Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

sábado, 4 de septiembre de 2010

Entrevista a un demonio menor.

Tres campanadas lejanas en los ecos de la torre más alta de la iglesia. El frío aumentó. Ya le dije otra vez a mi abrigo que haga un mejor esfuerzo por retener mi calor corporal, se lo repito nuevamente y me río de estar charlando con mi atuendo. Al fin puedo escuchar mis propias pisadas ahora que las carrozas y las herraduras de caballos andan lejos. Casi desaparece de mis tímpanos la última campanada. Las tres de la madrugada es muy buena hora para caminatas. Y me ayuda leuksna desde el cielo, ando lunático hoy: mi lámpara natural y mi guardián en esta noche silenciosa. El antiguo latín me refiere mejor su blanca luminosidad que hoy en día. Lumen le llamo cuando mi ánimo es más elevado, pero más jocoso.

No entiendo por qué tanto miedo al cementerio. Ya les he repetido innumerables veces que los muertos sí existen, pero no están animados. Me va a salir el muerto. Es obvio que me va a salir, pero una antítesis del muerto vivo me resulta absurda. Es como si yo estuviera muerto. Ajá. El velador me ve ahorita entrar en el cementerio y no sale ni por una gran paga. Era mejor el anterior, más escéptico. El cobarde que tiene turno en esta semana cree que hablar al lado de los sepulcros es pecado. ¡Pecado es no enterrar bien a los cadáveres por el miedo! Volvería otra vez a usar de marioneta a un muerto no tan apestoso para espantar al velador... qué recuerdo. Las estupideces que comete uno de mocoso. ¿Quién se iba a figurar que le daría un paro cardíaco al gordinflón ebrio aquel?

Mi sombrero amenaza con salir volando por efecto de estos vientos impredecibles. Lo ajusto y también le hablo que se quede donde está, embonado. Las nubes tormentosas amenazan con suprimir a Leuksna por unos instantes. Qué más da. Hace un frío de muertos. Hasta los faros están fallando en esta calle que es mía, es mía todas las noches después de los licores en casa de mi amigo el agorero. Viejo sabio, adicto a las historias de noches como esta y también al licor y a los asados de cordero. Conocedor de las materias de las relaciones entre el clima y los destinos cruzados. Necio por obligación, siempre llevando la contraria sobre las posibilidades de reconciliación entre la ciencia y las creencias religiosas. Torpe para bajar los libros de su propia colección. Desordenado de hábitos caseros y organizado para agendar la próxima compra de los licores que se extinguen. De cabellos ensortijados y gafas rayadas que azotan contra el escritorio cuando mi rostro expone dudas sobre las posibilidades de la alquimia. Duro de carácter, desvelado, mános ásperas como su voz. Razonamiento flexible. Me acordé de sus últimas palabras antes de cerrar la puerta: "Te has de encontrar con un demonio y no precisamente el que llevas dentro". Su risa trémula, batallando entre la impaciencia y el bostezo.

Seguro dan las tres y cinco apenas, aún faltan varias calles. Hoy daré a propósito por el cementerio. Quisiera creer en las predicciones que me hizo el agorero. Aquí no pasa nada. Ya llego a las rejas y del velador ni sus luces. Ni por una gran paga he dicho. Ya me conozco toda la callecita entre el enterradero de almas que el "señor" se encargará de aceptar en su humilde morada. Me río: pobre "señor", con tanta alma requiere seguro de una mansión. ¿Por qué monopolizar las almas? Que si no son del demonio, son del señor ocupadísimo con tanto trámite para ver a dónde corresponde cada una. Hay vacantes con el diablo, seguramente. Nadie quiere ir allí por temor a quemarse por tanto pecado. ¿Para qué pensar ahora en ello? Ahora mismo nadie quiere venir aquí por temor a que brinquen los muertos de sus tumbas. Pateo una. Sí, seguro vas a romper un cuarto de tonelada de piedra. Semejante laude tienes, mucho dinero invertido en un ornamento.

Otra vuelta a la bufanda, el frío aumenta pero Leuksna se asoma otra vez. Ruidos sospechosos. Ya los descifré: hojas barridas por el viento, tres ratas en una noche de campo o un festín, falta de aceite en las rejas, un perro sin sueño en la distancia, mis pasos rebotando por acústica. Se respira una soledad, realmente. El único paseante nocturno soy yo. No miro atrás, porque eso es pensar que alguien me sigue secretamente. Qué ironía: aquí todo se ve perfectamente bien con la luz del astro, pero desde afuera soy el muerto viviente entre los muertos. Juego a que soy la muerte. Asómate desde tu ventanita, velador, asústate de verme aquí parado. Recupero el paso, mirando. No hay nada que temer, sólo son ornamentos, gran galería de cruces, museo al aire libre de devociones.

Estando en la oscuridad, conociendo todos los ruidos, analizando todo, no es complicado ajustarse a la idea de que la mente de los no aptos requiere apenas un roce para el escándalo. Nunca he visto nada extraño. Repudio los olores de algunas flores, siento que se han combinado con las pestes corpóreas de tanta putrefacción. Y los gusanos...

Estruendo lejano y prolongado. El agorero tenía razón, se viene el demonio en una tormenta. Alcanzaré a llegar a casa antes de las primeras precipitaciones. Veo a lo lejos el umbral de la otra puerta del cementerio. Allí hay luz. Parece un túnel, ¿será eso lo que ven las almas? Me parece impresionante el silencio sin las ruedas de las carretas salpicando agua. Me imagino que me espera una carroza al final, negra como la tinta de papiro, caballos igual de oscuros, lista para llevarme por andar profanando espacios sagrados. Sagrados, pero para los creyentes.

Voy justo a la mitad del camino y añoro una pipa. Fumar disminuiría el frío. ¿Por qué tiene que avecinarse un clima como este justo en la mitad del campo santo? Perdón. Del campo museo de galerías de cruces. No es culpa de nadie que abajo estén estallando las porquerías humanas que alguna vez fueron hombres de bien o de mal. Perdón. Sí, es culpa de las creencias. Aunque a decir verdad, el mundo no sería tan divertido sin tanta idiosincracia enredada. Son las creencias las herramientas que necesito justamente para estos momentos de razonamiento y de indiferencia.

Ver para creer, dijo el agorero. ¿Quién lo diría? La sangre ebulle mejor y me late con fuerza, súbitamente. No de miedo, de curiosidad. Allí está la figurita, roja como la sangre fresca, sentado el demonio jugando con una varita, pintando códigos extraños sobre la tierra. La mezcla ideal para soportar su visión: años de experiencia por el cementerio, nervios duros a cambio de experimentos psicológicos e hipnotismo, licor vigente en el cerebro con la anuencia de mi razón, interés por satisfacer una curiosidad ignota. ¿Se apareció el demonio o ya estaba allí? Algo me dio este viejo loco, ya comienza el efecto de la alucinación. ¿será acaso su gran experimento? ¿La fórmula ideal de las visiones? Pero si me siento lúcido. Me acerco con tranquilidad hasta el diablotín. Cuernos hermosos, cola juguetona, alas rotas pero funcionales, reflejo de rubí, "sangre" debería llamarse.

Súbitamente voltea, tira la varita y se esconde detrás de una lápida. ¿Me teme? Gano confianza y mi curiosidad aumenta. Un momento, me palpo todo y volteo en otras direcciones para ahuyentar la posible bruma de mi cabeza, no estoy muerto, eso lo sé. Según él se escondió perfectamente, pero lo delata su manecita que cubre la letra R de Reynolds. No quiero indagar más, es mejor el diálogo.

Susurro ligeramente un "acércate". Le esplenden los ojos cual gato cuando se asoma. Azul como cuando Leuksna está en el cenit, rodeada de neblina. Pretendo dar un paso pero suelta la lápida y escucho pisadas que se alejan. Lo perdí. Me siento en el borde de un sepulcro, con paciencia, juntando mis manos para ganar calor. Me ajusto el sombrero, otra vuelta a la necia bufanda que se desenrosca. Lentamente escucho pisadas y ladeo la cabeza despacio. Es rojo otra vez, veo su imagen con mi visión periférica. No se atreve a acercarse. Me levanto. Otra vez al escondite detrás de Reynolds. Recojo la varita con la que jugaba y se la enseño. Me río pensando: "no es un perro, no se la arrojes". La pongo delicadamente sobre el borde. "Es tuya, has hecho un gran dibujo", le digo. Mi voz es suave.

Busco otra vara para imitar los dibujos y generar empatía. Lo veo conforme se va exponiendo nuevamente a la luz de Leuksna. ¿Este es el diablo al que todos temen? Es indefenso y nos teme. ¿Es tanta la maldad del sapiens que hasta el demonio se oculta? Escribo mi nombre y le entrego la varita con la delicadeza con la que un jardinero regaría la más hermosa flor de su jardín. Ahora la acepta. Asiente. Una reverencia. Le imito. Entonces, una triste voz que no corresponde a la de su dueño sale de esa laringe endemoniada. Casi no tiene timbre, es un siseo. No pronunciaré nada hasta que me conceda la palabra.

— No hay sitio.

Esperé por más pero un minuto transcurrió y lo único que hizo fue seguir dibujando. Proezas raras las que hace un demonio con una varita. Sus alas desplegadas, rotas, hermosos ejemplares de vuelo ahora en desbarajuste. Aún se oye la campanada: tres y media. El demonio mira al cielo. Por unos momentos, hay dos Leuknas diminutas y hermosas en el reflejo. Me mira. Adivino que no tiene mucho tiempo tampoco, pero hoy tengo el tiempo del mundo.

— No hay sitio... ¿sitio para qué?
— Para más demonios menores.
— ¿En el cementerio? —qué tonto soy, debí haber dicho "infierno". No obstante, se le soltó la lengua. Al menos la perfecta pronunciación me hace deducir que la lengua del demonio existe.
— No hay más sitio. ¿No lo ves? —mirándome de nuevo con sus absorbentes flamas oculares.
— En el infierno no hay más sitio. ¿Es eso?
— Allí no hay condenados, ni espíritus de muertos, ni segundas vidas. Pero hay fuego. Lo que realmente ya no hay es sitio —arrojando su varita lo más lejos que puede— Hay calor y núcleo. ¿Qué haré ahora? Han usurpado mi lugar.

Mi mente voló hacia la concatenación de los eventos. Un demonio desterrado, expulsado, pero no por fechorías ni bondades en el círculo de lo irónico, sino por falta de espacio.

— ¿Cómo subiste en primer lugar?
— Me quedé dormido y desperté justo aquí.

Siento que mi alma se metía directamente en el infierno preocupante de este demonio menor. Mientras más me veía más sucedía. El frío comenzó a desaparecer y con ello la bufanda cedía de su prisionero: mi cuello.

— ¿Y tus alas? ¿Has nacido así con las alas rotas? —comencé a pensar en los ángeles caídos con las alas deshechas. Señalé sus alas haciendo una mueca de preocupación. Mi curiosidad se desbordó, era imposible enfocarme en el tema del destierro, divagué.
— Es que ya te he dicho que no hay más sitio. En el empujón y una estalactita pues...
— ¿El empujón fue antes de quedarte dormido?
— Eso es preciso. Dormí en los confines de las cavernas.
— Habrás salido por una tumba, ¿no crees?
— Eso no importa ya. El magma no dura mucho aquí, se endurece, no hay regreso.
— Quizá podrías adaptarte a la vida aquí en...
— Imposible.

Al pronunciar eso exploré su cuerpecillo nuevamente, se apagaba. ¿Los demonios pueden morir? Los vegetales pueden, los animales también, ¿por qué no un demonio menor? Creí firmemente que este demonio me hablaría de las leyes del mundo, de la dicotomía del bien y el mal, de los pecados, de la política y del verdadero infierno que es aquí sobre la superficie, aquí están los castigados, los que sufren, no allá abajo. Creí que este demonio me hablaría de las consecuencias de la iglesia, de los fanatismos y de conceptos místicos, del demonio interno que habita en nuestro interior, de los poseídos y de los malditos sin tumba. Creí que me hablaría del viaje de las almas, de asesinatos y doctrinas, de la moral... Nada de eso. Este era un niño demonio o un demonio de niño que agonizaba.

Se sentó a mi lado, ambos miramos los dibujos que acabábamos de hacer. Tuve que quitarme el abrigo, comencé a sofocarme. Lo que contó a continuación fue motivo de sátira.

— Luego nos llueven esqueletos y los enviamos al núcleo para enriquecerlo.

Así que esa es la explicación. Es una especie perdida, una civilización antigua. La verdadera utilidad de los cementerios. Un complejo simbiótico desconocido.

— Pero ahora ya no hay sitio ni para esos.
— ¿No hay manera de regresarte, no hay modo ya? —mi voz con mucha angustia.

Me miró de nuevo. El brillo de sus ojos me parecía menos intenso. Este demonio se estaba muriendo. Lo ví cabecear como los veladores que no han pegado párpados en dos noches. Meneó la cabeza lentamente, representando en esa actitud la devastación total. Sin hogar. Sin espacio. Sin vida futura. Me levanté enérgico.

— Vamos a casa diablotín, tengo una caldera —propuse.
— No hay sitio para los demonios menores aquí tampoco. Guarda tu calor, lo necesitarás.

Se levantó y se fue a esconder atrás de su lápida favorita. ¿Encariñarse con un demonio menor? ¿Qué daño ha hecho? ¿Por qué no? Tuve ahora el trastorno de un loco, lunático de mí. No lo pude hacer salir en un buen lapso. Le llamé de nuevo, sin respuesta. Me alcanzó la lluvia. Me asomé. Una estatua de un demonio. ¡Este sí es pecado! ¡No atender a un demonio que se muere! ¡Y un demonio menor! A patear todas las tumbas lleno de orgullo, de odio y de impotencia. Escurría sobre mí la tormenta, la oscuridad se hizo más grande, Leuksna no volvería a aparecer hasta mañana.

Tomé la estatua como quien toma un niño en brazos. No había gran peso. Cuarenta centímetros cuando mucho. Camino a casa con serenidad, el único ruido es el agua.

Ahora sentado en la cama, mirando la estatua. No es producto del licor. No es producto de la alucinación. Sus alas rotas, cuernos perfectos, manos detalladas, perfecta escultura, "ceniza" debería llamarse.

Afuera se azotaron las ventanas, el viento perforó la naturaleza, estallidos incontrolables y relámpagos magníficos. Gritos. Mirando la estatua recordé que jugaba a ser la muerte en el cementerio. Ahora lo soy. Me llevé el alma de este demonio menor. Carrozas, caballos, desorden. Nudillos en mi puerta con insistencia. Es el agorero con un libro cuyo título refiere: "El juicio final". Me jala del brazo, hay que huír del ciclón. "Te alcanzo enseguida", le digo. Asiente. Afuera es la huída. Es difícil mirar el desastre, los faros truenan, se voltean carrozas, gritos por todos lados, arrecia la lluvia. El hogar está por desplomarse, mil fragmentos de ventanas al suelo, se moja todo. Nada importa después de ver a un demonio morir.

Se aplastan unos a otros, todos por la salvación. Se desploman algunas tejas y casi me descalabran. Es verdad, es el juicio final, ahora veo las grietas y las calles desgajándose. Un rayo parte el empedrado y me deja sordo. Se asoma un resplandor. Es el infierno, es la lava. Muchos demonios se ayudan entre sí, son demonios menores, no hay más sitio. Vuelan los esqueletos también. Se caen personas al infierno. Varias casas se desploman. Árboles se derrumban. Nada importa después de ver a un demonio morir.

Se oyen cuatro campanadas y tras la última, el reloj de la torre es consumido por un rayo. Visión de holocausto, el mundo no avisa cuando de verdad quiere terminarse. Los demonios vuelan como pueden entre la muchedumbre que desea salvarse. Se desgajan las calles, todo es combustible para el núcleo del infierno, dan ganas de morir de verdad, nada importa después de ver a un demonio morir.

Todo el piso se desfigura, el ciclón me arranca un enorme pedazo de suelo y estoy por ser parte de la naturaleza destructora. Todo resplandece en un rojo y un amarillo perfecto, los degradados son sublimes. Un cuarteto de demonios se queda volando frente a mí, sus ojos como gemas de muchas luces. Sostienen tridentes dorados y plateados. ¿Son las herramientas del tormento y el castigo eterno? Las usan para desgajar la tierra y forman escalones hacia abajo, cada vez son más. Sostengo a la estatua como a un niño en brazos y la envuelvo en una gabardina. Y desciendo cuidadosamente, el desastre continúa. Nada importa después de ver a un demonio morir.

Llego más pronto de lo imaginado a una galería, una caverna, el calor es insoportable. Los demonios me rasgan la ropa, qué alivio, todavía entra aire fresco desde la ruptura. Me arrebatan la estatua. La veo caer por obra de esos demonios al río de lava. Me asomo cuidando de no caerme (irónica sensación después de las condiciones climáticas anteriores). Se funde el diablotín de piedra, está vivo. Sale victorioso. Lo veo acercarse volando desde abajo con sus alas renovadas, sus ojos esplendentes en naranjas y amarillos. Aterriza cerca de mí, estoy agotado. Sudando. Veo en las lejanías de los bordes de la tierra partida caer más "pecadores".

— ¡Ya hay sitio! —me dice con una franca sonrisa.
— ¡Ya hay sitio! —repiten todos, danzando en el aire.

Me sofoco. ¿Morir? ¿Por qué no? Después de todo salvé a un demonio menor. Me arrastran. Seguro me arrojan a la lava, pierdo la conciencia. ¡Qué alivio ver tu cara demonio, qué gratitud verte contento!

(Aquí pudo terminar esto, pues los demonios son malos, son criaturas destinadas a dar castigo a las almas en pena. ¡Mentiras y blasfemias! El fanatismo me había impuesto la dicotomía del bien y el mal, así como la imposición del sistema solar geocéntrico fue verdad absoluta para muchos antes de la nueva revelación: heliocéntrico. Tengo que desmentir la mentira o la verdad sobre el demonio menor, que es un pillo, pues crea un holocausto, pero no castiga ni tortura, si más bien hace conflictos humanos inocentes).

Despierto en condiciones agradables en una caverna templada. ¿Estoy muerto? Me palpo todo para comprobar que no. Hay una cama de guijarros, pero es cómoda. Hay un pollo asado, ¡qué bien huele! Seguro ha sido de los que cayeron en el holocausto. Aún se siente el temblor de la tierra. El diablotín se salió con la suya, encontró sitio hasta para mí. Se acerca y me observa. En sus ojos veo la chispa del desastre.

— Es la evolución —su voz es enérgica y contagiosa.
— ¿La evolucion del mundo?
— Tú puedes adaptarte. Es la evolución.
— No, espera, no soy eterno, probablemente muera más pronto de lo que crees —rídículo de mí diciendo eso después de bajar al infierno y tener hogar nuevo.
— No hables.

Haciendo el ademán de callarme, me señaló con su tridente un cordero asado que estaba al lado del pollo. ¡Qué bien olía eso! Y tenía un hambre de titán, hambre de comerme el mundo y de devastarlo también.

— Para salir usas esas ropas —las señaló. Las froté y examiné. Frescas como el hálito del mar en zona tropical.

Ahora escribo desde el infierno y no es tan sofocante después de todo. Sobreviví al juicio final. Y se me viene a la mente la pregunta más complicada del mundo: ¿Existe el supremo divino? Me hago a la idea de que no volveré a ver rostro humano por el resto de mi vida.

— ¿Existe el supremo divino? —pregunto con cautela al demonio.

Se hace el sordo o no quiere responder. Hay cosas que fueron para ser incógnitas. Lo curioso es que estoy poseído por un demonio. Perdón. Estoy invitado por un demonio a vivir en el infierno, después de todo, arriba en la superficie las cosas andan muy mal con los sapiens.

Ocho campanadas y media. Ya no sé qué día es hoy, ni qué hora. El demonio menor deja la campana pequeña en su lugar. Es el momento de conocer el núcleo del planeta. ¡Sería pecado dejar de asistir a una revelación tan importante! Después de todo, su no estabilidad provocó el holocausto. Ciencia, religión, creencias personales, todo se aglomeró. Y al caminar por los puentes de roca sin barandal, cuyos bordes conducen a una muerte segura, siento que estoy caminando con la misma tranquilidad que por la callecita principal del cementerio...

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