El señor Castilla era un gruñón, o eso decían los vecinos. A veces estaba de buenas y saludaba. A veces el simple hecho de toparse con alguien en las escalinatas del edificio lo ponía odioso. Solía espiar por la mirilla para bajar cuando nadie estuviera de entrometido. Él tenía muy presente el lema "no te metas conmigo y yo no me entrometo en tus asuntos". Odiaba que le pidieran favores, porque él no estaba para pedirlos de vuelta. Más bien, si alguien le pedía algo, era obligación del vecino encontrar un espacio y tiempo oportunos para dejar todo a mano.
Había sucedido un caso así con el tal López, dos pisos abajo. En alguna ocasión subió para pedir algunos tornillos y clavos a Castilla. ¿Tenía amistad afianzada el tal López? No. ¿Saludaba muy seguido? Tampoco. Era una de esas "ocasiones de emergencia" donde los protocolos se pasan por alto.
SIGUE
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