Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

jueves, 30 de septiembre de 2010

No basta.

Ni aunque se congelara durante una hora el tiempo de todo el mundo, alcanzaríamos a contar los ojos tristes de las musas de pie atrás de los poetas.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Erotismos (AA)

Te espero en nuestra cama King size de tres semanas. La amo, es cómoda y podría quedarme hasta las dos de la tarde allí mientras algunos rayitos solares se atreven a espiarme. Es sábado, mi día ideal: lo suficientemente alejado del lunes y no tan distante del viernes. Que pase lo que tenga que pasar afuera, que aquí entre mis cobijas me acurruco. Es mi silencio magistral, mi habitación querida, mi refugio antiurbano. Afortunadamente coincidiste conmigo y no hemos tenido que poner una televisión de ruidos horrendos.

Cambio de posición y me siento en un reino pequeño. Son mis dominios, puedo tirar lo que sea al suelo y recogerlo cuando se me venga en gana. El despertador vuelve a avisarme pero lo freno. Hoy esta habitación está separada de todo lo demás y quiero mantenerla así hasta que regreses. Desde adentro las cobijas me provocan unas cosquillas en todo el cuerpo y siento cada nervio. En otro movimiento quedo inevitablemente desnuda, todo cae al suelo y no me importa. Hoy me gusto más que otros días, mi piel me habla con humedad. Entre varios limbos y fragmentos de tiempo, sueño que entras y me exploras, pero no has llegado.

Abro los ojos y veo nuestra fotografía. Y en ese momento te deseo. Cinco minutos más y estoy a punto. Llegas con una sonrisa contagiosa. Me hago la dormida, esperando tan sólo el roce de tus manos y pescarte efusivamente para no soltarte. ¿Ves cómo mi cuerpo te llama? Hoy haz lo que quieras conmigo en esta habitación, afuera es otro planeta aparte. Te tardas, ya ven, actívame con tu tacto.

—Tengo algo que te va a gustar mucho —, susurras con encanto.

Ya presiento de nuevo la unión, la fricción, la trayectoria de tus nervios en los míos.

“Es delirio y placer entre tus brazos nacer…”, dices. Y luego te sigues con una poesía larga, larga, interminable. Y hoy, querida escritora mía, le has volcado encima a esta fotógrafa un balde de agua helada encima, porque lo menos que quería era un trozo de poesía.

martes, 28 de septiembre de 2010

Impecabilidad.

Una pulcritud agobiante. Asfixiante. No veo el momento de tirar unas migajas al suelo porque esta limpieza está por encima de mis expectativas. Una envoltura, un plástico vacío, algo que rompa con esa enfermedad que se tapa con la manía de sacudir todo 365 veces al día.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Retos

Retaría a la masa crítica de gente a adoptar el comportamiento de los árboles por una hora. Invitaría a las plantas a moverse por las calles por una vida entera. Y mientras que un dibujante los retrate para inmortalidad de una obra.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Empaparse.

La lluvia no es más que una muerte parcial helada que perfora el calor de los sentimientos. Mata en vida, y en cada renacimiento se vive una recuperación del dolor infligido. Su maravillosa cualidad de asesinar sin exterminar es lo que fabrica el material húmedo de donde los poetas sacan sus poesías. Heridos en agua.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Pequeña nostalgia.

Es dura la nostalgia de buscar a alguien hasta el cansancio, darle muestras de afecto, ocultarlas con discreto arte, presionar con una pluma de ave, jalar con una telaraña invisible. Es dura porque no es correspondida y no se elastifica.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Lectura singular.

Hubo una vez un lector único en todo el mundo que leyó este texto una sola vez y jamás lo volvió a abrir. Del alarmante número seis mil novecientos millones, sólo uno. Es como un grano de sal en un mar de azúcar. ¿O eran dos? El escritor cuenta también como lector. Si alguna vez se cruza este texto entre los ojos de otro potencial lector latente, haga favor de mostrar un comentario para comprobarlo. Tres no es un mal número.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Implosión.

Un planeta no debería dejar de existir por explosión, sino que más bien ha de chuparse hacia adentro, para que no afecte la vida de las otras estrellas. Un fin limpio y ordenado. Sin expansión. Las manos invisibles del universo lo han comprimido hasta la saciedad.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cero discusiones.

Ella es poco tolerante, sagaz, pero antes fue ingenua, melosa, se pegaba demasiado a su complemento cuando veían una película juntos. Ahora lleva un año sin salir con nadie, ni besar, ni amar, ni acostarse ni masturbarse. A veces le importa, otras está tan bien como si no existiera la belleza de un romance. A veces tiene envidia de que otras tengan hijos en brazos. En ocasiones le viene la ira porque ha visto a dos grotescas bocas juntarse descaradamente en el transporte subterráneo. A veces guiña el ojo y coquetea.

Hoy, después de un año, consigue una cita. Le gusta, es conquistada, porque antes fue al revés. Todo es dulzura, delicadeza y cero pleitos. Pone las cartas sobre la mesa: “¿Estás de acuerdo en que al primer indicio de discusión esto ya no funcionará?” Él afirma complacido.

A los tres días él llega tarde, pero ella está entretenida leyendo buena literatura del Arcipreste de Hita. Son quince minutos los que falló en puntualidad. Mismos que ella usará para ignorarlo hasta que se compense el tiempo. “Dame quince minutos”, le dice. Él saca el primer indicio de enojo. Ya quiere discutir. Ella azota las páginas del libro al cerrarlo. “Hemos terminado”. Se va. Es libre. No quiere depender de estupideces. Y lo cumple porque juega a creer que existe un noviazgo donde no hay discusiones estúpidas.

martes, 21 de septiembre de 2010

Discusión divina.


Dos dioses charlan mientras juegan con un planeta, arrojándolo de manos en manos. Arriba, donde el espacio y las estrellas se extienden, brillan tres encantadoras lunas, parecidas a papas con queso. Abajo, un agujero negro está limpiando un poco la casa de los dioses, aspirando la basura galáctica. A la izquierda hay una nebulosa traviesa que no está en paz. A la derecha, unos sistemitas solares se balancean graciosamente. Atrás de ellos hay un vórtice de colores. Frente a ellos hay un pizarrón de cristal donde van a diseñar una nueva vida. De vez en vez cruza por los alrededores un cometa furioso, y los dioses ladean la cabeza para evitarlo, sin el menor asombro, sumidos en su discusión. Todo está oscuro, con excepción de la luz que proviene de las estrellas. Eso no importa, ambos dioses pueden ver, sentir, hablar y crear en la oscuridad.

Yo digo que pongamos dos ojos en cada cabeza. Si ponemos más se van a desorientar mucho. Que sean dos entradas de luz y de imagen, y cada vez que parpadeen pueden sacar fotografías por la boca y guardarlas luego en un álbum.
No, no. A ese paso llenarán este planeta de basura. Habrá exceso de fotografías de tontería y media. Yo digo que pongamos tres ojos, dos adelante y uno atrás. Así podrán ver si alguien está husmeando y además contemplarán los mares, la lava, el plasma y todas esas cosas del planeta. No me gusta la idea de que saquen fotografías de todo.
Espera, tengo algo mejor. Les ponemos doble párpado y cuando parpadeen con el segundo par entonces podrán sacar la fotografía por la boca. Es un registro natural de todo lo que harán esas figurillas.

            Mientras discuten y elaboran ideas, los dioses pasan sus dedos de luz sobre el panel cristalino y surgen formas en el interior, atrapadas en una transparencia mística, pero tan pronto se arrepienten de una idea, los dibujos se deshacen con un destello que rebota en algunos confines del universo.

No funcionará. Si les damos tres ojos tardarán mucho en desarrollarlos. Las mejores cosas vienen en pares, mírate, mírame. Bueno, aunque ambos sabemos que de los dos yo tengo las ideas más originales, como esa de una cola que dispara dardos venenosos.
Estás mal en más de tres sentidos. El primero: el de las ideas más originales soy yo, porque en primer lugar yo decidí que tendrían cola. El segundo: tres ojos son mejores que dos. El tercero: ¿Las mejores cosas en pares? ¿Sólo dos sexos? ¡Qué aburrición! Yo digo que hagamos cuatro o cinco sexos y vemos la mezcla idónea, habrá más experimentación.
Estás yendo demasiado lejos, olvidas la evolución y el tiempo de vida. Por eso son dos sexos. Uno que se conecte con el otro y asunto solucionado, podrán recrear versiones de ellos mismos, con ligeras alteraciones y beneficios. Y esto demuestra que mis ideas son más apropiadas para este planeta.
Para el planeta quizá, pero no para los vivientes. Ah, si el problema es el tiempo, ¿con unos 1000 años alcanzará? Esas figurillas pueden durar un promedio de mil años; tiempo más que suficiente para elaborar recuerdos y creaciones que serán añadidas al archivo de la eternidad.
No, veinte años. Me voy a aburrir si espero tanto tiempo.
Ochocientos.
Te doblo el número. Que sean cuarenta.
No, es muy poco. A ese paso se morirán cuando aprendan a comunicarse. Quinientos. Es la mitad.
Demasiado. Que sean sesenta, y añadiremos rasgos de erosión para que no caigan de repente, sino por degradación continua.
¡No! Entonces que cada quien haga los suyos y luego los ponemos a combatir por el dominio del planeta.
¿Qué? —estalla uno de los dioses, alumbrando los espacios cercanos. Después de reconstituirse, con diferente forma pero misma esencia, continúa sugiriendo — Mejor que construyan. Ya tenemos destructores en otros planetas y terminaron comiéndose su hogar.
Es que el verdadero problema es tu falta de diversión. Es aburrido verlos construir, tardan mucho. ¡Ya está! Que construyan y que luego lo destruyan. Es perfecto, no tenemos esa combinación en ningún planeta.

            En ese momento un cometa gigante obliga a los dos dioses a separarse un poco entre sí, para dejar pasar la gran roca incandescente.

¿Y luego? ¿Crees que no sé que has mandado a ese cometa para distraerme?
No, yo no fui. Lo elaboré con los restos de otro planeta pero yo le di libre albedrío.
No te distraigas, estábamos en lo de la edad. Cien años, ya no doy más. Que deambulen por ese número según su elasticidad mental.
Doscientos. Ya no puedo bajarlo más. Por eso te decía que cada quien los suyos.

            La charla se torna filosa y comienzan a estallar los dioses, una y otra vez, reconstituyéndose siempre. El pizarrón se salpica poco a poco de breves ideas, pero ninguna es firme ni total. Así comienzan a formarse los vivientes del planeta que dejaron volando por allí. Ninguno de los dos quiere hablar de nuevo, son orgullosos y como no pueden darse la espalda crean una barrera impenetrable entre ellos. Cada quien se queda con una parte del pizarrón, y comienzan a diseñar al sapiens. Monologan en su zona.

Dos ojos, cola con veneno, unas alas que no serán para volar sino para planear. Antenas. Dos sexos para que sea rápido…
Tres ojos, cinco sexos, dientes grandes y fuertes, capacidad para respirar en plasma…

            Aun con todas las decisiones e intentos por crear capacidades aparte, el pizarrón no pudo estar fragmentado por mucho tiempo y regresó a unirse. Entonces los dioses, furiosos, estallaron fuertemente y quebraron varias estrellas. La energía alejó el pizarrón y lo perdió en el espacio, donde lo encontraron otros tres dioses. Al analizar las formas de vida que allí se sugerían, comenzaron a charlar.

Demasiado tarde —dijo el dios verde. —El planeta que figura aquí tendrá un lío de seres.
No es tan tarde —opinó el dios azul. —Sólo hacemos unos cambios aquí, otros allá, aquí ya no se puede, aquí sí…

            El dios azul arregló lo mejor que pudo el pizarrón, pero el planeta contendría algunos seres mal formados, otros destructores, otros ingeniosos, unos con cola, otros sin ella, unos con tres ojos, dos sexos explícitos pero algunas desviaciones interesantes.

            El dios rojo, que era un ojo gigante con labios y que no había dicho nada, pronunció algo para reflexionar: “Por eso les dije que no debíamos hacer tan sólo dos dioses de energía estelar. Un tercero hubiera mediado este lío”. Y los dioses verde y azul asintieron.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Dominio de sombras.

Para aquél que ha estado mucho tiempo metido en la luz, las sombras de la oscuridad parecerán hostiles. Las áreas son los mismos terrenos que has pisado durante el día, en una dimensión fría, solitaria y apagada. Los ojos que utilizaste para el brillo diurno no son felinos, no sirven para admirar las penumbras en esplendor, pero te aseguro que allí hay algo más que siluetas y trasfondos negros que delinean tus particulares pertenencias. Y en este caso, persisten en tus ingenuas miradas unos fantasmas ilusorios de esencias de objetos. Una prenda colgada en el guardarropa es la misma, pero deformada por tu mente sugestionable. Ya sucedió el milargo, has dado vida a lo que no tenía. Entonces, ¿es real el miedo a la oscuridad? No. Realmente tienes miedo de lo que pueda suceder en ese plano sin luz, de quedarte ciego como realmente eres, porque tus otros sentidos se atrofiaron un poco. Sí, tienes miedo de que se vuelva realidad ese deseo de que eres un dios de tu propia habitación y habrás formulado conjuros subconscientes que modelan la materia y tu prenda del guardarropa será polidimensional. Está movida y manipulada por una forma de vida que no conoces y por lo tanto la juzgas de diabólica y tétrica. Has errado.

Para el que conoce las sombras con mayor profundidad y ha permanecido en ellas el tiempo suficiente, volver a la luz es difícil. Aquí cabe hacer una aclaración importante: estar en las sombras no significa haber nacido en ellas. Conoce las reglas: no todos los seres que deambulan por la luz andan predicando el bien y además no todas las bellas monstruosidades que pululan por los dominios de oscuridad están dedicadas a corromper. El demonio, justamente, es un ser neutral que podrá verse influido, controlado. Bien pueden hacerle un lavado de cerebro para que se dedique a espantar y esas tonterías. La mente lucha constantemente en impulsos repentinos de vitalidad para gritarle a esos sapiens que no, ¡ser demonio no es perderse! Ser demonio es gustar de las sombras, de la paz que las rodea, de elevar los contornos de los objetos a la perfección. Ya has visto cómo es la almohada en la luz y te has perdido de la negrura que delimita su volumen en un plano sombrío. No obstante, si me repiten y me repiten miles de cantaletas que soy lo peor, que sólo sirvo para el mal, que las divinidades del cielo con sus cántaros de agua son el destino ideal, que nadie debe acercarse a mí porque caerán en las sombras... tanto lo han repetido que me lo voy a creer y entonces verán que asesinar a alguien de un tiro es cosa de sapiens, no de demonios. Voy a hacer caso a esas cantaletas y optaré por robar almas y meterlas en jarras de cristal ahumado para mi colección. Tanto y tanto le han dicho al demonio que la sociedad le ha inventado un triste destino por una estúpida concepción maniquea.

Ven, cae conmigo en las sombras y verás los contornos del crepúsculo que se filtra por una rendija, verás que tus ojos evolucionan y no se degeneran. Verás la verdad desde el fondo y no con máscaras hipócritas de sapiens que sólo quieren aplastarte porque has crecido más de la cuenta. Por el momento no hay planes de levantarse y quemar a la sociedad con las llamas, te digo que no, que ser demonio es hacer crecer las alas que te han cortado para que vivas como maniquí. ¿Y dónde más quieres desarrollar los sentidos metafísicos que no sea en un lugar donde nadie te interrumpa ni te critique ni te diga cómo has de vivir tu existencia? En las sombras, oculto, donde sabes que tienes más de un corazón fantasma, porque los dominios oscuros tienen más realidades.

Luego he de mirarme en un espejo en las penumbras, con la luz que rebota desde sitios remotos. Veré entonces la verdadera forma que me he perdido, mi otro rostro. Te lo advierto, si has estado mucho tiempo en la luz te espantarás de tus deformaciones. Si por el contrario, has aprendido que para equilibrarte necesitas la otra mitad del entorno, entonces hallarás verdades ocultas. ¿Te tienes miedo, sapiens? No sabes qué risa me dan esos tipos que le temen al diablo, cuando deberían temerle a los de su especie. Los humanoides jalan del gatillo, los demonios conquistamos con la mirada y los artilugios secretos de los libros antiguos. Cabe hacer otra aclaración aquí: no hablo de brujerías, ni de vudús, ni de santerías escrupulosas, ni de fotografías con marcas ni nada de ese mundanal concepto. Hablo de hipnosis. ¿Te tienes miedo, sapiens? ¿Conoces realmente la oscuridad? Será mejor que no entres en ella si no tienes la iniciativa de borrar el ego que tus amiguitos de la sociedad se han encargado de engendrarte para que continúes con tu infructuosa y rutinaria vida. No todos son infelices. Puedes tener ambas cosas si no ofendes lo que es diferente de ti.

Y supongamos que sucede lo contrario: un ser que nació y creció en la oscuridad le teme a la luz. Le teme al sapiens que se vuelve un maldito. Si el demonio quiso salir y lo lapidaron, ¿esperas realmente que esté agradecido contigo? A este paso: la luz es ruido, la oscuridad es silencio. Luz es contaminación, oscuridad es mundo homogéneo. En la luz habitan los peores del mundo, la escoria a la que de verdad debes temerle, porque en la oscuridad (si lo piensas bien) hallas un escondite para escapar. He de reiterar lo que he estado diciendo: no toda luz es terrible, no toda oscuridad es maligna.

En el dominio de sombras tenemos un deseo, una teoría, el vórtex al que aspiramos los demonios: la combinación de luz con la oscuridad. Si esto sucede, muchos morirán en el intento de readaptación, porque las cosas estarán fundidas, fusionadas en un esquema donde se complementa la información que falta. Y también he de hablar de lo siguiente: muchas políticas prohíben el vórtex. Es mejor tenerle miedo al demonio para que un sapiens que juegue a ser un dios se vuelva el líder de muchos incautos. ¡Pero si no tiene alas el sapiens! Entonces un conjunto de tontos bien seleccionados creerá firmemente en la terrible maldad del demonio porque el líder lo ha dicho. Y así el vórtex está prohibido.

Y antes de huir de la oscuridad actual, deberías intentar comprenderla y ver que la maldición que está próxima a atacarte la has creado tú mismo, porque te convertiste en un dios involuntario de tus propios temores. Adivina. Todas las creaciones de terror son obra de un dios, de dioses... sí, esos sapiens que tuvieron el ingenio suficiente para salirse y dar vida a algo que no lo tenía. Para crear tienes que estar divino. Para crear debes ser el arquitecto de tus obras. Creación de monstruos, creación de ángeles, creación de bichos y de simultaneidades. Y si decido que esa sombra (que va siguiendo bajo el sol al viajero) se levante un buen día... Clon del equilibrio.

Algunos poetas conocieron el secreto sublime de la elevación oscurantista. "Surge, destino oculto...".

Estoy en un dominio de sombras. A veces salgo a la luz para explorar un poco. Y en el horizonte diviso la diferencia de luz que afecta el mundo, los bordes de las montañas cuando anochece, la palmera que se levanta de su tercera dimensión para distribuirse en el tiempo y en el espacio, las luces lejanas... Prefiero que estén allí, siendo observadas, porque un demonio puede ver un punto luminoso en la distancia, pero un habitante de las luces no distingue un punto oscuro de otro y es allí donde comienza el error... Algún día he de hablar de la oscuridad artificial, que es otra materia de estudio.

Te invito a que pruebes las sombras para que tengas con qué comparar esa luz de la que tanto presumes...

domingo, 19 de septiembre de 2010

La inmortalidad del cangrejo.

Cuando alguien piensa en la inmortalidad del cangrejo, no está reparando atenciones únicamente sobre semejante cualidad. La concentración es absoluta y además implica el complejo mundo de las tenazas, de los crustáceos decápodos en sus entornos, de la velocidad de desplazamiento, del camuflaje en los escenarios, de los confines del mar y las partes poco profundas de los océanos. Así pues, también serán revisadas mentalmente las imágenes de langostas y camarones. No obstante, tenemos a un personaje principal: el cangrejo por antonomasia, rojo y redondete, ovalado de formas, pinzas poderosas como las garras de guerra, excavador compulsivo, ministro de combate del mismo dios submarino llamado Poseidón, ojos de periscopio... ¿Qué he dicho? ¡Bruto de mí! Este poderoso animal no es rojo la mayoría de las veces. Ha de tener similitudes con la tierra, con la arena, con las rocas, hasta cristalino si es necesario. Rojo sí, a veces, cuando algún cocinero lo ha metido a la cacerola, pero esos crustáceos no son inmortales. Es más, de serlo, saldrían después del baño de vapor y del agua hirviendo, caminando por la playa como si nada, con una coloración rojiza, como cicatriz que demuestra el fabuloso escape de los dominios de los sapiens devoradores de fauna acuática.

Vaga por allí rápidamente, recogiendo trozos de algas de mar que deben saber muy bien porque son devoradas al instante. Abajo en los arrecifes hay torbellinos de arena y agua salada, un revoltijo, pero ideal para la inmortalidad del cangrejo. Allí en los remolinos cegadores, surge el poder bentónico de esta inmortal criatura, se queda en el centro mirando pasar la comida planctoniana a su alrededor, escogiendo una y otra vez con las pinzas lo que va flotando. ¡Allí un alga! ¡Acá una espora! ¡Aquí migaja! ¿Es esto un pez casi microscópico? Como sea, va para adentro. Me lo como porque soy el dios de los torbellinos, pero ojalá que no me escuche Poseidón. Diez patas. Dos son poderosas armas de estrangulamiento, pero que en este caso son utensilios de acarreo de alimentos. Y ahora hay que salir del torbellino, combinarse con las corrientes de arena, allá viene un pulpo malévolo que me querrá oscurecer el camino. ¡Mira el octópodo! Lo bien que nadan estas criaturas, pero pasan de largo porque sus intereses no están ahora para las duras e inmortales conchas de los crustáceos. Armadura, ministro de combate. Viene armado el cangrejo hasta los dientes, las pinzas también poseen dentadura perfecta. Y si te agarra un dedo con esa fuerza, que tu dios te ayude por no haber sido lo suficientemente rápido para evitar el machucón.

Vagabundos son. Merodean donde más sucio está. No hay que confundir suciedad alimenticia con porquería incomestible. Pueden comer una alga podrida, pero nunca se acercarán a un alga maldita de sabores alienados. Solitarios, desertores que no son perseguidos. Figura inmortal, nada los penetra. Allá viene el tiburón y el cangrejo rápido le esquiva, le pincha un ojo. Luego le sujeta la aleta caudal con su pinza poderosa, el transporte gratuito. No te volverás a acercar para intentar meterte con un dios acuático, ¿verdad? Luego hay que guarecerse entre las rocas, no por miedo, sino por respeto a que el tiburón no volverá a nadar igual en su vida. Artimañas y artilugios, esto es el crustáceo. Justo lo cubre la roca y después no sabrá nadie que esa roca es la cueva idónea. Después las corrientes marinas acercarán un poco de alimento por los resquicios y aumentará el poder adquisitivo.

Luego llega el contrincante a echar a perder el dominio de los mejores lugares submarinos. Cuerpo a cuerpo, pinza contra pinza. Y siendo inmortales, entre dioses, uno puede perder. El combate se ha igualado. ¡Quítate braquiuro! Cada golpe entre las pinzas es silencioso, porque el mar cubre. Es la batalla épica por un torbellino de comida entre las rocas. El invasor lo había estado espiando en secreto, porque si nadie mira, el escondite es un verdadero paraíso. Estos crustáceos son la representación perfecta de dos reinos: pinza negra contra pinza parda. La batalla se extenderá infinitamente porque ambos son grandes combatientes. Armaduras escurridizas con almas que se van incendiando adentro. Ahora realizan unas vencidas de pinza, fuerzas iguales, campos opuestos. El cangrejo negro se retira deshonrado porque no ha podido destituir del trono al pardo rey victorioso. Todavía levanta desde su lugar la pinza, abriéndola y cerrándola como advertencia. ¡Con ésta te corto las patas la próxima vez, entrometido!

Repentinamente hay otro espía. Es una hembra, una cangreja que vigila sigilosamente desde atrás de una anémona blanca con puntas azules. Es hora de mostrar la pinza de nuevo, para que admires el poder de esta tenaza, puedes adorarla, ¿no ves que soy inmortal? El pardo crustáceo comienza una caminata lenta, para cortejar a la visitante. Ella es la belleza submarina: pinzas delicadas blancas, moteadas, patas finas y bien cuidadas, no es una cangreja de los bajos fondos, seguro que vive en un palacio lleno de medusas luminosas que le acarician esos ojos. Cuando se es un dios cangrejo, y aparte inmortal, copular con una hembra así sólo es posible en un reino lujoso. Esta vez quiere el crustáceo pardo tocar otras pinzas, deslizarse con su tenaza sobre la blancura recién vista. ¿Alguna vez fuimos mortales hombres y mortales mujeres? ¿Ya habíamos compartido cama o fue en un sueño? No importa, porque hay anémonas igual de blandas, para jugar a lo que te plazca, princesa de las medusas. ¡Con ésta te elevarás hasta el clímax submarino! Y levantaba pues su tenaza parda que abre y cierra para provocar impacto.

Le da miedo el dios. Es inmortal, le huye la hembra. Bueno, tú te lo pierdes. Regresa el inmortal cangrejo a su torbellino de comida, pizca por aquí, seleccionando cantidad pero no calidad. Porque lo que no me mata me hace más poderoso. Manjar de dioses. Y ahora a dar un paseo fuera de mis dominios...

La terrible red que envuelve todo. Pobre dios, lo han atrapado en el momento más inoportuno. Seguro se lo comerá un mortal. El crustáceo llega vivo al restaurante y lo echan en la cacerola donde su parda coraza se transforma en una armadura pulida, roja y hermosa. Ya no se mueve. Los cocineros: "Lo serviremos con ensalada en camas de lechuga y guarniciones". Un gordo bigotudo de características físicas risibles espera sentado con sendos cubiertos en las manos. Llega oliendo el platillo bastante bien. Al infeliz panzudo le basta picar ligeramente la armadura del dios submarino para provocar la guerra. Salta en un magnífico plan el cangrejo, atrapando la nariz con su mejor pinza, la misma que corrió al cangrejo negro, la misma que asustó a la princesa de las medusas, la misma que comía de los torbellinos... Un grito de dolor. El gordo comienza a palmotear. La gente se asusta. El chef traga saliva. ¡El caos! Algunos aprovechan para salir corriendo sin pagar la cuenta, otros curiosean, otros preguntan. El dios no desiste, sigue apretando cada vez con más fuerza, ¡ahorita te arranco esta carne blandita entre tus ojos boludos! ¡Y ahora con la otra pinza en la mejilla gorda, mortal! Sangre brota. Se armó la guerra.

Un caballero de sombrero elegante entra tranquilamente al restaurante. Parece un ilusionista. Se acerca como un perfecto conocedor de las materias del mar. Llega a donde está sufriendo el pobre animal (el gordo). ¡Prestidigitación! Con un toque de la varita mágica, el dios deja ir la carne sebosa y sudorosa del comensal y sostiene con ambas pinzas rojas el nuevo objeto. El caballero lo mete directo en un maletín y sale con la misma gracia y garbo con los que había entrado. Todos los demás comensales procuran ayuda. Varias horas después el chef sufre escalofríos, casi lo despiden.

Al día siguiente, el dios, cangrejo inmortal ahora con novedosa y pulida armadura roja, vuelve a estar entre el torbellino. La princesa de las medusas se impresiona por el nuevo color. ¡A procrear entre las anémonas! Así como cuando éramos simples mortales: hombre y mujer.

El ilusionista va al restaurante donde ve al mismo gordo comensal. Le habían dado una semana de comida gratis por el incidente. Menos mal que no corrieron al chef. El caballero de sombrero se sienta en una mesa y pide unas galletas. No pudiendo contener la curiosidad, el afectado (que ahora trae vendas en la nariz y banditas en la cara) se sienta en la misma mesa que el prestidigitador.

— Oi... Oiga usted... —tartamudeaba—, ¿cómo logró quitarme a ese monstruo?
— Con magia —respondió el ilusionista, sin despegar la vista del menú.

El gordo no se retiró de la mesa. Estaba allí, contemplando al mago. Impertinente con la mirada, esperando una respuesta más satisfactoria. Después de unos minutos de silencio, el prestidigitador suspiró, entrecerró los ojos y miró de lleno al impertinente comensal. Pronunció las palabras puntualmente, con lentitud y seguridad.

— Mire usted, devorador de manjares, no se ofenda, pero los dioses inmortales no se pueden comer. A usted le valió una nariz y por poco un ojo. Agradezca infinitamente que ese crustáceo no trepó más de la cuenta. Y sobre la remoción, no diré el secreto. Es magia. Simplemente un ilusionismo.

El gordo se levantó hipnotizado y fue a sentarse a su propia mesa. En realidad pocos lo saben, pero cuando uno acerca una vara untada con plancton a un dios inmortal que está a punto de cenarse a un hombre repleto de carnes, se produce un efecto mágico de tributo a esa inmortalidad. Dura coraza roja, armadura de ministro de guerra del mismísimo Poseidón, triturador de carnes blandengues, defensa del territorio, tenaza de temer, conquistador de princesas...

sábado, 18 de septiembre de 2010

Mantis religiosa.

Llueve tan ligeramente que no me molesta empaparme. Tampoco me he tomado la molestia de comprar un paraguas, porque no me gusta estarlo cargando cuando no llueve y aún más cuando el cielo se burla de mí dándole una vitalidad extraordinaria al sol. Camino mirando los jardínes, buscando quizá algún insecto que ronde las flores. Siempre me han dado curiosidad las hormigas, los escarabajos, las arañas, pero ningún insecto es tan curioseable como el Stenopelmatus Fuscus (mejor conocido como grillo de la patata). Los niños lo llaman "cara de niño", porque parece mirarte. Y contrariamente al pensamiento popular, este grillo no es venenoso de ninguna forma. Busco con la mirada, agudizo la vista, no hay nada. Han de estar escondidos entre las hierbas.

Un motor asqueroso me devuelve a la realidad de las calles. Sigo caminando por la banqueta. He dejado los jardines atrás y ahora estaré más aburrido mientras llego a mi destino. La gente camina siempre haciendo lo mismo, mirando al frente, moviendo y balanceando sus brazos para guardar el equilibrio en una repetitiva y copiosa actitud, hablando por celular, con cigarrillos en la mano. Son aburridos todos. Nadie salta como conejo ni nadie se pone a dar vueltas sobre su propio eje. Recuerdo entonces con sonrisa en rostro a los chicos del semáforo, haciendo "break dances" y apoyando todo su peso en una mano. Pero aquí en las calles nadie se comporta aleatoriamente. Una vez alguien hizo una excepción: ese día llovía y el paraguas estaba dando vueltas sobre su propio eje. Cosa grata de ser observada. No es que necesiten los peatones zancos para hacer algo novedoso, ni ropas excéntricas, ni sombreros especiales. Sólo necesitan olvidar en casa su zombie rutinario, dejarlo atado a un poste para que no salga a la calle a aburrir a los demás.

Al fin camino por mi territorio, cerca de casa. Pero antes voy a ver a mi maestro de sabiduría. Es una mantis religiosa de color verde. Casi puedo asegurar que ha nacido de un torbellino de hojas frescas que eran de menta. Es hembra, lo que vuelve a mi maestro más interesante a la hora de sus enseñanzas. Llego al jardín secreto que se localiza atrás de mi hogar y lo busco. Demoro quince minutos, hasta que lo veo posado en una extraña flor naranja. Saludo a mi maestro imitando la manera en que guarda sus manos filosas con espinas. Así debería saludar alguna vez a los amigos, aunque me digan ridículo. Después tendrán curiosidad y verán que he estado compartiendo mucho tiempo con la mantis religiosa.

Algunas enseñanzas me las reservo por su carácter grotesco. ¿Comerse al enemigo? Los que fabricaron el movimiento de arte marcial creen que se trata de apresar al enemigo de tal forma que no se pueda mover, para después soltarle el golpe final. Serían más efectivas unas navajas adaptadas a los brazos. Armas novedosas, listas para desangrar los cuellos de los contrincantes. Discretas. Sí. Se podrían usar a través de la ropa aunque después tuviese que comprar más camisas. Lo único que no aprenderé es a confundir la posición de ataque con posición de rezar. Buena idea: voy a aparentar que estoy rezando cuando me ataquen y en el momento más oportuno cortaré cuellos y las yugulares harán fuente roja. Discreto. Después me regocijaré de esta sabia actitud, sin alardear, porque el que mucho grita gasta energías y no se concentra en la mejor manera de suprimir por completo al atacante. Esto me enseña la mantis: paciencia, quietud, tranquilidad, una ráfaga de violencia perfecta en el momento justo y después más tranquilidad.

Hoy hace algo raro mi maestro, creo que no debí venir. Se aparea. Mejor me retiro. No, un momento, quizá aprenda algo bueno sobre la copulación de este insecto. Perdón, de mi maestro mantis. Molesta a su compañero durante el apareamiento. Lo sujeta con violencia y después lo azota. ¿Qué clase de broma es esta? Por fortuna no se lo comió también. Grotesco. Haré algo divertido de esta enseñanza.

Llego en silencio. La cena está servida por mi esposa. La disfruto lentamente y después voy hacia la habitación para saludarla. Ya duerme. No, un momento, se está despertando. Me recibe con un beso y no respondo. La apreso repentinamente contra mi cuerpo y después comienza un ritual salvaje de esos que describen los poetas con abundancia. Durante el acto la azoto contra la cama y le propino unas cachetadas justas. Ella responde con violencias. Al finalizar, la arrojo con más fuerza para que caiga rendida. Voy ahora por un pan y un vaso de leche, me ha dado hambre. Regreso a dormir.

— ¿Dónde aprendiste eso? —me susurra al oído. Su voz esconde una risilla.
— Con la mantis religiosa —contesto sinceramente.

Afortunadamente había cenado antes, porque intentar comerme a mi esposa sería grotesco y absurdo. Además, mi maestro no es de cautiverio. Volteo despacio para mirarla a los ojos tal como lo hacen los grillos de la patata, con nobleza y ternura.

— ¿Y esa mirada también es de la mantis? —propone riendo.
— Cara de niño —digo puntualmente.

Al día siguiente veo a los peatones con su copiosa actitud, sin voltear a ver a los jardines. Veo una pareja discutiendo fuertemente. Seguro es porque su ritual no tiene novedades. Deberían voltear a ver los jardines.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Descenso.

El infierno sentimental está adentro. El paraíso no es su opuesto. El infierno emocional quema las entrañas, devora los sentimientos, destruye un poco. Lo contrario es el invierno glacial: congela el alma y evita cualquier desastre. Justo allí, entre los dos, entre el infierno y el invierno, permanece una figura que gira y gira, caóticamente pero sin estrellarse. Está compuesta por líneas y esferas, por órbitas y átomos. Y tiende a descender y el estómago pesa. La gravedad está ejerciéndose en ese núcleo, y lo invita a bajar hasta las profundidades etéreas.

La sangre hierve mejor en ambos núcleos, por lo tanto es conveniente comenzar el verdadero descenso. Sí, el núcleo personal ahora tiende hacia el infierno exterior. Debo volver al hogar que es la hoguera, debo regresar a las llamas de donde he procedido, las llamas reconfortantes que aquí en la superficie pesan y se sufren. El fuego quema mucho más aquí arriba que en plena lluvia de rocas ardientes. La integración con el magma rojo es arte, es belleza, siendo de magma el magma no incinera. Pero aquí arriba no termino de quemarme, es insufrible, soy ceniza que se sigue quemando y tengo recuerdos del pasado. No quiero recordar, quiero ser parte del río de roca líquida. Así no habrá dolor, porque el núcleo que poseo está hecho para destruirse y reconstruirse. Una espina en cada reparación.

El núcleo exterior, la gran esfera ardiente, el sol subterráneo... Allí quiero llegar otra vez. No he dicho una incoherencia: el núcleo es exterior porque no es el que llevo dentro, pero es interior con respecto del mundo, bajo la superficie terrestre. Y el mío, mi caótico centro de energía pierde el equilibrio, el estómago pesa, el ser quiere regresar a la inmortalidad insensible de un infierno no doloroso, vacío, con conciencia.

He de cavar por una tumba vacía, porque los cuerpos en descomposición me dan asco. Ya he pensado en los agujeros que hacen las maquinarias, pero es mucho ruido y escándalo para este ente que busca paz y destierro voluntario. Una tumba que sea entrada digna. No me mal interpreten. No estoy diciendo que mi cuerpo se pudrirá y quedaré como alma libre. No. Bajaré literalmente por un pasadizo de tumba, iré recibiendo poco a poco el calor de la hoguera de mi sol subterráneo, por escaleras, poco a poco, un trayecto pacífico y con escenario. Mi sol subterráneo transformará mi sangre en magma, después de quemarme sin dolor seré renovado, un ente de fuego, porque es puro. Seré belleza digna.

El descenso es alivio. Se vuelve tranquilidad. Aquí mismo me quemo, no he bajado. Es una quemadura reversible: comienza por el estómago, sube al corazón, se va extendiendo por la sangre y finalmente me desvaneceré desde el interior para caer en cenizas. Después habrá otra dolorosa reparación y el proceso recomenzará: quemaduras infinitas que matan en vida. Por eso busco, busco el portal, la tumba falsa que es pasaje a un destino favorable. Allí el hombre que soy se consumirá, pero no la esencia. Antropoide seré de flama sin recuerdos, con fuego puro que al instante se quema a sí mismo y por lo tanto no quedan restos ni cenizas. Y decoraré las cavernas con antorchas y flamas azules y violetas. La arquitectura infernal...

Ya la veo, la ilusión de diseños de fuego, de rocas duras y rocas moldeables. Pasaré entre muchos arcos y columnas con grabados pirográficos. Con mi dedo índice dibujaré historias de las que no me acuerdo, fragmentos del tiempo que olvidé, sin dolor. Allí estará la historia. Ya veo también las grandes copas de ese material desconocido para la superficie: una argamasa que resiste la lava. Y las copas estarán llenas de fuego arcoiris líquido. Al meter mi mano me teñiré breves instantes y dejaré ilusiones impresas en los puentes colgantes. De ese mismo material inderretible me construiré una digna barca, un navío elegante y pequeño para surcar los ríos de magma que son lentos. Durante el paseo meteré mis manos fantasmales de fuego en la lava y me regocijaré de los cambios de color.

Y me reflejo en unos espejos. Mis ojos son ecos, entradas a la hipnosis de este elemento del cual soy dueño. Y me sonrío. Le sonrío al reflejo. Soy bello, inocente, y tengo cabello que ondula como una hoguera nocturna de campamento. Y entonces comienzo a hacer más decoraciones, cargando las piedras con rapidez para evitar que sucumban entre mis manos. Y cuando corro comienzo a darme cuenta de que ya estoy flotando a pocos centímetros del suelo, porque el fuego no pesa. Pesa el carbón, pesa lo que se quema, pero el fuego mismo es ligero como deberían ser las almas. Y juego con mis formas, claras pero difusas. Soy pintura naranja paseando por cavernas que ilumino, hago sombras mágicas por las texturas. Donde no hay antorchas no hay oscuridad, porque yo mismo enciendo el sendero. Exploro mi mundo. Y busco mi sol subterráneo, voy haciendo los mapas. Seguro que de allí nací hace mucho tiempo, pero lo he olvidado estando en este cuerpo de humano que cada vez se vuelve más pesado. Y comienzo a preguntarme si las lágrimas saladas en mi mundo son chispas de fuego fatuo que saltan de un lugar a otro, como lágrimas alegres.

Con un poco de suerte, luego de aprender las transformaciones básicas, podré evolucionar mis extensiones hacia nuevas formas. De antropoide a dragón de fuego. Aunque por extraño que parezca, al ser dragón escupiré de ese delicioso fuego arcoiris por mis fauces. Y de vuelta volveré a ser un señor de las piras. Y comenzaré mi propio reino de nuevo. Así podré tener invitados, para que vean que es peor quemarse por dentro en la superficie que vivir puro y noble en el interior cálido de la tierra. Y podré purificar a los que así lo deseen, los quemaré hasta volverlos ceniza y los recuperaré de su dolor. Y vivirán en este vasto imperio de lava y fuego. Pero no hoy.

Hoy todavía no hallo el pasaje de la tumba que me dará la libertad. Aunque pesa, mi estómago pesa y la figura que gira caóticamente en mi interior ya desea volver. El corazón se me hace sulfuro, el cuerpo sufre una química inestable, quiero explotar y no puedo. Pero qué diferente sería cerca de mi sol subterráneo, porque estallaría en miles de partículas como explosión de bienvenida y a los breves instantes me regeneraría para continuar explorando la ciudad caverna.

No sé si los peces tengan conciencia, sentimientos, si sufran, pero sí mueren. Robaré algunos para quemarlos y volverlos de la misma esencia. Así los ríos tendrán formas de vida que ilumina. En mi barca antigua los veré saltar, nadar. Jugaremos luego a las atrapadas, los aprisionaré con mis manos y los dejaré en otra parte del cauce. Navegaré hasta un lago de lava con destellos y me llenaré de una magia incomprensible, hecha no para entenderse sino para disfrutarse.

Jamás me apagaré, porque es fuego que nace del fuego. Las hogueras caseras se apagan porque su combustible siempre ha sido mundano. Allá abajo, cerca del sol subterráneo, núcleo puro de vida, la energía será ilimitada. Creo que comienzo a recordar. Me volví humano el día que me acerqué demasiado a la superficie, me cayó agua, evolucioné. Y fue entonces cuando obtuve lágrimas saladas que llevan dolor. Fue entonces cuando perdí mi plasma amarillo y naranja y me quemé al revés, obteniendo la sangre. Fue allí cuando mi propio infierno se volvió contra mí por una insensatez. Y al ser de carne me quemo desde adentro, ya no puedo más. Quiero volver al descenso, quiero quemar desde afuera. Quiero abrazar y abrasar la esencia de las cosas. Quiero tocar mi sol cálido y nacer allí otra vez. Quiero tener recuerdos que no lastimen. Deseo volver a mi naturaleza: creador de piras, dador de luz, purificador de almas.

Acá arriba aprendí en algunos libros que el infierno está repleto de demonios rojos. Yo sé que tengo que buscarlos, porque en mi mundo sólo he visto entes amarillos del mismo material al que deseo llegar de nuevo. ¿Qué alquimia me dará mi regreso? ¿Dónde está el pasaje? ¿En qué tumba tengo que buscar? ¿Cómo salgo de este laberinto humano que cada día me pesa más y más? ¿Cómo evito tanto dolor al quemarme con lo que alguna vez fui? Añoro mis ríos de lava, mis columnas majestuosas, derretir piedras por juego inocente, añoro mi núcleo de poder. Pero cuando lo consiga, no añoraré más, porque el fuego es libre y no conoce las emociones. Añoro el infierno del cual he procedido, porque este infierno interno me mata al no ser yo de fuego.

Y me hinco ahora, implorando por otro amo de las piras que me renueve. Pero me engaño, porque he sido el único. Abandoné mi mundo y se desploma. Por eso tiembla tanto, los volcanes ya no tienen control. Y todo por una salida insensata. He cambiado la vida por sangre, la eternidad por lo efímero, pero dejaré una bitácora. Allí apuntaré, cuando esté a punto de entender el proceso de vuelta, los detalles para visitarme. Y les mostraré entonces las galerías de estalactitas y las gemas incrustadas donde se refleja el más hermoso fuego jamás visto. Les mostraré caminos oscuros, pero siendo yo el guía. Los amenizaré cuando cruce el núcleo de mi sol subterráneo, saliendo del otro lado, inofensivamente. Grabaré en pirografía lo que es convertirse en esto de carne y hueso que se quema por dentro todos los días. Les mostraré las diferencias entre un fuego blanco, uno amarillo, uno naranja, azul, violeta, rojo. Les enseñaré la proeza del fuego imposible: el de color "uxy", desconocido para los terrestres. Luego me transformaré en dragón y rugiré, rugiré, pero no de dolor, sino de orgullo, y arriba pensarán que la tierra sufre un reacomodo.

Al finalizar el descenso, mi viaje llega al ascenso etéreo. Pero hoy no. Hoy no sé dónde está la tumba de entrada al pasaje que perdí. Hoy tengo fuego mortal, que no se lleva con esta composición de carne con huesos y fibras y tejidos. Hoy tengo cerebro que a veces crea electricidad quemante. Y viendo en el día el sol de arriba, me consuelo, pensando que es mi sol subterráneo, mi sol de descenso, mi memoria perdida. Y la sangre me hierve, me mata.

Enciendo un cigarro y veo la punta consumirse. Enciendo velas en mi casa. Mi dedo índice va sobre una llamita. ¡Ay! Lloro. El fuego no me odia, pero no puedo integrarme. Mi cuerpo está cansado de tantas quemaduras. Semana tras semana pongo un dedo sobre las velas, para recordar, pero me quemo y de nuevo vienen esas lágrimas saladas. ¡Quiero volver a la pureza! Quemarse con dolor es la desdicha. Quemarse siendo flama viva es la paz. No el placer, la paz. Cuando veo las hogueras por el camino, me detengo a verlas hasta que se consumen. Así se consume de llanto este cuerpo.

El otro día provoqué un incendio en una casa abandonada. Quemaduras, pero no graves. En algunas partes mi piel está arrugada. ¡No lo soporto! Sé que por ese camino no volveré a mi esencia. ¿Dónde está el pasaje de regreso? ¡Una luz, una flama, algo en el cementerio imploro! Y fui a varios campos con cruces. Esperé pacientemente durante días hasta que vi una flama instantánea. Cavé emocionado, allí es, seguro. Después sostuve entre mis manos montones y montones de monedas de oro, llorando y arrojándolas por el mundo. Creí que era el portal que me llevaría a mi sol subterráneo. Era un mundano tesoro. Ni siquiera puedo comprar fuego con eso. Un encendedor, quizá. Un soplete, cerillos, tal vez. Pero el fuego no se compra.

Hoy estoy derrotado, tirado boca abajo en el pasto. Está frío. Creí que percibiría calor a través de la tierra, pero me equivoqué. Sí me equivoqué, dejé mis dominios. Desdichado, con dolor y con el estómago que pesa porque el infierno interior me consume. Da lo mismo, en posteriores días seré ceniza y volverá el dolor de la reconstrucción del pasado. Y me acordaré de mi sol de cavernas, bello, flamante, poderoso. Y buscaré aún, a diario, el túnel de vuelta. Lo primero que haré cuando sea nuevamente el amo de las flamas, hogueras e incendios, será crear el fuego arcoiris que tanto extraño. Y después el fuego "uxy".

Entonces me olvidaré de todo esto. Pero dejaré la historia para los que quieran leerla. Dejaré mi memoria humana en una bitácora. Y algún día por un extraño descuido, la bitácora arderá en un incendio de accidente. Justo en ese momento relampagueará mi mente. Siendo el amo del fuego recordaré como en un sueño, cuando fui humano. Y no sufriré más, porque durará millonésimas de segundo. Y luego bajaré más por otras cavernas hasta otro cauce del río de lava y navegaré en pacífica contemplación, iluminando la textura de las paredes a mi paso. Y jugaré a derretir las columnas para hacerles una broma a los habitantes de la superficie. Creerán en los sismos, de verdad que creerán. Y yo no sabré quizá que estoy provocando sustos, porque nada me dolerá. Y me quemaré infinitamente en la inteligencia de mi composición de flamas. Y no habrá entonces poder humano que consiga apagarme.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La perdurabilidad de las cosas.

Un día extraordinario comencé a observar detenidamente y con reflexiva longitud todos los objetos que rondan por la casa. Rondan en el sentido de su estaticidad, pues irónicamente uno como persona es quien deambula por el hogar y se topa con cosas que ni pensábamos que continuaran allí. Día complicado, porque las cosas se pasean de un lugar a otro cuando no las vemos e intercambian lugares, juegan a esconderse y luego se pierden por temporadas. Grato sería ver un desfile de todos los objetos que han perdido su funcionalidad y que se almacenan junto con la pelusa e hilachas que recogen por el camino. Ya no digo que toparemos con el mismísimo Odradek (léase a Kafka), pero sí quizá con algunos de parentesco semejante, con descendientes de esa familia de paseantes perdurables. Para comprender el sentido de la inerte aparición de los objetos caseros es necesario sentirse objeto que respira y tumbarse un día soleado en la alfombra de la sala, para percibir de un modo distinto la estancia en las habitaciones. Eso hacen, al fin y al cabo, los niños, y por ello desbordan una fila de ideas creativas que a los adultos en ocasiones horroriza.

Descubriremos con gracia y asombro que abajo del sillón están las crayolas y pelusas de remotas ocasiones, junto con las "incorrespondencias", que son objetos que no pertenecen en realidad a ningún lado, pues al no estar en la basura no son desechos y al no estar integradas en un formalismo espacial tampoco son arte, no son funcionales materias primigenias porque no están donde venían de origen y ahora están en procesos de metamorfosis (Kafka sabe algo sobre ello). Las incorrespondencias son lo que quieran ser y lo que fueron en un principio: canicas olvidadas, bolígrafos, clips de oficina, hojas de papel, borlitas de algodón, tapas de botellas (y volteamos a mirar al suelo para hallar más objetos).

El sótano es el dominio ideal de las incorrespondencias y objetos olvidados. Por ejemplo, unas agujetas imitarán la manera más sencillas de desplazarse, en un movimiento sinuoso de serpiente, pero habrá olvidado su integración particular a cualquier tipo de calzado. Este objeto ya trascendió su funcionalidad básica y se transforma ahora en algo que excederá las edades de muchas generaciones. Sin embargo, en cualquier momento también podría ser destruido para siempre, pero normalmente uno no corre por unas tijeras y extermina al pobre objeto, sólo le da una nueva dirección y destino. La serpiente agujetosa, o por contradicción idealista, la agujeta serpientosa, se moverá en los basureros, en las coladeras, en las ciudades y sus calles, en otras casas a las que llega por error. Así es, por terrible que resulte, el objeto vivirá más de la cuenta y superará por mucho el tiempo de vida de los creadores.

El antropoide se formará por las células-lata que vagan en muchos botes para reciclado. No obstante, sería un grave error asegurar que todos los objetos extraviados irán a emular las formas del hombre y del ser humano en general. Habrá, de variedades diversas, animales conocidos y bichos ignotos. Odradek (sólo Kafka sabe todo sobre eso), como mascota, eligió el camino de los tejidos y aprendió a caminar, pero no esperemos que absolutamente todas las piezas rotas de una vivienda jueguen dominó con nosotros y se ocupen de la limpieza. Paradoja número uno: "una criatura hecha de fragmentos de incorrespondencias de objetos perdidos se levantará en una configuración íntegra y comenzará por barrer más pelusa". No pensemos con esa teoría ideal, pues puede resultarnos lo contrario, un creador de desorden, un pequeño monstruo que nos deshaga los papeles y los convierta en nuevas incorrespondencias.

Hay objetos que son de temer. Si por alguna razón llegasen a configurarse en rebeldía e integrarse en una forma de antropoide espantoso, estaremos bajo su hipnosis de presencia. Así, el perchero se habrá adueñado de la casa, romperá algunas cosas demostrando su entusiasmo, revolverá las prendas, aparecerá misteriosamente cuando no se le requiere y se ofenderá si en algún momento pretendemos cambiarlo por un nuevo perchero. No nos resulte extraño a esas alturas que nos meta una pata con el propósito y la intención maligna de hacernos tropezar. Con razón varios percheros andan mutilados en el depósito de incorrespondencias, porque abusaron de sus dueños.

Para tranquilidad de algunos, no todos los objetos perdidos son de ambiente hostil, y en los mejores casos puede uno aprender a convivir con ellos. Los más insistentes, volverán las veces que sea necesario con tal de tener una porción de vivienda. "Ya había tirado esos cojines". Ni hablar, se encariñaron con el sillón, aunque no combinen y tengan parches y remiendos y estén desrellenándose. Son una verdadera amenaza para los amantes de la limpieza y renovación extremas. Finalmente la última palabra la tendrá el dueño con medidas drásticas. Paradoja número dos: "Un objeto puede transformarse en una incorrespondencia en cualquier momento, salir del hogar, encontrar otro, y revertir su estado de incorrespondencia a nuevo objeto de reacomodo espacial (no hay novedad de integración molecular)". Hay un traspaso temporal de estados, siempre, en cualquier objeto.

Caminando por un tianguis he visto verdaderas piezas de óxido materializado. Aunque normalmente existen los vendedores de basura, debemos comprender la diferencia entre ésos y los vendedores de incorrespondencias. Basta colocar una manta en el suelo y exponer las piezas perdidas para tener un museo andante y una galería de interesantes despojos de hogares. A través de las pertenencias perdidas se puede hacer una breve, aunque no precisa, interpretación de las características de un dueño. Vale la pena advertir sobre la toxicidad relativa de muchos objetos pequeños, como los peines, que son auténticas tragedias contagiosas. Basta sólo mirar el plástico derretido donde lo traían envuelto, las quemaduras en las manos del vendedor, la decoloración de muchas telas que lo han tocado. Y el condenado objeto persiste, sigue evolucionando y ahora se podrá usar como arma, siempre y cuando se cuente con el equipo adecuado.

El proceso de endurecimiento de los caramelos no terminados resulta interesante. La posibilidad de tener cohabitantes que van mutando es inmediata. Primero el polvo, luego la pelusa que formará unos cabellos y muchas adherencias, pegaduras de papeles y tiras de materiales. Esto explicaría quizá un poco una fórmula que nos revelaría el secreto de la vida de Odradek (pero sólo un poco, pues Odradek está movido por el misterio). Lo que no se pega, por lo tanto se anuda o se hace maraña. O se pega y se anuda, volviéndose un complejo de vida indescifrable.

Sólo la eternidad sabe a dónde van a meterse estos objetos. Y los que no están extraviados tienen perfiles en museo, como un sombrero del siglo XV. Sólo el perchero perdido sabe en qué cabeza cabe. Ah, sí, y un perchero que no sostiene abrigos o sombreros se deprime. Esos estados de ánimo son emulados del ser humano, por eso pueden evolucionar y comprender también el pensamiento. Si hemos, a la inversa, de entender la perdurabilidad de las cosas... Paradoja número tres: "La ergonometría de los objetos es ideal para una simbiosis de funcionalismo, ornato o incorrespondencia. Por lo tanto, lograremos entender a los objetos perdidos imitando ser uno". El ejemplo brilla por su aparición en los castillos medievales: bustos, armaduras, gárgolas, estatuas. Y es necesario entender que a una estatua le gusta ser admirada. Aquí estamos tocando el punto divino de la eternidad de un adorno. "El David" y "la Venus" no se quejan.

No hagamos pues la grosería ni tengamos el descaro de no prestar atención a objetos cuya única función primigenia es la de ser admirados. Si hemos de visitar una casa cualquiera, los ornamentos estarán más que contentos de cumplir con el propósito de no ser olvidados, pero el día que todos se muevan, recuperaremos la estaticidad para nuestros fines. Eso ya existe. Se llama arte contemporáneo de humanos interpretando figuras. Sin embargo, es improbable entender la perdurabilidad de las cosas, el humanoide se deshace y las momias se burlan.

Los descendientes de la fórmula de Odradek persisten, perduran. Y se pasearán con nuestras fotografías, burlándose de nuestra efímera existencia. Paradoja final: "Nuestra existencia perdura porque se reduce a la estática fotografía, mientras que el objeto que la sostiene deambula aún por la casa".

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La tristeza me visita.

Soñaba. Desperté y volví a soñar varias veces antes de que el timbre del interfono se escuchara con intermitencia elegante. Hablando de timbres, me gusta que los visitantes toquen de esa manera, con la duración perfecta de tono, breves instantes repetidos que dan aviso pero que no son inoportunos ni molestan. El vendedor del agua deja pegado el dedo como si trajera pegamento, hace del timbre un insoportable estruendo que sólo me provoca ganas de destruírlo. Pero no hoy. Hoy me despertó la ligereza, la atención de un buen timbre tocado y bien empleado. Con justa elegancia he dicho ya.

Pregunté. Nadie respondió del otro lado de la línea. Abrí como por inercia, sea por evitar que insistieran, sea por hacer la buena obra de permitir el acceso a un repartidor de pizza (aunque dudaba, porque traen prisa siempre los repartidores de comida y tocan enérgicamente). Mi cuerpo tenía ganas de estirarse. Hice dos minutos de ejercicio básico de contracciones musculares y busqué las cajas de cereal (que normalmente se esconden atrás del horno de microondas). Hallé un gran crujir entre mis dientes de mi cereal favorito. Poca leche pero suficiente. El plato se me figuró como delicia rara, puesto que por las mañanas es complicado capturar el sabor de algo. La felina coqueteaba con mis piernas, se me talló varias veces buscando un poco de ese manjar líquido lácteo. Hoy no, gato. Luego vas y cagas aguado, y me molesta sobremanera tener que limpiar tus porquerías. Será la próxima semana que tus intestinos estén nuevamente listos. Y me reía de estarle diciendo eso a la mascota.

Unos nudillos en la puerta me interrumpieron. Esa misma ligereza reconocible... Para ser honestos no tenía curiosidad. Me imaginé que era el vecino patético que pide el estacionamiento, un repartidor de propaganda, el otro vecino que había visto un gato y preguntaría si me pertenecía... Me emocionó tantito la idea de que fuera quizá un pariente que no había visto en mucho tiempo, un primo primate, un amigo hermano, un alma empática lista para charlar sobre los infortunios de este mundo exterminador de almas y de ilusiones. No. Al abrir me di cuenta de que era la tristeza quien me visitaba. Traía una cara que no quería ni ver. Seguramente quería que le invitara de mi cereal, así que fui de manera automática por otro plato y le serví.

— Sólo tengo de estas bolas amarillas que crujen —le dije.

Se sentó en el primer lugar que encontró. Miró el plato y suspiró, luego hundió el rostro en la leche. Mi propia tristeza comenzó a convertirse en enojo, como si yo mismo me odiara y me quisiera al mismo tiempo, como si tuviera ganas de matarme y revivirme después.

— ¡Echaste a perder lo poco que me queda de cereal! —grité descaradamente.

La tristeza que me visitaba me volteó a ver y rompió a llorar. Su cara escurría en leche y las lágrimas se le confundieron con el color blanco. Normalmente el consuelo lo ofrezco dependiendo de la persona que está llorando. Al principio me llenó de odio tener que estar aguantando toda esa tristeza inútil, pero después me compadecí de ella y luego alterné sentimientos.

— Por esa razón lloro siempre solo —le dije en un tono más tranquilo—. Así no causaré lástima ni enojo. Es mejor la soledad.

Se levantó de la mesa y fue al sillón, para abrazar desconsoladamente un cojín y continuar sollozando. Me acerqué y le puse la mano en el hombro. Traté de contentar esa tristeza, de distraerla para que se olvidara de los males del mundo y la propia crueldad. Afortunadamente se quedó dormida. La arropé con una sabána limpia y me salí secretamente de mi departamento, pero no di vuelta al cerrojo para que esa tristeza saliera cuando se le viniera en gana.

Me dirigí a comer chocolate en helado, por las endorfinas que alborota. Y me dieron unas breves ganas de viajar al desierto y dormirme a la sombra, para despertar en la cabaña de alguien que tuviera algo interesante que contarme y olvidar que la tristeza estaba durmiendo en mi casa.

martes, 14 de septiembre de 2010

Reordene y juegue usted con el texto.

Comenzar definiendo lo que no es y empezar explicando lo que no se debe hacer en este texto al leerlo, nos brinda una posible controversia divertida. Sin embargo, iniciar dando instrucciones de lo que se debe hacer al leer este texto nos puede arruinar el efecto sorpresivo que todo lector espera. Ya he comenzado, contrastando dos maneras posibles de capturar esta escritura en la memoria.

Ahora usted haga perspectiva de lectura y aderécelo con la música que más le agrade o con el silencio que mejor le convenga. Hágase pues un bonito punto de fuga con ese par de globos críticos que mantiene en buen estado y dé usted buenos ejercicios musculares a la pupila. Porque de no hacer líneas con las letras, usted se queda en una dimensión textual que cree que le pertenece aunque sólo la tome prestada. Lo ideal es que se construya usted unos caminos y estructuras literarias donde fluya el contenido por cualquier material. Un poste hecho de símbolos lingüísticos, una casa, una calle, un cielo, un flujo incansable como el río de sabidurías escritas. Allí verá que en realidad usted no lee al texto, sino que el texto lo lee a usted. Se infiltra en el verdadero caparazón de las cosas, aunque parezcan superficiales.

Es más, perdamos los formalismos. Ya que somos mejores amigos, sea usted un tú. Mira, sientes que luego se te hace hilos la mente, pero es parte de un buen comienzo. Allí, donde parece que las sinapsis de las dendritas se están haciendo nudo y se enredan, es justo allí donde debes estacionarte porque una metáfora se ha atorado, obstruyendo el pensamiento lineal. No hay que preocuparse de los conocidos temblores que afectan el orden natural de las lecturas. Apuesto a que los conoces: las letras se tambalean, las oraciones se descoordinan y los signos de puntuación parecen moscas, mosquitos y pulgas y hormigas. Es la demencia de la literatura que quiere apoderarse del intelecto. Otros llaman a eso hipnosis de flujo estilístico. Ya no te imaginas por lo tanto una torre, porque ésta ha comenzado a elevarse del papel mismo o de la pantalla donde la narración esté siendo leída. Extrusión, se llama. Y todo está hecho de letras y de fondo blanco, porque la imagen primigenia del papel es la blancura de la mente vacía. Lo que viene es el iluminado de las formas, del significante y el significado. La interpretación del fondo del texto.

¿Qué hay en el fondo del texto? Es más, ya que somos más amigos todavía, seas tú un ustedes. Seguro que después de varias lecturas encontrarán escondrijos, bichos literarios aferrados a paredes y espacios. Allí detrás del signo de interrogación está un recurso bien diseñado y hay que admirarlo. Porque no es para responderse ni para no responderse. Ahora ustedes ven una dimensión más profunda, pero también pueden encontrar que no han cruzado la primera barrera. Si siguen leyendo, no habrá tanto vacío en el texto como creyeron al principio. Si han dejado de leer no estarán para saber la paradoja y habrán evitado un rico dolor de cabeza que sólo hace cosquillas. Justo debajo de todas las letras fluye el espejo de la realidad, ¿lo ven? Y los significados en ese entorno son magistralmente enormes.

Las armas o centros de recepción, según quieran verlo, esos ojos, uno, tres o los que sean, deben entrenarse para la semántica de la narración. Nada es lo que parece y todo es lo que parece, es el lenguaje perfecto. Honestamente no quisiera meterme en el campo auditivo (cuando la narración es contada y escuchada), porque la lectura directa es más sensitiva. Ahora que si leen ustedes para sí mismos... Aunque numerosas advertencias han sido expuestas para evitar caer en el vórtex de la lectura, esto no se detendrá nunca. Regresen a los ojos, que como elementos físicos también reciben ayuda de los cristales con los que quieran mirar el texto. Sus ojos se van llenando de aditamentos invisibles pero existentes, que dan ciertos poderes. La información que entra en los vuestros ahora es mejor procesada, el texto está jugando de una mejor manera y no es tan inocente. Esas lecturas que no entienden no es culpa suya, sino de la falta de nivel y experiencia de los óculos tercos. Para subir el nivel hay que leer cosas de mayor nivel gradualmente, hasta que funcione al revés y no entiendan ustedes oraciones como ésta:

Pato. Amarillo. Agua. Nada. Flota. Ave.

Si lo han entendido no quiero preguntar. Son palabras básicas pretendiendo emular una oración. Y ahora que hay más amistad sean ustedes un nosotros. Entonces, como iba diciendo, nuestros ojos se van perfeccionando para descifrar semánticas imposibles, giros largos, ecuaciones literarias de duro carácter. Sería extraño preguntar a otro: ¿Qué nivel tienes de ojos? ¿Qué nivel de lectura? Podríamos responder: somos de nivel 99. Ah, entonces podemos leer prácticamente cualquier cosa en el mundo: cartas inocentes, misterios, letras políticas, prestigios diplomáticos, novelas ejemplares, cuentos para niños, poemas de magnitud religiosa, poesías de remolino, ensayos desafiantes, párrafos de relevo, cuentos negros, historias fantasmagóricas, fantasía divina, farsas crecientes, drama terrible, comedia elocuente, épicos géneros, literatura transformable, textos que se ríen de nosotros, textos que se ofenden por nosotros, libros tontos y buenos, libros malos y asesinos, mentes de personas, ojos de sapiens, árboles que hablan, códigos alienígenas, el trasfondo de la realidad, los símbolos que aparecen en los sueños, caligrafías idiomáticas foráneas... No, no tenemos nivel 99. Deambulamos entre el nivel uno y el 99. ¿Qué no hay más? Nosotros no queremos más, porque ni siquiera podemos conseguir unos ojos cercanos a la perfección divina, aunque las deidades nos presten por momentos relámpagos de cultura que sentimos ajena.

Y si contestamos que tenemos nivel uno, podemos presumir que leemos de la A a la Z. Y sabemos que la A no es B porque hay fonologías inherentes que nos aseguramos de tener en las herramientas virtuales del lenguaje (innata sensación). Queremos unos ojos poderosos para leer textos poderosos, ¿no es así? Y ahora que estamos entrando en una mejor amistad, ¿que nos parece si nos convertimos en un yo? ¿Aceptamos la idea? ¿Por qué no? Como me iba diciendo, la literatura del mundo es algo imposible e impredecible. Ahora me encuentro con un texto que es inofensivo, pero que por atrás ya me está criticando y clavando navajas etiquetadoras de competencia cultural. Hay textos que me ponen a prueba, me están examinando todo el tiempo y no me dan tiempo de hablar ni de buscar lo que ignoro. Me apuesto a que algunas narraciones sólo me usan y buscan otra víctima. Esto que estoy leyendo me jala hacia el fondo, donde me viene a dar un delicioso trauma irreversible de broma. ¿Me gusta esta literatura? Luego se me va a sublevar, entrenándome para comprender la psique humana y la interpretación crítica de las más altas costuras. Esto no dice lo que dice, dice algo más y los pisos no se acaban, es como escalar una torre de papel y obtener trofeos. Pobres los de ojos de lectura (lecturojos, para abreviar) de niveles muy bajos, irán corriendo a ver si el sol está hecho de oro, irá usted a ver si los dientes de su novia son perlas, irás a buscar reírte en una comedia que remarca los defectos humanos sin ponerte a reflexionar en la realidad, iremos llenos de ingenuidad por un texto que nos dice que es espejo del mundo y simplemente no nos estaremos viendo, he buscado el amor que muchos poetas románticos aseguran haber encontrado y sólo encuentro engaños.

Y ahora que soy más amigo de mi ego, ¿qué me parece si me convierto en el texto? Bien. Ya estoy escrito, ahora me reeleré de nuevo para jugar y reordenarme en la memoria de mis propias lecturas. Y me clonaré infinitamente y mente infinita.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Diálogos de marioneta.

Durante una tarde lluviosa dos marionetas charlaban en un sofá. En realidad no estaban siendo movidas por ningunas manos, no eran los manipuladores los que charlaban. No estaban en el escenario, ni en una obra de teatro, ni en una presentación importante. Se habían descolgado de las viguillas de madera de donde estaban las demás, "dormidas" a falta de un repartidor de vidas y de políticas. El control de las marionetas era similar en la mayoría: una cruz de madera con pequeñas añadiduras de pliegues con funciones específicas (mover un pulgar arriba o abajo, asentir, levantar cejas). Estas dos marionetas no eran capaces de mover la boca, no tenían separación ni emulación de mandíbulas. Los rostros, perfectamente limpios, giraban según la necesidad de mirar en varias direcciones, puesto que tampoco los ojos eran independientes. Las voces provenían del interior de las cajas torácicas (si es que las había), porque en ocasiones se adelgazaban y luego engordaban según la postura y los movimientos del relleno que consistía prácticamente en algodón de la mejor calidad.

En esa misma habitación, justo en ese momento, 64 marionetas inundaban el espacio. La colección total era de 67, pero dos se habían escapado los meses anteriores y la otra había ido a explorar las terribles fábricas donde se confeccionaban nuevas marionetas, pues había rumores de que allí espantaban. En esas fábricas existían cabezas sin cuerpo, ojos regados, cuerpos con el relleno extraído, manos y pies pequeños dispersos por todo el suelo, una serie de mutilaciones extrañas, en fin. Le gustaba la aventura a la marioneta desaparecida. No iba por el horror, sino por la curiosidad. Además, la leyenda de que "no duele" prometía mucho. Experiencia al fin y al cabo, para tener algo que contar. Las terribles fábricas también eran el destino inexorable de las marionetas que necesitaban una remodelación.

Sucedió un relámpago. A las marionetas esto les parecía una fotografía colosal, con el mejor "flash" del mundo. No hubo trueno. Efectivamente, la luz había provenido de una cámara fotográfica del recién llegado. Era un coleccionista de marionetas. Atrás de él apareció el dueño, empapado por haber estado en la calle. Luego, en un descuido, el que había tomado la foto dejó caer la cámara. Todas las marionetas colgadas se alborotaron, se encendieron las luces y la lluvia cesó por unos momentos. Los dos personajes de tamaño natural, humanos por identidad, se quedaron estáticos. Las dos marionetas que habían estado charlando en el sofá elevaron la voz.

— ¿Quién cometió el error esta vez? —la boca no se movía, pero los gestos del cuerpo eran excepcionales.

Esta pregunta la había hecho el distinguido caballero inglés, con sombrero de copa y todo y reloj de bolsillo elegante (sendas elegancias para reloj y bolsillo). Los bigotes aterciopelados hicieron subibaja gracioso. Se ajustó el hombre diminuto la chaqueta y esperaba respuesta. Todas las marionetas colgadas hicieron bulla y trataron de explicar. Muchas se bajaron para recoger la cámara. Los humanoides seguían estaticos, paralizados, como si fueran de utilería.

— ¿Y bien? Necesitamos terminar este proyecto para mañana. El error de uno es el error global. No habrá represalias, pero necesitamos saber quién dejó caer la cámara para el reporte. —tampoco la boca se movía, pero los gestos eran magníficos.

Ahora había hablado el interlocutor del caballero inglés. Era un bufón simpático, con gorro de colores y cascabeles. El gorro tenía más hilos que la marioneta misma. El traje estaba coordinado con colores contrarios y los zapatos eran el diminuto trabajo ideal de sastre, el mejor confeccionado a esa escala.

Se armó movimiento en la habitación. Todas las marionetas colaboraron para arreglar a los humanos. Los maquillaron nuevamente, los peinaron, les ajustaron la ropa. Las marionetas que estaban a cargo de las cámaras reiniciaron el archivo para hacer una nueva grabación. Hubo papeleo. Las políticas estaban duras allí. El tiempo se acortaba y el proyecto no estaba terminado. Los directores, el bufón y el caballero inglés, discutían en este tiempo de descanso, antes de que se iniciara la nueva toma. El bufón habló primero.

— Yo digo que le coloquen otro hilo a la cámara, por eso se les cae. Ya tenemos el reporte. Fue el esqueleto. Se le fue de las manos —el gorro se movía con garbo, con precisión y soltura.
— Es que si metemos otro hilo allí, se notará en la película. No queremos trabajos de segunda, esto tiene que parecer real. Estas figuras —apuntó a los humanos— deben verse como si se movieran por sí solas. Si quisiéramos filmar algo sencillo bastaría tomar a cualesquiera de los que estamos aquí.
— ¡Ya está! La solución es hilo flexible de arácnido industrial. Es resistente, fácil de manejar. Y se puede reforzar sin que se vea.

Tras breves arreglos y modificaciones, todos se organizaron de nuevo. La escena comenzó nuevamente. La lluvia comenzó a caer por la ventana, las marionetas aparecían colgadas y sólo el bufón y el caballero inglés estaban en el sofá, charlando sobre cosas triviales que casi ni se entendían. Luego subieron el volumen de la voz.

— Se escaparon dos funcionarios —dijo el bufón.
— Y uno fue a explorar las terribles fábricas de nuevos funcionarios. Que dijo que por curiosidad. Hay cabezas sin relleno en esas fábricas.
— Sí, y también, lamentablemente, pedazos de cuerpos y manos y pies.
— Alguien viene. Me pregunto, ¿quién podría ser?
— Vamos a esperar a que entren para averiguarlo.

Luego sucedió un relámpago. Provenía de una cámara fotográfica de un coleccionista de marionetas. Caminó y atrás de él entró el dueño, empapado por la lluvia. El coleccionista tomó nuevas fotos. Luego comenzaron un diálogo (donde las voces eran producidas por marionetas trepadas a la espalda de los humanos).

— Creo que me interesarán varios de estos excepcionales ejemplares —pronunció el coleccionista, colgándose la cámara al hombro.
— Son los mejores que tengo. Hay en esta colección varios presidentes de cosas.
— ¿Qué presiden?
— Cosas. Muchas cosas. Pueden presidir desde fiestas hasta espectáculos. Los que charlan en el sillón son presidentes de comedia y de diplomacia. Necesarios para cualquier política respetable.
— ¿Y son muy caros?
— Eso depende de con qué se paguen. Pero puedo prestártelos por corta temporada.
— Lástima que no los pueda colocar en mi colección permanente, son perfectos.

Después de esto, se retiraron los humanos por donde había entrado y cerraron la puerta. Continuó un diálogo entre el bufón y el caballero inglés.

— Nos han elegido —dijo el bufón.
— Somos idóneos para el puesto, indiscutiblemente —contestó el caballero inglés.

"¡Corte!" Se escuchó un alboroto y felicitaciones. Las marionetas celebraron rápidamente y con brevedad. Todas comenzaron a firmar papeles, a maniobrar con aparatos, a guardar cosas, a mover pertenencias, a charlar, a moverse. En poco tiempo todas las marionetas estuvieron listas para irse y quedó sobre una mesa de utilería un sobre con un archivo secreto sobre una película. Después la escena quedó abandonada.

Afuera, en un pasillo, sentados en un sofá, estáticos, estaban los humanos que habían aparecido en la película. Ambos miraban hacia el infinito mental, perdidos en un limbo según sus ojos. Un televisor frente a ellos les ofrecía montones de comerciales publicitarios. Tenían los humanoides la cabeza llena de telarañas artificiales de los hilos que habían movido las marionetas para la película.