Durante una tarde lluviosa dos marionetas charlaban en un sofá. En realidad no estaban siendo movidas por ningunas manos, no eran los manipuladores los que charlaban. No estaban en el escenario, ni en una obra de teatro, ni en una presentación importante. Se habían descolgado de las viguillas de madera de donde estaban las demás, "dormidas" a falta de un repartidor de vidas y de políticas. El control de las marionetas era similar en la mayoría: una cruz de madera con pequeñas añadiduras de pliegues con funciones específicas (mover un pulgar arriba o abajo, asentir, levantar cejas). Estas dos marionetas no eran capaces de mover la boca, no tenían separación ni emulación de mandíbulas. Los rostros, perfectamente limpios, giraban según la necesidad de mirar en varias direcciones, puesto que tampoco los ojos eran independientes. Las voces provenían del interior de las cajas torácicas (si es que las había), porque en ocasiones se adelgazaban y luego engordaban según la postura y los movimientos del relleno que consistía prácticamente en algodón de la mejor calidad.
En esa misma habitación, justo en ese momento, 64 marionetas inundaban el espacio. La colección total era de 67, pero dos se habían escapado los meses anteriores y la otra había ido a explorar las terribles fábricas donde se confeccionaban nuevas marionetas, pues había rumores de que allí espantaban. En esas fábricas existían cabezas sin cuerpo, ojos regados, cuerpos con el relleno extraído, manos y pies pequeños dispersos por todo el suelo, una serie de mutilaciones extrañas, en fin. Le gustaba la aventura a la marioneta desaparecida. No iba por el horror, sino por la curiosidad. Además, la leyenda de que "no duele" prometía mucho. Experiencia al fin y al cabo, para tener algo que contar. Las terribles fábricas también eran el destino inexorable de las marionetas que necesitaban una remodelación.
Sucedió un relámpago. A las marionetas esto les parecía una fotografía colosal, con el mejor "flash" del mundo. No hubo trueno. Efectivamente, la luz había provenido de una cámara fotográfica del recién llegado. Era un coleccionista de marionetas. Atrás de él apareció el dueño, empapado por haber estado en la calle. Luego, en un descuido, el que había tomado la foto dejó caer la cámara. Todas las marionetas colgadas se alborotaron, se encendieron las luces y la lluvia cesó por unos momentos. Los dos personajes de tamaño natural, humanos por identidad, se quedaron estáticos. Las dos marionetas que habían estado charlando en el sofá elevaron la voz.
— ¿Quién cometió el error esta vez? —la boca no se movía, pero los gestos del cuerpo eran excepcionales.
Esta pregunta la había hecho el distinguido caballero inglés, con sombrero de copa y todo y reloj de bolsillo elegante (sendas elegancias para reloj y bolsillo). Los bigotes aterciopelados hicieron subibaja gracioso. Se ajustó el hombre diminuto la chaqueta y esperaba respuesta. Todas las marionetas colgadas hicieron bulla y trataron de explicar. Muchas se bajaron para recoger la cámara. Los humanoides seguían estaticos, paralizados, como si fueran de utilería.
— ¿Y bien? Necesitamos terminar este proyecto para mañana. El error de uno es el error global. No habrá represalias, pero necesitamos saber quién dejó caer la cámara para el reporte. —tampoco la boca se movía, pero los gestos eran magníficos.
Ahora había hablado el interlocutor del caballero inglés. Era un bufón simpático, con gorro de colores y cascabeles. El gorro tenía más hilos que la marioneta misma. El traje estaba coordinado con colores contrarios y los zapatos eran el diminuto trabajo ideal de sastre, el mejor confeccionado a esa escala.
Se armó movimiento en la habitación. Todas las marionetas colaboraron para arreglar a los humanos. Los maquillaron nuevamente, los peinaron, les ajustaron la ropa. Las marionetas que estaban a cargo de las cámaras reiniciaron el archivo para hacer una nueva grabación. Hubo papeleo. Las políticas estaban duras allí. El tiempo se acortaba y el proyecto no estaba terminado. Los directores, el bufón y el caballero inglés, discutían en este tiempo de descanso, antes de que se iniciara la nueva toma. El bufón habló primero.
— Yo digo que le coloquen otro hilo a la cámara, por eso se les cae. Ya tenemos el reporte. Fue el esqueleto. Se le fue de las manos —el gorro se movía con garbo, con precisión y soltura.
— Es que si metemos otro hilo allí, se notará en la película. No queremos trabajos de segunda, esto tiene que parecer real. Estas figuras —apuntó a los humanos— deben verse como si se movieran por sí solas. Si quisiéramos filmar algo sencillo bastaría tomar a cualesquiera de los que estamos aquí.
— ¡Ya está! La solución es hilo flexible de arácnido industrial. Es resistente, fácil de manejar. Y se puede reforzar sin que se vea.
Tras breves arreglos y modificaciones, todos se organizaron de nuevo. La escena comenzó nuevamente. La lluvia comenzó a caer por la ventana, las marionetas aparecían colgadas y sólo el bufón y el caballero inglés estaban en el sofá, charlando sobre cosas triviales que casi ni se entendían. Luego subieron el volumen de la voz.
— Se escaparon dos funcionarios —dijo el bufón.
— Y uno fue a explorar las terribles fábricas de nuevos funcionarios. Que dijo que por curiosidad. Hay cabezas sin relleno en esas fábricas.
— Sí, y también, lamentablemente, pedazos de cuerpos y manos y pies.
— Alguien viene. Me pregunto, ¿quién podría ser?
— Vamos a esperar a que entren para averiguarlo.
Luego sucedió un relámpago. Provenía de una cámara fotográfica de un coleccionista de marionetas. Caminó y atrás de él entró el dueño, empapado por la lluvia. El coleccionista tomó nuevas fotos. Luego comenzaron un diálogo (donde las voces eran producidas por marionetas trepadas a la espalda de los humanos).
— Creo que me interesarán varios de estos excepcionales ejemplares —pronunció el coleccionista, colgándose la cámara al hombro.
— Son los mejores que tengo. Hay en esta colección varios presidentes de cosas.
— ¿Qué presiden?
— Cosas. Muchas cosas. Pueden presidir desde fiestas hasta espectáculos. Los que charlan en el sillón son presidentes de comedia y de diplomacia. Necesarios para cualquier política respetable.
— ¿Y son muy caros?
— Eso depende de con qué se paguen. Pero puedo prestártelos por corta temporada.
— Lástima que no los pueda colocar en mi colección permanente, son perfectos.
Después de esto, se retiraron los humanos por donde había entrado y cerraron la puerta. Continuó un diálogo entre el bufón y el caballero inglés.
— Nos han elegido —dijo el bufón.
— Somos idóneos para el puesto, indiscutiblemente —contestó el caballero inglés.
"¡Corte!" Se escuchó un alboroto y felicitaciones. Las marionetas celebraron rápidamente y con brevedad. Todas comenzaron a firmar papeles, a maniobrar con aparatos, a guardar cosas, a mover pertenencias, a charlar, a moverse. En poco tiempo todas las marionetas estuvieron listas para irse y quedó sobre una mesa de utilería un sobre con un archivo secreto sobre una película. Después la escena quedó abandonada.
Afuera, en un pasillo, sentados en un sofá, estáticos, estaban los humanos que habían aparecido en la película. Ambos miraban hacia el infinito mental, perdidos en un limbo según sus ojos. Un televisor frente a ellos les ofrecía montones de comerciales publicitarios. Tenían los humanoides la cabeza llena de telarañas artificiales de los hilos que habían movido las marionetas para la película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario