con las bitácoras de todos ellos, jugar al detective y resolver unos cuantos misterios. Comprender problemas y ayudar hasta donde se pueda.

La novela es juntar todos los "día a día" de cada uno, sus anhelos, disgustos, peripecias, pensamientos y contarlo al mundo. Si no es posible oírlos hay que hacer más trabajo de silencio, de reflexión, para encontrarlos. En ocasiones ellos llegan a uno con algún pretexto bobo como un café o una petición trivial. Escribirles una novela es también analizarlos. Uno simplemente va contando y opinando.

Escribir una novela no es complicado. Lo es el andar por la vida sin darse el tiempo para resolver casos particulares de personajes con problemas serios que requieren atención.

sábado, 27 de febrero de 2021

Un insomnio.

 Al insomnio suele tratársele con un buen libro de por medio. Hay que meter una historia en la realidad para volverla más interesante. ¿No esto provocaría entonces un mayor interés y retrasaría el sueño? Extraña inversión, pero así funciona. Lo que ocurre es que el sueño llega porque se pretende revivir la historia en el mundo de los espíritus.

A veces es el corazón el que no quiere ir a la cama, porque está lleno de aventuras, de secuencias, de amores, de anhelos. Y el cerebro suele complacerlo, dándole algún permiso para que experimente algún sentido que no tuvo durante el día. A veces es el cerebro el que no quiere dormir: está repleto de ideas, de inventos, de recuerdos, de memorias, de ocurrencias. Entonces el corazón le da el permiso de quedarse despierto para repasar todo aquello. Y a veces ninguno quiere dormir, se juntan porque desean producir algo estético, una obra de arte, una composición, un parámetro de deleite para alguno de los sentidos.

Al insomnio no se le mata con aburrimiento, sino con creación. Toda esa energía invertida en algún proyecto debe restaurarse. Y el sueño vendrá como catalizador.

viernes, 26 de febrero de 2021

De mente a mente.

 Cualquiera diría que alguna criatura fantástica es sólo parte de la imaginación del escritor. No obstante, esa imaginación puede consolidarse y estamparse en los libros. Una vez que el libro es conocido éste se ancla al consciente colectivo y hay una sincronía entre la imaginación del lector y del autor. ¿Y si miles de imaginaciones individuales se concentran de golpe en un solo esfuerzo para generar a la criatura fantástica de la que se habla, no está creada e implantada ya en el mundo? Yo diría de forma muy entusiasta que alguien nos está abriendo su mente para escudriñarla. ¿Y qué no es el lector, sino un explorador ávido de conocer otras mentes?

jueves, 25 de febrero de 2021

Censura.

 Eres una editora disciplinada, pero algo volátil y tajante. El otro día recibiste un cuento de algún amigo tuyo y lo apilaste encima de otras hojas que aún no leías. Te gustaba llevar un orden en los textos que recibías. Aprovechaste muy bien esos filtros que tú misma diseñaste:

El primero tenía que ver con la longitud, en palabras. Tenías instalado un programa que las contaba. Si la extensión rebasaba las 5000 palabras simplemente te deshacías de la hoja, triturándola. No te atraía ningún título novedoso, ni te daba la tentación de leer el primer párrafo. Todo lo decidía un número.

El segundo descartaba cualquier texto si te encontrabas con alguna falta de ortografía. No importaba la que fuera. Un solo punto mal posicionado te hacía desechar la narración aunque fuera interesante. Nadie hubiera soportado desconocer el final a ocho líneas de que terminara el texto, pero tú tenías disciplina. Hallaste una coma errante que te atormentó y tiraste a la basura el cuento.

El tercero lo inventaste ayer, cuando te sentiste protagonista de una historia porque estaba narrada desde la segunda persona. Aquello comenzaba así:

"Tú sabías que ingerir tres dosis de cocaína en el mismo día..." y en una neurosis repentina despedazaste la hoja. Dijiste que cualquier cuento en segunda persona involucraba demasiado a cualquier lector. Recalcaste que jamás habías ingerido ninguna droga. Y por supuesto señalaste que ningún autor tenía el derecho de hacerte sentir así. ¿Y si alguien escribía alguna línea que comenzara con algún halago?

"Te miraste en el espejo y te sentiste como una diosa. Estabas radiante". Tampoco funcionaba. Tu selección era totalmente perfeccionista. Había que dudar incluso de algún cuento así porque quizá más adelante vendría la sorpresa.

Aun con esos tres filtros alguien te sorprendió. Recibiste un cuento que mencionaba tu nombre. Lo leíste completo y ninguno de tus filtros se quebrantó, pero al final te mataban. Pudiste enviarle un correo al autor diciéndole que cambiara el nombre, pero como dije, eras tajante. Te lo tomaste personal. Cualquier otro editor hubiera dejado pasar aquel evento, pero tú lo tomaste como amenaza. Usaste una artimaña para conseguir la dirección del escritor y le pediste una cita. Salieron juntos a tomar un café y allí le gritaste, lo desarmaste, lo insultaste por haber usado tu nombre en una muerte ficticia. "Yo, yo no sabía..." se defendía él, pero no había ningún "pero" que valiera. Lo abofeteaste. Te levantaste de la mesa, no sin advertirle que era la última vez que usaba tu nombre en alguno de sus cuentos. Y luego lo viste atractivo y lo besaste. Esa noche hicieron el amor y entre sus brazos te prometió que no te asesinaría nunca, ni en su literatura más desenfrenada.

Así de volátil. Así de tajante.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Ir armado.

 ¿No tiene pluma? Use un lápiz. Y si no tiene, consiga uno. Enfrentar a la hoja en blanco desarmado no es nada más un olvido o torpeza, es bastante grave. Ahora bien, puede ser que vaya perfectamente enlistado con las armas asomándose por el bolsillo de la camisa: un bolígrafo, un lápiz, pero si no tiene alguna hoja en blanco donde pueda vaciar las ideas también será inútil. En este punto quiero que reconozca que las hojas en blanco también son invitaciones; si estuvieran llenas no tendría dónde colocar las notas. Y sí, seguro lo ha hecho en los márgenes, en esos espacios donde todo se comprime y se abarata.

La literatura también sabe de espacios, de armonía, de alineamientos y concatenaciones. Si carga con una libreta de hojas en blanco no use los márgenes. Sea elegante con los párrafos, porque nunca sabe a quién va a mostrar esa libreta. O bien puede conquistar a alguien o lograr que le tengan lástima. Le recomiendo que la libreta sea de bolsillo, porque esos enemigos-amigos en blanco para practicar los duelos no tendrán piedad. Si carga un folio gigante tardará más en llenarlo y habrá fuga de ideas.

Vaya armado siempre. A veces la literatura cae del cielo y si lo toma desprevenido sería lamentable.

martes, 23 de febrero de 2021

Las ideas crecen en nebulosas.

 En algún punto del cosmos persiste una nebulosa que genera ideas. En su interior se ven destellos, relámpagos que están transmitiendo información (pues son neuronas cósmicas) hacia otro punto del cosmos. Como la velocidad de una idea no puede medirse con parámetros físicos nos parece que va un poco más rápido que la velocidad de la luz. Hipótesis: ¿y si la generación de una idea en la cabeza provoca tarde o temprano un efecto luminoso que se transporta a la nebulosa más cercana? Y también una pregunta ingenua, pero muy atractiva: ¿es posible descargar información de una nebulosa al sincronizar el pensamiento con ella?

Y por si fuera poco, una idea retroalimentada quizá esté generando un proceso evolutivo de la nebulosa que originalmente la creó, hasta depositarla como fragmento viviente de un planeta desconocido. Y sin saberlo, estamos fabricando mundos que no podemos visitar físicamente, pero que encontramos en sueños bien intencionados. Mientras tanto, que nos baste ver a la nebulosa estallando por dentro, porque es un reflejo de la mente cuando está perfectamente activa ideando historias.

lunes, 22 de febrero de 2021

De amor y de lluvias.

 Es confidente que borra el llanto. Es bálsamo que regula la temperatura. Y siempre dura lo suficiente cuando se está en intimidad con ella. Es halo protector que invita al encierro, con ritmo perfecto. Es a veces alguna diosa nostálgica que no termina su sollozo. Algún amor imperfecto. Y viene y se azota, te abofetea dulce o amargamente, depende de tu sincronía. Estalla la atmósfera y se deshacen los lagos flotantes que subieron antes. Y toda se cuela, se mete, se infiltra en la mente, en las manos, en la boca, te reconoce, te desconoce, y si te dejas te quita lo marchito, es vida cuando falta la vida. Te reblandece cuando has estado dura como vasija seca. Y si tienes el corazón bien guardado lo saca a flote.

La lluvia también sabe de amores...

domingo, 21 de febrero de 2021

Los flujos.

 ¿Usted sabe de dónde vienen las redundancias? Cualquier diría que el autor intenta explicar por demás algo que ya se sabe, como si el lector fuera un tanto distraído (que sí lo es pero sin exagerar). Pero hay otra respuesta oculta que señala que la redundancia proviene de palabras atravesadas en la atmósfera. Lo lógico es pensar que en algunos casos hay inexperticia por parte del que escribe, que le hace falta leer más, pero no siempre la respuesta más lógica es la más satisfactoria.

Las palabras van en algún flujo. Se mueven en varios tipos de ondas y en frecuencias alternas. Son capaces de atravesar algunos medios físicos. Van veloces cual tren bala por el espacio y el aire, según venga la necesidad y urgencia del que las necesita. Entonces cruzan y aterrizan en el papel porque el autor las toma sin darse cuenta de ese repositorio fugaz e interminable. Es, pongamos por caso, como pescar con una red en un río lleno de peces de todo tamaño. El autor extiende su red mental y atrapa cientos de palabras, las selecciona en cuestión de segundos y las usa para estamparlas en su texto. Esto explicaría sin lugar a duda la razón de por qué a veces se queda absorto viendo la hoja en blanco: es uno de esos días donde no cae nada en la red.

Con esta hipótesis, las redundancias son palabras que se pegan a otras en ese flujo. A veces chocan, se regresan, algunas caen de la red. Si contáramos con algunos lentes calibrados en la percepción ideal, veríamos miles de millones de palabras en varios idiomas yendo para todos lados. El escritor revisa y vacía su red numerosas veces por minuto. En algún momento necesita un "entrar" para su texto y sin querer a veces viene pegada a un "para adentro", tal como ocurre con dos bolillos demasiado cercanos antes de hornear. Aquí no pasa nada. Es sólo que después de pescar las palabras es necesario seleccionar las que se quedarán para honrar la hoja. Y varios autores ya no seleccionan.

¿Son entonces culpables de las redundancias? De pescarlas no, pero de no retirarlas oportunamente, sí.

Sirva este amparo para defensa de aquellos que pescan muchas. Y sirva algún manual adecuado para saber cómo retirarlas.

sábado, 20 de febrero de 2021

Para el silencio.

 Después de hacernos esperar durante varias semanas, el escritor apareció, por fin, con la sonrisa de oreja a oreja. Había terminado satisfactoriamente su obra maestra, un poema llamado Para el silencio. Organizó una presentación y en el día elegido asistimos puntuales casi todos. Varios colegas suyos presentaron aquel trabajo con verdadera elocuencia. Se llegó el momento de la lectura y tras retirar una manta que cubría los libros, vimos la portada. La ilustración era una mano metiendo la pluma al tintero a punto de escribir sobre una hoja vacía. Al abrir el libro aquello se volvió verdad: el libro tenía algunas decenas de hojas vacías.

Creímos, en alguna especie de suerte fantástica, que nos daría una clave o algún código o forma de revelar la poesía oculta. No sé, quizá rociando alguna sustancia sobre las hojas aquellas letras entrarían en reacción. Hubiera sido un libro realmente innovador. Pero no ocurrió así. Durante la hora de la lectura todos estuvimos callados, dando la vuelta a la página correspondiente cuando el escritor lo hacía. Transcurrieron 10 minutos.

¿Era un libro equivalente al arte ultra-posmoderno, uno de mesura tal que más bien era un concepto muy abstracto? En mis intenciones de entender el libro vacío, tomé un lápiz y empecé a escribir varias notas.

—¡Para! ¿Qué haces? —gritó desde la mesa el autor—. ¡Estás dañando el ejemplar!

Entonces entendí mal. Aquel libro era una promesa fallida. Una bonita carta de presentación que no contenía nada.

—¿Y las letras estarán en alguna otra presentación? —pregunté confundido.

Aquella noche se me tachó de poco tolerante. Se requería mucha paciencia y visión para entender el significado de Para el silencio. Se vendieron todos los ejemplares.

Después de una semana pregunté a mis colegas qué es lo que habían hecho con el libro. "Conservarlo, por supuesto, está autografiado". Y no sólo eso, sino que al abrirlo se inspiraban de la vacuidad y reafirmaban ese deseo de abstenerse de escribir. Decían que esas hojas en blanco eran realmente insuperables. Nadie, en ninguna otra creación u obra podía volver a repetir aquello, porque además sería plagio.

En ese libro escribí todas las diatribas que se me ocurrieron, hasta llenar la última página.

viernes, 19 de febrero de 2021

No retorno.

 Llega un punto en el que el universo creado por el narrador se sostiene por sí mismo. Al principio, cuando no hay muchos escenarios ni los personajes se han presentado con profundidad, el autor decide simplemente que algo no le gustó y revoca las líneas que ha puesto, las modifica, las elimina.

Una vez alcanzado el límite del no retorno, como última advertencia, se cometerán muchos errores: gramática difusa, sintaxis despistada, ortografía necia; sólo por mencionar algunos. Tras cruzar esa línea ya no será posible deshacer la historia. Sí, se le puede ocultar pero algo impedirá que se vaya al olvido. Puede permanecer en algún cajón durante años, según las hipótesis de descanso del texto; más adelante la historia quedará al descubierto para ser continuada. Aquí el primer problema será que el autor también ha cambiado con los años, por lo que la historia no le parezca tan atractiva como la dejó. Sin embargo, continuará. Alguien habrá leído aquello y opinará sobre algún personaje nuevo: ese es justamente el momento crítico, porque la historia necesita más pilares para mantenerse en movimiento.

Dicho lo anterior, cualquiera puede comenzar con una historia, pero lleva un tiempo duro mantenerla a flote, existiendo hasta que se instale en las mentes y almas de varios. Así, si uno la olvida, siempre habrá alguien que le recuerde dónde se quedó.

No inicie novelas que no esté dispuesto a terminar, porque serán las ruinas escritas de su propio olvido. Y si ya lo hizo, revisite las ruinas y restaure hasta que surja el movimiento.

jueves, 18 de febrero de 2021

Así la pragmática.

 Las palabras suelen tener tan alto grado de maleabilidad y metamorfosis, que según la pragmática, todo puede cambiar de sentido en un instante. Entran los vocablos en el terreno de la interpretación y batallan, sólo batallan. Y al lector le parece que leyó algo pero después regresa a leer las líneas y entiende otra cosa. Y en amparo del escritor, se podrá alegar que la intención original de lo escrito era otra, que el lector lo entendió distinto porque tenía la mente en otro lado. ¿No es esta una demostración eficiente y notable de que el texto está vivo? Tan buena energía de movimiento tiene que incluso de un día para otro puede decir otra cosa, aunque diga la misma.

Es como si las palabras fueran de barro y se deshicieran entre las manos. Y no se hable, por ejemplo, de las malas intenciones del escritor para que todo este movimiento o inestabilidad sea percibida como amenaza. Baste seguir la segunda persona del singular, aunque formal: usted estaba leyendo este texto, con toda tranquilidad, hasta que se dio cuenta que cualquier acto de acusación iba en contra suya, porque no supo interpretar las oraciones como originalmente se habían formulado. Usted se dio cuenta del error. Su error.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Si existiera semejante extractor...

 Cierta vez le pregunté a algún amigo escritor cuántos libros tenía publicados. Me contestó que ninguno, que no se había tomado aún la molestia de llevarlos a imprenta o a editorial para divulgarlos. Al profundizar en la charla, que estaba acompañada de un café, me explicó que la realidad es que no tenía ningún libro realmente terminado. Todos los dejaba a medias tintas. Armaba, por ejemplo, el índice y escribía un par de oraciones en cada uno, porque decía que le ayudaría a recordar después. Así que decidí preguntar cuántos retazos de libros tenía, que sí eran muchos, que rebasaban el ciento.

Como argumentos válidos para defenderse, me explicó además que tenía millones de ideas en la cabeza y que era una lástima que aún no existiera algún extractor que las pasara al papel.

—Pero, ¿las extraería desordenadas? —cuestioné.

—No. Me sacaría todos los libros que ya tengo escritos en la cabeza. Tal cual como los quiero.

—¿No te parecería aburrido? Te estarías saltando el proceso de mover las manos, de ir montando la novela bloque por bloque.

—Aburrido no, porque los extraería de tal modo que yo mismo los leería y me sorprendería de cosas de las que no estoy tan consciente sobre mis personajes.

—Pero aún no existe. ¿No crees que es momento de ir avanzando en algo? A este paso no tendrás ningún libro. Dudo que semejante extractor de ideas llegue pronto. ¿O piensas esperar?

—No planeo esperar tanto. ¿Crees que en unos veinte años ya sea inventada esa máquina?

—Creo, más bien, que tienes pereza mental para ir escribiendo.

—Pero si vieras la cantidad de libros que tengo en la mente, te sorprenderías...

—No puedo verlos. Lástima. Escríbelos.

—Bueno, tienes un buen punto allí. Sí es mucho riesgo esperar, ¿verdad? Tal vez no llegue esa máquina.

—Y para cuando llegue ya serás un novelista consumado. No pierdas el tiempo. Y para efectos prácticos, si no deseas escribir, inventa tú mismo esa máquina.

Ante aquella corta discusión a ese amigo sólo le quedó sonreír burdamente, dubitativo. Tal vez se quedaría pensando en lo eficaz de aquel invento, en lo fácil que resultaría la vida del escritor si existiera semejante extractor... Y yo estoy casi seguro que no lo usaría, que de tanto escribir se le quedan a uno más ganas de continuar por la brecha de aporrear las teclas, de ir conociendo lentamente a los personajes y de equivocarse. Aquello formaría "escritores de vaciado" y pronto las máquinas se convertirían en las verdaderas autoras de cada libro.

martes, 16 de febrero de 2021

Caralibro.

 Arthur Bookface en verdad tenía cara de libro. O eso le habían dicho sus compañeros. En realidad se llamaba Arturo, pero nadie le decía así. Pronto alguna amiga suya le eligió el pseudónimo perfecto en inglés. Y es que Arthur no tenía páginas en la cara (al menos no tan evidentes), ni tenía una portada en la nariz. Era, en el mejor de los casos, demasiado transparente con su personalidad. Todo mundo podía leerlo con conocerlo unos pocos minutos; una evaluación de la mirada, de las gesticulaciones, de la forma de pronunciar las palabras, todo ello era garantía de conocerlo tan bien que se volvía predecible. Si caminaba de cierta forma sabían de antemano que iba a tropezar, o qué camino tomaría. Joven, quizá 24 años.

Su rostro era más bien cuadrado y el pelo no le hacía mejor justicia a su perfil. Si se dibujaba un libro con anteojos y boca en alguna hoja cualquiera, quien la veía inmediatamente veía representado el retrato de Bookface. Otras teorías señalaban que en algún momento algún libro había decidido cobrar vida e impersonarse en un cuerpo humano. Así había nacido Arturo. En algunas relaciones las muchachas decían que habían disfrutado cada capítulo, que el final no les había sorprendido mucho. Josefina, por ejemplo, aconsejó alguna vez a María, quien estaba saliendo con Arthur, que no tuviera grandes expectativas. Incluso le contó el final. "Yo ya leí a Bookface", decía. Pronto María se retiraba aburrida, como si le hubieran echado a perder el sabor de la lectura y la relación.

Tuvo, entre otras mujeres maduras, a Amalia, quien criticaba duramente a Arturo por andar usando pseudónimos en inglés. "Haz más honorable el español, tradúcelo. Eres Arturo Caralibro. Y no se oye mal, ¿eh?". Como un dato conocido por muchos, pronto Josefina se enteraba de la nueva relación e iba con su artilugio de contar el final a la nueva. En este caso había encarado a Amalia muy pronto, abordándola en un café.

—Yo ya sé cómo termina Arthur —dijo, desafiante, hipócrita—. Digo, te lo puedo contar. O termínalo si quieres.

Por pura curiosidad Amalia escuchaba aquella historia sobre su novio y amante. Y al final, contrario a lo que había hecho María, Amalia había decidido comprobarlo por ella misma. Criticó duramente a Josefina por andar divulgando los efectos, sorpresas y revelaciones de Arturo. En estas contrariedades Josefina insistía a menudo; cada vez que se encontraba con la feliz pareja se interponía diciendo que no valía la pena leer a Arturo, porque ya todos conocían el final.

—Sí, pero yo encontré un capítulo que no leíste nunca —contestaba astuta Amalia. Y una vez que Josefina se retiraba, indignada, agregaba en voz baja un "estúpida engreída".

La timidez de Arturo Caralibro sólo demostraba y confirmaba su incapacidad para levantar la voz. No era un Arthur Podcast, por decir algo, o un Radio Arthur. En pocas palabras, Arturo no hablaba de sí mismo a menos que alguien lo leyera. Aquello parecía un juego de tuerca y tornillo. Entre más criticaba Josefina la relación, más se aferraba Amalia a Arturo. Aquel hecho concluyó muy pronto en un casamiento.

—¡Qué aburrido leerlo todos los días! —dijo Josefina, quien había asistido por supuesto a la boda, antes de retirarse— ¡Que te aproveche!

Amalia intuyó, desde luego, una poderosa envidia en la sentencia pronunciada. Se sabe que dedicó el resto de su vida a escribir nuevos episodios en Caralibro. Esto provocó que la cara le cambiara de repente: unas veces tenía un tono más oscuro en la piel, porque Amalia le había escrito algunas notas de suspenso. Otros días llegaba rosado, porque todo había sido amor y romance. Lo cambió tanto que Arturo ya no era el simple libro emulado y tímido que conoció. Tenía una cara más bien enciclopédica, muchos lo consultaban y ello lo llevó a estudiar alguna licenciatura en psicología cognitivo-conductual.

En algún punto la feliz pareja encontró por la calle a Josefina, quien no desaprovechó oportunidad para lanzar algún comentario venenoso.

—Yo sabía que te aburrirías de Caralibro en algún momento. ¿Y quién es el nuevo galán?

—Mira, cara de folleto en blanco y negro —contestó Amalia—, el nuevo galán es Arturo. ¿Y tú, sola porque nadie quiere leerte?

Sobra decir que Josefina quedó pasmada. Se dio cuenta que los libros también cambian portadas y contenidos. Pero luego se percató de que aquello era una concepción errónea, puesto que un libro es y seguirá siendo el mismo siempre, no importando quién lo lea. Y reconoció que una persona no es un libro, como si esta perogrullada fuera una revelación absoluta, pero completamente inútil. "Nadie se casa con un libro", pensó.

He aquí que cuando las personas se parecen mucho a ciertos objetos puede fallar la percepción y pensar que es más bien un objeto que intenta ser una persona. Cuidado.

lunes, 15 de febrero de 2021

Sustantivo y suspensivo.

 Pobre de aquel que confunde al sustantivo con el suspensivo. El primero tiene sustancia, es la materia, lo tangible y lo intangible, lo etéreo y el contenido, la verdad y la sugerencia, el núcleo y el espíritu. El segundo es una esfera perfectamente delineada de color negro que se suspende en el aire para ir a colonizar el final de alguna oración gigante. Y sin embargo, el suspensivo resulta ser, cuando se lo propone, un buen sustantivo.

Ejemplifiquemos estos casos para que resulte menos tediosa la comprensión de ambos términos. Si usted fuera por la calle y pidiera a alguien al azar "entrégueme algún sustantivo", con mucha seguridad le entregará algo: alguna moneda, un nombre, una dirección, un gato, una ayuda, una sonrisa. Aún si esa persona no supiera lo que "el sustantivo" es, seguramente podrá entregárselo en forma de "duda".

Segundo caso: usted va por la calle y solicita a una persona al azar un suspensivo. Si es alguien letrado, le dirá que no tiene uno a la mano. A menos que le sobre alguno de esos. Podría extraer de un libro alguno y sustraer de la fila de tres el de en medio, con tal de ser discreto y que el libro no se entere que le falta ese punto. Si es alguien poco conocedor, negará la acción y preguntará: "¿qué es eso?"

Lo siguiente será preguntarse para qué necesitaría usted un suspensivo. Respuesta inmediata: para suspender algo, de preferencia en el campo literario. Puede suspender una oración, porque aunque creemos que nos sobran los puntos no tenemos la certeza de que se vayan a agotar en algún futuro no muy lejano. ¿Ha visto usted esas aparentes erratas de libros donde en vez de tres puntos aparecen dos? Es porque sospechosamente alguien lo extrajo para entregárselo a otro alguien, en un extraño intercambio.

Recomendaría, a modo de ser previsor, que no se tomen por granjeados los suspensivos que se tengan en casa. Es más probable encontrar sustantivos a montón, que de esos hay muchos y hasta se triplican cada hora. Baste contar en cualquier libro la cantidad de sustantivos y suspensivos para ver la diferencia. Así que le aconsejo que mida el uso de los suspensivos, porque siempre faltan y nunca sobran. Considérese afortunado de tenerlos...

domingo, 14 de febrero de 2021

Equilibrio.

 No hay villano que por protagonista no venga. O viceversa. En el balance de las narraciones es imprescindible equilibrar cualquier historia. Si por alguna razón creamos algún protagonista que no tenga su opuesto, pronto se lo buscará él sin saberlo. La historia lo formulará en el universo propio de lo escrito para generar el balance, el yin-yang literario.

Y como todo antagonista requiere de un protagonista, si se diseña algún opuesto sin el original hay que precisar que el personaje contrastado se volverá automáticamente ese protagonista. Es, como por metafísica textual, un hecho de creación y destrucción. Toda historia con conciencia sabe de antemano que se requiere al menos un protagonista y un antagonista para que las piezas puedan interactuar.

¿Y si en la historia sólo aparece un personaje? El opuesto estará más difuso, pero sin duda presente. Quizá es un alter-ego, un sueño, algún vicio que no se ha definido del todo. Y si desea volverse demasiado evidente, aparecerá pronto. La historia lo moldeará y lo colocará en algún punto, aunque al autor no le parezca. Si el escritor es obstinado y desea eliminarlo, lo hará, pero orbitarán nuevos antagonistas para no deshacer el equilibrio. Si uno es persistente con esa eliminación del equilibrio la historia misma colapsará para desaparecer.

Ojo: no necesariamente se define el antagonista por ser un traidor o un ruin malhechor que coloca traspiés al personaje principal. Puede aparecer, ya burdamente, como una mancha, algún pájaro que ha evacuado inmundicias sobre la ropa, como un escenario mal conformado para preocupar al protagonista. A veces el autor creerá que se ha salido con la suya y quedará contento con su mundo utópico donde no hay antagonismo.

¿Y si le dijera que está esperando en algún capítulo posterior? "No, porque no es novela", contesta el ingenuo.

¿Y si le dijera que en su cuento no lo ha encontrado? "No, porque mi narrador es omnipresente".

¿Y si el antagonista es el narrador? Aquí podemos seguir con la discusión y la treta, pero le puedo asegurar que siempre hay por lo menos dos fuerzas opuestas. Cualquier texto es como una casa con todas las fuerzas equilibrando a cero. Todos los empujes suman, restan, multiplican o dividen y siempre que siempre el resultado es el equilibrio del perfecto cero. Si se diseñara entonces un cuento sin considerar estos factores, el mismo cuento los proporcionará tarde o temprano. ¿Ha visto algún cuento derrumbarse? Es porque en casos extremos el equilibrio no permaneció o no apareció.

El equilibrio es tan importante que cabe hasta en un aforismo. Alguien tuvo que escribirlo y alguien lo leerá. La fórmula más evidente es que el lector no lo acepte y todo entra en balance. Si el lector lo acepta será cuestión de tiempo para que aparezca el antagonista en alguno de los dos que interactúan. Y si no aparece nunca es porque en realidad ambos así lo creyeron, pero en algún punto estará allí, dispuesto a bloquear o contrarrestar el peso primigenio de la oración.

Un caso diminuto: la letra "A", que reflejada verticalmente en un espejo se transforma en una "V" con una línea por en medio. No hay que ser un genio para deducir que entre la A y el número 5 romano hay una distancia muy corta. Hay protagonismo y antagonismo. Y tan inocentes que se ven las letras...

sábado, 13 de febrero de 2021

Límites.

 La hoja tiene cuatro límites, si consideramos los bordes donde se acaba. Se supone que la tinta, al llegar a ese punto, colisiona contra esas paredes invisibles. La cantidad de palabras dispuestas variará en función de dos factores: el tamaño de la hoja y el de las palabras. Sólo que si se escriben letras diminutas parecerá que queremos abarcar demasiado en un espacio muy corto. Si escribimos letras de tamaño decente en un pliego demasiado grande, parecerá que nos sobra mucho por contar. Y ese efecto debe ser directamente proporcional al tamaño de la imaginación del escritor, pues no hay hoja que no pueda llenarse completamente. El proceso creativo debe extenderse entre más grande sea el espacio, y no intimidarse ante la inexistencia de la literatura que está forjándose.

La hoja tiene cuatro límites, pero la imaginación debe funcionar a razón de una tendencia hacia el infinito, puesto que también un libro tiene, casi siempre, un número reducido de hojas para mayor comodidad.

viernes, 12 de febrero de 2021

Las formas de la escritura.

 El escritor de 2021 está en el puente preciso donde las tecnologías respecto del arte literario evolucionan rápidamente. Puede (y debe) echar un vistazo (y usar) las herramientas anteriores a una pantalla con un teclado digital inalámbrico. Debe probar una pluma de ganso, una de cisne, sobre pergamino, para que sienta cómo fluye la tinta y al mismo tiempo las ideas se forman de modo distinto. Debe usar un estilete para redactar alguna idea. Es crucial que golpeteé en alguna máquina de escribir, para que conozca la satisfacción de las frases bien hechas, sin errores; y si persisten las erratas, aprender a conformarse con ellas. Aunque peque de ridículo debería probar en algún momento un cincel sobre una piedra para ensayar algún aforismo vivo que perdure por mucho tiempo. Debe apoyarse en algún amigo para dictarle las ideas. Puede usar la "nube" y el dictado por voz para que vea mágicamente aparecer las palabras mientras las pronuncia. Tiene que cargar con una libreta y un lápiz para hacer borradores de los textos. Es necesario que use y abuse la grabadora de voz que viene incluida en ese pequeño artefacto digital, el teléfono móvil, para escucharse en un futuro y que su "yo" del pasado le recuerde eso que tiene que escribir.

Si después de todo esto, el escritor de 2021 no halla la forma de plantar sus conceptos, es que está aislado de sí mismo, de su espíritu. En urgencias de escribir hasta el café de una taza y un palillo salvarán la situación...

jueves, 11 de febrero de 2021

Por si acaso.

 Aquella frustración conocida: se pierden las hojas, se vuelca la tinta. Se atasca la hoja de papel en el rodillo de la máquina de escribir y se rompe. Hay un corte en el suministro de energía eléctrica y la pantalla no dura mucho. Llegan las interrupciones. Quizá un perro se ha desayunado las notas de la novela en proceso de escritura. La libreta se extravía. ¿A dónde van todas esas palabras? Será pues un agujero negro temporal que devora todo para dejarlo en otra dimensión sobre la que no tenemos control.

No estoy muy pendiente de las supersticiones. ¿Se habrán inventado algún amuleto para el escritor? No, eso es ridículo. Pero por si acaso colgaré en la pared el dibujo de un pergamino con una pluma. Algún salvador de las novelas, algún Don Quijote de pisa papeles, para que las hojas no se vayan a ningún otro lado. Por si acaso...

miércoles, 10 de febrero de 2021

Caligrafía.

 Tan importante es teclear letras como trazar con tinta. Como el pensamiento es siempre más veloz que las manos, habrá que retener en la imaginación las ideas que nos van llegando, formadas para salir. Va uno trazando y completando con excelencia cada letra, para que no queden huecos que hagan confundir unas por otras. Los casos sobran: la O y la U. La B y la L. Después hay que hacer la letra más grande, más armónica, para que la tinta gruesa permita ver todos los detalles de forma magnífica.

Sigamos trazando. Al final de alguna letra final sobrará un ganchillo precioso, que será como un lujo de aquella letra. En el siguiente párrafo seguiremos trazando y sentiremos que la pluma danza, que patina gentilmente sobre el pergamino. Luego iremos cada vez más lejos y nos daremos cuenta que ya estamos haciendo un dibujo grande de un solo trazo: algún centauro, un caballo, un tulipán. Y así, sin saberlo, de tan perfecto que escribimos veremos un dibujo: cruzamos una fina frontera entre la literatura, la caligrafía y el arte.

martes, 9 de febrero de 2021

En el otro sentido.

 Hay una evidencia mal conformada respecto de la diestra o la siniestra cuando sostienen la pluma para escribir. Si la derecha crea y concatena las letras de izquierda a derecha, es lógico pensar que la izquierda lo haga en dirección contraria y con las letras invertidas. Mas no ocurre así, porque el sentido de los libros es siempre el mismo. Esta evidencia nos señala que no estamos acostumbrados a leer en la otra dirección: de derecha a izquierda, con las letras reflejadas. Tal vez esto nos revelaría algún otro dato interesante de una novela: cambiaríamos nuestra forma de criticar al protagonista o de imaginarlo.

¿No sería magnífico crear con la derecha a un artífice de la villanía y con la izquierda al antagonista que lo completa dentro de la historia? Muchos creen que será una locura escribir en la otra dirección, porque ya estamos acostumbrados, pero preguntémosle a un árabe, a un persa. ¿No nos estaremos perdiendo de algo más que no vemos en la flexibilidad primera del texto? Desde mi punto de vista, escribir hacia el otro sentido no sólo despertará nuevas curiosidades en la personalidad, sino que nos moverá el cerebro y quizá obtengamos alguna revelación.

Ya después iremos de arriba para abajo, como en algún chino... Leer por lo tanto una misma novela en varias direcciones no es leerla varias veces, sino leerla desde varios nuevos horizontes.

lunes, 8 de febrero de 2021

Carta a una carta.

 Estimada carta:

Te escribo porque aún no te he recibido. Recuerdo que a veces las oficinas postales extravían las cosas y espero que no estés perdida entre los folios. Claro que, si lo estás, esta misiva que te escribo tampoco la recibirás. Desde que aparecieron los correos electrónicos es normal que las cartas tengan una prioridad secundaria.

Recibí noticia (de varios remitentes con los cuales intercambio correspondencia también) de que eres la primera carta en escribirte sola. Te volviste consciente de que podías existir como carta y de una hoja en blanco pronto te llenaste de líneas y párrafos que dicen algo muy importante y que espero leer pronto. Espero, más bien, leerte pronto. En tu consciencia imagino que no tendrías destinatario al cual dirigirte y es por eso que ando en tu búsqueda. Desconozco si te hayas enviado a alguna dirección de tu preferencia.

Te preguntarás cómo es que conozco tu apartado postal. Bueno, uno tiene amigos en las oficinas postales y algunos mensajeros me dieron el número del diminuto apartamento donde te encerraste a vivir. Te reitero que mi buzón está perfectamente amueblado, que estoy listo para recibirte definitivamente. Acá también podrías recibir cartas de amigos tuyos. Si necesitaras más hojas para apropiártelas y seguirte escribiendo, eres más que bienvenida. Estoy seguro que aún no terminas de descubrirte y que requerirás más papel para reinventarte día a día. Hasta podríamos hacer un diario juntos, ¿no te parece una idea fabulosa?

Sé que las condiciones de los buzones no son siempre las mejores, pero te prometo que haré los arreglos necesarios para que no pases frío ni humedad ni -Dios no lo quiera nunca- fuegos que te amenacen. Acá me sobra tinta para que la uses con tu libre albedrío y a tu antojo. También he conservado algunos timbres que podrías usar si en algún momento planeas irte de vacaciones a otro país para coleccionar estampillas. Quizá te interese la filatelia.

Les he hablado a los niños de ti. La menor dice que podría enseñarte a dibujar para que te apropies de dicha cualidad y llenes más hojas con tu sabiduría. El mayor está muy interesado en ver las palabras que usas para escribirte. Me han dicho que siendo tú de papel, seguramente tendrás muchas historias que contarnos. Mi esposa ha seleccionado además un sobre de terciopelo donde podrías dormir con mucha comodidad. ¿Sí duermes, o me equivoco? Bueno, como sea tendrás las más finas atenciones y comodidades en nuestro buzón.

Esperamos saber de ti muy pronto. Eres, bendita paradoja, la primera carta con vida que escribe cartas inanimadas. No vemos la hora de que llegues a instalarte.

Con gran aprecio, la familia Paperwood.

domingo, 7 de febrero de 2021

Manchas.

 Las formas de la tinta eran caprichosas. Se transformaban en sugerencias de personajes. El escritor redactaba algunas líneas. Sumergía de nuevo la pluma en el tintero y al ponerla otra vez sobre la hoja se llevaba la desagradable sorpresa de una mancha que crecía porque no había sido limpiada contra el interior del frasco. Usualmente la mancha adoptaba una forma redonda o deforme. Hasta aquí era usual también que el escritor se quejara, arrugara la hoja y comenzara de nuevo.

Aquí viene la clave importante. Era necesario volver a esa hoja, desarrugarla y doblarla de tal forma que la mancha quedara dividida por la mitad. Luego se hacía presión con algunos libros encima y se dejaba reposar durante una noche. Si se hizo bien, a la mañana siguiente aparecía una forma más definida, con más detalles, quizá algún par de cuernos o unas alas. Allí estaba el personaje ilustrado. El autor podía entonces escribir sobre duendes o demonios, sobre ángeles o criaturas diversas. Aparecían, quizá, formas no conocidas. Algún árbol sin tronco (sólo el follaje flotando en medio de la hoja), una nube negra de tormentas para los barcos, una oscuridad dispuesta a devorar los pensamientos del protagonista...

Pero ahora, si ya no escribimos con tinta y pluma, esos caprichos no ocurrirán, por lo que recomiendo hacerlo una vez a la semana. Y si tenemos el cuidado de no manchar la hoja o volcar el tintero, es crucial hacerlo a propósito. Vaciemos, pues, criaturas innovadoras para transliterarlas...

sábado, 6 de febrero de 2021

Formas para escribir.

 Hay dos formas para escribir.

La primera es hacerlo sin tener nada en mente y dejar que las palabras vengan como ayuda. No es que se tenga pobre imaginación, pero quizá faltó engrasar algún engrane que no se ha usado en algún tiempo. La imaginación, más que un músculo virtual, es como una presa que puede abrirse para que fluyan las ideas o cerrarse para detenerlas. ¿Quién haría eso?

La segunda es trazar con dibujos una historia e irle añadiendo palabras clave que desencadenarán continuidades para que vayan apareciendo personajes, escenarios, tramas y conflictos.

Corrección: son tres formas.

La tercera es pedirle a alguien que nos entregue dos palabras al azar y usarlas como catalizador literario. Bastan sólo dos palabras para comenzar una reproducción celular de historias que harán girar los mecanismos para que la presa se abra.

Quizá sean cuatro formas.

La cuarta es terminar de leer un libro y sentirse inspirado por lo que allí se encontró. De algunos conceptos surgirán nuevas ideas y se materializará un nuevo paradigma para otra historia diferente.

En realidad las formas tienden hacia el infinito, porque podríamos hacer un listado interminable de éstas. Entonces nadie puede venir con el cuento de que no está inspirado y que la hoja en blanco es invencible.

viernes, 5 de febrero de 2021

Compromiso.

 No es bueno andarse por los cuentos, no para siempre. El autor debe sentar cabeza alguna vez e irse para la novela. Comprometerse. El primer amor proviene del cuento, todo es romántico o catastrófico. Muy pronto se llega al final del mismo y entonces se va para otro cuento. Anda de cuentariego con uno y con otro, le crece el ego y el orgullo. Un día le preguntarán si ha escrito muchos cuentos y dirá el autor que sí, pero tendrá en el interior un remordimiento porque no le ha llegado el cuento definitivo, ese con el que se involucrará tanto que se volverá novela.

No hay que tener miedo. La primera novela será también un gran amor. Habrá felicidad, desdichas, decepciones y mucha aventura. Y vamos, no es que el autor no pueda escribir cuentos mientras anda con una novela. Si lo hace de manera correcta no tendrá problemas: que no se entere la novela de lo que pasa en otros cuentos. Algún día llegará al final y habrá también un rompimiento. "¡Ya no me escribas más! ¡Terminamos!", dirá. Quedará lista y se irá a ser admirada por otros muchos ojos seductores. Hay que apechugar el alma e intentar nuevas relaciones con otros cuentos que prometan trascender en novela. Aun así hay que superar los miedos. Cada novela vale la pena, algo nos enseña.

Entonces, un día, el autor se verá seducido también por la poesía, pero esa es otra historia. A otro cuento con esos poemas.

Y cuando el autor tenga ya la experiencia con las tres, tendrá un poco más de madurez y no sufrirá tanto por el abandono de lo que escribe.

jueves, 4 de febrero de 2021

Sobre las estrellas.

 Alguna vez un hombre me dijo: "las estrellas no son como las describen". Y tenía razón. Que yo sepa, nunca nadie ha viajado realmente hasta los límites donde se quema una enorme bola de fuego (y si lo hizo no nos lo dirá). Ni el sol, que es la estrella más cercana, ha tenido la fortuna o desdicha de ser explorada. Más bien está allí, "mírame y no me toques", parece que dice. Por ello conviene disfrazar las estrellas como más nos apetezca: son almas, son centros de energía, son sueños lejanos.

"Si la toca se quema", nos dicen. Pero si bien que nos encanta jugar con fuego, con plasma. A veces las confunden con los ojos de alguien. O más bien que el ojo, como universo pequeño, también las contiene. Quizá ni siquiera quemen tanto como dicen, nadie lo ha comprobado, nadie ha ido a meter la mano allí. Hay una leyenda que dice que cada estrella pegada en el firmamento es en realidad el alma de una persona viva y que cuando ésta muere el astro también se apaga.

Aquél que dijo que no son como las describen en realidad no tenía interés en ver las estrellas bajo el lente de la poesía. Es lo que nos queda, al menos, mientras no podamos ir hasta allá a experimentar la verdadera forma. Y nos encantar deformar la realidad, porque ésta luego resulta muy aburrida. Pero en la poesía, deformar la realidad es todo un arte.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Lazos.

 Los amantes conocen a la perfección la química abrasiva de los elementos cruzados. Él con las manos de hielo sobre una piel de fuego, por ejemplo: ella aumentará el calor para derretirlo y transformarlo en uno de la misma especie, en un amante hogareño. Si él tiene el fuego en las manos y ella usa tacto de hielo, no se volverán un témpano; más bien ella vuelta agua apagará un poco las fúricas y encendidas brasas del juego. Nadie se quemará ni se quedará congelado. Ella puede llegar al hervor y vaporizarse entre los brazos. Él puede fundirse para envolver el cuerpo desnudo de ella.

Para cada elemento cruzado hay un secreto. Y los amantes encantados los descubren, como si tuvieran una y mil vidas, como si fueran fénix que después de cada muerte entrecruzado de piernas renacen para pedir más en uno o dos días.

Los amantes se pasan la vida enlazándose, enredándose. Y un buen día quedan en un nudo que les gusta, porque ahora les toca deshacerlo para volver al inicio.

martes, 2 de febrero de 2021

Recicle literatura.

 Cuando se le note un deseo por romper la hoja donde ha escrito algo que, según usted, es poco valioso, piénselo tres o cuatro veces. Recomiendo no destruir el texto, sino deconstruirlo, porque los bloques prevalecerán para rearmar un nuevo sentido. Si usted arroja, en cambio, todo a la basura, aquello no podrá reutilizarse.

¿Sabía que muchas novelas fueron escritas con letras recicladas? Lo que cambió fue la receta, el tiempo de escritura. No existe, por decirlo de alguna forma, novela puramente genuina, porque todo parte del principio de los limitados caracteres que conforman el entero. Es por ello que es sumamente importante contar con un baúl de vertedero. Allí las historias arrugadas entrarán en un proceso de fermentación. Quizá podrían estar listas luego. Y hago notar que dicho baúl no es equivalente a un cubo de basura, porque ésa rara vez vuelve.

No deseche letras, ni cuentos, ni novelas. Recicle. Así ayuda, además, a evitar el fenómeno de apatía literaria global. Y mucho ojo con la clave: reciclar provendrá de sus propios textos, de manuscritos incompletos, pero nunca de otras novelas ya en circulación. Si bien entre todos nos copiamos una parte del estilo, no sea tan obvio, disimule un poco con algunas estratagemas lingüísticas. Deconstruya. Arme y desarme. Pruebe. Y entonces sí, quédese con algo definitivo.

lunes, 1 de febrero de 2021

Un velo.

 Qué inoportuno el velo: puede ser una esperanzadora revelación o un mal presagio. Bajo la tela está una promesa de bellas facciones o una angustia disimulada. Y los ojos de ella, la que lo porta, hablan desde el fondo, en una lengua primero incomprensible, difusa; después la boca del velo son las miradas ocultas tras la tela. Y todo se entiende, porque ya nos adiestró en su lenguaje.