Si la poesía es la exaltación del lenguaje común hacia lo sublime, donde las metáforas van hacia la interpretación multidireccional, entonces es lógico pensar que la diatriba es lo opuesto. En medio está, por supuesto, el lenguaje de uso constante. Así, pongamos el siguiente caso para ilustrar lo anterior:
Una estrella estará justo en su parte media cuando apuntamos a su definición. Un cuerpo celeste que brilla en la noche. Colocada en el pedestal de la poesía: un ojo distante, un diamante enorme, un sueño que se le escapó a tal o cual doncella. Situada en el montículo de la diatriba: una esfera explosiva, un punto blanco inalcanzable, un defecto del manto nocturno, un pedazo de algo que se consume.
¿No es, sin embargo, la diatriba, una variante efímera y excéntrica de la poesía? Si es esta última la manifestación de la belleza o esteticidad como cualidad del lenguaje, ¿no sería arbitrario algo bello en los ojos de cada observador? Véase a la estrella como una perforación del manto negro que deja pasar un fondo blanco. ¿Y si se dijera que la estrella es un fragmento de otro astro hecho pedazos? Según se ve, es fina la capa que divide la interpretación de semejante mensaje.
Estrella, amargo mensaje del desamor. Falsa esperanza.
Es un verso, pero no exalta al objeto.
Ya no parece tan lógico que lo opuesto de la poesía sea la diatriba. Por lo tanto, cabría la posibilidad de que el polo realmente opuesto sea un lenguaje incongruente, de un nivel de baja interpretación, rudimentario y primitivo (tal vez hasta incompleto):
Estrella. Luz. Lejan, ya. No. Sin, sin. Nul.
En dicha oración se roza la barrera de lo ininteligible. Quizá sea este punto de la deformación del lenguaje el que lleva al detrimento de la poesía, como un veneno de esta. Al lenguaje común se le puede entonces envenenar con la deconstrucción y destrucción, o se le puede sublimar con el antídoto de la poesía. Y estos niveles no están situados a una altura exacta.
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