Un día extraordinario comencé a observar detenidamente y con reflexiva longitud todos los objetos que rondan por la casa. Rondan en el sentido de su estaticidad, pues irónicamente uno como persona es quien deambula por el hogar y se topa con cosas que ni pensábamos que continuaran allí. Día complicado, porque las cosas se pasean de un lugar a otro cuando no las vemos e intercambian lugares, juegan a esconderse y luego se pierden por temporadas. Grato sería ver un desfile de todos los objetos que han perdido su funcionalidad y que se almacenan junto con la pelusa e hilachas que recogen por el camino. Ya no digo que toparemos con el mismísimo Odradek (léase a Kafka), pero sí quizá con algunos de parentesco semejante, con descendientes de esa familia de paseantes perdurables. Para comprender el sentido de la inerte aparición de los objetos caseros es necesario sentirse objeto que respira y tumbarse un día soleado en la alfombra de la sala, para percibir de un modo distinto la estancia en las habitaciones. Eso hacen, al fin y al cabo, los niños, y por ello desbordan una fila de ideas creativas que a los adultos en ocasiones horroriza.
Descubriremos con gracia y asombro que abajo del sillón están las crayolas y pelusas de remotas ocasiones, junto con las "incorrespondencias", que son objetos que no pertenecen en realidad a ningún lado, pues al no estar en la basura no son desechos y al no estar integradas en un formalismo espacial tampoco son arte, no son funcionales materias primigenias porque no están donde venían de origen y ahora están en procesos de metamorfosis (Kafka sabe algo sobre ello). Las incorrespondencias son lo que quieran ser y lo que fueron en un principio: canicas olvidadas, bolígrafos, clips de oficina, hojas de papel, borlitas de algodón, tapas de botellas (y volteamos a mirar al suelo para hallar más objetos).
El sótano es el dominio ideal de las incorrespondencias y objetos olvidados. Por ejemplo, unas agujetas imitarán la manera más sencillas de desplazarse, en un movimiento sinuoso de serpiente, pero habrá olvidado su integración particular a cualquier tipo de calzado. Este objeto ya trascendió su funcionalidad básica y se transforma ahora en algo que excederá las edades de muchas generaciones. Sin embargo, en cualquier momento también podría ser destruido para siempre, pero normalmente uno no corre por unas tijeras y extermina al pobre objeto, sólo le da una nueva dirección y destino. La serpiente agujetosa, o por contradicción idealista, la agujeta serpientosa, se moverá en los basureros, en las coladeras, en las ciudades y sus calles, en otras casas a las que llega por error. Así es, por terrible que resulte, el objeto vivirá más de la cuenta y superará por mucho el tiempo de vida de los creadores.
El antropoide se formará por las células-lata que vagan en muchos botes para reciclado. No obstante, sería un grave error asegurar que todos los objetos extraviados irán a emular las formas del hombre y del ser humano en general. Habrá, de variedades diversas, animales conocidos y bichos ignotos. Odradek (sólo Kafka sabe todo sobre eso), como mascota, eligió el camino de los tejidos y aprendió a caminar, pero no esperemos que absolutamente todas las piezas rotas de una vivienda jueguen dominó con nosotros y se ocupen de la limpieza. Paradoja número uno: "una criatura hecha de fragmentos de incorrespondencias de objetos perdidos se levantará en una configuración íntegra y comenzará por barrer más pelusa". No pensemos con esa teoría ideal, pues puede resultarnos lo contrario, un creador de desorden, un pequeño monstruo que nos deshaga los papeles y los convierta en nuevas incorrespondencias.
Hay objetos que son de temer. Si por alguna razón llegasen a configurarse en rebeldía e integrarse en una forma de antropoide espantoso, estaremos bajo su hipnosis de presencia. Así, el perchero se habrá adueñado de la casa, romperá algunas cosas demostrando su entusiasmo, revolverá las prendas, aparecerá misteriosamente cuando no se le requiere y se ofenderá si en algún momento pretendemos cambiarlo por un nuevo perchero. No nos resulte extraño a esas alturas que nos meta una pata con el propósito y la intención maligna de hacernos tropezar. Con razón varios percheros andan mutilados en el depósito de incorrespondencias, porque abusaron de sus dueños.
Para tranquilidad de algunos, no todos los objetos perdidos son de ambiente hostil, y en los mejores casos puede uno aprender a convivir con ellos. Los más insistentes, volverán las veces que sea necesario con tal de tener una porción de vivienda. "Ya había tirado esos cojines". Ni hablar, se encariñaron con el sillón, aunque no combinen y tengan parches y remiendos y estén desrellenándose. Son una verdadera amenaza para los amantes de la limpieza y renovación extremas. Finalmente la última palabra la tendrá el dueño con medidas drásticas. Paradoja número dos: "Un objeto puede transformarse en una incorrespondencia en cualquier momento, salir del hogar, encontrar otro, y revertir su estado de incorrespondencia a nuevo objeto de reacomodo espacial (no hay novedad de integración molecular)". Hay un traspaso temporal de estados, siempre, en cualquier objeto.
Caminando por un tianguis he visto verdaderas piezas de óxido materializado. Aunque normalmente existen los vendedores de basura, debemos comprender la diferencia entre ésos y los vendedores de incorrespondencias. Basta colocar una manta en el suelo y exponer las piezas perdidas para tener un museo andante y una galería de interesantes despojos de hogares. A través de las pertenencias perdidas se puede hacer una breve, aunque no precisa, interpretación de las características de un dueño. Vale la pena advertir sobre la toxicidad relativa de muchos objetos pequeños, como los peines, que son auténticas tragedias contagiosas. Basta sólo mirar el plástico derretido donde lo traían envuelto, las quemaduras en las manos del vendedor, la decoloración de muchas telas que lo han tocado. Y el condenado objeto persiste, sigue evolucionando y ahora se podrá usar como arma, siempre y cuando se cuente con el equipo adecuado.
El proceso de endurecimiento de los caramelos no terminados resulta interesante. La posibilidad de tener cohabitantes que van mutando es inmediata. Primero el polvo, luego la pelusa que formará unos cabellos y muchas adherencias, pegaduras de papeles y tiras de materiales. Esto explicaría quizá un poco una fórmula que nos revelaría el secreto de la vida de Odradek (pero sólo un poco, pues Odradek está movido por el misterio). Lo que no se pega, por lo tanto se anuda o se hace maraña. O se pega y se anuda, volviéndose un complejo de vida indescifrable.
Sólo la eternidad sabe a dónde van a meterse estos objetos. Y los que no están extraviados tienen perfiles en museo, como un sombrero del siglo XV. Sólo el perchero perdido sabe en qué cabeza cabe. Ah, sí, y un perchero que no sostiene abrigos o sombreros se deprime. Esos estados de ánimo son emulados del ser humano, por eso pueden evolucionar y comprender también el pensamiento. Si hemos, a la inversa, de entender la perdurabilidad de las cosas... Paradoja número tres: "La ergonometría de los objetos es ideal para una simbiosis de funcionalismo, ornato o incorrespondencia. Por lo tanto, lograremos entender a los objetos perdidos imitando ser uno". El ejemplo brilla por su aparición en los castillos medievales: bustos, armaduras, gárgolas, estatuas. Y es necesario entender que a una estatua le gusta ser admirada. Aquí estamos tocando el punto divino de la eternidad de un adorno. "El David" y "la Venus" no se quejan.
No hagamos pues la grosería ni tengamos el descaro de no prestar atención a objetos cuya única función primigenia es la de ser admirados. Si hemos de visitar una casa cualquiera, los ornamentos estarán más que contentos de cumplir con el propósito de no ser olvidados, pero el día que todos se muevan, recuperaremos la estaticidad para nuestros fines. Eso ya existe. Se llama arte contemporáneo de humanos interpretando figuras. Sin embargo, es improbable entender la perdurabilidad de las cosas, el humanoide se deshace y las momias se burlan.
Los descendientes de la fórmula de Odradek persisten, perduran. Y se pasearán con nuestras fotografías, burlándose de nuestra efímera existencia. Paradoja final: "Nuestra existencia perdura porque se reduce a la estática fotografía, mientras que el objeto que la sostiene deambula aún por la casa".
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