Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Virus silencioso.

Rutinario día, como siempre, donde siempre, con los de siempre. Ojalá me sorprendiera un bufón en altos zancos para quebrar la monotonía y desgajar el tiempo. Estoy en el día de la constante guerra que no asesina, pero que ensordece. Ya no sólo tengo que soportar a la masa de gente que grita, sino a las voces impuestas en esas máquinas detestables que vinieron a convertir a la ciudad en un flujo de tropiezos. La desgracia es real: son más importantes los caminos para ésas que para el caminante. Luz roja, obsoleta. Luz verde, reiniciando el ruido. Otro día de milimétrica sordera para añadir a mi organismo. Ojalá me sorprendiera un elefante en el parque para quebrar el sonido y desgajar la realidad.

El idiota que conduce. El armatoste de la sordera, el aniquilador de la tranquilidad, el perturbador de mi sueño, maldita sea la tumba donde te entierren y que la destroce un tractor. Depredadores de avenidas y asesinos metálicos. Ingenuo sirviente que te manipula para crear el escándalo que desgarra las almas de la meditación. La equiparación: el corazón palpita y el motor gira, con la excepción de que el primero sólo es escuchado por el portador. Terrible día, choque de máquinas, el silencio absoluto ya no existe, es una realidad imaginaria que los poetas buscan sin cansancio, pero que agota.

Viaje a las montañas de sagrada magnitud. Allí he permanecido a salvo por algunos días, pero la urbanidad se come viva a la tierra, la degrada, la transforma, la rediseña para sus beneficios como un virus. Y al final se coloca una máscara de capitalismos y economías vencidas. El punto no es el progreso, sino su maldita condena al aumento del escándalo enfermo. No es la música, no es la voz, no son los pasos, no es el miserable ladrido del perro. El terrible virus es el ruido mecánico, el motor desgraciado que no ha dejado dormir nunca más, la fábrica ambulante de sonidos desagradables. Invasión omnisciente: por tierra, por aire, por agua, por fuego. La tecnología perfecta debió ser aquella silenciosa. No soy el único que desea destruir a los rodadores, a las moscas mecánicas con hélices, al zumbido desesperante del aeromodelo.

Abandono la guarida para salir a la verdadera guerra. Ahora entiendo al "ipod", zona segura temporal para escapar de la grandiosamente estúpida cantidad de decibeles ofensivos. La delgada complexión de los productores de música no admite un motor, reconozco el ingenio. Ya es hora de que desaparezca esa horrenda creación para la producción de movimiento a expensas de otras energías. Más bien, ya es hora de que se desvanezca su aturdidor sonido. Los sordos no se pierden de nada con esa corrupta experiencia.

Allí están, moviéndose y moviendo a la testaruda masa urbana. Se atoran, se empujan, a trompicones, no caben ya. En este día voy a comprar golosinas al centro de autoservicio. Ni en el estacionamiento el ruido se neutraliza. Estoy a punto de entrar a la galería de objetos cuando las expresiones inestables de la gente que mira al cielo me hacen voltear en la misma dirección. Todos lo vieron. Yo lo veo. Es la nube expansiva del virus silencioso, del virus del silencio y del virus que silencia. Me siento en el borde del escalón. ¡Al fin! Desciende lentamente como un degradado en pintura, verde que fosforece por la luz del sol. Todos contemplan el fenómeno. Baja, baja y flota, se silencian las voces, los motores ¡al fin! Mi pregunta me hace rompecabezas: ¿Nos ha hechos sordos al motor el benigno virus o ha suprimido el ruido que no existe para lo que no posee oídos?

La conmoción es grande, nadie puede hablar. Es totalitario. Intento pronunciar algo, no surge nada. Es como si nos hubieran robado el aparato de vibración para producir ondas. Sin embargo, los perros callejeros ladran con odio, en un caótico holocausto que asesinó el ruido para siempre. Se miran los ingenuos, los hombres y las mujeres intentan charlar sin conseguirlo. Los más listos emplean señas y mímica. En las televisiones encendidas del supermercado el hombre gordo de los noticieros mueve la boca como un muñeco pero no hay sonido, voltea en varias direcciones, está ridiculizado. Una madre se desquicia arrojando productos contra el suelo, que para su sorpresa sí se escuchan, se sume en tristeza. Varios grupos se abrazan arrodillados, creyendo que es obra de su dios.

Enciendo un cigarrillo, todos lo saben. El sonido de la piedra y la chispa son grandiosos. Se escucha cuando se consume la punta igniscente de ese cigarro. Todos a imitar, comprobando qué objetos y cuáles no, qué sonidos existen. La voz humana: extinta. Los motores: silenciados. Es hermoso ver el congestionamiento en cine mudo real. Las cornetas instaladas en las máquinas están obsoletas. Escucho brincos y pisadas de algunos alegres que se han puesto a brincotear. Los perros siguen ladrando. Relámpago fugaz y estruendo. Lloverá como se debe al fin.

De camino a casa escucho palmadas y las respiraciones de los pasajeros del transporte público. Las puertas también se perciben. En los televisores comienzan a leerse letras, muchas letras, la gente leerá por obligación y no por elección. Varias mujeres tienen lágrimas en los ojos y los bebés no saben lo que está sucediendo. Algunos se han colapsado. Afuera hay varios que están a punto de ser atropellados, ahora sólo dependen de la vista para reaccionar antes de cruzar las calles. Agudizando la vista me parece que la nube verde todavía no se ha disimulado muy bien en la atmósfera.

Hoy dormiré con paz. Muchos dormirán con miedo. Parece el mundo un enorme movimiento de marionetas sin voz. Mi refrigerador está funcionando porque los alimentos están fríos, no hay otro sonido. Varios niños vecinos hallan misteriosamente los escondrijos de algunos grillos al haberlos escuchado rascar. La lluvia estalla contra los cristales y no hay nada que los motores puedan hacer para apagar el perfecto sonido. Justo cuando entra un mosquito a refugiarse del diluvio me doy cuenta por donde lo hace. La música sí sirve: alguien ha puesto su repertorio no muy lejos de aquí. Duermo en un planeta que parece desolado o deshabitado.

Día siguiente. El periódico tiene en primera plana la noticia. Se comienzan a categorizar los sonidos audibles y los ruidos que jamás volverán a escucharse. Curioso asunto: las risas genuinas de un bebé sí están permitidas. La voces emuladas de humanos en una computadora no funcionan. El cielo tiene un verde perfecto el día de hoy. El virus está decidiendo qué se oye y qué no.

Los restaurantes son cómicos. Se oyen los tintineos de las cucharas, la porcelana, las vajillas, el líquido cayendo en las tazas y algunos desagradables movimientos de bocas masticando. Se ha duplicado el número de meseros. Viendo noticias me entero de que varios estadios y deportes pierden interés del público. En el futbol nadie puede gritar "gol" y los jugadores se sienten abandonados. El cine crece. Es el fin de las carreras de muchos cantantes, pero los discos se conservan.

En otras páginas de un periódico encuentro experimentos y numerosas pruebas sobre la nueva atmósfera. Se convocan congresos internacionales de químicos, biólogos y antiterroristas, pero pronto descubren que al no poder hablar la tarea es más complicada. La nube es llamada por los religiosos como "el silencio de dios". Otros cambian el dios por el diablo. Numerosas pancartas contienen leyendas sobre alienígenas y el fin del mundo. En las escuelas y universidades se enseñará ahora por mímicas y pantallas con letras. Todo programa en el televisor seguirá las nuevas leyes de contener globos con mensajes. Qué risa. Estoy viendo un cómic animado que no es una película. Hay un increible porcentaje de gente que valora mucho más a sus gatos, perros, hámsters y cualquier animal que produzca un sonido. Los sordos ganan confianza. Los balazos son inaudibles, en una noticia que veo en vivo parecen malos actores, pues se escuchan pasos sobre la tierra y respiraciones, incluso los "clics" de los gatillos. Las balaceras perderán rango de popularidad. En otro canal hacen experimentos con explosiones que tampoco se oyen. En el pizarrón un malévolo niño raya con sus uñas pero inmediatamente se da cuenta de que es inútil. Los fuegos pirotécnicos son luces sin sonido.

Un mes. Algunas orquestas del mundo ganan público. Los teléfonos tienen ahora un sistema de iluminación y luces estroboscópicas. El mío está sonando. Todavía no me entreno muy bien en el código morse. Alcanzo a interpretar palabras sobre el nacimiento de mi hijo. La llamada provenía del hospital. Enciendo mi nuevo auto y lo muevo para comprobarlo. Una luz me indica que efectivamente está encendido. Conduzco en silencio y el silencio me conduce. Llego al hospital y no encuentro la habitación. Escucho hojas de papeles, tecleos en computadora, música tranquila, pasos de gente. Muchos bebés han de llorar, pero no se escucha. Una risilla dirige mis pies. Es la habitación. Lo veo. Estás hermoso y te ríes. Cuando seas grande serás pianista. Un beso a mi esposa y uno para ti. Serás libre de explorar el sonido, naces libre de los tormentos ruidosos que viví.

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