Por mucho que este discurso se atreva a ser pronunciado y haber sido escrito con etiquetas de perogrullada, y por mucho que sea obvia cosa de él que lo mencionado redunde en más de una ocasión, está presentado e introducido por un prólogo amable que sugiere que os deshagas de esos rigurosos guardianes de norma (si es que los hubiere), para que durante toda vuestra estancia visual sobre estas letras tengais la gentileza lingüística de cohabitar por unos minutos (los que durase este desfile) con el carnaval de neologismos que han propuesto ya las pronunciaciones lingüísticas de un hablante de tres años y medio. Porque precisamente lo obvio está a veces tan a la vista, que se atreve a esconder y le pasamos los ojos sin reparar en los hermosos detalles que la lengua hablada y escrita nos ofrece. Y no hay mejor juicio que los vocablos en la imaginación del dicho hablante diminuto, desfilando para provocar sátiras y muecas en el rostro del que los escucha y lee por ventura de suyos ojos o los de otro acompañante de buena dicción. Por lo tanto, estas palabras no están de gala con el fin de ajustarse a las leyes léxicas, ni deambulan por este discurso con el motivo de entrar en la Academia, sino de evocar esos rasgos ocultos que pasean desapercibidos en exclusivos círculos de parlantes.
Os dejo pues, sin echar más sazón a la dicción ni más moldura a la escritura, no con una lista inútil de ingeniosos neologismos, sino un desfile provocativo que lleva bandera de diversión de vocabulario, aclarando una situación de la que me pueda dispensar vuestra merced, la cual dicha situación es que hubo neologismos que no pudieron asistir a este carnaval, quedando yo en pos de facilitador de lenguajes futuros para lo que a vuestra petición sea menester.
No muy lejanos reinos aseguran haber visto monstrifantásticas criaturas en sus elementos correspondientes. Reinos al borde de precipicios, bien ventilados, con vista al mar y al arrecife, reinos sumergidos en las profundidades de los oceános, otros cuales en el desierto seco, unos metidos en cavernas del infierno y otros con praderas a maravilla por sus cuatro costados.
Así los describió pues Leonel Fernández y Vega, archiduque de varias tierras que dan al mar donde los aguapeces habitan por miles. Ellos se asoman con cautela, a nados gentiles, esperando que algún tierraperro perezoso e incauto les ladre en furia (siendo entonces ladriperros), a los que los aguapeces escupen a tono de gracia el agua para provocarles mayor enfado. Esta desgracia es poca, comparada con el agravio que producen los tentapulpos, pues se avientan de cuerpo entero a los tierraperros, abrazándoles la mandíbula de tal suerte que en varios reinos ya se pasean con un bozal de magnitudes marinas. Quitarlos no es cosa fácil, pues no es el herrero el ideal para el trabajo, sino brujo que sepa de semejantes males.
Por otro lado, desde las ventanas de la torre planean las aireaves y arrójanse en picada también, pero transformándose en vientiaves. A buen tiempo cierra sus ventanas el dicho archiduque, pues los avipicos se atoran ya en la madera, flechas vivas de susto. Las más inteligentes pescan aguapeces y, al volar éstos por merced depredadora, se vuelven airepeces. Más arriba en otro hueco observa esto el veligato, relamiéndose a gracia los bigotes del hambre, con las velas al lomo, pues donde se pasea va la luz. Leonel se las repone cada día, a precio de airepeces por la cera quemada en el pelo, siendo cuando pasa eso el dicho felino un cerigato. Eso en el mejor de los casos, por no parecer maldito, porque algunos cerigatos evolucionan en segundos a lumbrigatos, vistosos y corriendo en espanto por las escaleras del dicho castillo, buscando una ventana para arrojarse hacia el mar, donde hay dos destinos: el uno si la vientiave le atrapa en medio aire cayendo, se vuelve avigato, el otro si hace chapuzón en el agua, aguagato. Se habla el pueblo y se rumora que una especie oculta, el cenigato, lleva las cenizas del descuido de su amo, felinos que despiden olor a cera horrible, éstos los designan para cuidar los cementerios.
Del otro lado del dicho castillo del dicho archiduque los jardines alojan mascotas de nobleza: floriperros y plantigatos, que se adornan con las mejores jardinerías para gusto de los invitados. Así se pasean por las ruedas de arbustos dando aroma digno, siempre y cuando no se transformen en excregatos o excreperros, embarrados por un descuido. Esto, si me permitís decirlo, no es lo peor, sino cuando las flores se manchan con la dañina y corrosiva sustancia, transformándose en excreflores y mierdiplantas. Si ese hallazgo es sabido por el amo, destierra a los autores de actos repugnantes, lo que demuestra la existencia de los lejigatos y lejiperros, lejísimos del reino, lejanos para evitar el azote. Lo más hermoso en los estanques del jardín son los jardipatos, las jardigarzas y cualquier otra jardiave, exenta de castigo siempre, pues el desecho va al fondo del estanque. Si acaso un invitado en día de suerte lo observara, vería milagrosos cochipeces, llenos de lo mismo por cochinos que son castigados los floriperros.
Cuando en sus días de aventura se aventuró el dicho duque más allá de sus tierra, desierto encontró y con ello a sus desterrados polvoperros y polvogatos, llenos de polvo de arena con las lagañas más que blancuzcas que por bien maquillados podrían pasar. También vio unas polvopientes que se arrastraban, de colmillos hermosos de veneno. Vio arecactos espinosos y aremellos, como si de arena se movieran esos animales jorobados. Quiso pues llevarse para su reino Leonel tales maravillas, pero al llegar se lamentó de que se transformaran en jardipientes y floripientes, jardicactos y floricactos, jardimellos. No fue esta cosa de gracia y peor el agravio, pues en las horas de llegada pasó como saeta y alma que lleva el diablo un lumbrigato, prendiendo de bellas flamas y de colores amarillos y rojos y naranjas todo el desfile de maravillas, consiguiendo con eso lumbripientes de jardín, lumbricactos y lumbrimellos que se arrojaron de inmediato a los mares. Ni hablar, el reino también tenía ya aguapientes, aguacactos y aguamellos que se adaptaron a las profundidades. Ojalá allí hubiese terminado el mal agüero, pues no bien acabaron de entrar todos estos en el agua ya los ventipulpos se enroscaban en las fauces correspondientes, con lo que se cuenta que hubo ahora pulpipientes, pulpicactos y pulpimellos.
En las tristezas de estos eventos, el dicho archiduque quedó muy desolado. Se encerró en una habitación sin querer saber del mundo. Le llevaban la comida con cuerdas por la ventana. A gruñidos y sollozos Leonel los aceptaba. No habiendo bien comido el último bocado, descubrió un pasadizo con su mente de archiduque inteligente y moviendo a humanidad de fuerza un mueble de letralibros, halló hueco limpio e invitador a secretos tesoros. Pero no fueron tesoros, sino lavamagma y magmalumbre lo que allí reposaba. Nuevas maravillas animadas revolotearon: murcifuegos y lavampiros, ratones con alas que no eran aliratas, llenos del danzante elemento. Quiso atraparlos para luego el dicho amo, pero recordó el destino de sus anteriores colecciones y los dejó libres. Al final de una cueva se asomaba un caverperro, tras él un cavergato, ambos de cavernosas expresiones, que se habían refugiado por temor a ser desterrados. Pero a buen corazón del duque fueron perdonados y llevados al jardín. Mirando así el ríofuego que pasaba por abajo tuvo el amo una idea.
Perdonados los desterrados el reino se habitó de nuevo. Las excreflores y mierdiplantas se lanzaron al olvido del ríolava, con lo que instantes antes de su consunción fueron fueguiflores y lavaplantas. Como era imposible tener la colección en el propio reino, fuera del lugar y del elemento al que pertenecían, el amo se dispuso a pagar escudos de oro a un pintaperros que también fuera pintagatos, pintaliebres y pintapientes, pintamellos y pintaflores, pintapeces y pintapulpos, pintacactos y pintaplantas. Todo así dispuesto el pintor lo acompañaba en sus viajes y de cuadros el reino se llenaba.
Así las monstrifantásticas criaturas se saben hoy en día, de aquellos reinos olvidados en el tiempo, esta historia quedará contada en un letralibro. Se relatan allí las archiduqueaventuras de Leonel Fernández y Vega, que a vuestra merced dejo recuerdo y memoria, para que llene el mundo de letralibros a maravilla y mande palabrería divertida a sus semejantes, en pos de que esta historia no se dé por perdida.
Habiendo yo contado lo que vi, firmo el pliego con honor, pintor y contador de historias que por nombre llevo Franchesco di Ferdinandi y de Domingo.
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