Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

viernes, 12 de marzo de 2021

Casi infinita.

 Cuando a aquel narrador le pidieron una historia casi infinita, lo solucionó con practicidad: hizo un libro grueso que diera la vuelta 180 grados, de tal forma que la contraportada se juntó con la portada y aquello se volvió un objeto incapaz de cerrarse. Sólo que contenía un error muy evidente: la historia terminaba y volvía a iniciar. Agregó una variable que prometía dar algunos resultados interesantes: en vez de comenzar en la página uno, podía ser en la cien y tarde o temprano la historia cobraría sentido. Pero, ¿y para los que ya la habían leído? Podían encontrar algo nuevo, como cuando se mira una película por segunda vez para enfocar esos detalles que al principio se pasaron por alto.

Este sistema rudimentario se mejoró cuando se transcribió al formato digital. En una base de datos se colocaron todas las páginas y se ideó un programa que entregara páginas al azar, pero usando algunos conectores de ideas para que aquello tuviera secuencia. Así, cada vez que alguien leyera el libro, podía obtener una historia similar, pero con diferencias. Algún lector hizo las pruebas pertinentes y dijo que la historia se extendía mucho, que no creía llegar al final pronto y que se estaba poniendo interesante. Alguien preguntó: "pero ¿no te sabes ya la trama y los personajes? Esos no cambian. Aunque las hojas se entreguen en un distinto orden tú ya sabes el desenlace". Dicha crítica sirvió, por supuesto, para hacer mejoras en aquella historia pseudoinfinita.

Se añadió otro libro más, por lo que el número de páginas aumentó. El autor original formuló diagramas de flujo con categorías gramaticales. Aquello era un principio simple: un sujeto X realiza una acción Z y tiene una consecuencia V. Todo progresó hacia algoritmos y en menos de dos años se tenía ya una biblioteca con inteligencia artificial. Se podían agregar más libros cada vez para que las historias fueran más complejas. O mejor dicho: la única historia que no había terminado de contarse jamás. Resultó que, por ejemplo, el explorador de cuevas de un libro no terminaba nunca sus aventuras, porque luego tomaba un viaje en barco y allí tenía más problemas. Era un único protagonista que luego aprendía a hacer más cosas, ahora era piloto, luego capitán, ora poeta y un gran francotirador.

Aquel sistema había sido diseñado para entretener infinitamente, pero pronto cayeron en la cuenta de que en realidad era una máquina de generar ansiedad. El lector podía acercarse cada vez más al final del libro pero nunca llegaba a él. Podía pasar, digamos, los últimos treinta años de su vida leyendo mil páginas diarias y era como seguir la vida privada del protagonista día con día. Mientras el personaje principal no muriera aquella novela podía seguir y seguir...

Después del gran número de quejas de lectores, el autor decidió poner un final a aquello. Apagó el programa, tomó su máquina de escribir y envió a su protagonista al exilio. Terminó toda aquella parafernalia con la siguiente frase:

"Fue así como el capitán, teniente explorador, submarinista... (y todos los demás títulos del señor) quedó varado en una región donde una enfermedad le cobró la vida".

Nadie estuvo satisfecho. Definitivamente hay novelas que deberían seguir y seguir, para que el final no decepcione. O mejor escribir novelas que duren poco y tengan finales interesantes.

Todos los lectores se quejaron de aquello y pidieron al autor que reencendiera el programa, porque estaban melancólicos. No obstante, el autor se negó. Se comprometió, sin embargo, a llevar a partir de ese momento un blog que comenzaba de la siguiente forma:

"En un extraño suceso, el capitán, teniente explorador (y los demás títulos) recuperó un aliento de vida y volvió al mundo". Fue aceptado. Todo era simplemente que la literatura no puede reciclarse así nada más. Los lectores detectan eso a millas.

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