Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 2 de marzo de 2021

Zeta veintitrés veintitrés.

 La pelusa de una casa que no se ha limpiado en mucho tiempo contiene, además de pequeños mundos para ácaros, las memorias de un habitante. Así como un pelo contiene información genética, en la pelusa hay pequeñas fotografías que el ácaro va poniendo en su entorno.

Tomemos por ejemplo el caso de Z-2323. Un ácaro decimonónico que se había mudado de alguna residencia y se había exiliado a causa de la guerra. Había pasado la mayor parte de su vida en libros. Cabe aclarar que no por eso era un ácaro culto, porque una simple letra tenía un tamaño descomunal para él. No obstante, por experiencia, por ensayo y error, sabía que se puede soportar casi todo, excepto una bomba atómica. Ni las aspiradoras, ni los plumeros, ni trapos húmedos, ni el agua habían podido con él. Cada vez que un intento de limpieza amenazaba su vivienda, todo el universo contenido en la mota de polvo flotaba completa y aterrizaba en alguna otra parte. Era, para efectos prácticos, una forma de viajar con estilo.

Ahora estaba instalado en la parte superior de una puerta de apartamento que se abría y cerraba dos o tres veces al día. Tenía allí algunos sillones hechos de la misma materia pelusienta (todo ácaro sabe tejer un poco), mesas, notas. El dueño del apartamento no tenía ni por costumbre ocasional limpiar en esa zona, por lo que Z2323 tenía ahora una existencia estable. No digamos que libre de problemas por que ese terreno tenía una alta cotización entre ocupantes. Todo mundo sabe que los ácaros pagan con esferas de polvo compactadas que se usan para transportar bienes sin que resulten dañados. La parte superior de la puerta era, en otras palabras, una suite de alta demanda. Las paredes de pelusa separaban las estancias y los fraccionamientos. Era un poco el paraíso: no había humedad, el aire no soplaba tan duro y treinta años de imperturbabilidad respaldaban todo.

Las fotografías colgadas en las paredes eran retratos que Z2323 había tejido; quizá los había soñado. A él le gustaba creer que la física cuántica le decía que pertenecía a un mundo más grande donde habitaban seres con los rostros que había tejido. Estaba allí la sra. García, el sr. Escobar e hijos. Estaba muy agradecido con ellos porque aquella zona era de difícil alcance ante el holocausto de un trapo húmedo. Y por si fuera poco, en días de fiesta partículas de aceite con comida llegaban flotando directo hasta la mesa. Si se había preparado alguna pasta, las partículas de la misma inundaban el marco de la puerta. Z2323 siempre comía bastante bien.

A veces, en invierno, llegaban los problemas. El aire frío traía consigo nuevas habitaciones flotantes de ácaros de otras partes que por mera casualidad quedaban ancladas un poco más abajo del marco de la puerta, lo que los convertía en vecinos no deseados de Z2323. Ellos avanzaban, sin querer, hacia la propia estancia, hasta que sin saberlo estaban invadiendo ya propiedad privada. Se llegaba entonces a un duelo de contabilización de esferas compactas de polvo: quien tuviera más debía quedarse y el otro se iba. Afortunadamente un siglo de acumulación de esferas era victoria segura para Z2323.

Aquel nombre en clave formaba parte de los propios recuerdos. Quizá alguna configuración subatómica había simulado ese apodo. Z2323 tenía noción de ser uno entre miles de millones. Era, genuinamente, el primer ácaro de su especie que se autonombraba. Los demás ni siquiera sabían que debían tener nombre propio.

Z2323 reconocía muchos más retratos que había ido tejiendo cada año. Había rostros de amigos de los dueños del apartamento. Había caras de otras casas. Facciones de gente que también estaba exiliada. Eso sí, tenía en la estancia principal las vigentes, pero las demás formaban un catálogo excelso. Y eso le daba también algo para no aburrirse. Cada mañana llegaba a su conciencia la visión de otro rostro por tejer. Así fue un 23 de abril. Comenzó a mover las patas y en su borla de pelusa se construía la forma de una mujer terrible que anunciaba algo de mal augurio. Después de examinarla cuidadosamente, Z2323 apenas tuvo tiempo de levantar toda su residencia. Aquel día se le ocurrió a la sra. de la limpieza del edificio pasar el trapo húmedo con alcohol por allí.

Los demás habían sufrido otro exilio. Pero no Z2323. Pronto las zona colindantes quedaron libres y él bajó del techo usando unas poleas de pelusa que mantenían todo en su lugar. Su mecanismo de mover su estancia en una sola pieza había funcionado. Y se extendió a sus anchas. Aquel acontecimiento fue registrado en su bitácora como: "el holocausto del 23 de abril". Y había sobrevivido. Se convirtió en el primer ácaro del mundo en tejer noticias para otros, con el fin de evitar tragedias.

Y una mañana, como por sueño extraño, visión o sugestión, al hijo del dueño de aquel apartamento se le ocurrió pintar a un ácaro llevando una vida perfecta y cómoda, imperturbable, encima del marco de la puerta de entrada. Cosas de la física cuántica...

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