Dos dioses charlan mientras juegan con un planeta, arrojándolo de manos en manos. Arriba, donde el espacio y las estrellas se extienden, brillan tres encantadoras lunas, parecidas a papas con queso. Abajo, un agujero negro está limpiando un poco la casa de los dioses, aspirando la basura galáctica. A la izquierda hay una nebulosa traviesa que no está en paz. A la derecha, unos sistemitas solares se balancean graciosamente. Atrás de ellos hay un vórtice de colores. Frente a ellos hay un pizarrón de cristal donde van a diseñar una nueva vida. De vez en vez cruza por los alrededores un cometa furioso, y los dioses ladean la cabeza para evitarlo, sin el menor asombro, sumidos en su discusión. Todo está oscuro, con excepción de la luz que proviene de las estrellas. Eso no importa, ambos dioses pueden ver, sentir, hablar y crear en la oscuridad.
— Yo digo que pongamos dos ojos en cada cabeza. Si ponemos más se van a desorientar mucho. Que sean dos entradas de luz y de imagen, y cada vez que parpadeen pueden sacar fotografías por la boca y guardarlas luego en un álbum.
— No, no. A ese paso llenarán este planeta de basura. Habrá exceso de fotografías de tontería y media. Yo digo que pongamos tres ojos, dos adelante y uno atrás. Así podrán ver si alguien está husmeando y además contemplarán los mares, la lava, el plasma y todas esas cosas del planeta. No me gusta la idea de que saquen fotografías de todo.
— Espera, tengo algo mejor. Les ponemos doble párpado y cuando parpadeen con el segundo par entonces podrán sacar la fotografía por la boca. Es un registro natural de todo lo que harán esas figurillas.
Mientras discuten y elaboran ideas, los dioses pasan sus dedos de luz sobre el panel cristalino y surgen formas en el interior, atrapadas en una transparencia mística, pero tan pronto se arrepienten de una idea, los dibujos se deshacen con un destello que rebota en algunos confines del universo.
— No funcionará. Si les damos tres ojos tardarán mucho en desarrollarlos. Las mejores cosas vienen en pares, mírate, mírame. Bueno, aunque ambos sabemos que de los dos yo tengo las ideas más originales, como esa de una cola que dispara dardos venenosos.
— Estás mal en más de tres sentidos. El primero: el de las ideas más originales soy yo, porque en primer lugar yo decidí que tendrían cola. El segundo: tres ojos son mejores que dos. El tercero: ¿Las mejores cosas en pares? ¿Sólo dos sexos? ¡Qué aburrición! Yo digo que hagamos cuatro o cinco sexos y vemos la mezcla idónea, habrá más experimentación.
— Estás yendo demasiado lejos, olvidas la evolución y el tiempo de vida. Por eso son dos sexos. Uno que se conecte con el otro y asunto solucionado, podrán recrear versiones de ellos mismos, con ligeras alteraciones y beneficios. Y esto demuestra que mis ideas son más apropiadas para este planeta.
— Para el planeta quizá, pero no para los vivientes. Ah, si el problema es el tiempo, ¿con unos 1000 años alcanzará? Esas figurillas pueden durar un promedio de mil años; tiempo más que suficiente para elaborar recuerdos y creaciones que serán añadidas al archivo de la eternidad.
— No, veinte años. Me voy a aburrir si espero tanto tiempo.
— Ochocientos.
— Te doblo el número. Que sean cuarenta.
— No, es muy poco. A ese paso se morirán cuando aprendan a comunicarse. Quinientos. Es la mitad.
— Demasiado. Que sean sesenta, y añadiremos rasgos de erosión para que no caigan de repente, sino por degradación continua.
— ¡No! Entonces que cada quien haga los suyos y luego los ponemos a combatir por el dominio del planeta.
— ¿Qué? —estalla uno de los dioses, alumbrando los espacios cercanos. Después de reconstituirse, con diferente forma pero misma esencia, continúa sugiriendo — Mejor que construyan. Ya tenemos destructores en otros planetas y terminaron comiéndose su hogar.
— Es que el verdadero problema es tu falta de diversión. Es aburrido verlos construir, tardan mucho. ¡Ya está! Que construyan y que luego lo destruyan. Es perfecto, no tenemos esa combinación en ningún planeta.
En ese momento un cometa gigante obliga a los dos dioses a separarse un poco entre sí, para dejar pasar la gran roca incandescente.
— ¿Y luego? ¿Crees que no sé que has mandado a ese cometa para distraerme?
— No, yo no fui. Lo elaboré con los restos de otro planeta pero yo le di libre albedrío.
— No te distraigas, estábamos en lo de la edad. Cien años, ya no doy más. Que deambulen por ese número según su elasticidad mental.
— Doscientos. Ya no puedo bajarlo más. Por eso te decía que cada quien los suyos.
La charla se torna filosa y comienzan a estallar los dioses, una y otra vez, reconstituyéndose siempre. El pizarrón se salpica poco a poco de breves ideas, pero ninguna es firme ni total. Así comienzan a formarse los vivientes del planeta que dejaron volando por allí. Ninguno de los dos quiere hablar de nuevo, son orgullosos y como no pueden darse la espalda crean una barrera impenetrable entre ellos. Cada quien se queda con una parte del pizarrón, y comienzan a diseñar al sapiens. Monologan en su zona.
— Dos ojos, cola con veneno, unas alas que no serán para volar sino para planear. Antenas. Dos sexos para que sea rápido…
— Tres ojos, cinco sexos, dientes grandes y fuertes, capacidad para respirar en plasma…
Aun con todas las decisiones e intentos por crear capacidades aparte, el pizarrón no pudo estar fragmentado por mucho tiempo y regresó a unirse. Entonces los dioses, furiosos, estallaron fuertemente y quebraron varias estrellas. La energía alejó el pizarrón y lo perdió en el espacio, donde lo encontraron otros tres dioses. Al analizar las formas de vida que allí se sugerían, comenzaron a charlar.
— Demasiado tarde —dijo el dios verde. —El planeta que figura aquí tendrá un lío de seres.
— No es tan tarde —opinó el dios azul. —Sólo hacemos unos cambios aquí, otros allá, aquí ya no se puede, aquí sí…
El dios azul arregló lo mejor que pudo el pizarrón, pero el planeta contendría algunos seres mal formados, otros destructores, otros ingeniosos, unos con cola, otros sin ella, unos con tres ojos, dos sexos explícitos pero algunas desviaciones interesantes.
El dios rojo, que era un ojo gigante con labios y que no había dicho nada, pronunció algo para reflexionar: “Por eso les dije que no debíamos hacer tan sólo dos dioses de energía estelar. Un tercero hubiera mediado este lío”. Y los dioses verde y azul asintieron.
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