Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

sábado, 20 de febrero de 2021

Para el silencio.

 Después de hacernos esperar durante varias semanas, el escritor apareció, por fin, con la sonrisa de oreja a oreja. Había terminado satisfactoriamente su obra maestra, un poema llamado Para el silencio. Organizó una presentación y en el día elegido asistimos puntuales casi todos. Varios colegas suyos presentaron aquel trabajo con verdadera elocuencia. Se llegó el momento de la lectura y tras retirar una manta que cubría los libros, vimos la portada. La ilustración era una mano metiendo la pluma al tintero a punto de escribir sobre una hoja vacía. Al abrir el libro aquello se volvió verdad: el libro tenía algunas decenas de hojas vacías.

Creímos, en alguna especie de suerte fantástica, que nos daría una clave o algún código o forma de revelar la poesía oculta. No sé, quizá rociando alguna sustancia sobre las hojas aquellas letras entrarían en reacción. Hubiera sido un libro realmente innovador. Pero no ocurrió así. Durante la hora de la lectura todos estuvimos callados, dando la vuelta a la página correspondiente cuando el escritor lo hacía. Transcurrieron 10 minutos.

¿Era un libro equivalente al arte ultra-posmoderno, uno de mesura tal que más bien era un concepto muy abstracto? En mis intenciones de entender el libro vacío, tomé un lápiz y empecé a escribir varias notas.

—¡Para! ¿Qué haces? —gritó desde la mesa el autor—. ¡Estás dañando el ejemplar!

Entonces entendí mal. Aquel libro era una promesa fallida. Una bonita carta de presentación que no contenía nada.

—¿Y las letras estarán en alguna otra presentación? —pregunté confundido.

Aquella noche se me tachó de poco tolerante. Se requería mucha paciencia y visión para entender el significado de Para el silencio. Se vendieron todos los ejemplares.

Después de una semana pregunté a mis colegas qué es lo que habían hecho con el libro. "Conservarlo, por supuesto, está autografiado". Y no sólo eso, sino que al abrirlo se inspiraban de la vacuidad y reafirmaban ese deseo de abstenerse de escribir. Decían que esas hojas en blanco eran realmente insuperables. Nadie, en ninguna otra creación u obra podía volver a repetir aquello, porque además sería plagio.

En ese libro escribí todas las diatribas que se me ocurrieron, hasta llenar la última página.

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