Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

sábado, 18 de septiembre de 2010

Mantis religiosa.

Llueve tan ligeramente que no me molesta empaparme. Tampoco me he tomado la molestia de comprar un paraguas, porque no me gusta estarlo cargando cuando no llueve y aún más cuando el cielo se burla de mí dándole una vitalidad extraordinaria al sol. Camino mirando los jardínes, buscando quizá algún insecto que ronde las flores. Siempre me han dado curiosidad las hormigas, los escarabajos, las arañas, pero ningún insecto es tan curioseable como el Stenopelmatus Fuscus (mejor conocido como grillo de la patata). Los niños lo llaman "cara de niño", porque parece mirarte. Y contrariamente al pensamiento popular, este grillo no es venenoso de ninguna forma. Busco con la mirada, agudizo la vista, no hay nada. Han de estar escondidos entre las hierbas.

Un motor asqueroso me devuelve a la realidad de las calles. Sigo caminando por la banqueta. He dejado los jardines atrás y ahora estaré más aburrido mientras llego a mi destino. La gente camina siempre haciendo lo mismo, mirando al frente, moviendo y balanceando sus brazos para guardar el equilibrio en una repetitiva y copiosa actitud, hablando por celular, con cigarrillos en la mano. Son aburridos todos. Nadie salta como conejo ni nadie se pone a dar vueltas sobre su propio eje. Recuerdo entonces con sonrisa en rostro a los chicos del semáforo, haciendo "break dances" y apoyando todo su peso en una mano. Pero aquí en las calles nadie se comporta aleatoriamente. Una vez alguien hizo una excepción: ese día llovía y el paraguas estaba dando vueltas sobre su propio eje. Cosa grata de ser observada. No es que necesiten los peatones zancos para hacer algo novedoso, ni ropas excéntricas, ni sombreros especiales. Sólo necesitan olvidar en casa su zombie rutinario, dejarlo atado a un poste para que no salga a la calle a aburrir a los demás.

Al fin camino por mi territorio, cerca de casa. Pero antes voy a ver a mi maestro de sabiduría. Es una mantis religiosa de color verde. Casi puedo asegurar que ha nacido de un torbellino de hojas frescas que eran de menta. Es hembra, lo que vuelve a mi maestro más interesante a la hora de sus enseñanzas. Llego al jardín secreto que se localiza atrás de mi hogar y lo busco. Demoro quince minutos, hasta que lo veo posado en una extraña flor naranja. Saludo a mi maestro imitando la manera en que guarda sus manos filosas con espinas. Así debería saludar alguna vez a los amigos, aunque me digan ridículo. Después tendrán curiosidad y verán que he estado compartiendo mucho tiempo con la mantis religiosa.

Algunas enseñanzas me las reservo por su carácter grotesco. ¿Comerse al enemigo? Los que fabricaron el movimiento de arte marcial creen que se trata de apresar al enemigo de tal forma que no se pueda mover, para después soltarle el golpe final. Serían más efectivas unas navajas adaptadas a los brazos. Armas novedosas, listas para desangrar los cuellos de los contrincantes. Discretas. Sí. Se podrían usar a través de la ropa aunque después tuviese que comprar más camisas. Lo único que no aprenderé es a confundir la posición de ataque con posición de rezar. Buena idea: voy a aparentar que estoy rezando cuando me ataquen y en el momento más oportuno cortaré cuellos y las yugulares harán fuente roja. Discreto. Después me regocijaré de esta sabia actitud, sin alardear, porque el que mucho grita gasta energías y no se concentra en la mejor manera de suprimir por completo al atacante. Esto me enseña la mantis: paciencia, quietud, tranquilidad, una ráfaga de violencia perfecta en el momento justo y después más tranquilidad.

Hoy hace algo raro mi maestro, creo que no debí venir. Se aparea. Mejor me retiro. No, un momento, quizá aprenda algo bueno sobre la copulación de este insecto. Perdón, de mi maestro mantis. Molesta a su compañero durante el apareamiento. Lo sujeta con violencia y después lo azota. ¿Qué clase de broma es esta? Por fortuna no se lo comió también. Grotesco. Haré algo divertido de esta enseñanza.

Llego en silencio. La cena está servida por mi esposa. La disfruto lentamente y después voy hacia la habitación para saludarla. Ya duerme. No, un momento, se está despertando. Me recibe con un beso y no respondo. La apreso repentinamente contra mi cuerpo y después comienza un ritual salvaje de esos que describen los poetas con abundancia. Durante el acto la azoto contra la cama y le propino unas cachetadas justas. Ella responde con violencias. Al finalizar, la arrojo con más fuerza para que caiga rendida. Voy ahora por un pan y un vaso de leche, me ha dado hambre. Regreso a dormir.

— ¿Dónde aprendiste eso? —me susurra al oído. Su voz esconde una risilla.
— Con la mantis religiosa —contesto sinceramente.

Afortunadamente había cenado antes, porque intentar comerme a mi esposa sería grotesco y absurdo. Además, mi maestro no es de cautiverio. Volteo despacio para mirarla a los ojos tal como lo hacen los grillos de la patata, con nobleza y ternura.

— ¿Y esa mirada también es de la mantis? —propone riendo.
— Cara de niño —digo puntualmente.

Al día siguiente veo a los peatones con su copiosa actitud, sin voltear a ver a los jardines. Veo una pareja discutiendo fuertemente. Seguro es porque su ritual no tiene novedades. Deberían voltear a ver los jardines.

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