Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 19 de septiembre de 2010

La inmortalidad del cangrejo.

Cuando alguien piensa en la inmortalidad del cangrejo, no está reparando atenciones únicamente sobre semejante cualidad. La concentración es absoluta y además implica el complejo mundo de las tenazas, de los crustáceos decápodos en sus entornos, de la velocidad de desplazamiento, del camuflaje en los escenarios, de los confines del mar y las partes poco profundas de los océanos. Así pues, también serán revisadas mentalmente las imágenes de langostas y camarones. No obstante, tenemos a un personaje principal: el cangrejo por antonomasia, rojo y redondete, ovalado de formas, pinzas poderosas como las garras de guerra, excavador compulsivo, ministro de combate del mismo dios submarino llamado Poseidón, ojos de periscopio... ¿Qué he dicho? ¡Bruto de mí! Este poderoso animal no es rojo la mayoría de las veces. Ha de tener similitudes con la tierra, con la arena, con las rocas, hasta cristalino si es necesario. Rojo sí, a veces, cuando algún cocinero lo ha metido a la cacerola, pero esos crustáceos no son inmortales. Es más, de serlo, saldrían después del baño de vapor y del agua hirviendo, caminando por la playa como si nada, con una coloración rojiza, como cicatriz que demuestra el fabuloso escape de los dominios de los sapiens devoradores de fauna acuática.

Vaga por allí rápidamente, recogiendo trozos de algas de mar que deben saber muy bien porque son devoradas al instante. Abajo en los arrecifes hay torbellinos de arena y agua salada, un revoltijo, pero ideal para la inmortalidad del cangrejo. Allí en los remolinos cegadores, surge el poder bentónico de esta inmortal criatura, se queda en el centro mirando pasar la comida planctoniana a su alrededor, escogiendo una y otra vez con las pinzas lo que va flotando. ¡Allí un alga! ¡Acá una espora! ¡Aquí migaja! ¿Es esto un pez casi microscópico? Como sea, va para adentro. Me lo como porque soy el dios de los torbellinos, pero ojalá que no me escuche Poseidón. Diez patas. Dos son poderosas armas de estrangulamiento, pero que en este caso son utensilios de acarreo de alimentos. Y ahora hay que salir del torbellino, combinarse con las corrientes de arena, allá viene un pulpo malévolo que me querrá oscurecer el camino. ¡Mira el octópodo! Lo bien que nadan estas criaturas, pero pasan de largo porque sus intereses no están ahora para las duras e inmortales conchas de los crustáceos. Armadura, ministro de combate. Viene armado el cangrejo hasta los dientes, las pinzas también poseen dentadura perfecta. Y si te agarra un dedo con esa fuerza, que tu dios te ayude por no haber sido lo suficientemente rápido para evitar el machucón.

Vagabundos son. Merodean donde más sucio está. No hay que confundir suciedad alimenticia con porquería incomestible. Pueden comer una alga podrida, pero nunca se acercarán a un alga maldita de sabores alienados. Solitarios, desertores que no son perseguidos. Figura inmortal, nada los penetra. Allá viene el tiburón y el cangrejo rápido le esquiva, le pincha un ojo. Luego le sujeta la aleta caudal con su pinza poderosa, el transporte gratuito. No te volverás a acercar para intentar meterte con un dios acuático, ¿verdad? Luego hay que guarecerse entre las rocas, no por miedo, sino por respeto a que el tiburón no volverá a nadar igual en su vida. Artimañas y artilugios, esto es el crustáceo. Justo lo cubre la roca y después no sabrá nadie que esa roca es la cueva idónea. Después las corrientes marinas acercarán un poco de alimento por los resquicios y aumentará el poder adquisitivo.

Luego llega el contrincante a echar a perder el dominio de los mejores lugares submarinos. Cuerpo a cuerpo, pinza contra pinza. Y siendo inmortales, entre dioses, uno puede perder. El combate se ha igualado. ¡Quítate braquiuro! Cada golpe entre las pinzas es silencioso, porque el mar cubre. Es la batalla épica por un torbellino de comida entre las rocas. El invasor lo había estado espiando en secreto, porque si nadie mira, el escondite es un verdadero paraíso. Estos crustáceos son la representación perfecta de dos reinos: pinza negra contra pinza parda. La batalla se extenderá infinitamente porque ambos son grandes combatientes. Armaduras escurridizas con almas que se van incendiando adentro. Ahora realizan unas vencidas de pinza, fuerzas iguales, campos opuestos. El cangrejo negro se retira deshonrado porque no ha podido destituir del trono al pardo rey victorioso. Todavía levanta desde su lugar la pinza, abriéndola y cerrándola como advertencia. ¡Con ésta te corto las patas la próxima vez, entrometido!

Repentinamente hay otro espía. Es una hembra, una cangreja que vigila sigilosamente desde atrás de una anémona blanca con puntas azules. Es hora de mostrar la pinza de nuevo, para que admires el poder de esta tenaza, puedes adorarla, ¿no ves que soy inmortal? El pardo crustáceo comienza una caminata lenta, para cortejar a la visitante. Ella es la belleza submarina: pinzas delicadas blancas, moteadas, patas finas y bien cuidadas, no es una cangreja de los bajos fondos, seguro que vive en un palacio lleno de medusas luminosas que le acarician esos ojos. Cuando se es un dios cangrejo, y aparte inmortal, copular con una hembra así sólo es posible en un reino lujoso. Esta vez quiere el crustáceo pardo tocar otras pinzas, deslizarse con su tenaza sobre la blancura recién vista. ¿Alguna vez fuimos mortales hombres y mortales mujeres? ¿Ya habíamos compartido cama o fue en un sueño? No importa, porque hay anémonas igual de blandas, para jugar a lo que te plazca, princesa de las medusas. ¡Con ésta te elevarás hasta el clímax submarino! Y levantaba pues su tenaza parda que abre y cierra para provocar impacto.

Le da miedo el dios. Es inmortal, le huye la hembra. Bueno, tú te lo pierdes. Regresa el inmortal cangrejo a su torbellino de comida, pizca por aquí, seleccionando cantidad pero no calidad. Porque lo que no me mata me hace más poderoso. Manjar de dioses. Y ahora a dar un paseo fuera de mis dominios...

La terrible red que envuelve todo. Pobre dios, lo han atrapado en el momento más inoportuno. Seguro se lo comerá un mortal. El crustáceo llega vivo al restaurante y lo echan en la cacerola donde su parda coraza se transforma en una armadura pulida, roja y hermosa. Ya no se mueve. Los cocineros: "Lo serviremos con ensalada en camas de lechuga y guarniciones". Un gordo bigotudo de características físicas risibles espera sentado con sendos cubiertos en las manos. Llega oliendo el platillo bastante bien. Al infeliz panzudo le basta picar ligeramente la armadura del dios submarino para provocar la guerra. Salta en un magnífico plan el cangrejo, atrapando la nariz con su mejor pinza, la misma que corrió al cangrejo negro, la misma que asustó a la princesa de las medusas, la misma que comía de los torbellinos... Un grito de dolor. El gordo comienza a palmotear. La gente se asusta. El chef traga saliva. ¡El caos! Algunos aprovechan para salir corriendo sin pagar la cuenta, otros curiosean, otros preguntan. El dios no desiste, sigue apretando cada vez con más fuerza, ¡ahorita te arranco esta carne blandita entre tus ojos boludos! ¡Y ahora con la otra pinza en la mejilla gorda, mortal! Sangre brota. Se armó la guerra.

Un caballero de sombrero elegante entra tranquilamente al restaurante. Parece un ilusionista. Se acerca como un perfecto conocedor de las materias del mar. Llega a donde está sufriendo el pobre animal (el gordo). ¡Prestidigitación! Con un toque de la varita mágica, el dios deja ir la carne sebosa y sudorosa del comensal y sostiene con ambas pinzas rojas el nuevo objeto. El caballero lo mete directo en un maletín y sale con la misma gracia y garbo con los que había entrado. Todos los demás comensales procuran ayuda. Varias horas después el chef sufre escalofríos, casi lo despiden.

Al día siguiente, el dios, cangrejo inmortal ahora con novedosa y pulida armadura roja, vuelve a estar entre el torbellino. La princesa de las medusas se impresiona por el nuevo color. ¡A procrear entre las anémonas! Así como cuando éramos simples mortales: hombre y mujer.

El ilusionista va al restaurante donde ve al mismo gordo comensal. Le habían dado una semana de comida gratis por el incidente. Menos mal que no corrieron al chef. El caballero de sombrero se sienta en una mesa y pide unas galletas. No pudiendo contener la curiosidad, el afectado (que ahora trae vendas en la nariz y banditas en la cara) se sienta en la misma mesa que el prestidigitador.

— Oi... Oiga usted... —tartamudeaba—, ¿cómo logró quitarme a ese monstruo?
— Con magia —respondió el ilusionista, sin despegar la vista del menú.

El gordo no se retiró de la mesa. Estaba allí, contemplando al mago. Impertinente con la mirada, esperando una respuesta más satisfactoria. Después de unos minutos de silencio, el prestidigitador suspiró, entrecerró los ojos y miró de lleno al impertinente comensal. Pronunció las palabras puntualmente, con lentitud y seguridad.

— Mire usted, devorador de manjares, no se ofenda, pero los dioses inmortales no se pueden comer. A usted le valió una nariz y por poco un ojo. Agradezca infinitamente que ese crustáceo no trepó más de la cuenta. Y sobre la remoción, no diré el secreto. Es magia. Simplemente un ilusionismo.

El gordo se levantó hipnotizado y fue a sentarse a su propia mesa. En realidad pocos lo saben, pero cuando uno acerca una vara untada con plancton a un dios inmortal que está a punto de cenarse a un hombre repleto de carnes, se produce un efecto mágico de tributo a esa inmortalidad. Dura coraza roja, armadura de ministro de guerra del mismísimo Poseidón, triturador de carnes blandengues, defensa del territorio, tenaza de temer, conquistador de princesas...

2 comentarios:

  1. Mi imaginación al saber la existencia de este relato giró en otras vertientes, hacia algunas más místicas y no tan bobesponjeras. Jap, broma. No pensé que fuera a ser toda una odisea cangrejil ni mucho menos. Uno se hace expectativas sabes? Pero aún así me quedo con lo que no esperaba, con la garra de la supervivencia y la camaleónica, porqué no cangreleónica capacidad del camuflaje, de la sagacidad sobre la fuerza, del cortejo animal y la poesía que le circunda, con la disputa animal, con la analogía de guerra, con la analogía del antes y de los despueses de las formas y de los nombres. De los verbos y las acciones, del idilio al desencanto. De la pelea por la inmortalidad y... qué onda con tu Deus ex machina, te la sacaste de la manga cuate, en verdad que te lo sacaste. Abigarrado, variopinto, en fin... entretenido. Ya un día me pondré a divagar sobre la inmortalidad del cangrejo para que vayas a burlarte de mí a ritmo del cangrejito playero de Mario Bezares.

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  2. Encantador relato. Una aquí, buscando al cangrejo desde la perspectiva más científica posible y se topa con esto. Me ha quitado ansias, gracias. ñ.ñ

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