Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La tristeza me visita.

Soñaba. Desperté y volví a soñar varias veces antes de que el timbre del interfono se escuchara con intermitencia elegante. Hablando de timbres, me gusta que los visitantes toquen de esa manera, con la duración perfecta de tono, breves instantes repetidos que dan aviso pero que no son inoportunos ni molestan. El vendedor del agua deja pegado el dedo como si trajera pegamento, hace del timbre un insoportable estruendo que sólo me provoca ganas de destruírlo. Pero no hoy. Hoy me despertó la ligereza, la atención de un buen timbre tocado y bien empleado. Con justa elegancia he dicho ya.

Pregunté. Nadie respondió del otro lado de la línea. Abrí como por inercia, sea por evitar que insistieran, sea por hacer la buena obra de permitir el acceso a un repartidor de pizza (aunque dudaba, porque traen prisa siempre los repartidores de comida y tocan enérgicamente). Mi cuerpo tenía ganas de estirarse. Hice dos minutos de ejercicio básico de contracciones musculares y busqué las cajas de cereal (que normalmente se esconden atrás del horno de microondas). Hallé un gran crujir entre mis dientes de mi cereal favorito. Poca leche pero suficiente. El plato se me figuró como delicia rara, puesto que por las mañanas es complicado capturar el sabor de algo. La felina coqueteaba con mis piernas, se me talló varias veces buscando un poco de ese manjar líquido lácteo. Hoy no, gato. Luego vas y cagas aguado, y me molesta sobremanera tener que limpiar tus porquerías. Será la próxima semana que tus intestinos estén nuevamente listos. Y me reía de estarle diciendo eso a la mascota.

Unos nudillos en la puerta me interrumpieron. Esa misma ligereza reconocible... Para ser honestos no tenía curiosidad. Me imaginé que era el vecino patético que pide el estacionamiento, un repartidor de propaganda, el otro vecino que había visto un gato y preguntaría si me pertenecía... Me emocionó tantito la idea de que fuera quizá un pariente que no había visto en mucho tiempo, un primo primate, un amigo hermano, un alma empática lista para charlar sobre los infortunios de este mundo exterminador de almas y de ilusiones. No. Al abrir me di cuenta de que era la tristeza quien me visitaba. Traía una cara que no quería ni ver. Seguramente quería que le invitara de mi cereal, así que fui de manera automática por otro plato y le serví.

— Sólo tengo de estas bolas amarillas que crujen —le dije.

Se sentó en el primer lugar que encontró. Miró el plato y suspiró, luego hundió el rostro en la leche. Mi propia tristeza comenzó a convertirse en enojo, como si yo mismo me odiara y me quisiera al mismo tiempo, como si tuviera ganas de matarme y revivirme después.

— ¡Echaste a perder lo poco que me queda de cereal! —grité descaradamente.

La tristeza que me visitaba me volteó a ver y rompió a llorar. Su cara escurría en leche y las lágrimas se le confundieron con el color blanco. Normalmente el consuelo lo ofrezco dependiendo de la persona que está llorando. Al principio me llenó de odio tener que estar aguantando toda esa tristeza inútil, pero después me compadecí de ella y luego alterné sentimientos.

— Por esa razón lloro siempre solo —le dije en un tono más tranquilo—. Así no causaré lástima ni enojo. Es mejor la soledad.

Se levantó de la mesa y fue al sillón, para abrazar desconsoladamente un cojín y continuar sollozando. Me acerqué y le puse la mano en el hombro. Traté de contentar esa tristeza, de distraerla para que se olvidara de los males del mundo y la propia crueldad. Afortunadamente se quedó dormida. La arropé con una sabána limpia y me salí secretamente de mi departamento, pero no di vuelta al cerrojo para que esa tristeza saliera cuando se le viniera en gana.

Me dirigí a comer chocolate en helado, por las endorfinas que alborota. Y me dieron unas breves ganas de viajar al desierto y dormirme a la sombra, para despertar en la cabaña de alguien que tuviera algo interesante que contarme y olvidar que la tristeza estaba durmiendo en mi casa.

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