Sorpresivamente, al hacer una búsqueda breve de la "escatología" en la Real Academia Española, la primera acepción nos remite a las creencias sobre la vida de ultratumba. Antes de proseguir, la ultratumba me hace pensar en "más allá de la tumba", lo que nos haría referencia a puntos cardinales o a ejes horizontales y verticales. Si la tumba está a dos metros bajo tierra, la ultratumba bien se localiza a dos metros y un centímetro más abajo y, posteriormente, la distancia que consideres a gusto personal (y no hacia arriba, porque la tumba primigenia se encuentra bajo tierra). Finalmente, el propósito de este texto no es sobre ese tipo de escatología, sino alguna como la que Francisco de Quevedo realizó en sus Gracias y desgracias del ojo del culo.
He aquí que hace unos días propuse que la literatura o bien hace reír o bien hace llorar, bien hace del lector un manojo de sentimientos, rabias y cóleras, carcajadas y sonrisas, tristezas y tragedias, por mencionar algunos. Pero debe necesariamente entretener. Uy, pobre aristocracia cuyos temas delicados de la naturaleza humana le hace tener repugnancia, cuando no ha existido (creo yo) ser humano que se presuma digno de no tener excreciones. ¿Por qué tocar pues, temas tan relativamente asquerosos? En primera instancia, porque se puede, porque esos temas no existen más que en la privacidad de cada individuo. En cualquier situación, se dispensa el invitado, se excusa para sus necesidades fisiológicas, con el pretexto del protocolo y las buenas costumbres: hay que ser moralmente correctos. Sin negar lo anterior, no hay nada que impida una literatura plagada de recursos que el hombre o la mujer identifique como repugnantes, pero que a segunda consultas parece divertida.
Efectivamente, lo prohibido, lo sucio y lo oculto proporcionó placeres desconocidos. Al hacer una literatura que contenga escatología o revele signos de hábitos naturales, es normal que salten los que quieren guardar la compostura. Qué mejor manera de señalar la diferencia entre persona y "autor", ya no se diga de un "narrador", que ocupando de pretexto personajes ficticios y temas sobre la verdadera identidad de la moral para el propósito de Quevedo:
Quien tanto se precia de servidor de vuesa merced, ¿qué le podrá ofrecer sino cosas del culo? Aunque vuesa merced le tiene tal, que nos lo puede prestar a todos. Si este tratado le pareciere de entretenimiento, léale y pásele muy despacio y a raíz del paladar. Si le pareciere sucio, límpiese con él, y béseme muy apretadamente. De mi celda, etcétera.
Y se atrevió. Le valió un encierro. Y se publicó. Durante el siglo de oro donde la sociedad se espantaba de las malas costumbres, la crítica de Quevedo se alargó bastante. Y no es para menos, pues la hipocresía aristocrática ofende también a los que ven más evidencias en las verdades aparentes. Y sabes que Francisco de Quevedo tiene un conjunto extenso de obras llenas de belleza formal, y la obra que cité unos renglones atrás juega, se muestra jocosa, donde sobran las burlas. Alcanza pues, el extremo opuesto del ideal de corte estético al que muchos escritores aspirarían, siendo los temas más ruines y bajos (escatológicos) la masa perfecta para una obra de semejantes magnitudes.
¿Es por lo tanto una grosería hablar del culo o de sus excreciones en la literatura? No, siempre y cuando se posea la capacidad y la lucidez de reconocer el efecto que produce, utilizando los recursos necesarios. Del culo puede hablar cualquiera, pero no cualquiera puede hacer metáforas sobre esa parte o meterla con sabiduría y discreción en una composición de artes de letras estéticas. Conociendo pues la cumbre del conceptismo, te puedes dar el lujo de bajar, pero no necesariamente al revés. Aquí lo demuestra el siguiente fragmento:
Lo que dicen del culo (los que tienen ojeriza con él) es que pee y caga, cosa que no hacen los ojos de la cara; y no advierten lo cuitados que más y peor cagan los ojos de la cara y peen que no el del culo, pues en ellos no hay sueño que no lo caguen en cantidad de legañas, ni pesadilla o susto que no meen en abundancia de lágrimas, y esto sin ser de provecho, como lo que echa el culo, como ya queda probado.
¿No es cosa bella el culo en las mujeres que aparecen en las pinturas del renacimiento? No negaremos que a algunos les cuesta trabajo tratar estos temas con la perspicacia necesaria. Y si además, el ser humano tuviera la cola que los animales aún conservan, aparecería en los poemas de toda clase la útil función seductora de tal extensión del cuerpo.
No están los tiempos actuales para espantarse de los temas escatológicos, pues algunas composiciones disfrazan con metáforas las formas: "el rincón de placer que se halla entre dos suaves valles". Es válido utilizar también la literatura para transmitir el mensaje oculto de la naturaleza humana. Reconócelo sin eufemismos: todos en estos tiempos se pedorrean y cagan. Así que no es raro que el niño promedio tenga interés burlesco en esos temas que castiga la norma de cualquier institución educativa.
Lo del pedo es verdad, que no lo sueltan los ojos; pero se ha de advertir que el pedo antes hace al trasero digno de laudatoria que indigno de ella. Y, para prueba desta verdad, digo que de suyo es cosa alegre, pues donde quiera que se suelta anda la risa y la chacota...
El gran pontífice se pedorrea, al igual que los cualesquiera que tengan cargos de autoridad aparente. Eso sí, no hay horario fijo y quedaría por más ridículo que una maestra propusiera a un niño: pide permiso para ir a pedorrearte fuera de la clase. Después vienen las cosas del ingenio y de planificar la manera de sobrevivir a esas necesidades sin "ofender" a nadie.
Los nombres del pedo son varios: cuál le llama "soltó un preso", haciendo al culo alcaide; otros dicen: "fuésele una pluma", como si el culo estuviera pelando perdices; otros dicen: "tómate ese tostón", como si el culo fuera garbanzal.
Esta literatura se diseñó con el fin de tomarse un descanso al garbo de la poesía elevada, de hacer traslúcido el hábito oculto de las formas humanas, de poner de manifiesto la inconformidad de la hipocresía social. Así pues, como al principio de su texto expone Quevedo, si no hay ofensa, hay entretenimiento. Véase abiertamente la crítica del escritor para una temática tan insignificante que llegó a composición reconocida.
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