Ni el espíritu ni Samuel podían verse, pero ambos sabían de la existencia mutua a través del único puente posible: el sueño. La noche anterior Samuel se había dormido muy cansado. Cuando quiso despertar sintió que su cuerpo no le respondía. Entonces levantó sin querer su propia alma y reconoció el departamento. Era el mismo, pero con algunas modificaciones propias del mundo espiritual. Leyó lo que había en las paredes. "Cuento 38: un gato se enamora de una paloma", "cuento 57: sobredosis de cordura". Y así, leyó unos cuantos conceptos e intentó recordarlos. Cuando el alma le volvió al cuerpo adormilado, tomó la libreta de al lado para escribir esas ideas. Sintió su cuerpo tan pesado como cuando se sale de una alberca después de tres horas.
Mientras Samuel había estado leyendo lo del departamento de aquel espíritu, el espíritu mismo había merodeado por la sala de Samuel. Vio las paredes vacías de todo el papelaje, sólo con algún cuadro del pintor Raúl Ontiveros de un pueblo en las montañas. Vio los platos sucios, los libros desordenados. Supo que alguien más vivía allí también. En algún momento el espíritu se volcó hacia su propia realidad y quedó devuelto en el mismo instante en el que Samuel regresaba a su cuerpo. Una vez más, las dimensiones estaban acomodadas.
Después del desayuno, Samuel encendió su ordenador y comenzó a escribir el cuento del gato que se enamora de una paloma.
Todos los días, un gato llamado Abby era liberado a los pasillos del edificio, por el dueño, a la hora del almuerzo. Esta estrategia estaba basada, principalmente, en el hecho de que al dueño no le gustaba que Abby lo mirara masticar. Sentía que debía compartir aquel alimento, y como es de suponerse, un humano y un gato no pueden compartir la mesa.
SIGUE
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