27 letras y la infinita imaginación. Letras que vienen desde algunas profundidades, de otras sinceridades del alma y de curiosidades del espíritu.
Tren Literario

No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn
jueves, 29 de abril de 2021
El castigo.
miércoles, 28 de abril de 2021
La practicante.
martes, 27 de abril de 2021
Koro Kuni
Cuando el cuerpo es transparente, cerca de la zona del corazón, sólo hay dos opciones: contribuir a curar el sistema, o atenerse a las consecuencias de su oscurecimiento.
Era el sueño recurrente de Manuk Koro: ese donde en vez de sangre roja, los corazones producían sangre negra, exponiendo la sombría transfiguración de la persona que sufría aquello.
SIGUE
lunes, 26 de abril de 2021
Entre dimensiones.
domingo, 25 de abril de 2021
La canimorfosis.
Gregorio odiaba tanto a los perros, que un día amaneció convertido en uno. Al principio creyó que era un falso despertar, que seguía soñando en su cama, estaba consciente de que todo podía ser un sueño lúcido. Incluso recordó a Kafka, con su metamorfosis. Lo había leído recientemente y atribuyó aquella sensación de ser perro a la sugestión. Quiso despertar, pero no lo lograba. Estaba allí, sobre su cama, todo seguía igual: la cabecera, el buró con la caja de cigarrillos, el libro de Kafka, el encendedor, algunas monedas y un vaso con agua. No quiso moverse, porque insistía en que estaba dormido y despertaría pronto. Al principio consideró divertido el hecho de que su padre le hubiera puesto el mismo nombre que el del protagonista de la metamorfosis. Ahora lo odiaba. ¿Y si era verdad? ¿Qué tal si esta maldición caía sobre él?
sábado, 24 de abril de 2021
Balance.
viernes, 23 de abril de 2021
La eterna historia.
jueves, 22 de abril de 2021
Hiperrealista.
miércoles, 21 de abril de 2021
Hormigas en el azúcar.
martes, 20 de abril de 2021
Antes muerto que sencillo.
lunes, 19 de abril de 2021
Por una moneda.
Una moneda como aliciente. Una como trampolín. Es sólo una moneda. ¿Qué se puede comprar con ella? ¿Alcanza para hoy? No es la moneda, es la oportunidad. Mañana habrá más monedas.
Todo esto pensaba Federico, el hermano menor de Toño, mientras veía al grande echarse un clavado al muelle para sacar los diez pesos que el turista le había arrojado al agua.
SIGUE
domingo, 18 de abril de 2021
Parcialmente Genoveva
En las gotas estrelladas de la ventana Genoveva admiraba la lluvia. Sin darse cuenta ni cómo, alguna parte de la tormenta se transfería a su alma; pronto salía lluvia también de sus ojos.
sábado, 17 de abril de 2021
viernes, 16 de abril de 2021
Ella es Elena.
jueves, 15 de abril de 2021
Al final.
miércoles, 14 de abril de 2021
Ley de hielo.
martes, 13 de abril de 2021
Jaque libris.
lunes, 12 de abril de 2021
Diminuto terror.
Antes de apagar la lámpara de la mesita al lado de tu cama viste una sombra inusual en el techo, pero tu mano se adelantó y quedaste a oscuras. Volviste a encender la lamparita. Aquello se movía: se parecía a un pececillo de plata o alguna polilla que había decidido pasar la noche allí. Aunque ya estabas bastante cómodo, te levantaste para encender la luz principal al centro del cuarto. No le hubieras dado mayor importancia, pero la culpa la tenía una tía que te dijo alguna vez algo sobre los insectos: "Todos sin excepción esperan a que te duermas para introducirse en tu cuerpo, ya sea por la boca, la nariz o los oídos". Aquello sonaba absurdo, pero una parte de ti lo creía. Una parte tuya no lo superaba.
SIGUE
domingo, 11 de abril de 2021
El caramelo más deseado.
sábado, 10 de abril de 2021
El amante.
viernes, 9 de abril de 2021
Los lunares de Mary.
jueves, 8 de abril de 2021
El hallazgo.
miércoles, 7 de abril de 2021
Lectura a fondo.
Aquel que lee mal una carta bien escrita es el mismo que pisa las notas equivocadas en un piano al seguir una partitura. ¿Por qué corre con la voz, por ejemplo, el lector, cuando no hay ninguna anotación al principio del cuento que diga crescendo? No tomarse la pausa necesaria en los signos de puntuación es, desde un protocolo de educación literaria, una falta de respeto para el que se ha tomado el tiempo de escribir el texto. O viceversa, rasguñar apenas la norma para la redacción y cometer fallos múltiples es como entregar un pastel mal horneado al que lo va a leer. Si el lector es avezado, podrá ir subsanando, en el aire y espontáneamente, los fallos que encuentra, como si esquivara baches de carretera al conducir. Vaya usted a pensar qué clase de dúo desbaratado haría un mal texto con un mal recitador: una diatriba a la prosodia.
"Es que hacen falta las acotaciones", expondrá algún lector queriéndose pasar de listo. Querrá que le pongan, antes de cada frase: leer despacio, hacer pausa. "¡Pero si los signos son las acotaciones!", le argumentará el que sabe las reglas. Entonces valdría la pena preguntar, en algún seminario, poniendo el pretexto de que se requieren valores estadísticos: ¿saben todos leer los signos de puntuación? Porque el texto casi cualquiera lo lee.
Y cuando no existían los signos, la scriptio continua de los griegos implicaba una mayor responsabilidad en el orador. Hoy en día se tienen que hacer reparaciones al instante mientras se lee un texto en voz alta. Vea usted, que la música de la voz, aunque en algunos sea casi imperceptible, debe tener armonía, tanto si lee como si canta. Si por ejemplo, el punto y coma, que nació a partir de las notas de los cantos gregorianos, es capaz de decirnos algo, vale la pena no ignorarlo.
Hasta ahora no ha llegado alguna intrépida propuesta de signos que sustituyan a los actuales. Entonces, lo menos que puede hacer alguien es escribirlos y leerlos bien.
martes, 6 de abril de 2021
Hacer conciencia.
Temo que el universo no sea consciente de nuestra singularidad, así como nosotros no somos conscientes de la personalidad de cada célula que nos habita. Pero hay una salvaguarda: el universo es mucho más grande y seguramente en algún cúmulo de estrellas o nebulosa permanece codificada la frecuencia para formular alguna idea revolucionaria. Así, tal como al leer cientos de libros hallamos la frase única de algún personaje que nos cambia la vida.
Y ese personaje es consciente: nos habita, en algún punto es alguna de nuestras células que ha cobrado identidad. Ha decodificado el lenguaje de la idea que conecta con la mente para conseguir algo. Entonces escribimos algo que nos ha sugerido, en algún diálogo. Quiere cambiar la historia, el punto en el que vive, el cuerpo. Deberíamos escuchar a nuestros personajes, aunque no a todos.
El centro de la galaxia debería escucharnos. Si no, ¿para qué nos contiene entonces? Un hombre interesante está lleno de personajes que salen a flote, así como un universo interesante es aquel donde varias personas salen a flote.
¿Quién va a ser mi antagonista el día de mañana?
¿Quién me entregó la espada simbólica (el item) que necesitaba para superar cierta prueba?
¿Quién me ha fabricado la pluma con la que se escriben todos estos sueños y posibilidades?
lunes, 5 de abril de 2021
Vida y muerte.
No creo que haya existido algún hombre que amara a la muerte. Podía desearla para evitar algún sufrimiento en vida, pero a la muerte no se le puede amar. Al menos, no desde la vida. Por ello es que metida en algún disfraz abstracto, mental o espiritual, la muerte ha podido tener romances con alguno, en alguna indefinición de los paradigmas de la verdad.
Si la vida crea y la muerte destruye, ¿cómo es posible conciliar ambos términos? En el sentido inverso, se ha visto que vida puede destruir vida, y la muerte, como un proceso de consecuencia, crear algo, pero usualmente no funciona de ese modo.
Y el espíritu es el que flota. No está vivo, ni muerto. Por eso no puede vérsele de ningún modo, a menos que se acerque uno por vía onírica, porque allí algunas vibraciones son flexibles.
Puede ser que la vida no sepa que está allí, porque la conciencia es distinta: una flor que se enreda con otra puede ser un romance absoluto, ¿pero acaso hay conocimiento de ello para las flores mismas?
domingo, 4 de abril de 2021
Cadena.
El infinito círculo de personajes que narran algo cada vez más pequeño es la replicación de las ideas de un autor entre sus múltiples "ser". ¿Constituye esa habilidad cierto poder divino de multiplicar tantas veces como sea necesario?
sábado, 3 de abril de 2021
Tiempo.
El tiempo se devora a los hombres, sobre todo cuando lo han dejado expandirse a sus anchas, como el monstruo en el que se convierte.
SIGUE
viernes, 2 de abril de 2021
Gato guardián.
Aquel felino ojiverde le producía a la abuela una aberración no justificada. Ella no comprendía los misterios de los gatos, ni los maullidos matutinos para exigir comida. Sentía que eran criaturas capaces de contactar con el demonio o con alguna criatura del otro mundo, de esas que cruzan algún portal cuando se duerme.
El gato era el mejor acompañante de Fred. Lo había recogido del bosque, de donde estaba perdido, según decía. Ahora tenía el pelo más brillante, en vez de las marañas que traía cuando recién llegó. Entre los ojos se le dibujaba una marca evidente que parecía el número de la bestia, o eso le parecía a la abuela. Constantemente le decía que ningún gato hacía bien, que traían muchas enfermedades y más cuando eran adoptados. Quién sabe con qué clase de gente habría estado.
La abuela calentaba el té por las noches y mientras lo hacía sentía la mirada del gato en su cabeza, como si la escrudiñara. La primera vez que había ocurrido aquello ambos quedaron mirándose, pero era un mal juego: sintió que los penetrantes ojos verdes entraban y le tocaban el alma. En un maullido inocente pero sorpresivo la abuela dejó caer la porcelana y aquel animal huyó. Ahora estaba justificado el miedo. A petición de ella Fred había puesto una pequeña barricada con cajas para que el gato no entrara a la cocina. No obstante halló el modo.
En plena madrugada de luna llena los maullidos de los gatos callejeros produjeron un escalofrío en la abuela. Se levantó con una lámpara en la mano para entrar en la habitación de Fred. Lo despertó y le dijo que finalmente su gato había ido a esas reuniones místicas donde todos tenían tratos con el demonio. "Óyelo Fred, no estoy loca", le dijo. Y en algún momento el gato salía debajo de la cama y se tallaba contra las temblorosas pantorrillas de ella. Más que alegrarse por saber que el gato no estaba participando de los supuesto aquelarres, la abuela se indignó. Le ordenó a Fred no dormir con el animal, porque en los sueños más profundos podía robarle el aliento del alma para entregárselo a algún ente desconocido.
Fred alegó y argumentó. El gato dormía abajo, de todas formas. Si él subía seguramente sentiría las patas sobre el cuerpo y volvería a bajarlo. De todas las noches que llevaba allí en ninguna había intentado ninguna tontería o traición. A la abuela tenía que quedarle claro. Mas no lo decía realmente por él, sino por ella y su aberración. Temía despertarse ya muy tarde, con el gato encima mirándola, ella totalmente paralizada sintiendo cómo se le iba el aliento de vida.
La abuela lanzó el ultimátum: el gato debía quedarse a dormir afuera o en alguna caja en el sótano. Con tal de tenerla tranquila Fred adaptó lo necesario para cumplir aquello; no funcionó. El gato maulló durante toda la noche. La abuela estaba cada vez más cansada. Tenía el sueño ligero y el gato le producía un insomnio surreal. Ella misma se asustó por sugestión: veía los dos ojos refulgentes en la oscuridad, cuando en realidad eran los botones metálicos de algún abrigo.
En una noche de luna nueva, donde entraba menos luz a la recámara, la abuela estuvo despierta hasta donde pudo. Soñó que el gato le hablaba, que le decía que no le huyera, que en realidad no le pedía mucho. Ella lo correteaba con una escoba en mano y el gato se desvanecía en la oscuridad. Los ojos aparecían de la nada para hablarle. Cuando despertó tenía escalofríos. Estaba entumida y tenía al gato encima, mirándola. No podía moverse, sólo podía controlar la mirada y la respiración. Quiso gritar pero la voz no nacía de la garganta contraída. Pensó en Fred, en que vendría para arrancarle al gato de aquella posición y salvarla. Oía voces ininteligibles en la oscuridad. Al mover los ojos hacia el clóset observó a "ese", al demonio que tanto temía. Escuchó en su mente la voz escabrosa que exigía el alma de la abuela al gato.
La abuela comenzó a temblar. Fred no venía. El demonio del clóset alargó lentamente una mano negra y deforme hacia el corazón. Justo antes de tocarla el gato mordió al espectro, se le abalanzó encima y chilló como si estuviera en riña con otro gato. En aquel momento la abuela regresó al mundo de los vivos. Sintió su conciencia a plenitud, movió todos los miembros de su cuerpo para comprobar que le respondían. Allí estaba el closet, pero ella no volteó, en un impulso estiró la mano para encender la lámpara del tocador y poder ver la habitación con claridad. No encontró nada, excepto uno de sus abrigos rasgado de la manga.
Dieron las diez de la mañana. La abuela buscó a Fred para mostrarle el abrigo. Lo encontró en el patio con el gato muerto en brazos. No dijo nada. Consoladora le puso la mano en el hombro a su esposo.
—¿No lo habrás envenenado, verdad Edna? —murmuró él.
—Dios me libre, Fred. No lo quería, pero no soy tan cruel.
Estuvo a punto de contarle lo sucedido con el demonio, pero se ahorró las palabras y ayudó a Fred a meter al gato en una caja para enterrarlo en alguna parte al día siguiente. Él quería velarlo por lo menos una noche. En el sótano, por petición de Edna.
Esa noche durmieron juntos de nuevo. El gato los había separado, porque Fred quería que estuviera bajo la cama y Edna no lo soportaba. Ahora era buen momento para recuperar el espacio perdido, pero Fred no podía dormir. Escuchó maullidos vecinos en la distancia y se acordó del gato. Bajó a tomar agua. Allí vio al gato pidiendo por un poco en su plato. Fred se quedó mudo algunos momentos y después pensó que se trataba de otro. ¿Tal vez Edna le tenía esa sorpresa? Subió con el gato en brazos, acariciándolo.
Antes de que Fred pudiera decir algo Edna ya estaba con las cobijas encima, temblando.
—Edna, mira, es verdad, tal vez sólo estaba deshidratado. Me pidió agua.
Y ella lo vio, con los ojos refulgentes y verdes, como siempre, como si el secreto de las siete vidas estuviera hecho para comprenderse entre sueños. Cuando Fred soltó al gato, éste fue a instalarse debajo de la cama, porque la noche podía traer nuevos demonios a los que enfrentarse.
—Abrázame fuerte Fred y no me sueltes —dijo, intentando modificar, por fin, su aberración a aquel guardián entre mundos.
jueves, 1 de abril de 2021
Trece.
El número trece había tenido su gran protagonismo a partir de las supersticiones. Muchos le temían incluso sin saber ninguna cosa de numerología o de ciencias exactas. Podía ser como un gato negro que había salido del día de brujas, o como una escalera que te obligaba a cruzar por debajo de ella, para que al hacerlo se sintiera más arrogante. Fuera de algunos mitos, no todos consideraban esa maldad pura en forma abstracta que el número absorbía y emanaba. Menos para ti.
Tú naciste un viernes 13. En la escuela eso se convirtió en la principal forma de intimidación. No faltó el burlón que te decía que todo lo convertirías en infortunio o catástrofe. Otros temían que te les acercaras. Aprendiste de ese error y en los años siguientes mentiste sobre tu cumpleaños. Pero después, en la universidad, reconociste esa farsa y adoptaste al trece de nuevo, con mayor orgullo. Ya tenías argumentos para defender tu postura. Incluso comenzaste a usarlo para tus rutinas o cotidianidades. Hacías trece flexiones, comías trece cacahuates o botanas... escribiste cartas y contaste las palabras para forzar que su número fuera trece o algún múltiplo.
Adoptaste a un gato y lo llamaste "trece". Muy pronto se te pasó aquella euforia inicial y después simplemente dejabas que la vida te sorprendiera con señales como la placa que viste después mientras manejabas.
Un día conociste al amor de tu vida, pero siempre pone la vida juegos interesantes a las personas, como si fueran piezas de ajedrez. Aquella chica era muy intolerante a ese número. Desde el principio aclaraste cómo debían ser las cosas, no mentiste. Si ella lo aceptaba, no había engaño. El amor disfrazó todo. El romance floreció en los primeros tres meses y después comenzó aquel cuento de que "deberías alejarte un poco del trece". ¿Del gato? De todo en general, de la forma en la que comes papas, de esos dibujos que hacías cuando estabas aburrido. Ella quiso cambiarle el nombre al gato.
—Que se llama Doce, o Catorce. Pero Trece no, por favor.
—Vamos, qué te hace el pobre gato. Me ha traído suerte, ¿sabes?
Y así comenzó una de muchas discusiones terribles. En una charla difícil ella estalló y te confesó que por culpa de ese número su madre se había accidentado. Que en alguna calle con ese número había ido a recoger unos productos que compró por internet y que como era noche no había visto el desfasamiento de las placas de concreto en la banqueta. Había tropezado. Los productos se desperdigaron. Sus rodillas se fracturaron. Ahora usaba silla de ruedas y a veces podía caminar algunos minutos con bastón.
Al escuchar aquella historia cediste un poco. La querías y se lo demostraste poniéndole "Seis y siete" al gato. Luego vinieron otros cambios. Muy dentro de ti sentiste que te faltaba algo. Era como negar de nuevo tu fecha de nacimiento.
Salieron a pasear juntos. Evitabas al trece por ella, apareciese donde fuere. Decidiste ingresar a una tienda de libros, mientras que ella compraba dos helados en la tienda de enfrente, cruzando la calle. La viste salir de la heladería desde el interior, a través del cristal. Los coches se detenían en el semáforo y ella continuó. Algún inepto imbécil al volante no se detuvo y no pudiste advertirle. Un poco antes del impacto un hombre la empujó fuera del camino y apenas le dio tiempo a él para tumbarse a salvo. Sólo fueron raspones.
Después de la conmoción ambos notaron que a tu novia la había salvado el trece. Estaba impreso en grande, en la playera del hombre que la había empujado.
Aquel número se redimió. Y lograste, como niño pequeño con helado, conciliar al amor de tu vida con el número de tu vida.