Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

viernes, 17 de septiembre de 2010

Descenso.

El infierno sentimental está adentro. El paraíso no es su opuesto. El infierno emocional quema las entrañas, devora los sentimientos, destruye un poco. Lo contrario es el invierno glacial: congela el alma y evita cualquier desastre. Justo allí, entre los dos, entre el infierno y el invierno, permanece una figura que gira y gira, caóticamente pero sin estrellarse. Está compuesta por líneas y esferas, por órbitas y átomos. Y tiende a descender y el estómago pesa. La gravedad está ejerciéndose en ese núcleo, y lo invita a bajar hasta las profundidades etéreas.

La sangre hierve mejor en ambos núcleos, por lo tanto es conveniente comenzar el verdadero descenso. Sí, el núcleo personal ahora tiende hacia el infierno exterior. Debo volver al hogar que es la hoguera, debo regresar a las llamas de donde he procedido, las llamas reconfortantes que aquí en la superficie pesan y se sufren. El fuego quema mucho más aquí arriba que en plena lluvia de rocas ardientes. La integración con el magma rojo es arte, es belleza, siendo de magma el magma no incinera. Pero aquí arriba no termino de quemarme, es insufrible, soy ceniza que se sigue quemando y tengo recuerdos del pasado. No quiero recordar, quiero ser parte del río de roca líquida. Así no habrá dolor, porque el núcleo que poseo está hecho para destruirse y reconstruirse. Una espina en cada reparación.

El núcleo exterior, la gran esfera ardiente, el sol subterráneo... Allí quiero llegar otra vez. No he dicho una incoherencia: el núcleo es exterior porque no es el que llevo dentro, pero es interior con respecto del mundo, bajo la superficie terrestre. Y el mío, mi caótico centro de energía pierde el equilibrio, el estómago pesa, el ser quiere regresar a la inmortalidad insensible de un infierno no doloroso, vacío, con conciencia.

He de cavar por una tumba vacía, porque los cuerpos en descomposición me dan asco. Ya he pensado en los agujeros que hacen las maquinarias, pero es mucho ruido y escándalo para este ente que busca paz y destierro voluntario. Una tumba que sea entrada digna. No me mal interpreten. No estoy diciendo que mi cuerpo se pudrirá y quedaré como alma libre. No. Bajaré literalmente por un pasadizo de tumba, iré recibiendo poco a poco el calor de la hoguera de mi sol subterráneo, por escaleras, poco a poco, un trayecto pacífico y con escenario. Mi sol subterráneo transformará mi sangre en magma, después de quemarme sin dolor seré renovado, un ente de fuego, porque es puro. Seré belleza digna.

El descenso es alivio. Se vuelve tranquilidad. Aquí mismo me quemo, no he bajado. Es una quemadura reversible: comienza por el estómago, sube al corazón, se va extendiendo por la sangre y finalmente me desvaneceré desde el interior para caer en cenizas. Después habrá otra dolorosa reparación y el proceso recomenzará: quemaduras infinitas que matan en vida. Por eso busco, busco el portal, la tumba falsa que es pasaje a un destino favorable. Allí el hombre que soy se consumirá, pero no la esencia. Antropoide seré de flama sin recuerdos, con fuego puro que al instante se quema a sí mismo y por lo tanto no quedan restos ni cenizas. Y decoraré las cavernas con antorchas y flamas azules y violetas. La arquitectura infernal...

Ya la veo, la ilusión de diseños de fuego, de rocas duras y rocas moldeables. Pasaré entre muchos arcos y columnas con grabados pirográficos. Con mi dedo índice dibujaré historias de las que no me acuerdo, fragmentos del tiempo que olvidé, sin dolor. Allí estará la historia. Ya veo también las grandes copas de ese material desconocido para la superficie: una argamasa que resiste la lava. Y las copas estarán llenas de fuego arcoiris líquido. Al meter mi mano me teñiré breves instantes y dejaré ilusiones impresas en los puentes colgantes. De ese mismo material inderretible me construiré una digna barca, un navío elegante y pequeño para surcar los ríos de magma que son lentos. Durante el paseo meteré mis manos fantasmales de fuego en la lava y me regocijaré de los cambios de color.

Y me reflejo en unos espejos. Mis ojos son ecos, entradas a la hipnosis de este elemento del cual soy dueño. Y me sonrío. Le sonrío al reflejo. Soy bello, inocente, y tengo cabello que ondula como una hoguera nocturna de campamento. Y entonces comienzo a hacer más decoraciones, cargando las piedras con rapidez para evitar que sucumban entre mis manos. Y cuando corro comienzo a darme cuenta de que ya estoy flotando a pocos centímetros del suelo, porque el fuego no pesa. Pesa el carbón, pesa lo que se quema, pero el fuego mismo es ligero como deberían ser las almas. Y juego con mis formas, claras pero difusas. Soy pintura naranja paseando por cavernas que ilumino, hago sombras mágicas por las texturas. Donde no hay antorchas no hay oscuridad, porque yo mismo enciendo el sendero. Exploro mi mundo. Y busco mi sol subterráneo, voy haciendo los mapas. Seguro que de allí nací hace mucho tiempo, pero lo he olvidado estando en este cuerpo de humano que cada vez se vuelve más pesado. Y comienzo a preguntarme si las lágrimas saladas en mi mundo son chispas de fuego fatuo que saltan de un lugar a otro, como lágrimas alegres.

Con un poco de suerte, luego de aprender las transformaciones básicas, podré evolucionar mis extensiones hacia nuevas formas. De antropoide a dragón de fuego. Aunque por extraño que parezca, al ser dragón escupiré de ese delicioso fuego arcoiris por mis fauces. Y de vuelta volveré a ser un señor de las piras. Y comenzaré mi propio reino de nuevo. Así podré tener invitados, para que vean que es peor quemarse por dentro en la superficie que vivir puro y noble en el interior cálido de la tierra. Y podré purificar a los que así lo deseen, los quemaré hasta volverlos ceniza y los recuperaré de su dolor. Y vivirán en este vasto imperio de lava y fuego. Pero no hoy.

Hoy todavía no hallo el pasaje de la tumba que me dará la libertad. Aunque pesa, mi estómago pesa y la figura que gira caóticamente en mi interior ya desea volver. El corazón se me hace sulfuro, el cuerpo sufre una química inestable, quiero explotar y no puedo. Pero qué diferente sería cerca de mi sol subterráneo, porque estallaría en miles de partículas como explosión de bienvenida y a los breves instantes me regeneraría para continuar explorando la ciudad caverna.

No sé si los peces tengan conciencia, sentimientos, si sufran, pero sí mueren. Robaré algunos para quemarlos y volverlos de la misma esencia. Así los ríos tendrán formas de vida que ilumina. En mi barca antigua los veré saltar, nadar. Jugaremos luego a las atrapadas, los aprisionaré con mis manos y los dejaré en otra parte del cauce. Navegaré hasta un lago de lava con destellos y me llenaré de una magia incomprensible, hecha no para entenderse sino para disfrutarse.

Jamás me apagaré, porque es fuego que nace del fuego. Las hogueras caseras se apagan porque su combustible siempre ha sido mundano. Allá abajo, cerca del sol subterráneo, núcleo puro de vida, la energía será ilimitada. Creo que comienzo a recordar. Me volví humano el día que me acerqué demasiado a la superficie, me cayó agua, evolucioné. Y fue entonces cuando obtuve lágrimas saladas que llevan dolor. Fue entonces cuando perdí mi plasma amarillo y naranja y me quemé al revés, obteniendo la sangre. Fue allí cuando mi propio infierno se volvió contra mí por una insensatez. Y al ser de carne me quemo desde adentro, ya no puedo más. Quiero volver al descenso, quiero quemar desde afuera. Quiero abrazar y abrasar la esencia de las cosas. Quiero tocar mi sol cálido y nacer allí otra vez. Quiero tener recuerdos que no lastimen. Deseo volver a mi naturaleza: creador de piras, dador de luz, purificador de almas.

Acá arriba aprendí en algunos libros que el infierno está repleto de demonios rojos. Yo sé que tengo que buscarlos, porque en mi mundo sólo he visto entes amarillos del mismo material al que deseo llegar de nuevo. ¿Qué alquimia me dará mi regreso? ¿Dónde está el pasaje? ¿En qué tumba tengo que buscar? ¿Cómo salgo de este laberinto humano que cada día me pesa más y más? ¿Cómo evito tanto dolor al quemarme con lo que alguna vez fui? Añoro mis ríos de lava, mis columnas majestuosas, derretir piedras por juego inocente, añoro mi núcleo de poder. Pero cuando lo consiga, no añoraré más, porque el fuego es libre y no conoce las emociones. Añoro el infierno del cual he procedido, porque este infierno interno me mata al no ser yo de fuego.

Y me hinco ahora, implorando por otro amo de las piras que me renueve. Pero me engaño, porque he sido el único. Abandoné mi mundo y se desploma. Por eso tiembla tanto, los volcanes ya no tienen control. Y todo por una salida insensata. He cambiado la vida por sangre, la eternidad por lo efímero, pero dejaré una bitácora. Allí apuntaré, cuando esté a punto de entender el proceso de vuelta, los detalles para visitarme. Y les mostraré entonces las galerías de estalactitas y las gemas incrustadas donde se refleja el más hermoso fuego jamás visto. Les mostraré caminos oscuros, pero siendo yo el guía. Los amenizaré cuando cruce el núcleo de mi sol subterráneo, saliendo del otro lado, inofensivamente. Grabaré en pirografía lo que es convertirse en esto de carne y hueso que se quema por dentro todos los días. Les mostraré las diferencias entre un fuego blanco, uno amarillo, uno naranja, azul, violeta, rojo. Les enseñaré la proeza del fuego imposible: el de color "uxy", desconocido para los terrestres. Luego me transformaré en dragón y rugiré, rugiré, pero no de dolor, sino de orgullo, y arriba pensarán que la tierra sufre un reacomodo.

Al finalizar el descenso, mi viaje llega al ascenso etéreo. Pero hoy no. Hoy no sé dónde está la tumba de entrada al pasaje que perdí. Hoy tengo fuego mortal, que no se lleva con esta composición de carne con huesos y fibras y tejidos. Hoy tengo cerebro que a veces crea electricidad quemante. Y viendo en el día el sol de arriba, me consuelo, pensando que es mi sol subterráneo, mi sol de descenso, mi memoria perdida. Y la sangre me hierve, me mata.

Enciendo un cigarro y veo la punta consumirse. Enciendo velas en mi casa. Mi dedo índice va sobre una llamita. ¡Ay! Lloro. El fuego no me odia, pero no puedo integrarme. Mi cuerpo está cansado de tantas quemaduras. Semana tras semana pongo un dedo sobre las velas, para recordar, pero me quemo y de nuevo vienen esas lágrimas saladas. ¡Quiero volver a la pureza! Quemarse con dolor es la desdicha. Quemarse siendo flama viva es la paz. No el placer, la paz. Cuando veo las hogueras por el camino, me detengo a verlas hasta que se consumen. Así se consume de llanto este cuerpo.

El otro día provoqué un incendio en una casa abandonada. Quemaduras, pero no graves. En algunas partes mi piel está arrugada. ¡No lo soporto! Sé que por ese camino no volveré a mi esencia. ¿Dónde está el pasaje de regreso? ¡Una luz, una flama, algo en el cementerio imploro! Y fui a varios campos con cruces. Esperé pacientemente durante días hasta que vi una flama instantánea. Cavé emocionado, allí es, seguro. Después sostuve entre mis manos montones y montones de monedas de oro, llorando y arrojándolas por el mundo. Creí que era el portal que me llevaría a mi sol subterráneo. Era un mundano tesoro. Ni siquiera puedo comprar fuego con eso. Un encendedor, quizá. Un soplete, cerillos, tal vez. Pero el fuego no se compra.

Hoy estoy derrotado, tirado boca abajo en el pasto. Está frío. Creí que percibiría calor a través de la tierra, pero me equivoqué. Sí me equivoqué, dejé mis dominios. Desdichado, con dolor y con el estómago que pesa porque el infierno interior me consume. Da lo mismo, en posteriores días seré ceniza y volverá el dolor de la reconstrucción del pasado. Y me acordaré de mi sol de cavernas, bello, flamante, poderoso. Y buscaré aún, a diario, el túnel de vuelta. Lo primero que haré cuando sea nuevamente el amo de las flamas, hogueras e incendios, será crear el fuego arcoiris que tanto extraño. Y después el fuego "uxy".

Entonces me olvidaré de todo esto. Pero dejaré la historia para los que quieran leerla. Dejaré mi memoria humana en una bitácora. Y algún día por un extraño descuido, la bitácora arderá en un incendio de accidente. Justo en ese momento relampagueará mi mente. Siendo el amo del fuego recordaré como en un sueño, cuando fui humano. Y no sufriré más, porque durará millonésimas de segundo. Y luego bajaré más por otras cavernas hasta otro cauce del río de lava y navegaré en pacífica contemplación, iluminando la textura de las paredes a mi paso. Y jugaré a derretir las columnas para hacerles una broma a los habitantes de la superficie. Creerán en los sismos, de verdad que creerán. Y yo no sabré quizá que estoy provocando sustos, porque nada me dolerá. Y me quemaré infinitamente en la inteligencia de mi composición de flamas. Y no habrá entonces poder humano que consiga apagarme.

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