Hay una manera muy fácil de dudar sobre algo cuando se narra una historia creíble: usar quizá, tal vez, a lo mejor... Si el texto es tuyo, no dudes, estás en ese mundo en constante obra. Algo se derrumba y algo se edifica. No, aquí no caben las incertidumbres. ¿En un personaje? Se te perdona, porque está aprendiendo a adaptarse al entorno. ¿Pero de un autor? Impropio, imperdonable. Si persiste la duda, también harás dudar al lector.
Quizá Beatriz pensaba en que aquello no era lo mejor, ¿estás especulando? ¿Por qué no le preguntas? Beatriz te lo dirá para que puedas narrarle esa acción de mejor manera. Y si no puedes resolver esa duda sobre Beatriz entonces omite la línea. O sustitúyela. No hagas pensar a Beatriz, impón su orden narrativa y ya ella se las arreglará posteriormente en otro capítulo para desafiarte. Es simple:
Aquello no era lo mejor para Beatriz. No lo era y punto. ¿Alguna objeción? Beatriz puede dudar, pero tú no:
Beatriz dudó. Quizá aquello no era lo mejor... No, no. Así no. Cuesta trabajo dejar de dudar. Hagámoslo de nuevo:
Beatriz dudó. Aquello no era lo mejor... Así. Que la incertidumbre se vaya al carajo por un rato. El autor es constructor, narra porque conoce el mundo, si eres omnisciente con mucha más razón está prohibido que pongas en duda las acciones de los personajes.
Pensarás entonces en que el personaje quiere algo. Siempre quiere algo, pero no lo pongas a la vista. No dudes de eso que quiere, tú lo sabes, señor autor. Es magistral cuando los lectores dudan, siempre y cuando se les ocurra a ellos esa incertidumbre. Tú no puedes poner de manifiesto directo cuándo un lector debe dudar. Puedes sembrar la duda, con argucia: hacer que personajes y lectores duden. Eso sí.
Beatriz quería tal vez encontrar al amor de su vida.
En el fondo tú sabes lo que Beatriz quiere. Y sabes cuáles son sus dudas. Resuélvelas, que para eso eres el autor.
Es más, vamos a preguntarle:
Beatriz, ¿quieres encontrar al amor de tu vida?
—Ah, no lo sé. Sí, pero no. ¿Tú sabes quién es?
Yo no te contestaré. Que lo haga el autor de tu historia.
¿Ves, autor? Debes resolver eso, sin dudar. Tú tendrás tu propio diálogo con Beatriz, para que cuando ella salga a escena en los diálogos de tu obra se note que Beatriz sabe lo que quiere. No puedes permitirte que los lectores se den cuenta de que no conoces a Beatriz. No hagas tonterías. Conócela. Y no, desafortunadamente un autor no puede tener una relación seria con un personaje. Se quiebran cosas, se confunden sentimientos.
De verdad, quítate el vicio de los "quizá, tal vez, acaso". Que Beatriz los use todas las veces que quiera, mejor.
Y si vas a usar esas expresiones, hazlo de forma idónea. Tal vez esos adverbios de duda están hechos para usarse como las balas de un revólver. Máximo seis, en posiciones estratégicas que al ser disparadas den en el blanco al cuento.
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