Los amantes conocen a la perfección la química abrasiva de los elementos cruzados. Él con las manos de hielo sobre una piel de fuego, por ejemplo: ella aumentará el calor para derretirlo y transformarlo en uno de la misma especie, en un amante hogareño. Si él tiene el fuego en las manos y ella usa tacto de hielo, no se volverán un témpano; más bien ella vuelta agua apagará un poco las fúricas y encendidas brasas del juego. Nadie se quemará ni se quedará congelado. Ella puede llegar al hervor y vaporizarse entre los brazos. Él puede fundirse para envolver el cuerpo desnudo de ella.
Para cada elemento cruzado hay un secreto. Y los amantes encantados los descubren, como si tuvieran una y mil vidas, como si fueran fénix que después de cada muerte entrecruzado de piernas renacen para pedir más en uno o dos días.
Los amantes se pasan la vida enlazándose, enredándose. Y un buen día quedan en un nudo que les gusta, porque ahora les toca deshacerlo para volver al inicio.
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