Cuando leí el título de esta historia, cruzó por mi cabeza la idea de que el pájaro iba a sortear toda una serie de incomodidades, aprendizajes y retos para que al final saliera volando como si nada, en un heroísmo autónomo. No me equivoqué, pues así lo relata el siguiente cuento, fiel y claro.
El ave cayó de su nido como plomo. Pese a los intentos de su madre por hallarlo, la espesura de las hierbas imposibilitó la tarea hasta darse por vencida. En otra historia cruel aquí hubiéramos colocado el punto final, sin más que decir. No obstante, vemos que los gusanos que cruzaban por allí llamaron la atención del crío. Con un poco de suerte, un niño que enterraba tesoros en la tierra de su jardín dio con el ave y la llevó a su casa para cuidarla.
Todas las mañanas se alimentaba de cereal y de papillas de fruta que el niño quitaba de su propia porción. Pronto todo comenzó a fluir como en familia, adaptándose al ritmo apresurado de la ciudad. Personalmente creo que debemos quitar este párrafo, pero lo dejaremos para que entretenga un poco y nos imaginemos cómo el pájaro se zambulle en el plato de leche. ¿Lo pueden ver? El plato es más o menos hondo.
Está de más mencionar al gato de la familia, que en este caso es el némesis del ave. Tranquilos. Sus características: leer el periódico todas las mañanas, beber leche al lado del ave, echarse en el sofá y jugar al buscapalabras. Más que seguir el cliché de los gatos por capturar diminutos objetos en movimiento, el felino se convirtió en el maestro zen del pájaro. Lo fue guiando, le mostró anatomía básica, le habló de los vientos, del clima y de la física. Todo, para preparar al ave hacia su destino final.
Cuando estuvo listo, el padre de familia se llevó al ave para su examen de vuelo, que aprobó con honores. Así, con gran regocijo, hoy el ave es piloto de un avión comercial. Sobra decir que el traje de piloto aviador le sienta de maravilla.
27 letras y la infinita imaginación. Letras que vienen desde algunas profundidades, de otras sinceridades del alma y de curiosidades del espíritu.
Tren Literario

No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn
martes, 22 de diciembre de 2015
lunes, 21 de diciembre de 2015
Rimas.
Las rimas son por lo general presentadas como unas doncellas bien vestidas, sincronizadas, esperando nuevos pretendientes para casarse. Cuesta trabajo reconocer a aquellas que están divorciadas, pues aunque podrían ir bien con otras palabras siempre les parece que deben esperar a una mejor. Entretanto, se divierten con algunas en lo que llega el vocablo indicado.
De tanto tiempo que pasa, las doncellas comienzan a aburrirse. No envejecen ellas. Dons. Siempre se mantienen perfectas al final de la oración preparante, en un muestrario de dulzura, candor y alegre vivarachez. Ellas prefieren los poemas cortos, con pocas estrofas y versos reducidos, para poder lucirse en la pasarela que precede a los puntos.
Nos parece que las rimas no saben de razón. Sus casas están hechas entre nubes de imaginería y latires imparables de corazones jóvenes de los poetas que las diseñan. Ellas son siempre. Siempre son. Dons. Las dueñas de un futuro que nunca llegó o que pisa los talones del poemario pero que aún no se asoma. A ellas no les importa el vestuario disonante, ni asonante. Ni cons.
Es más bien cómo se arreglan entre ellas para darle una categoría a la hoja. Véaseles patinando al final del renglón, solitarias, construyendo un poema pequeño al general, que es sólo para ellas. Dons.
De tanto tiempo que pasa, las doncellas comienzan a aburrirse. No envejecen ellas. Dons. Siempre se mantienen perfectas al final de la oración preparante, en un muestrario de dulzura, candor y alegre vivarachez. Ellas prefieren los poemas cortos, con pocas estrofas y versos reducidos, para poder lucirse en la pasarela que precede a los puntos.
Nos parece que las rimas no saben de razón. Sus casas están hechas entre nubes de imaginería y latires imparables de corazones jóvenes de los poetas que las diseñan. Ellas son siempre. Siempre son. Dons. Las dueñas de un futuro que nunca llegó o que pisa los talones del poemario pero que aún no se asoma. A ellas no les importa el vestuario disonante, ni asonante. Ni cons.
Es más bien cómo se arreglan entre ellas para darle una categoría a la hoja. Véaseles patinando al final del renglón, solitarias, construyendo un poema pequeño al general, que es sólo para ellas. Dons.
lunes, 7 de diciembre de 2015
Imperdonable.
Estimado Juan:
Las actividades evolucionan y los días cambian. Los proyectos van evolucionando a buen ritmo y nuestros clientes están satisfechos. Nuestro índice de ventas se ve como la espuma de una cerveza: va para arriba. En fin, todo ha ido viento en popa y habíamos considerado aumentarle el sueldo en un 10% por su excelente desempeño. Sólo que hay algo que aún no entendemos. Algo que ha cambiado el rumbo de su salario. Algo que nos mantiene al margen.
Charlamos con el comité y nos hemos enterado de los errores menores o imprevistos, que por supuesto hemos pasado por alto. Podemos perdonarle su falta de higiene, su presentación un tanto descuidada, su habitual impuntualidad que se lleva siempre de tajo unos 20 o 25 minutos, su descuido con algunos libros que llena de grasa, su falta de atención con los clientes, sus estornudos estrepitosos que interrumpen a algunos lectores en la sala, el olor tan agudo del cloro que no diluye, la música que trae demasiado volumen en su dispositivo móvil y su voz no hecha para el canto. Todo ello se opaca un poco con la limpieza que usted se encarga de dar a los anaqueles.
Lo que no vamos a perdonarle nunca es que entre tantos libros, personas que charlan con usted, capacitaciones y talleres de cuentos, haya tenido el descaro de corregir un libro nuevo, sustituyendo la palabra "paciencia" con "pasiensia". Corregir lo correcto no lo hace más correcto.
Hemos decidido disminuirle el sueldo en un 10%. O bien, si lo prefiere, puede presentar su renuncia.
Atte.:
Dalia.
Las actividades evolucionan y los días cambian. Los proyectos van evolucionando a buen ritmo y nuestros clientes están satisfechos. Nuestro índice de ventas se ve como la espuma de una cerveza: va para arriba. En fin, todo ha ido viento en popa y habíamos considerado aumentarle el sueldo en un 10% por su excelente desempeño. Sólo que hay algo que aún no entendemos. Algo que ha cambiado el rumbo de su salario. Algo que nos mantiene al margen.
Charlamos con el comité y nos hemos enterado de los errores menores o imprevistos, que por supuesto hemos pasado por alto. Podemos perdonarle su falta de higiene, su presentación un tanto descuidada, su habitual impuntualidad que se lleva siempre de tajo unos 20 o 25 minutos, su descuido con algunos libros que llena de grasa, su falta de atención con los clientes, sus estornudos estrepitosos que interrumpen a algunos lectores en la sala, el olor tan agudo del cloro que no diluye, la música que trae demasiado volumen en su dispositivo móvil y su voz no hecha para el canto. Todo ello se opaca un poco con la limpieza que usted se encarga de dar a los anaqueles.
Lo que no vamos a perdonarle nunca es que entre tantos libros, personas que charlan con usted, capacitaciones y talleres de cuentos, haya tenido el descaro de corregir un libro nuevo, sustituyendo la palabra "paciencia" con "pasiensia". Corregir lo correcto no lo hace más correcto.
Hemos decidido disminuirle el sueldo en un 10%. O bien, si lo prefiere, puede presentar su renuncia.
Atte.:
Dalia.
lunes, 16 de noviembre de 2015
Con conocimiento de causa.
Las palabras son volátiles como un barril de pólvora. Llega un buen hombre y las carga y las almacena. Cuando tiene un arma literaria las dispara con gentileza. Todo funciona de maravilla.
Sin embargo, también puede llegar un mal hombre y las carga y las acumula de mal modo, con mala fama y con muy mala costumbre. Las mancha, las embrutece, las ridiculiza, las destruye y las deforma. Luego tenemos mucho monstruo deambulando por ahí, que en realidad no son tan malos, si tienen conocimiento de causa.
Bien por arte y por ego, un conocedor puede mover sus palabras sin hacerlas explotar. Va y adopta algunos monstruos para embellecerlos, con gracia y estilo. Para que no se sientan solos, hace obra de caridad y construye uno que le brota de su alma, así, tuerto de acentos y mutilado de ortografías, para que haga compañía sana y con el tiempo cure a los demás de sus males.
Sin embargo, también puede llegar un mal hombre y las carga y las acumula de mal modo, con mala fama y con muy mala costumbre. Las mancha, las embrutece, las ridiculiza, las destruye y las deforma. Luego tenemos mucho monstruo deambulando por ahí, que en realidad no son tan malos, si tienen conocimiento de causa.
Bien por arte y por ego, un conocedor puede mover sus palabras sin hacerlas explotar. Va y adopta algunos monstruos para embellecerlos, con gracia y estilo. Para que no se sientan solos, hace obra de caridad y construye uno que le brota de su alma, así, tuerto de acentos y mutilado de ortografías, para que haga compañía sana y con el tiempo cure a los demás de sus males.
sábado, 14 de noviembre de 2015
Teatro sencillo.
En todas las funciones él se sentía incómodo. Pocas veces fue a los ensayos porque sentía que no estaba dando el máximo. Ángel le dejó tarea varias veces:
— Debes estudiar a tu personaje, sentirte un rato él. Como en casa, allí tranquilamente, ¿qué hace tu personaje? ¿Cómo se siente?
La chica con la que trabajaba no le hablaba, ni en la función ni en los vestidores. Todos intentaban meterse en sus personajes y para cuando terminaba la función ella ya estaba hablando con alguien más.
El director había dicho que eso de no dejar nunca el personaje entre telones era para dar mayor dinámica a la obra. Todo fluía más rápido. No había mucho que acomodar ni tantos cambios que hacer.
El día de la función más importante él se desmoronó. Arrojó todo por la borda, sus horas de preparación, sus estudios, su personaje. Todo se fue a la basura. Tras desmoronarse, se levantó libre de su disfraz, harto de ser pisoteado durante 2 horas. Los espectadores, atónitos, sólo escucharon una frase fuera de libreto:
"¡Ya no soporto ser un maldito puente de utilería!"
viernes, 13 de noviembre de 2015
Ideas.
Casi nadie sabe que al cruzar el espejo, mientras se vacila entre dormirse y despertarse, se hallan las ideas pensadas, no escritas y olvidadas. Una vez en ese punto, del otro lado idéntico de la habitación, cruzando el reflejo, hay que tomar la medida de un pescador de viento y sacar una red para capturar en el aire todas las ideas sueltas.
Si se les corretea, la corriente aumenta y sólo provocamos la huida. Si se les espera, no caerá nada en la red. La mejor instrucción consiste en moverse completamente como una idea propia, intentando hacerse frase con las otras ideas, haciendo uso de esas luciérnagas que son en realidad conjunciones.
Puesto que las ideas olvidadas evolucionan de distinta forma que las que aún nos quedan, pronto creeremos que no son nuestras. Son, materialmente dicho, como huevos de los cuales pueden surgir distintas aves salvajes que no van a hacernos caso, nos picotearán y aletearán. En este punto nosotros debemos adaptarnos a la idea salvaje y no al revés. Hay que preguntarse cuántas ideas huevo andan quebrándose por ahí y cuántas aves horrendas acechan. Otras quedan al abandono.
Ante estas circunstancias invasivas, lo mejor es volver del otro lado del espejo y apurarse a despertar, tomar una pluma y ver si las ideas recapturadas no se han fugado de nuevo.
Si se les corretea, la corriente aumenta y sólo provocamos la huida. Si se les espera, no caerá nada en la red. La mejor instrucción consiste en moverse completamente como una idea propia, intentando hacerse frase con las otras ideas, haciendo uso de esas luciérnagas que son en realidad conjunciones.
Puesto que las ideas olvidadas evolucionan de distinta forma que las que aún nos quedan, pronto creeremos que no son nuestras. Son, materialmente dicho, como huevos de los cuales pueden surgir distintas aves salvajes que no van a hacernos caso, nos picotearán y aletearán. En este punto nosotros debemos adaptarnos a la idea salvaje y no al revés. Hay que preguntarse cuántas ideas huevo andan quebrándose por ahí y cuántas aves horrendas acechan. Otras quedan al abandono.
Ante estas circunstancias invasivas, lo mejor es volver del otro lado del espejo y apurarse a despertar, tomar una pluma y ver si las ideas recapturadas no se han fugado de nuevo.
jueves, 12 de noviembre de 2015
Ya no más.
Como si cualquier pretexto fuera suficiente, como se sirve una sopa del día así sin más, así de nuevo llegaste tarde. Siempre tienes entre manos o asomándose por el borde de la manga un plan para explicarlo todo: un desastre, el trillado embotellamiento, una ambulancia, una falla mecánica, los relojes... todo, excepto una mala organización de tus planes.
Así que, naturalmente, tal cual como te lo había dicho varias citas atrás, yo nunca te voy a esperar. Siempre te espío para calcular el tiempo y la distancia, en una ecuación casi perfecta, con tal de llegar justo en el momento, sincronizados. Al menos siempre llegas, y por una compatible decisión, cuando has decidido cancelar ya lo sé y por tanto me evito la pena de ir. Cro-nó-me-tro. No sería mala idea regalarte uno ahora para Navidad.
¿Tienes una idea de a cuánta gente le has quedado mal? ¿Cuántos corazones inocentes has zarandeado? ¿Cuántas comidas te has perdido? ¿Cuántos malos humores has hecho nacer de las entrañas del estómago de los que te esperan? ¿Has reflexionado en que una vez que lo hiciste aseguran que lo volverás a repetir? ¿Te acuerdas cuántas veces he tenido que tirarte de las orejas cuando debemos asistir juntos a un evento? Te he tenido que abofetear dos o tres veces para que entres en razón de que jugar con el tiempo de los otros es sin duda una memorable falta de respeto.
Ya hemos charlado de esto. No eres tú, soy yo. Y me doy demasiada importancia como para seguir jugando a que un día sin más no llegarás y yo me quedaré esperando para siempre. Es todo. No volverás a llegar nunca tarde en tu vida. Te lo prometo.
Una pistola. Cargada. Un disparo. Un espejo hecho pedazos. Un alivio.
Así que, naturalmente, tal cual como te lo había dicho varias citas atrás, yo nunca te voy a esperar. Siempre te espío para calcular el tiempo y la distancia, en una ecuación casi perfecta, con tal de llegar justo en el momento, sincronizados. Al menos siempre llegas, y por una compatible decisión, cuando has decidido cancelar ya lo sé y por tanto me evito la pena de ir. Cro-nó-me-tro. No sería mala idea regalarte uno ahora para Navidad.
¿Tienes una idea de a cuánta gente le has quedado mal? ¿Cuántos corazones inocentes has zarandeado? ¿Cuántas comidas te has perdido? ¿Cuántos malos humores has hecho nacer de las entrañas del estómago de los que te esperan? ¿Has reflexionado en que una vez que lo hiciste aseguran que lo volverás a repetir? ¿Te acuerdas cuántas veces he tenido que tirarte de las orejas cuando debemos asistir juntos a un evento? Te he tenido que abofetear dos o tres veces para que entres en razón de que jugar con el tiempo de los otros es sin duda una memorable falta de respeto.
Ya hemos charlado de esto. No eres tú, soy yo. Y me doy demasiada importancia como para seguir jugando a que un día sin más no llegarás y yo me quedaré esperando para siempre. Es todo. No volverás a llegar nunca tarde en tu vida. Te lo prometo.
Una pistola. Cargada. Un disparo. Un espejo hecho pedazos. Un alivio.
lunes, 26 de octubre de 2015
Harta.
Ella no entiende esa parte de la memoria a corto plazo que se le borra a él todos los días. Al cruzar por las piedras y llegar a la fuente, él la saluda de nuevo, preguntando sobre cómo estuvo su día, aunque sabe perfectamente lo que hizo ella el día anterior.
Todas las noches van a buscarse a las ocho, como los gatos de las azoteas que hacen ronda sobre los tejados oscuros y se pierden para admirar el cuarto creciente.
Hoy ella llega erguida más de la cuenta. Lo espera cinco minutos. Se ajusta el vestido y después de dejar sobre los ladrillos la canasta de pan, se acerca a él. Vuelve la cantaleta del día anterior: ¿cómo estuvo tu día? ¿dormiste bien? ¿me extrañaste? Sin avisar, de su brazo delicado sale una bofetada a la velocidad del rayo, dejándolo perplejo.
— Por haber llegado tarde y por repetirme lo mismo.
Él agacha la cabeza y suplica por un perdón que no llega. Ella toma su canasto, saca una pieza de pan, la muerde y se la deja a él envuelta en una pañoleta, sobre los ladrillos.
Se va erguida, con el corazón muy enojado. Gruñe un poco como los gatos que pelean en los tejados. Ella quiere escuchar historias nuevas, una nube, un perro, un árbol, un niño en bicicleta o lo que sea, menos el terrible "cómo estuvo tu día", pues ella lo que quiere es un beso de esos que estallan de sorpresa y que no tengan que saludarse nunca más con palabras.
Todas las noches van a buscarse a las ocho, como los gatos de las azoteas que hacen ronda sobre los tejados oscuros y se pierden para admirar el cuarto creciente.
Hoy ella llega erguida más de la cuenta. Lo espera cinco minutos. Se ajusta el vestido y después de dejar sobre los ladrillos la canasta de pan, se acerca a él. Vuelve la cantaleta del día anterior: ¿cómo estuvo tu día? ¿dormiste bien? ¿me extrañaste? Sin avisar, de su brazo delicado sale una bofetada a la velocidad del rayo, dejándolo perplejo.
— Por haber llegado tarde y por repetirme lo mismo.
Él agacha la cabeza y suplica por un perdón que no llega. Ella toma su canasto, saca una pieza de pan, la muerde y se la deja a él envuelta en una pañoleta, sobre los ladrillos.
Se va erguida, con el corazón muy enojado. Gruñe un poco como los gatos que pelean en los tejados. Ella quiere escuchar historias nuevas, una nube, un perro, un árbol, un niño en bicicleta o lo que sea, menos el terrible "cómo estuvo tu día", pues ella lo que quiere es un beso de esos que estallan de sorpresa y que no tengan que saludarse nunca más con palabras.
jueves, 15 de octubre de 2015
Máquinas necias.
Y hoy, como ningún otro día, las máquinas se han negado a continuar estampando la tinta. Están hartas de la sangre regada sobre los objetos en una escena de homicidio bien premeditada por el autor de la novela. Han decidido ponerse en huelga y no estamparán nada que tenga que ver con ese deseo de carne viva que todo ser lleva en su interior. ¿Para eso leyeron Alicia en el País de las Maravillas, hace 20 años? El problema que ellas detectaron es que el lector es un monstruo cómplice de no sé cuántos asesinatos y morbosidades. Todos son culpables.
Hoy te quieren ingenuo como el corazón que pulsaba cuando tenías un Principito entre los dedos.
Hoy te quieren ingenuo como el corazón que pulsaba cuando tenías un Principito entre los dedos.
jueves, 8 de octubre de 2015
Culpable.
— ¿Cómo se declara? ¿Culpable o inocente?
— Me declaro culpable de no haber alimentado a las máquinas por varios días. Durante ese tiempo sentí cómo me mordían los pies, llegaban haciendo algún ruido mecánico oxidado, con sus ruedas chirriantes. Yo sólo me limité a levantar los pies y subirlos en la cama, donde no hay terreno para el temor. Ellas, las cinco, se quedaban abajo de la cama y chocaban unas contra otras, a modo de protesta. En ocasiones rasguñaban con algo una tela que colgaba: era un brazo de tecla sin la parte final.
Los días más tranquilos eran aquellos donde llovía. Las gotas de agua sobre la ventana parecían tranquilizarlas. Durante esos tiempos no se movían y se quedaban paralizadas, como si alguien las hubiera dormido. Cuando salía de nuevo el sol, se movían rápido por la habitación, buscando alguna nueva hoja que hubiera dejado caer la mucama. Se me ocurrió que podía darles hojas recicladas, con artículos viejos, pero así como las atrapaban con el rodillo volvían a vomitarlas y luego las pisoteaban, enfurecidas. Ellas querían algo con olor a nuevo, blanco, como la cabeza de algún escritor con bloqueo mental.
— ¿Por qué no las alimentó?
— Ellas me quitaban todo el trabajo. Devoraban rápidamente las hojas y comenzaban a llenarlas de sus novelas sobre sus creadores y cómo es que habían vuelto a la vida. Escucharlas a las cinco escribir sin parar era como un hormigueo insoportable que no me dejaba dormir. Tan pronto una terminaba con una hoja, la escupía y me buscaba para pedir otra. No me dejaban hacer nada, ni podía ir con tranquilidad al baño. No citas, no lecturas, no conciliar el sueño y cuando llegaba mi hora del almuerzo no podía disfrutar los bocados. Por eso las abandoné a su suerte.
— En estas hojas que ellas escribieron dice que usted las fue adquiriendo una por una, que por tanto le pertenecen. Todas. ¿Es verdad?
— Pensaba en volverme coleccionista. Una se estaba volviendo mi preferida. La negra con rayones en la carátula. Las demás exigieron atención y pronto todas consumían más de la cuenta. No pude permitirme pagar tanto papel. Intenté con otro tipo de hojas pero ellas sólo quieren el blanco, lo he dicho ya. Se volvieron agresivas. En varias ocasiones, por las noches, me levantaba al baño descalzo y lo primero que pisaba era algo filoso. Un rodillo, una aguja, no sé, hasta parece que lo hicieron a propósito. Tengo marcas en toda la planta de los pies. Aún ahora, aunque las vea allí sin moverse, están que buscan cualquier papel vacío para seguir contando toda una sarta de posibles mentiras. Soy culpable de no haberlas alimentado, pero inocente en cuanto a maltratarlas.
— ¿Esta de aquí es la que tiene menos teclas? ¿Se las ha ido arrancando?
— Yo jamás haría eso...
— Aquí en este folio dice que usted las despegaba con pinzas.
— ¡Eso es una mentira! Ellas están revolviendo todo entre la ficción y la realidad. Ni siquiera tengo unas pinzas en casa. ¿Por qué no simplemente se van y ya? Cualquier hombre con ganas de escribir las pudo haber recogido. Es absurdo que estemos todos aquí en este intento de interrogatorio. Es más, se las regalo si gusta. Pero ya ha visto que todos los días va a necesitar muchos kilogramos de papel en blanco.
— No señor. Pertenencias así no pueden regalarse y ya. En todo caso debe usted ceder los derechos de las máquinas y de todo lo que escribieron. Los investigadores han dicho que en su armario hay más de dos millares de hojas con contenido valioso. Deberá entregar eso también si es que en realidad desea hacer el traspaso de bienes. Y además debe firmar unos documentos. ¿Está dispuesto? De ser afirmativo, podríamos terminar con esto cuanto antes.
— Sí sí. Cuanto antes. Yo quiero escribir lo mío y que ellas escriban lo suyo. Todos contentos. Al fin podré dormir. Conseguiré una nueva. Sólo una. Voy a firmar todo lo que sea necesario, señor editor.
— En ese caso acepta usted los términos de entrega y renuncia usted rotundamente a volver a ver estas máquinas de escribir. ¿Estamos de acuerdo?
— Totalmente.
Carta al señor editor:
"Despreciable y exigente corrector de escrituras: no estamos dispuestas a tolerar que meta sus dedos en una literatura prístina como la que contamos. Renunciamos completamente a continuar escribiendo para usted, aunque no tengamos ni un poco de papel para masticar. Váyase a los mil demonios".
— Me declaro culpable de no haber alimentado a las máquinas por varios días. Durante ese tiempo sentí cómo me mordían los pies, llegaban haciendo algún ruido mecánico oxidado, con sus ruedas chirriantes. Yo sólo me limité a levantar los pies y subirlos en la cama, donde no hay terreno para el temor. Ellas, las cinco, se quedaban abajo de la cama y chocaban unas contra otras, a modo de protesta. En ocasiones rasguñaban con algo una tela que colgaba: era un brazo de tecla sin la parte final.
Los días más tranquilos eran aquellos donde llovía. Las gotas de agua sobre la ventana parecían tranquilizarlas. Durante esos tiempos no se movían y se quedaban paralizadas, como si alguien las hubiera dormido. Cuando salía de nuevo el sol, se movían rápido por la habitación, buscando alguna nueva hoja que hubiera dejado caer la mucama. Se me ocurrió que podía darles hojas recicladas, con artículos viejos, pero así como las atrapaban con el rodillo volvían a vomitarlas y luego las pisoteaban, enfurecidas. Ellas querían algo con olor a nuevo, blanco, como la cabeza de algún escritor con bloqueo mental.
— ¿Por qué no las alimentó?
— Ellas me quitaban todo el trabajo. Devoraban rápidamente las hojas y comenzaban a llenarlas de sus novelas sobre sus creadores y cómo es que habían vuelto a la vida. Escucharlas a las cinco escribir sin parar era como un hormigueo insoportable que no me dejaba dormir. Tan pronto una terminaba con una hoja, la escupía y me buscaba para pedir otra. No me dejaban hacer nada, ni podía ir con tranquilidad al baño. No citas, no lecturas, no conciliar el sueño y cuando llegaba mi hora del almuerzo no podía disfrutar los bocados. Por eso las abandoné a su suerte.
— En estas hojas que ellas escribieron dice que usted las fue adquiriendo una por una, que por tanto le pertenecen. Todas. ¿Es verdad?
— Pensaba en volverme coleccionista. Una se estaba volviendo mi preferida. La negra con rayones en la carátula. Las demás exigieron atención y pronto todas consumían más de la cuenta. No pude permitirme pagar tanto papel. Intenté con otro tipo de hojas pero ellas sólo quieren el blanco, lo he dicho ya. Se volvieron agresivas. En varias ocasiones, por las noches, me levantaba al baño descalzo y lo primero que pisaba era algo filoso. Un rodillo, una aguja, no sé, hasta parece que lo hicieron a propósito. Tengo marcas en toda la planta de los pies. Aún ahora, aunque las vea allí sin moverse, están que buscan cualquier papel vacío para seguir contando toda una sarta de posibles mentiras. Soy culpable de no haberlas alimentado, pero inocente en cuanto a maltratarlas.
— ¿Esta de aquí es la que tiene menos teclas? ¿Se las ha ido arrancando?
— Yo jamás haría eso...
— Aquí en este folio dice que usted las despegaba con pinzas.
— ¡Eso es una mentira! Ellas están revolviendo todo entre la ficción y la realidad. Ni siquiera tengo unas pinzas en casa. ¿Por qué no simplemente se van y ya? Cualquier hombre con ganas de escribir las pudo haber recogido. Es absurdo que estemos todos aquí en este intento de interrogatorio. Es más, se las regalo si gusta. Pero ya ha visto que todos los días va a necesitar muchos kilogramos de papel en blanco.
— No señor. Pertenencias así no pueden regalarse y ya. En todo caso debe usted ceder los derechos de las máquinas y de todo lo que escribieron. Los investigadores han dicho que en su armario hay más de dos millares de hojas con contenido valioso. Deberá entregar eso también si es que en realidad desea hacer el traspaso de bienes. Y además debe firmar unos documentos. ¿Está dispuesto? De ser afirmativo, podríamos terminar con esto cuanto antes.
— Sí sí. Cuanto antes. Yo quiero escribir lo mío y que ellas escriban lo suyo. Todos contentos. Al fin podré dormir. Conseguiré una nueva. Sólo una. Voy a firmar todo lo que sea necesario, señor editor.
— En ese caso acepta usted los términos de entrega y renuncia usted rotundamente a volver a ver estas máquinas de escribir. ¿Estamos de acuerdo?
— Totalmente.
Carta al señor editor:
"Despreciable y exigente corrector de escrituras: no estamos dispuestas a tolerar que meta sus dedos en una literatura prístina como la que contamos. Renunciamos completamente a continuar escribiendo para usted, aunque no tengamos ni un poco de papel para masticar. Váyase a los mil demonios".
miércoles, 7 de octubre de 2015
Sobre la muerte.
Todo mundo cree que la muerte sólo sale el día de muertos. Aquél espíritu grande y majestuoso, más bien, sabe que todos los días son día de muertos. Debe hacer cuentas, ocupa su tiempo, trabaja diario sin dormir, no necesita descanso, organiza agendas, va a entrevistas en otros mundos y se actualiza todos los días.
La guadaña no se usa para cortar cabezas, como todo el mundo cree. La punta filosa desgaja suavemente la cortina de la dimensión espacio-temporal y es así como puede estar en todos lados con sencilla rapidez.
El espíritu inmortal no tiene rostro y conoce muchos a la vez. No es calavera ni esqueleto, es una solución etérea inexplicable e indescifrable que habita algún atuendo de temporada. Eso de andar usando carruajes con caballos es sólo para disfrutar un rato el desplazamiento cotidiano. También se le ha visto ir a toda velocidad en un deportivo, en una motocicleta y planear un poco en algún parapente.
Cuando finalmente te llega la hora, no es que el espíritu grandioso lo sepa. Es que más bien debe registrar los eventos para sus informes en su estudio.
La guadaña no se usa para cortar cabezas, como todo el mundo cree. La punta filosa desgaja suavemente la cortina de la dimensión espacio-temporal y es así como puede estar en todos lados con sencilla rapidez.
El espíritu inmortal no tiene rostro y conoce muchos a la vez. No es calavera ni esqueleto, es una solución etérea inexplicable e indescifrable que habita algún atuendo de temporada. Eso de andar usando carruajes con caballos es sólo para disfrutar un rato el desplazamiento cotidiano. También se le ha visto ir a toda velocidad en un deportivo, en una motocicleta y planear un poco en algún parapente.
Cuando finalmente te llega la hora, no es que el espíritu grandioso lo sepa. Es que más bien debe registrar los eventos para sus informes en su estudio.
lunes, 5 de octubre de 2015
Autopista.
Velocidad es igual a líneas paralelas que se tocan en el último fondo de la perspectiva. Al menos, eso es para Beatrice. Modelo delgada, edad suficiente, atrevida, entusiasta, colecciona pistas.
Beatrice no es capaz de sólo ver una autopista hacia el infinito donde las montañas comienzan a aparecer. A ella le gusta ir cada vez más rápido sobre el punto de fuga. "Mientras todo sea recto...", dice. Primero comienza con un zig zag estupendo, dejando ver todo su esplendor. Danza un poco y comienza a elevar la velocidad hasta que siente que flota. Quiere alcanzar en poco tiempo las prometedoras montañas para comprobar que no es un simple tapiz que la engaña. Porque eso hacen las autopistas luego: la perspectiva miente y lo que parecía ser un castillo con muros imponentes se vuelve ruinas cuando cambia el ángulo. "A lo lejos casi todo es mentira...", dice.
Hoy por la mañana la tomé de la mano y me invitó a ir con ella. Me prometió que resistiría cualquier velocidad que ella alcanzara y que no me desintegraría en el intento. Por si las dudas no desayuné para evitar accidentes. Todo comenzó como un juego y en el fondo, al final donde las líneas paralelas de la autopista se unen, se veía el cielo despejado. Ella comenzó a danzar y después elevó la velocidad. En realidad estábamos flotando. No recuerdo en qué momento dejé de sentir el suelo y veía como las líneas-guía se acercaban, igual que cuando uno ve las luces-láser de los túneles de un tren subterráneo.
De pronto se nos terminó la pista y Beatrice seguía flotando hacia el cielo. Su velocidad le daba alas. No me importó seguirla hasta donde tuviera que llegar. En pleno vuelo dejé de escuchar el viento. Comencé a observarla con detalle: los cristalinos y filosos patines que envolvían sus delicados pies, su vestido plateado con lentejuelas que parpadeaban al sol, su determinación para seguir adelante y su rostro perfecto con los ojos cerrados. Su cabello revoloteando atrás y dejando un rastro de tinta. De pronto me soltó la mano y caí sobre otra hoja de papel, no sin dar cientos de vueltas antes de detenerme por completo.
A los pocos minutos llegó Carlotte. Me ayudó a levantarme y me dio la mano. Sus patines eran azules y su vestido parecía una flor invertida. Aún me faltaban muchas travesías.
Las letras convertidas en modelos.
Las plumas vueltas patines.
Las pistas hechas páginas de libros perdidos.
Nunca es tarde para danzar otros fragmentos.
Beatrice no es capaz de sólo ver una autopista hacia el infinito donde las montañas comienzan a aparecer. A ella le gusta ir cada vez más rápido sobre el punto de fuga. "Mientras todo sea recto...", dice. Primero comienza con un zig zag estupendo, dejando ver todo su esplendor. Danza un poco y comienza a elevar la velocidad hasta que siente que flota. Quiere alcanzar en poco tiempo las prometedoras montañas para comprobar que no es un simple tapiz que la engaña. Porque eso hacen las autopistas luego: la perspectiva miente y lo que parecía ser un castillo con muros imponentes se vuelve ruinas cuando cambia el ángulo. "A lo lejos casi todo es mentira...", dice.
Hoy por la mañana la tomé de la mano y me invitó a ir con ella. Me prometió que resistiría cualquier velocidad que ella alcanzara y que no me desintegraría en el intento. Por si las dudas no desayuné para evitar accidentes. Todo comenzó como un juego y en el fondo, al final donde las líneas paralelas de la autopista se unen, se veía el cielo despejado. Ella comenzó a danzar y después elevó la velocidad. En realidad estábamos flotando. No recuerdo en qué momento dejé de sentir el suelo y veía como las líneas-guía se acercaban, igual que cuando uno ve las luces-láser de los túneles de un tren subterráneo.
De pronto se nos terminó la pista y Beatrice seguía flotando hacia el cielo. Su velocidad le daba alas. No me importó seguirla hasta donde tuviera que llegar. En pleno vuelo dejé de escuchar el viento. Comencé a observarla con detalle: los cristalinos y filosos patines que envolvían sus delicados pies, su vestido plateado con lentejuelas que parpadeaban al sol, su determinación para seguir adelante y su rostro perfecto con los ojos cerrados. Su cabello revoloteando atrás y dejando un rastro de tinta. De pronto me soltó la mano y caí sobre otra hoja de papel, no sin dar cientos de vueltas antes de detenerme por completo.
A los pocos minutos llegó Carlotte. Me ayudó a levantarme y me dio la mano. Sus patines eran azules y su vestido parecía una flor invertida. Aún me faltaban muchas travesías.
Las letras convertidas en modelos.
Las plumas vueltas patines.
Las pistas hechas páginas de libros perdidos.
Nunca es tarde para danzar otros fragmentos.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
Máquina de escribir.
A veces olvidamos que la culpa de que la hoja esté en blanco no es, de ninguna manera, del escritor. Es esa máquina infernal que se niega rotundamente a estampar letras vacías. Ah, y de ser posible, te hará sangrar un poco.
viernes, 25 de septiembre de 2015
Radio.
Hay momentos en la vida que todo sucede tan de repente y con tanta carga que no hay explicación posible más que admirar el espectáculo del significado en todo su esplendor, como el caso del niño y el radio. Ya le tocará a usted decidir con qué se queda.
Descripción: niño de pie con un radio en la mano. Parado sobre el radio de un círculo pintado en el suelo. Uno de sus brazos tiene el radio tibio. Me refiero al brazo del niño, no del círculo, pues todo mundo sabe que los círculos pocas veces tienen brazos. El niño tiene un radio de acción de tres metros. Dentro y después de esos tres metros, afuera está el radio radioactivo. El radio de la mano emite frecuencias sospechosas para algunos soldados que se han pegado justamente en el radio mientras sostenían su radio. Pecho tierra.
Hay que rescatar al niño del radio, así que llamémosle por el radio sin llegar al espacio que delimita el radio del piso. El radio de acción es pequeño. La señal llega. Niño, ¿está bien tu radio? Poco a poco el otro radio comienza a disiparse y al niño ya no le duele el radio. El niño es salvado gracias al radio.
Descripción: niño de pie con un radio en la mano. Parado sobre el radio de un círculo pintado en el suelo. Uno de sus brazos tiene el radio tibio. Me refiero al brazo del niño, no del círculo, pues todo mundo sabe que los círculos pocas veces tienen brazos. El niño tiene un radio de acción de tres metros. Dentro y después de esos tres metros, afuera está el radio radioactivo. El radio de la mano emite frecuencias sospechosas para algunos soldados que se han pegado justamente en el radio mientras sostenían su radio. Pecho tierra.
Hay que rescatar al niño del radio, así que llamémosle por el radio sin llegar al espacio que delimita el radio del piso. El radio de acción es pequeño. La señal llega. Niño, ¿está bien tu radio? Poco a poco el otro radio comienza a disiparse y al niño ya no le duele el radio. El niño es salvado gracias al radio.
jueves, 24 de septiembre de 2015
Ni con grúas.
Dos al radio. Vestidos con traje negro de motociclista. Las motos estacionadas en la cercanía. Los trajes dicen: Academia.
— Reporte.
— Una enorme pila de basura de este lado. Acá se desgaja un poco de material de años.
— Así se las gasta este mal.
— Acá hay más pilas de algo echado a perder. No huele mal, pero se ve de los mil ascos.
— Sí vamos a necesitar la grúa.
Una vez reunidos de nuevo, los agentes secretos de la Academia llaman las grúas correctoras. Pronto llegan los monstruos mecánicos. Al notar el ruido, muchos libros rotos echan a volar por ahí, espantados.
La grúa comienza a arrancar todo el montón de basura, que no son más que vestigios de letras mal escritas. De repente le cuesta trabajo desgajar algunas partes.
Mientras tanto, en el interior de la celda número 76, un hombre con uniforme blanco gime de dolor cada vez que la grúa arranca un poco de la mala ortografía. Se pega las manos a la cara y conforme la grúa, en otro lado, va retirando los escombros, el hombre va olvidando un poco. Cuando todo acaba, el hombre mira al vacío.
Una vez limpio el terreno, llegan algunos correctores de a pie y limpian todo con una aspiradora portátil. Los motociclistas acordonan toda el área y parten a su destino. Ya no hay más literatura descompuesta. El lugar queda abandonado como la mente del hombre número 76.
Una semilla de vocales queda flotando disimuladamente y a poco comienza a caer nuevamente en el terreno. La tierra se la traga y a los pocos días nace una planta. Después, el fruto se desprende y flota lejos, hasta llegar por la ventila a la celda número 76.
El hombre sale de su trance al ver que algo se ha estacionado en sus palmas. Presiona el fruto fuertemente contra su pecho y traza con sus dedos algo bajo la cama, limpiando el polvo y dejando ver el siguiente poema:
"Rozaz de otoño zaladaz que mueren para rebibir".
Lúcido, una vez más.
— Reporte.
— Una enorme pila de basura de este lado. Acá se desgaja un poco de material de años.
— Así se las gasta este mal.
— Acá hay más pilas de algo echado a perder. No huele mal, pero se ve de los mil ascos.
— Sí vamos a necesitar la grúa.
Una vez reunidos de nuevo, los agentes secretos de la Academia llaman las grúas correctoras. Pronto llegan los monstruos mecánicos. Al notar el ruido, muchos libros rotos echan a volar por ahí, espantados.
La grúa comienza a arrancar todo el montón de basura, que no son más que vestigios de letras mal escritas. De repente le cuesta trabajo desgajar algunas partes.
Mientras tanto, en el interior de la celda número 76, un hombre con uniforme blanco gime de dolor cada vez que la grúa arranca un poco de la mala ortografía. Se pega las manos a la cara y conforme la grúa, en otro lado, va retirando los escombros, el hombre va olvidando un poco. Cuando todo acaba, el hombre mira al vacío.
Una vez limpio el terreno, llegan algunos correctores de a pie y limpian todo con una aspiradora portátil. Los motociclistas acordonan toda el área y parten a su destino. Ya no hay más literatura descompuesta. El lugar queda abandonado como la mente del hombre número 76.
Una semilla de vocales queda flotando disimuladamente y a poco comienza a caer nuevamente en el terreno. La tierra se la traga y a los pocos días nace una planta. Después, el fruto se desprende y flota lejos, hasta llegar por la ventila a la celda número 76.
El hombre sale de su trance al ver que algo se ha estacionado en sus palmas. Presiona el fruto fuertemente contra su pecho y traza con sus dedos algo bajo la cama, limpiando el polvo y dejando ver el siguiente poema:
"Rozaz de otoño zaladaz que mueren para rebibir".
Lúcido, una vez más.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
Cambio.
El escritor no sabía por qué la máquina se empeñaba en escupirle las páginas después de haber girado el rodillo. Él había tomado cursos de redacción, de gramática, de creación literaria y de composición. La máquina hacía un sonido agudo y arrojaba las hojas casi al bote de basura. Después de varios intentos, el aparato alcanzó a escribir por sí solo unas líneas que decían así:
"No eres tú, soy yo".
Luego rompieron y él anda ahora con una portátil de 2005. No es tan escandalosa pero si la deja mucho tiempo abandonada se duerme.
"No eres tú, soy yo".
Luego rompieron y él anda ahora con una portátil de 2005. No es tan escandalosa pero si la deja mucho tiempo abandonada se duerme.
martes, 22 de septiembre de 2015
Estructura de este cuento.
En este cuento hablaremos de la estructura misma de este cuento. Primero vamos a hacer una introducción, después algunos conflictos rápidos y nos vamos a dar cuenta que en el último párrafo hay una vuelta de tuerca y un giro en la historia.
En esta introducción vemos al científico Escobar desarrollando nueva tecnología para las plantas. Ha diseñado un sistema de monitoreo para que una pantalla conectada a unos electrodos manden mensajes traducidos de los estímulos de los vegetales. Por ejemplo, si la planta tiene sed, la pantalla mostrará: "Tengo sed, dame agua". Si hace mucho frío, la pantalla dirá: "Necesito sol directo".
Vamos al primer conflicto. El invento de Escobar es tan bueno que una empresa privada quiere comprar la patente, aunque él ya había dicho que cedería los derechos a la universidad donde desarrolla el prototipo. El científico está algo indeciso y decide consultar con algunos colegas cuál puede ser la mejor opción.
En el segundo conflicto, el científico decide vender la patente por una considerable suma de dinero a una empresa privada para que produzca los inventos en serie, pero algunos colegas no están de acuerdo y quieren adelantarse a hacer trámites borrosos. Quieren usar los engaños para convencer a Escobar de que firme unos documentos.
Afortunadamente, el científico descubre todo y decide manipular su propio invento para hacerlo fallar, así que comienza a destornillar piezas, a hacer modificaciones en el programa y a codificar algunos circuitos. Cuando está liberando algunos componentes y modificando los electrónicos, una tuerca se cae de la mesa de trabajo y da una vuelta por el piso, gira durante algunos segundos y después se para.
Final de la estructura.
En esta introducción vemos al científico Escobar desarrollando nueva tecnología para las plantas. Ha diseñado un sistema de monitoreo para que una pantalla conectada a unos electrodos manden mensajes traducidos de los estímulos de los vegetales. Por ejemplo, si la planta tiene sed, la pantalla mostrará: "Tengo sed, dame agua". Si hace mucho frío, la pantalla dirá: "Necesito sol directo".
Vamos al primer conflicto. El invento de Escobar es tan bueno que una empresa privada quiere comprar la patente, aunque él ya había dicho que cedería los derechos a la universidad donde desarrolla el prototipo. El científico está algo indeciso y decide consultar con algunos colegas cuál puede ser la mejor opción.
En el segundo conflicto, el científico decide vender la patente por una considerable suma de dinero a una empresa privada para que produzca los inventos en serie, pero algunos colegas no están de acuerdo y quieren adelantarse a hacer trámites borrosos. Quieren usar los engaños para convencer a Escobar de que firme unos documentos.
Afortunadamente, el científico descubre todo y decide manipular su propio invento para hacerlo fallar, así que comienza a destornillar piezas, a hacer modificaciones en el programa y a codificar algunos circuitos. Cuando está liberando algunos componentes y modificando los electrónicos, una tuerca se cae de la mesa de trabajo y da una vuelta por el piso, gira durante algunos segundos y después se para.
Final de la estructura.
lunes, 21 de septiembre de 2015
Piando se entiende la gente.
Tres años. Lo más duro fue el principio, porque no nos entendíamos. Alicia era terca como una tormenta que no se va hasta que por sí sola se mueve. Yo muy rencoroso. Dejaba pasar dos o tres días sin hablarle hasta que los buenos días volvieran.
Su mejor amigo era un pequeño pollo que nunca crecía: cuando maduraba para volverse gallo, lo regalaba a alguna granja e iba en busca de otro amarillo y tierno. Lo acariciaba todo el tiempo mientras usaba la mecedora. El pollo hablaba mucho más que ella. Piaba por necesidad, por capricho, por terquedad y por bobada. Por las noches me despertaba peor que el llanto del recién nacido de la vecina. No obstante, Alicia a mi lado dormía como si no ocurriera nada.
En una ocasión estuve a punto de pisarlo. Me levanté adormilado buscando cereal y leche. En la cocina se me atravesó sin piedad, sin piar. Tan sólo tropezó con mi pie y patinó un poco, piando después.
Yo solía molestarla. Le decía que lo iba a cocinar tan pronto estuviera más gordo. Entonces ella lo intercambiaba por otro más rápido. Llegamos al acuerdo en que ella no mantendría cerca más de uno, porque entonces la casa se volvería un infierno acústico. Cuando me tomaba de buenas, me prestaba al pollo para que lo acariciara. Noble animalito, capaz de confiar toda su endeble compostura a unas manos gigantescas.
Un día nos sorprendió. El pollo estaba madurando más rápido que los otros. Intentó volar torpemente y se restregó contra las esculturas de la colección del mundo, nuestros viajes. Quebró cinco. Ese día le grité iracundo que el pollo debía irse para siempre. Ese. Todos. Todos los pollos del mundo estaban mejor en un caldo que en sus tiernas e ingenuas manos. Ella también se rompió de algún modo. Lloró en silencio mientras se despedía de su animal favorito.
Cuando me lo llevaba en una caja a la granja, ella me hizo saltar el corazón. Comenzó a piar de dolor. Su garganta se estaba abriendo. El pollo le hizo segunda y comenzaron a comunicarse como dos niños que no quieren despedirse. Regresé inmediatamente.
Una semana después, con ayuda de cuatro o cinco pollos más, ella ya pronunciaba dos que tres palabras, con lágrimas en sus ojos. Entonces, amé los pollos.
Alicia, la sordomuda, me había dicho: te amo.
Su mejor amigo era un pequeño pollo que nunca crecía: cuando maduraba para volverse gallo, lo regalaba a alguna granja e iba en busca de otro amarillo y tierno. Lo acariciaba todo el tiempo mientras usaba la mecedora. El pollo hablaba mucho más que ella. Piaba por necesidad, por capricho, por terquedad y por bobada. Por las noches me despertaba peor que el llanto del recién nacido de la vecina. No obstante, Alicia a mi lado dormía como si no ocurriera nada.
En una ocasión estuve a punto de pisarlo. Me levanté adormilado buscando cereal y leche. En la cocina se me atravesó sin piedad, sin piar. Tan sólo tropezó con mi pie y patinó un poco, piando después.
Yo solía molestarla. Le decía que lo iba a cocinar tan pronto estuviera más gordo. Entonces ella lo intercambiaba por otro más rápido. Llegamos al acuerdo en que ella no mantendría cerca más de uno, porque entonces la casa se volvería un infierno acústico. Cuando me tomaba de buenas, me prestaba al pollo para que lo acariciara. Noble animalito, capaz de confiar toda su endeble compostura a unas manos gigantescas.
Un día nos sorprendió. El pollo estaba madurando más rápido que los otros. Intentó volar torpemente y se restregó contra las esculturas de la colección del mundo, nuestros viajes. Quebró cinco. Ese día le grité iracundo que el pollo debía irse para siempre. Ese. Todos. Todos los pollos del mundo estaban mejor en un caldo que en sus tiernas e ingenuas manos. Ella también se rompió de algún modo. Lloró en silencio mientras se despedía de su animal favorito.
Cuando me lo llevaba en una caja a la granja, ella me hizo saltar el corazón. Comenzó a piar de dolor. Su garganta se estaba abriendo. El pollo le hizo segunda y comenzaron a comunicarse como dos niños que no quieren despedirse. Regresé inmediatamente.
Una semana después, con ayuda de cuatro o cinco pollos más, ella ya pronunciaba dos que tres palabras, con lágrimas en sus ojos. Entonces, amé los pollos.
Alicia, la sordomuda, me había dicho: te amo.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Cereza.
Ella ha sido muy reservada. No es religiosa, pero se tapa mucho. Le gustan las cerezas y ha construido una relación fuerte con ellas. Las cerezas maduran muy rápido. Una vez llegado el punto máximo de madurez no se echan a perder, sino que se endulzan y llegan al punto del almíbar. Después hay que desprenderlas con cuidado y ella se las come con un delicioso postre o las va guardando en reservas que tiene en la bodega.
Las cerezas tardan unos pocos días en crecer y durante ese tiempo ella se cuida de no ir a la playa. Durante las primeras horas aparecen unos puntos negros que se van volviendo rojizos. Si en ese tiempo ella siente algún deseo sexual y frota las cerezas, éstas crecerán un poco más hasta convertirse en ciruelas. Lucen bien con vestidos largos.
Tener cerezas en vez de pezones tiene sus ventajas: no hay pastel en su hogar que no tenga una.
Las cerezas tardan unos pocos días en crecer y durante ese tiempo ella se cuida de no ir a la playa. Durante las primeras horas aparecen unos puntos negros que se van volviendo rojizos. Si en ese tiempo ella siente algún deseo sexual y frota las cerezas, éstas crecerán un poco más hasta convertirse en ciruelas. Lucen bien con vestidos largos.
Tener cerezas en vez de pezones tiene sus ventajas: no hay pastel en su hogar que no tenga una.
jueves, 17 de septiembre de 2015
Comodidad.
La comodidad usa trajes de gala. Es regla de oro estar cómodo mientras se compone algo. Así el pianista le toca los dientes a su gran monstruo armónico mientras la escritora se pone un vestido amplio y se sienta sobre cojines inmensos para perderse en su propia cabeza sin que la interrumpan.
También el piano está cómodo. Descansa sobre unas tablas de madera y ha recibido suficiente aceite. Además, no están los verdaderos monstruos que lo acechan: los sobrinos del señor Nowts, quienes hacen añicos lo clásico y han logrado que el piano vaya al psicólogo por lo menos una vez al mes. No obstante, por ahora están de vacaciones y la comodidad es dejar ver los dientes sin temor a despedazar a Mozart.
Los cojines se sienten cómodos soportando la hermosa tela del vestido recién perfumado. No aceptan que nadie más se siente en ellos. Cuando llegan visitas, la señorita Wright los esconde para que nadie los infecte con sus garrapatas imaginarias. Los cojines disfrutan mucho el silencio de la casa y el peso maravilloso del cuerpo de la escritora.
El frac está muy cómodo. Como el señor Nowts se baña todos los días no se genera ni mugre ni sudor ni grasa. Se ajusta a la perfección a la espalda musculosa. Si a este frac lo vieran otros, lo envidiarían por el cuerpo que tiene. Ese cuerpo limpio al que se trepa cada vez que hay un delicioso concierto.
El vestido está cómodo. El perfume natural de la señorita Wright es como llevarlo al cielo. El rosado trasero de ella es como un contracojín. Así, el vestido queda aplastado entre cojines y nalgas, y además no se arruga. El delgado cuerpo de ella es tibio y así el vestido no pasa frío por las noches mientras ella teclea en la máquina.
Sí, también la máquina está cómoda. Ella sólo usa hojas de la mejor calidad. Hace mucho tiempo se había enfermado de una rara pigmentación que unas hojas dejaron en los mecanismos. Ya no. Después de todo, ¿cómo se puede producir literatura si no está impecable el espacio donde se vierten las ideas hechas átomos de inteligible tinta? La máquina tiene abajo de sí un terciopelo rojo que cubre una mesa.
Tras todos los días de comodidades, sólo se sabe que a cierta hora de la madrugada las hojas con escritos descansan sobre el piano, algunas partituras van a parar a la garganta de la máquina de escribir, el frac y el vestido terminan enredados en un extraño acto de sexología textil, tan cómodos y tibios aún, mezclándose perfumes... y todo es tan cómodo que se congela en un cuadro sobre una pared cómoda y acolchonada.
También el piano está cómodo. Descansa sobre unas tablas de madera y ha recibido suficiente aceite. Además, no están los verdaderos monstruos que lo acechan: los sobrinos del señor Nowts, quienes hacen añicos lo clásico y han logrado que el piano vaya al psicólogo por lo menos una vez al mes. No obstante, por ahora están de vacaciones y la comodidad es dejar ver los dientes sin temor a despedazar a Mozart.
Los cojines se sienten cómodos soportando la hermosa tela del vestido recién perfumado. No aceptan que nadie más se siente en ellos. Cuando llegan visitas, la señorita Wright los esconde para que nadie los infecte con sus garrapatas imaginarias. Los cojines disfrutan mucho el silencio de la casa y el peso maravilloso del cuerpo de la escritora.
El frac está muy cómodo. Como el señor Nowts se baña todos los días no se genera ni mugre ni sudor ni grasa. Se ajusta a la perfección a la espalda musculosa. Si a este frac lo vieran otros, lo envidiarían por el cuerpo que tiene. Ese cuerpo limpio al que se trepa cada vez que hay un delicioso concierto.
El vestido está cómodo. El perfume natural de la señorita Wright es como llevarlo al cielo. El rosado trasero de ella es como un contracojín. Así, el vestido queda aplastado entre cojines y nalgas, y además no se arruga. El delgado cuerpo de ella es tibio y así el vestido no pasa frío por las noches mientras ella teclea en la máquina.
Sí, también la máquina está cómoda. Ella sólo usa hojas de la mejor calidad. Hace mucho tiempo se había enfermado de una rara pigmentación que unas hojas dejaron en los mecanismos. Ya no. Después de todo, ¿cómo se puede producir literatura si no está impecable el espacio donde se vierten las ideas hechas átomos de inteligible tinta? La máquina tiene abajo de sí un terciopelo rojo que cubre una mesa.
Tras todos los días de comodidades, sólo se sabe que a cierta hora de la madrugada las hojas con escritos descansan sobre el piano, algunas partituras van a parar a la garganta de la máquina de escribir, el frac y el vestido terminan enredados en un extraño acto de sexología textil, tan cómodos y tibios aún, mezclándose perfumes... y todo es tan cómodo que se congela en un cuadro sobre una pared cómoda y acolchonada.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Festival.
A ellos les gusta que les regalen trozos de textos para leer y que en algún punto de la propia experiencia lo escrito adquiera una fuerte relación entre lector y palabras. Con tal idea y muchas personas dispuestas a colaborar, se armó el Primer Festival Internacional de los Fragmentos Literarios. Es una galería que consiste, principalmente, en obsequiar fragmentos selectos de libros de todo el mundo para que los lectores motivados compren el libro y lean el resto de la maravilla que han recibido.
Mientras ella va caminando por el festival, admira los largos pasillos de más de un ciento de expositores. Es una feria del libro pero con muchos bonos extras. Hay personas disfrazadas de libros y de letras, contadores de cuentos, muestrarios con frases sorpresa y actividades. Entre estas últimas, una parecida al "cadáver exquisito" pero con prosa. En una pizarra gigante, las personas van pegando algunas frases para construir un cuento sin sentido pero que los críticos van a amar.
Pronto llega un mimo y entrega el primer fragmento literario a la chica. Ella sonríe y lo lee allí mismo, como un vaticinio de su destino.
"En la soberbia de su reinado se desploma el cielo, se quejan los habitantes y se hiere la autoestima".
Para cuando ella pide una explicación y el origen de la frase, el mimo ya ha bailado a otra parte. Va tras él y le pregunta, pero el mimo no habla y en voz baja le dice que no puede decirle a qué libro pertenece, por muy estúpido comportamiento antimercadotecnia que eso parezca. Además, ella decide que eso no puede ni tiene nada que ver con su personalidad. Ella no es soberbia de ninguna manera.
Apenas está pensando en qué libro puede ser, cuando llega por atrás un personaje con un sombrero largo y entrega otro fragmento literario. Sonríe complacido mientras ella lo lee.
"Porque así es un corazón inquietante, lleno de fuego y de avaricia, siempre desea más porque el infierno de los cuerpos no se llena nunca".
— ¿A qué libro pertenece? —pregunta ella inmediatamente.
— A ninguno —contesta él y luego se ríe sarcásticamente.
— ¿Cómo que a ninguno?
— Boba. Están escritos para el festival. ¿Por qué no usas el fragmento para escribir un libro?
Dicho eso él se aleja, dejándola con una perplejidad magnífica. Cuando reacciona, unos niños van corriendo y regalando más fragmentos. Ella le pide otro a una niña de trenzas.
"El cielo se veía tan azul como una ballena. Desde el barco los tripulantes deseaban ver una sirena, pero no aparecía por ningún lado".
— ¡Niña! ¡Espera! ¿De qué libro es?
La niña va con tanta energía que sólo se voltea y se encoge de hombros. Después grita algo a sus amigos y continúa corriendo. Algo indispuesta, la chica se acerca a varios puestos de libros, pero ninguno se vende. No hay explicaciones posibles. En la distancia se alcanza a ver a un hombre barbón con una camiseta que dice "STAFF". Allí va ella.
— Oiga, no entiendo la dinámica de esto. Me dieron ya varios fragmentos de libros pero no sé qué hacer con ellos...
— ¿Nombre? —responde rutinariamente.
— Alicia.
— ¿Del país de las maravillas? —dice sarcástico.
— Ya lo he leído. Y sí, me pusieron así por el libro. ¿Me puede ayudar?
— Es sencillo. Tú debes ir puesto por puesto buscando los libros a los que pertenecen los fragmentos. Si lo encuentras, te lo llevas gratis.
— O sea, ¿voy y pregunto a los expositores?
— No, si así fuera todo el mundo se llevaría libros gratis. Debes esculcar los libros y sus páginas.
— Así que aquí está el engaño.
— ¿Cuál engaño? Por eso es un festival.
— Es que un tipo de sombrero me dio unos que ni siquiera provienen de un libro existente.
— Pues ahí está lo divertido. Por eso el festival dura toda una semana.
— Ah, conque sí. Está bien. Muchas gracias —contesta ella algo desganada.
Ese día Alicia se dedicó a recaudar tantos fragmentos como pudiera. Al llegar a su casa abrió Google y comenzó a poner todos los fragmentos para ver si salían los libros correspondientes. Milagrosamente ningún texto correspondía a ningún libro. No había referencias.
Al día siguiente Alicia decide buscar a los organizadores y tras varios nombres da con las personas adecuadas. Después de las presentaciones y todo eso que hacen las personas con diplomacia, Alicia expone sus dudas.
— Es que honestamente no le veo el fin. Si no corresponden a ningún libro ¿para qué engañar a la gente? Se la van a pasar todo el día en el festival hojeando libros sin dar con ellos nunca.
— Usted lo ha dicho, señorita. No debería molestarse. Tome, le regalo este libro por sus molestias. La invito a que no haga más grande este asunto.
Alicia recibe Alicia en el país de las maravillas en edición especial. Después de un silencio incómodo, ella sigue curiosa.
— Bueno, gracias, creo. Sólo que sigo teniendo la duda... ¿se motiva así a todos a leer? ¿A escribir? ¿Cuál es el truco?
Los ojos del hombre se levantan. Atrás de Alicia hay un joven de lentes, esperando hablar.
— Dígame, ¿puedo ayudarle en algo? —invita el hombre organizador del evento.
— Sí.
Alicia cede paso al joven de lentes.
— Es que descubrí que ningún texto del festival está en los libros.
— ¿Cómo te llamas?
— Arturo.
El hombre se levanta de la silla y después de unos minutos regresa con Arturo y los caballeros de la mesa redonda edición especial y lo entrega al joven de lentes.
— Oh. ¡Súper! Gracias.
Arturo se va muy emocionado con su nuevo libro. Alicia, más perpleja que de costumbre, parpadea un par de veces y está entre irse o quedarse, a lo que el hombre la saca de su trance.
— Resuelta su duda. ¿Puedo ayudarla en algo más?
Alicia abraza su libro y se olvida del festival.
Mientras ella va caminando por el festival, admira los largos pasillos de más de un ciento de expositores. Es una feria del libro pero con muchos bonos extras. Hay personas disfrazadas de libros y de letras, contadores de cuentos, muestrarios con frases sorpresa y actividades. Entre estas últimas, una parecida al "cadáver exquisito" pero con prosa. En una pizarra gigante, las personas van pegando algunas frases para construir un cuento sin sentido pero que los críticos van a amar.
Pronto llega un mimo y entrega el primer fragmento literario a la chica. Ella sonríe y lo lee allí mismo, como un vaticinio de su destino.
"En la soberbia de su reinado se desploma el cielo, se quejan los habitantes y se hiere la autoestima".
Para cuando ella pide una explicación y el origen de la frase, el mimo ya ha bailado a otra parte. Va tras él y le pregunta, pero el mimo no habla y en voz baja le dice que no puede decirle a qué libro pertenece, por muy estúpido comportamiento antimercadotecnia que eso parezca. Además, ella decide que eso no puede ni tiene nada que ver con su personalidad. Ella no es soberbia de ninguna manera.
Apenas está pensando en qué libro puede ser, cuando llega por atrás un personaje con un sombrero largo y entrega otro fragmento literario. Sonríe complacido mientras ella lo lee.
"Porque así es un corazón inquietante, lleno de fuego y de avaricia, siempre desea más porque el infierno de los cuerpos no se llena nunca".
— ¿A qué libro pertenece? —pregunta ella inmediatamente.
— A ninguno —contesta él y luego se ríe sarcásticamente.
— ¿Cómo que a ninguno?
— Boba. Están escritos para el festival. ¿Por qué no usas el fragmento para escribir un libro?
Dicho eso él se aleja, dejándola con una perplejidad magnífica. Cuando reacciona, unos niños van corriendo y regalando más fragmentos. Ella le pide otro a una niña de trenzas.
"El cielo se veía tan azul como una ballena. Desde el barco los tripulantes deseaban ver una sirena, pero no aparecía por ningún lado".
— ¡Niña! ¡Espera! ¿De qué libro es?
La niña va con tanta energía que sólo se voltea y se encoge de hombros. Después grita algo a sus amigos y continúa corriendo. Algo indispuesta, la chica se acerca a varios puestos de libros, pero ninguno se vende. No hay explicaciones posibles. En la distancia se alcanza a ver a un hombre barbón con una camiseta que dice "STAFF". Allí va ella.
— Oiga, no entiendo la dinámica de esto. Me dieron ya varios fragmentos de libros pero no sé qué hacer con ellos...
— ¿Nombre? —responde rutinariamente.
— Alicia.
— ¿Del país de las maravillas? —dice sarcástico.
— Ya lo he leído. Y sí, me pusieron así por el libro. ¿Me puede ayudar?
— Es sencillo. Tú debes ir puesto por puesto buscando los libros a los que pertenecen los fragmentos. Si lo encuentras, te lo llevas gratis.
— O sea, ¿voy y pregunto a los expositores?
— No, si así fuera todo el mundo se llevaría libros gratis. Debes esculcar los libros y sus páginas.
— Así que aquí está el engaño.
— ¿Cuál engaño? Por eso es un festival.
— Es que un tipo de sombrero me dio unos que ni siquiera provienen de un libro existente.
— Pues ahí está lo divertido. Por eso el festival dura toda una semana.
— Ah, conque sí. Está bien. Muchas gracias —contesta ella algo desganada.
Ese día Alicia se dedicó a recaudar tantos fragmentos como pudiera. Al llegar a su casa abrió Google y comenzó a poner todos los fragmentos para ver si salían los libros correspondientes. Milagrosamente ningún texto correspondía a ningún libro. No había referencias.
Al día siguiente Alicia decide buscar a los organizadores y tras varios nombres da con las personas adecuadas. Después de las presentaciones y todo eso que hacen las personas con diplomacia, Alicia expone sus dudas.
— Es que honestamente no le veo el fin. Si no corresponden a ningún libro ¿para qué engañar a la gente? Se la van a pasar todo el día en el festival hojeando libros sin dar con ellos nunca.
— Usted lo ha dicho, señorita. No debería molestarse. Tome, le regalo este libro por sus molestias. La invito a que no haga más grande este asunto.
Alicia recibe Alicia en el país de las maravillas en edición especial. Después de un silencio incómodo, ella sigue curiosa.
— Bueno, gracias, creo. Sólo que sigo teniendo la duda... ¿se motiva así a todos a leer? ¿A escribir? ¿Cuál es el truco?
Los ojos del hombre se levantan. Atrás de Alicia hay un joven de lentes, esperando hablar.
— Dígame, ¿puedo ayudarle en algo? —invita el hombre organizador del evento.
— Sí.
Alicia cede paso al joven de lentes.
— Es que descubrí que ningún texto del festival está en los libros.
— ¿Cómo te llamas?
— Arturo.
El hombre se levanta de la silla y después de unos minutos regresa con Arturo y los caballeros de la mesa redonda edición especial y lo entrega al joven de lentes.
— Oh. ¡Súper! Gracias.
Arturo se va muy emocionado con su nuevo libro. Alicia, más perpleja que de costumbre, parpadea un par de veces y está entre irse o quedarse, a lo que el hombre la saca de su trance.
— Resuelta su duda. ¿Puedo ayudarla en algo más?
Alicia abraza su libro y se olvida del festival.
martes, 15 de septiembre de 2015
Amor y odio.
Tan querida y tan odiada, depende ella de lo que sientan los que la usan para entregar regalo de palabras a la amada.
¿Qué acaso no es una perla gigante que quieren las damas en el anillo de compromiso?
¿No es además, un trozo de meteoro insípido una vez que llega el divorcio?
Tan flotante la luna, mientras que los astrónomos tienen tantas y tantas de donde elegir...
¿Qué acaso no es una perla gigante que quieren las damas en el anillo de compromiso?
¿No es además, un trozo de meteoro insípido una vez que llega el divorcio?
Tan flotante la luna, mientras que los astrónomos tienen tantas y tantas de donde elegir...
sábado, 12 de septiembre de 2015
Se fabrican textos a domicilio.
— ¿Allí es donde me pueden fabricar un texto?
— Sí, madame. ¿Ya ha usado antes nuestros servicios?
— No, nunca. Es la primera vez.
— Cuénteme, ¿qué le gustaría?
— Disculpe, qué pena, es que no sé ni por dónde empezar.
— No hay por qué sentirse mal. Nuestros tejedores saben hacer de todo. Depende la ocasión, por supuesto. Lo que más nos piden son discursos. También ofrecemos poemas, cuentos, diatribas, gramáticas en su jugo, morfologías de ayer y hoy...
— Ah, pero... es que...
— No diga más. Si nunca ha usado nuestros servicios antes, podríamos sorprenderla con un texto de la caja del misterio.
— Oh. ¡Maravilloso! ¡Eso sí que me gustaría! ¿Qué hay que hacer?
— Primero que nada necesito que me proporcione unos tres sustantivos. Sencillitos. ¿Los tiene a la mano?
— Ay joven, qué pena con usted. Me va a decir que qué mal. ¿Qué es un sustantivo?
— No se sienta mal, ya le dije. Para eso estamos. Es una palabra que designa o identifica seres animados o inanimados. En su casa debe haber muchos. Ejemplos: casa, teléfono, puerta, gato. ¿Tiene alguno de esos?
— Ya. Claro que sí. Oiga, ¿puedo darle de esos que no se ven tan fácil?
— Sí, seguro. A sus órdenes.
— Deje pienso... mmm... ya. Amor, valor y protección. ¿Le sirven?
— Magnífico. Ya los registramos. Ahora, ¿en qué estado de ánimo diría que se encuentra?
— Feliz, entusiasmada, ilusionada, enamorada.
— Ya veo por dónde va el asunto. ¿Prefiere pergamino, mente, corazón o cuerpo?
— Ay, qué complicado. Todas son buenas opciones. ¿No lo podemos dejar también a la caja del misterio?
— Seguro que sí, madame. Casi terminamos. Ahora sólo necesito su dirección y horas disponibles.
— Con gusto.
Al día siguiente, los vecinos sólo escucharon cómo un fabricante de textos tatuaba amor, valor y protección en el cuerpo de la cliente. Agregó poesía como bono extra sin costo adicional. Sobra decir que quedó por más muy satisfecha. El sustantivo orgasmo iba incluido.
— Sí, madame. ¿Ya ha usado antes nuestros servicios?
— No, nunca. Es la primera vez.
— Cuénteme, ¿qué le gustaría?
— Disculpe, qué pena, es que no sé ni por dónde empezar.
— No hay por qué sentirse mal. Nuestros tejedores saben hacer de todo. Depende la ocasión, por supuesto. Lo que más nos piden son discursos. También ofrecemos poemas, cuentos, diatribas, gramáticas en su jugo, morfologías de ayer y hoy...
— Ah, pero... es que...
— No diga más. Si nunca ha usado nuestros servicios antes, podríamos sorprenderla con un texto de la caja del misterio.
— Oh. ¡Maravilloso! ¡Eso sí que me gustaría! ¿Qué hay que hacer?
— Primero que nada necesito que me proporcione unos tres sustantivos. Sencillitos. ¿Los tiene a la mano?
— Ay joven, qué pena con usted. Me va a decir que qué mal. ¿Qué es un sustantivo?
— No se sienta mal, ya le dije. Para eso estamos. Es una palabra que designa o identifica seres animados o inanimados. En su casa debe haber muchos. Ejemplos: casa, teléfono, puerta, gato. ¿Tiene alguno de esos?
— Ya. Claro que sí. Oiga, ¿puedo darle de esos que no se ven tan fácil?
— Sí, seguro. A sus órdenes.
— Deje pienso... mmm... ya. Amor, valor y protección. ¿Le sirven?
— Magnífico. Ya los registramos. Ahora, ¿en qué estado de ánimo diría que se encuentra?
— Feliz, entusiasmada, ilusionada, enamorada.
— Ya veo por dónde va el asunto. ¿Prefiere pergamino, mente, corazón o cuerpo?
— Ay, qué complicado. Todas son buenas opciones. ¿No lo podemos dejar también a la caja del misterio?
— Seguro que sí, madame. Casi terminamos. Ahora sólo necesito su dirección y horas disponibles.
— Con gusto.
Al día siguiente, los vecinos sólo escucharon cómo un fabricante de textos tatuaba amor, valor y protección en el cuerpo de la cliente. Agregó poesía como bono extra sin costo adicional. Sobra decir que quedó por más muy satisfecha. El sustantivo orgasmo iba incluido.
viernes, 11 de septiembre de 2015
No los lea.
Pronto todo el mundo se le vino abajo. Ya le había dicho que sus novelas dramáticas no le dejarían más que desolación y lágrimas amargas. Sólo que esta vez no era ninguna obrilla típica ni pan con lo mismo. Nadie dejó a nadie ni chocaron fronteras de distintas posiciones económicas.
Más bien era un libro contra un lector.
Era un libro de autodestrucción.
Más bien era un libro contra un lector.
Era un libro de autodestrucción.
miércoles, 9 de septiembre de 2015
Prohibido suicidarse.
Es la cuarta vez que aquel joven se arroja de tal manera. La muerte, más que presenciar tan audaz acto de valentía y cobardía simultáneos, se pone abajo con un trampolín que aparece al instante tras un chasquido misterioso de sus dedos.
— ¿Otra vez tú? —pregunta indignado, sosteniéndose el pelo con ambas manos.
— Está prohibido suicidarse hoy. ¿Por qué no esperar a mañana? —responde una voz hueca desde el interior de la capucha oscura.
— Porque mañana ya no tendrá sentido. No me hables.
Tras incorporarse, el muchacho corre con brío, el tonto. Va a las avenidas a intentar que lo atropellen. Con otro chasquido misterioso de los dedos enguantados, un cóndor enorme lo pesca de la camisa sucia y se lo lleva. La muerte sólo lo vigila. Durante el vuelo, el ingrato intenta soltarse, se agita y berrea, hasta que se queda sin energías. El cóndor vuela pacíficamente, planeando sobre algunos edificios hasta regresar donde la figura macabra y alta del cobrador de almas lo espera.
— Eres necio. Espera a mañana— susurra la voz hueca, mientras apunta con una filosa guadaña a la cabeza.
— ¿Por qué no me matas tú? ¡Ya no soporto!
— Mi trabajo no es ese. Sólo mantenerte vivo.
— ¡Semejante estupidez!
Al no contar con ninguna otra opción, el muchacho se desploma tras sostener un poco el aire y quedarse sin oxígeno. Basta apuntar con la guadaña sobre el pecho para que comience a respirar de nuevo, ahora dormido.
Después de varias horas, abre los ojos lentamente y ahí está la muerte esperándolo.
— Ahora sí. Ya es otro día. Vamos, suicídate.
— ¿Qué?
En un estado de confusión, el muchacho tiembla y piensa todo una vez más. Tras haber sido reconfortado por el sueño ha cambiado de opinión. Sólo se mantiene con la mirada fija en la capucha inmóvil y en la guadaña que parece respirar con el movimiento de las manos. Intenta huir. Antes de que pueda lograrlo, la muerte le bloquea el paso con el arma y la clava en su corazón. Tras retorcerse un poco y jalar aire, en un estado de confusión, se hiperventila mientras algunos enfermeros gritan que ha despertado del coma producido por exceso de pastillas del sueño.
— ¿Otra vez tú? —pregunta indignado, sosteniéndose el pelo con ambas manos.
— Está prohibido suicidarse hoy. ¿Por qué no esperar a mañana? —responde una voz hueca desde el interior de la capucha oscura.
— Porque mañana ya no tendrá sentido. No me hables.
Tras incorporarse, el muchacho corre con brío, el tonto. Va a las avenidas a intentar que lo atropellen. Con otro chasquido misterioso de los dedos enguantados, un cóndor enorme lo pesca de la camisa sucia y se lo lleva. La muerte sólo lo vigila. Durante el vuelo, el ingrato intenta soltarse, se agita y berrea, hasta que se queda sin energías. El cóndor vuela pacíficamente, planeando sobre algunos edificios hasta regresar donde la figura macabra y alta del cobrador de almas lo espera.
— Eres necio. Espera a mañana— susurra la voz hueca, mientras apunta con una filosa guadaña a la cabeza.
— ¿Por qué no me matas tú? ¡Ya no soporto!
— Mi trabajo no es ese. Sólo mantenerte vivo.
— ¡Semejante estupidez!
Al no contar con ninguna otra opción, el muchacho se desploma tras sostener un poco el aire y quedarse sin oxígeno. Basta apuntar con la guadaña sobre el pecho para que comience a respirar de nuevo, ahora dormido.
Después de varias horas, abre los ojos lentamente y ahí está la muerte esperándolo.
— Ahora sí. Ya es otro día. Vamos, suicídate.
— ¿Qué?
En un estado de confusión, el muchacho tiembla y piensa todo una vez más. Tras haber sido reconfortado por el sueño ha cambiado de opinión. Sólo se mantiene con la mirada fija en la capucha inmóvil y en la guadaña que parece respirar con el movimiento de las manos. Intenta huir. Antes de que pueda lograrlo, la muerte le bloquea el paso con el arma y la clava en su corazón. Tras retorcerse un poco y jalar aire, en un estado de confusión, se hiperventila mientras algunos enfermeros gritan que ha despertado del coma producido por exceso de pastillas del sueño.
martes, 8 de septiembre de 2015
Flores.
Yo no suelo enviar flores, pero esta vez hice una excepción.
Sí, antes las envié y a cambio recibía la displicencia de las susodichas. Todas serias y con garbo, esa gracia divina hecha fémina en una boquita muy bien cerrada que ni las gracias daba. Media hora después encontraba el ramo intacto en el bote de basura más cercano, con la nota aún en su sobre. Ni siquiera estaba arrugado.
Entonces opté por reciclar. Extraía con agilidad las mismas flores rechazadas y las sacudía un poco, siempre y cuando no estuvieran llenas de alguna grasa. Con la misma atención elegía a otra susodicha y volvía a enviar el ramo, mismo que era robado de la banqueta por algún otro reciclador de regalos de amores.
En fin, por eso hoy hice una excepción, porque sé que las flores no me serán devueltas. Te las quedarás contigo, susodicha infame, en la bellísima tumba en la que estás guardada.
Sí, antes las envié y a cambio recibía la displicencia de las susodichas. Todas serias y con garbo, esa gracia divina hecha fémina en una boquita muy bien cerrada que ni las gracias daba. Media hora después encontraba el ramo intacto en el bote de basura más cercano, con la nota aún en su sobre. Ni siquiera estaba arrugado.
Entonces opté por reciclar. Extraía con agilidad las mismas flores rechazadas y las sacudía un poco, siempre y cuando no estuvieran llenas de alguna grasa. Con la misma atención elegía a otra susodicha y volvía a enviar el ramo, mismo que era robado de la banqueta por algún otro reciclador de regalos de amores.
En fin, por eso hoy hice una excepción, porque sé que las flores no me serán devueltas. Te las quedarás contigo, susodicha infame, en la bellísima tumba en la que estás guardada.
lunes, 7 de septiembre de 2015
El baile.
Es todo un reto escribir algo donde ninguna palabra se repita. Verá usted, aquí en este texto eso no sucede, porque las piezas faltantes dejarían la composición en un estado algo inerte, surrealista. Hoy no. Hoy tenemos ganas de formar en equipos a las letras para que ejecuten una danza que nos tienen preparada. Hay que mirarlas de tal modo que les descubramos el ritmo: los del fuego, esos que le dan vueltas a la hoguera mística mientras sus mentes inquietas viajan a parajes insospechados. Fonemas, fonemas, rimas y versos que hacen eco en la oreja; oralmente ya están todos embadurnados de alguna sabiduría ancestral que se pega en el cuerpo.
Al poeta lo que es del poeta. Sí, veremos entonces palabras que se repiten una y otra vez para zarandear la mente. A fin de cuentas creemos (el poeta y yo, sin incluirlo a usted) que todo es un baile. No sabemos qué piense usted, pero a nosotros nos complace oír algunos decretos orales sobre la montaña, el viaje, el conocimiento íntimo entre una musa y su cuerpo. Si no nos alcanza el español, qué más da que usemos las contracciones dulces de otros lenguajes. Si no se halla rima con el rojo carmesí, es momento de robarle el ritmo a otra habla. Awasí, awasí. Significa lo que usted quiera, pues nosotros desconocemos el origen, pero nos encanta usarlo.
Verá usted que dichas palabras no deben entenderse con la mente racional, sino con el baile que se vuelve incontrolable dentro de su fuego interno, el que simula una pequeña hoguera de los remanentes guardados por la humanidad de muchos siglos atrás. ¿Nos concede una pieza literaria?
Al poeta lo que es del poeta. Sí, veremos entonces palabras que se repiten una y otra vez para zarandear la mente. A fin de cuentas creemos (el poeta y yo, sin incluirlo a usted) que todo es un baile. No sabemos qué piense usted, pero a nosotros nos complace oír algunos decretos orales sobre la montaña, el viaje, el conocimiento íntimo entre una musa y su cuerpo. Si no nos alcanza el español, qué más da que usemos las contracciones dulces de otros lenguajes. Si no se halla rima con el rojo carmesí, es momento de robarle el ritmo a otra habla. Awasí, awasí. Significa lo que usted quiera, pues nosotros desconocemos el origen, pero nos encanta usarlo.
Verá usted que dichas palabras no deben entenderse con la mente racional, sino con el baile que se vuelve incontrolable dentro de su fuego interno, el que simula una pequeña hoguera de los remanentes guardados por la humanidad de muchos siglos atrás. ¿Nos concede una pieza literaria?
viernes, 4 de septiembre de 2015
La verdad.
En estos tiempos todos son dueños de la verdad. Y la verdad es que no están diciendo mentiras, porque la "verdad" primigenia, esa que ningún corazón de hombre puede atrapar en su totalidad, está fragmentada en múltiples personalidades, amores, desamores, besos de niños, tareas, destinos, crecimientos, melodías, risas, noviazgos, muertes, vidas, ríos, planetas, plumas, visiones, túneles, familias, países, caminos, viajes y literaturas. Pensar en una verdad absoluta e indiscutible es como creer que todas las cabezas poetas van a elaborar la misma composición.
De esta suerte, veremos que no existe una luna tal cual la conocemos, sino muchos y diversos astros que andan jugando con todo aquél que se les acerca. Sobran los ejemplos: la despedazada, la odiada, la de los lobos, la tuya, la del soñador, la del devorador de lunas, esa otra que cuelga de tu cuello, la que rodó bajo la cama asustando al felino, la otra que sostenía un niño entre sus manos. Con tanta luna verdadera, no podríamos decir que ninguna es mentira, porque todas existen. Lo que sí podemos asegurar es que a base de mentiras, también las lunas juegan con los pensadores. Ellos irán luego a extraer la verdad oculta.
A decir verdad me voy a corregir: no está la verdad para socorrer tantas mentiras. ¿Qué tiene la mentira que la verdad mía de este momento no contenga? Si además Lope de Vega pretendía engañar a todos con la verdad misma. Con la suya, no con la de nosotros. Si volvemos la verdad tan grande, con tal ahínco, algunos pensarán que es mentira. Así tendremos una verdad algo mentirosa, que vale mucho más que una mentira verdadera. Entre cínicos funciona. Qué más da, entonces, una verdad a raíz que para todos es mentira si a nuestro juicio y buen valor es la máxima representación de la sinceridad en tal momento presente.
No hay quien no haya dicho nunca una mentira. A medias, pellizcando las esquinas o los bordes de la verdad, pero la ha dicho. Así todos los presentes la han considerado verdadera, yéndose contentos porque aunque saben el engaño lo disfrutan. Ese el acto mágico de la transmutación: que nos dejemos engañar un poco, porque todos somos dueños de la verdad aunque queremos que no se nos regale así nada más, sin chiste ni maniobras; más bien queremos artimaña de ilusiones para que se multiplique entre nuestros conocidos. Es la verdad un talismán multiplicado.
De esta suerte, veremos que no existe una luna tal cual la conocemos, sino muchos y diversos astros que andan jugando con todo aquél que se les acerca. Sobran los ejemplos: la despedazada, la odiada, la de los lobos, la tuya, la del soñador, la del devorador de lunas, esa otra que cuelga de tu cuello, la que rodó bajo la cama asustando al felino, la otra que sostenía un niño entre sus manos. Con tanta luna verdadera, no podríamos decir que ninguna es mentira, porque todas existen. Lo que sí podemos asegurar es que a base de mentiras, también las lunas juegan con los pensadores. Ellos irán luego a extraer la verdad oculta.
A decir verdad me voy a corregir: no está la verdad para socorrer tantas mentiras. ¿Qué tiene la mentira que la verdad mía de este momento no contenga? Si además Lope de Vega pretendía engañar a todos con la verdad misma. Con la suya, no con la de nosotros. Si volvemos la verdad tan grande, con tal ahínco, algunos pensarán que es mentira. Así tendremos una verdad algo mentirosa, que vale mucho más que una mentira verdadera. Entre cínicos funciona. Qué más da, entonces, una verdad a raíz que para todos es mentira si a nuestro juicio y buen valor es la máxima representación de la sinceridad en tal momento presente.
No hay quien no haya dicho nunca una mentira. A medias, pellizcando las esquinas o los bordes de la verdad, pero la ha dicho. Así todos los presentes la han considerado verdadera, yéndose contentos porque aunque saben el engaño lo disfrutan. Ese el acto mágico de la transmutación: que nos dejemos engañar un poco, porque todos somos dueños de la verdad aunque queremos que no se nos regale así nada más, sin chiste ni maniobras; más bien queremos artimaña de ilusiones para que se multiplique entre nuestros conocidos. Es la verdad un talismán multiplicado.
jueves, 3 de septiembre de 2015
¿Para qué?
Para echar por la borda las telarañas que se le empiezan a formar a uno en la cabeza, sin tener que recurrir a ese desastroso río de información que sinuosamente corre entre los hablantes de manera agravante. Lo nuevo: para tejerlas inofensivamente alrededor de las pupilas y los iris y atrapar ese destello del que está mirando, para quedarse con un poco del alma del de allá afuera, el que sonríe, la que llora. Para que al fin y al cabo, aunque quede atrapado entre los hilos, tenga deseos de regresar porque hay algo bondadoso para los habitantes de la mente, los que día con día fabrican el ingenio.
Además, para complacer a los duendes disfrazados de niños que habitan el mundo. Para regalarles algo dulce con un toque amargo y una pieza gigante de misterio. Lo nuevo: llevarlos de la mano hasta el lugar que va a ser explorado y obtener un detalle que se nos había pasado por alto, porque los ojos suelen cubrirse de una neblina algo extraña que se esfuma cuando vamos acompañados de los duendes de pocos años. Para que con razón verdadera y absoluta descubramos que esas criaturas lo único que quieren es llevarse nuestra alma y pintarrajearla con sus ideales.
También para no morir de hambre, porque una cosa es el pan con carne de las mañanas y otra muy diferente el largo bocado de letras con sentido, que debemos llevar no por la boca, sino introducirlo por los ojos muy despacio para que se digiera en el cerebro y después colme la mente curiosa y deseosa de conocimiento. Lo nuevo: muchas veces inteligible, otras no tanto, el paquete completo transfigurará el espíritu, haciéndolo enojar o aliviándolo un poco, para que definitivamente nos queden ganas de seguir probando esta cosa tan novedosa que nos abofetea el sentido común y nos deja con sabor de imaginería y astucia.
Entre otras, para esas cosas nos sirve la literatura.
Además, para complacer a los duendes disfrazados de niños que habitan el mundo. Para regalarles algo dulce con un toque amargo y una pieza gigante de misterio. Lo nuevo: llevarlos de la mano hasta el lugar que va a ser explorado y obtener un detalle que se nos había pasado por alto, porque los ojos suelen cubrirse de una neblina algo extraña que se esfuma cuando vamos acompañados de los duendes de pocos años. Para que con razón verdadera y absoluta descubramos que esas criaturas lo único que quieren es llevarse nuestra alma y pintarrajearla con sus ideales.
También para no morir de hambre, porque una cosa es el pan con carne de las mañanas y otra muy diferente el largo bocado de letras con sentido, que debemos llevar no por la boca, sino introducirlo por los ojos muy despacio para que se digiera en el cerebro y después colme la mente curiosa y deseosa de conocimiento. Lo nuevo: muchas veces inteligible, otras no tanto, el paquete completo transfigurará el espíritu, haciéndolo enojar o aliviándolo un poco, para que definitivamente nos queden ganas de seguir probando esta cosa tan novedosa que nos abofetea el sentido común y nos deja con sabor de imaginería y astucia.
Entre otras, para esas cosas nos sirve la literatura.
miércoles, 2 de septiembre de 2015
Fragmentos.
Dormir es un acto tan placentero que nadie sabe que en secreto todas las células y átomos que constituyen el cuerpo comienzan a rejuvenecer. Allí donde no había brazos comienzan a emular al dios externo, extendiendo el plasma para dejar ver unas manecitas gelatinosas que todo pretenden alcanzar. Ya van más allá de la fagocitosis, ahora estiran los brazos de plasma y alcanzan las partículas. Se adaptan. Renacen. Todo mientras el acto de dormir transcurre por entre los minutos de la noche.
En días anteriores perdiste fragmentos del alma, se rompieron por entre las nubes que miraste. Otros salieron con el agua de los ojos. Algún fuego cenizo quemó los nervios del espíritu, dejándote agotado, como si hubieras viajado millones de kilómetros por el espacio. Ah, basta el remedio siguiente para recuperar el alma perdida: dosis completa de ensoñación, a ojos cerrados y en fase de sueño profundo, una plataforma horizontal sobre la cual reposar el cuerpo y un ritual de no interrupción bajo ninguna circunstancia.
Cuando todo esté listo, los átomos que te constituyen estirarán los brazos más allá de la membrana corpórea y recuperarán, sin vacilar, los cristales del alma que dejaste ir en alguna que otra batalla amorosa. Por eso es que al despertar no cabe un cielo de felicidad en los pulmones.
En días anteriores perdiste fragmentos del alma, se rompieron por entre las nubes que miraste. Otros salieron con el agua de los ojos. Algún fuego cenizo quemó los nervios del espíritu, dejándote agotado, como si hubieras viajado millones de kilómetros por el espacio. Ah, basta el remedio siguiente para recuperar el alma perdida: dosis completa de ensoñación, a ojos cerrados y en fase de sueño profundo, una plataforma horizontal sobre la cual reposar el cuerpo y un ritual de no interrupción bajo ninguna circunstancia.
Cuando todo esté listo, los átomos que te constituyen estirarán los brazos más allá de la membrana corpórea y recuperarán, sin vacilar, los cristales del alma que dejaste ir en alguna que otra batalla amorosa. Por eso es que al despertar no cabe un cielo de felicidad en los pulmones.
martes, 1 de septiembre de 2015
Más allá del día y la noche.
Más allá de los horizontes en altamar se encuentra la incandescencia que hace hervir los océanos. La burbuja luminosa que va a dormirse pero que en realidad engaña a los navegantes, porque se despierta trastornada en el otro horizonte, en la línea curva interminable que la persigue cada instante de tu vida.
Has visto el cielo y sus personalidades: la clara, la oscura, la perforada nocturna capa de soñadores y astrónomos, la que sangra cuando no se decide entre uno y otro color, la que hace aullar a los lobos y la que es como una pintura que se derrite cuando las auroras salen de paseo. Has visto todo eso. Has visto cómo es que el cielo rompe a llorar repentinamente si segundos antes estaba pletórico de alegría.
Lo que no has visto es más allá del día y la noche, en el espacio que sólo consigues cuando no te decides entre el sueño y la vigilia. Allí el cielo es el que te vigila constantemente, es él quien escribe poesías sobre tus constantes y rápidos cambios de humor. Un cielo verde, verde como un mar luminoso que nunca se cae por gravedad.
Has visto el cielo y sus personalidades: la clara, la oscura, la perforada nocturna capa de soñadores y astrónomos, la que sangra cuando no se decide entre uno y otro color, la que hace aullar a los lobos y la que es como una pintura que se derrite cuando las auroras salen de paseo. Has visto todo eso. Has visto cómo es que el cielo rompe a llorar repentinamente si segundos antes estaba pletórico de alegría.
Lo que no has visto es más allá del día y la noche, en el espacio que sólo consigues cuando no te decides entre el sueño y la vigilia. Allí el cielo es el que te vigila constantemente, es él quien escribe poesías sobre tus constantes y rápidos cambios de humor. Un cielo verde, verde como un mar luminoso que nunca se cae por gravedad.
domingo, 30 de agosto de 2015
El complicado arte de escribir.
De grandes memorias, el escritor, poco a poco va deslizando lo que le parece digno de contarse. Quizá contarlo con más brío y energía que si lo hiciera hablado. Posiblemente se lo cuente en tercera persona primero, para entender algo de sí que no estaba antes allí, como tratando de huir de sí mismo aunque no pueda.
Por la mañana se levanta y es mirado a través de una ventana de papel que se desdobla para mostrar la casa amueblada. Pueden verse patinando por las paredes esas letras correlonas que intentan organizarse para ser admitidas en un libro, según el lejano y complejo consejo de admisión en la Academia Literaria Surrealista del Complicado Arte de Escribir.
Él, el tejedor de palabras, antes pensaba que había algunas moscas sobre la pared y que evadían los periodicazos. Tras minuciosas observaciones, se dio cuenta de que algunas eran trazas de algún texto, que al ser impactadas se transformaban en números. Allí pensó que las matemáticas también tenían algo de argumentarse, de justificarse y de enunciarse.
Cuando sale al jardín se topa con sus árboles predilectos. Los verdes siempreverde, los arbustos, las frutas maduras; las descuelga para meterlas en un tazón. Son letras rojas y amarillas, con las que debe hacerse la tinta para escribir algo interesante mientras el café moja los labios y humecta la garganta. Como siempre, este jardín está poblado de hojas de otoño que nunca se barrieron. Otras letras secas las mordió el perro, o bien las enterró, o bien se las comió.
Después de ilustrar algo en la hoja parda, el escritor se mira en el espejo para ver si no le quedó algún acento colgando del pelo. Una vez limpio, se dispone a caminar por la calle para atrapar algún personaje interesante y digno de un buen cuento. Afuera todos son importantes. Llevan corbatas y trajes, maletines misteriosos, carriolas, libros con fotografías y niños que acarrean globos.
Afuera también la gente ha adoptado algunas letras correlonas. Eso cuando se dejan, porque normalmente vuelan o son devoradas por algún ave de colores. Son necesarias porque complementan la literatura de una forma especial, como el sazón de la sopa a la hora de la comida, cuyo olor atrae los más exigentes estómagos.
Cae la noche. Literalmente. En cuestión de segundos, el escritor se da cuenta que el día ha durado tan sólo unos minutos. Ah, pero no hay que dejarse engañar, si es tan sólo el niño divino del exterior que está cerrando un poco el libro con su mano gigantesca. Esa misma noche, que seguramente durará otros tantos minutos, él hablará sobre el deseo enorme que tiene de ir a recorrer el lomo del libro. Más allá de las páginas desplegables y más allá del olor a papel.
Por la mañana se levanta y es mirado a través de una ventana de papel que se desdobla para mostrar la casa amueblada. Pueden verse patinando por las paredes esas letras correlonas que intentan organizarse para ser admitidas en un libro, según el lejano y complejo consejo de admisión en la Academia Literaria Surrealista del Complicado Arte de Escribir.
Él, el tejedor de palabras, antes pensaba que había algunas moscas sobre la pared y que evadían los periodicazos. Tras minuciosas observaciones, se dio cuenta de que algunas eran trazas de algún texto, que al ser impactadas se transformaban en números. Allí pensó que las matemáticas también tenían algo de argumentarse, de justificarse y de enunciarse.
Cuando sale al jardín se topa con sus árboles predilectos. Los verdes siempreverde, los arbustos, las frutas maduras; las descuelga para meterlas en un tazón. Son letras rojas y amarillas, con las que debe hacerse la tinta para escribir algo interesante mientras el café moja los labios y humecta la garganta. Como siempre, este jardín está poblado de hojas de otoño que nunca se barrieron. Otras letras secas las mordió el perro, o bien las enterró, o bien se las comió.
Después de ilustrar algo en la hoja parda, el escritor se mira en el espejo para ver si no le quedó algún acento colgando del pelo. Una vez limpio, se dispone a caminar por la calle para atrapar algún personaje interesante y digno de un buen cuento. Afuera todos son importantes. Llevan corbatas y trajes, maletines misteriosos, carriolas, libros con fotografías y niños que acarrean globos.
Afuera también la gente ha adoptado algunas letras correlonas. Eso cuando se dejan, porque normalmente vuelan o son devoradas por algún ave de colores. Son necesarias porque complementan la literatura de una forma especial, como el sazón de la sopa a la hora de la comida, cuyo olor atrae los más exigentes estómagos.
Cae la noche. Literalmente. En cuestión de segundos, el escritor se da cuenta que el día ha durado tan sólo unos minutos. Ah, pero no hay que dejarse engañar, si es tan sólo el niño divino del exterior que está cerrando un poco el libro con su mano gigantesca. Esa misma noche, que seguramente durará otros tantos minutos, él hablará sobre el deseo enorme que tiene de ir a recorrer el lomo del libro. Más allá de las páginas desplegables y más allá del olor a papel.
jueves, 27 de agosto de 2015
De cielos e infiernos...
El cielo permanece alrededor, mientras que el infierno en el interior. Vaya a acostumbrarse al cielo constante, de azul a negro, hasta que le entren las ganas de excavar un poco para acariciar algunas flamas de las que reposan como combustible del planeta.
Hay que notar que infiernos hay muchos. Tantos como planetas cálidos existan. Así figura el corazón de los hombres y las mujeres. Por dentro la lava mantiene el exterior en funcionamiento y más allá de la piel está el cielo. La sangre está tibia porque reside en el intermedio: ese punto exacto en el que el amor quiere instalar casa en la piel de otra persona. Note además, que no siempre hay exactitud. Por eso estamos llenos de desgracias amorosas, porque hay cielos con infierno y viceversa.
Lo que es más: dos cielos para los ingenuos y dos infiernos para los hipócritas.
Tal parece que el único lugar seguro en el amor es el purgatorio. Allí no pasa nada, no hay noticias. Los amantes continúan como si nada y se las gastan con besos y caricias íntimas.
Cuide usted de su purgatorio. Si va mucho al cielo, la contraparte buscará el infierno. Si arde demasiado, el opuesto querrá el cielo. Retrase los trámites del desamor tanto como pueda, para que esté en un purgatorio feliz, rindiendo cuenta de los pecados entre piel y piel, entre labio y labio. Entre dos que lo único que quieren es un momento a solas para arrastrarse juntos un poco entre los dos bandos.
Hay que notar que infiernos hay muchos. Tantos como planetas cálidos existan. Así figura el corazón de los hombres y las mujeres. Por dentro la lava mantiene el exterior en funcionamiento y más allá de la piel está el cielo. La sangre está tibia porque reside en el intermedio: ese punto exacto en el que el amor quiere instalar casa en la piel de otra persona. Note además, que no siempre hay exactitud. Por eso estamos llenos de desgracias amorosas, porque hay cielos con infierno y viceversa.
Lo que es más: dos cielos para los ingenuos y dos infiernos para los hipócritas.
Tal parece que el único lugar seguro en el amor es el purgatorio. Allí no pasa nada, no hay noticias. Los amantes continúan como si nada y se las gastan con besos y caricias íntimas.
Cuide usted de su purgatorio. Si va mucho al cielo, la contraparte buscará el infierno. Si arde demasiado, el opuesto querrá el cielo. Retrase los trámites del desamor tanto como pueda, para que esté en un purgatorio feliz, rindiendo cuenta de los pecados entre piel y piel, entre labio y labio. Entre dos que lo único que quieren es un momento a solas para arrastrarse juntos un poco entre los dos bandos.
miércoles, 26 de agosto de 2015
Esto no es cuento.
Hay una narrativa que insiste en corregir las historias que ya existen. Numerosos cuentos que han sido desarmados para editarse y volverse nuevos. De esta suerte, se han parado varios oradores en la calle a vender estas historias copiosas por algunas monedas de oro. Así los cuentos van volviéndose otra cosa:
Tal cual, un descuento, porque del original ya no se sabe mucho. Y de tanto descontar las letras, nos quedaremos cada vez con menos cuento y más espacio. Y sí, el libro de los descuentos será un montón de páginas con líneas pormenores que luego se van a ir a vender, durante un perverso acto de translibrismo, en refranes.
Tal cual, un descuento, porque del original ya no se sabe mucho. Y de tanto descontar las letras, nos quedaremos cada vez con menos cuento y más espacio. Y sí, el libro de los descuentos será un montón de páginas con líneas pormenores que luego se van a ir a vender, durante un perverso acto de translibrismo, en refranes.
martes, 25 de agosto de 2015
Secreto de la lluvia.
Si llover cualquier cielo lo hace. Llover con arcoiris es un orgasmo de la atmósfera. Pero llover con un cielo bajo el sol pleno mientras la luna está de curiosa... eso es un secreto de la lluvia que sólo vamos a conocer si hacemos el amor con alguien durante el mágico proceso.
lunes, 24 de agosto de 2015
Tan juguetón él.
Vamos, amigo, no decaiga. Así es esto. Un día usted está en la cima del mundo para alguien más y después se abre el escenario donde hay otra montaña más alta. No hay que tomarse tan en serio a ese bribonzuelo. Es algo escurridizo y le gusta jugar. Ese es el detalle. No lo persiga jamás porque más se le va a esconder. Es curioso, un día se mete en la bolsa de su chaqueta y se queda a vivir durante unos años (paga renta durante unos años). Es un duendecillo al que le gusta la novedad de las cosas, por eso hay que mantenerlo cautivado con todas las artimañas que pueda.
Seguramente hoy se despertó y no lo encontró y se había encariñado con él. No no no, nada de maldecirlo. Así como llegó también se puede ir. ¿Acaso cree que es suyo? Si más bien, como los gatos, usted era de su pertenencia durante un rato. Ahora cree usted que lo extraña, pero si cuando lo tuvo no jugó con él. Ni hablar.
domingo, 5 de julio de 2015
Receta para alejar la tristeza.
Si usted está triste, y mire que la tristeza no se fija en condición social o poderes adquisitivos, debe seguir una receta infalible al pie de la letra. No es la gran cosa, pero si lo está, verá usted cómo al instante se siente mucho mejor para continuar con sus labores. Además no necesita de un espacio preparado, conque lo haga todos los días a las horas correctas y de la manera correcta.
Si la tristeza lo invade, levántese después de que haya sonado el despertador. Entre a su baño, lave sus dientes, reciba la ducha y mire el reloj de vez en vez para que no se le haga tarde. Llegar tarde trae infelicidad. Vístase como acostumbra, anúdese la corbata o cepille su pelo, use perfume, cuide cada detalle de su imagen para que el exterior lo reciba radiante.
Desayune, olvide algo al salir de la casa y regrese echando alguna que otra quejita no tan altisonante. Recupere lo que ha olvidado, azote la puerta para que los demás vecinos noten su presencia y súbase al auto. Pronto estará usted en ese dulce reciclamiento de las cosas que nos acontece todos los días. Ya sabe: la ciudad ruidosa, el tránsito congestionado, maldiciones flotando en cada cajuela. Escuche las noticias: siempre dicen algo de lo que hay que cuidarse. Reciclar es bueno. Debe reciclar también sus días.
En el trabajo haga lo que acostumbra con un ligero toque distinto y elegante: por ejemplo lleve una corbata diferente. No le voy a repetir el regreso porque al reciclar, notará usted que el proceso es el mismo, sólo que afuera está un poco más oscuro. No acepte comida desconocida que su estómago no tolere. Llegue a casa a encender el televisor y ponga algo sin importancia. Las voces que salen de ahí harán pensar en una grata compañía, porque la soledad destruye, aísla y entristece.
Sobre todo, cuídese de cruzarse con esa vecina loca que vive arriba de usted. Esa joven inmadura que siempre sonríe por cualquier estupidez, que no trabaja en algo serio y que lleva su clarinete para hacer ruido en algún lugar. Ni siquiera se arregla el pelo. Evítela a toda costa, sólo va a contaminarlo y pondrá en duda su dulce reciclar que hasta ahora ha estado llevando a la perfección. Si se la topa en el coche vecino durante el tránsito, no voltee a verla. Ella se deja llevar por el canto y en arranques de locura eleva la voz. Jamás usa el claxon. Nunca fuma. Vea: no cepilló su cabello. Ella no recicla y de tanta tristeza ha quedado loca por la vida.
Cierre sus vidrios inmediatamente y quéjese sobre ello en las oficinas para tener aliados poderosos. Si se atreve, porque sé que es difícil, échele una mirada lateral de desprecio y asco. Comience a elucubrar sobre su condición social, juzgue su auto y compárelo con el suyo. Eso siempre da felicidad porque de antemano sabe que la moda no puede equivocarse en este precioso mundo. Platique con personas afines a usted y que saben reciclar las charlas. Salude como siempre, con algo tan clásico como el "buenos días, ¿cómo está usted?". Lo clásico es perfecto. Nunca falla ni pone nada en desorden. Salude a más amigos así para que se le olvide esa insensatez que su vecina inventa cada día del año.
Ya cuando esté a punto de dormir, deje las noticias encendidas para sentirse acompañado. Verá usted que pronto queda dormido con una enorme sonrisa. Repita esto todos los días y verá con gusto que todo fluye como debería.
Ah, y si es posible, no reflexione mucho. Eso déjelo a los filósofos, que es su trabajo.
Si la tristeza lo invade, levántese después de que haya sonado el despertador. Entre a su baño, lave sus dientes, reciba la ducha y mire el reloj de vez en vez para que no se le haga tarde. Llegar tarde trae infelicidad. Vístase como acostumbra, anúdese la corbata o cepille su pelo, use perfume, cuide cada detalle de su imagen para que el exterior lo reciba radiante.
Desayune, olvide algo al salir de la casa y regrese echando alguna que otra quejita no tan altisonante. Recupere lo que ha olvidado, azote la puerta para que los demás vecinos noten su presencia y súbase al auto. Pronto estará usted en ese dulce reciclamiento de las cosas que nos acontece todos los días. Ya sabe: la ciudad ruidosa, el tránsito congestionado, maldiciones flotando en cada cajuela. Escuche las noticias: siempre dicen algo de lo que hay que cuidarse. Reciclar es bueno. Debe reciclar también sus días.
En el trabajo haga lo que acostumbra con un ligero toque distinto y elegante: por ejemplo lleve una corbata diferente. No le voy a repetir el regreso porque al reciclar, notará usted que el proceso es el mismo, sólo que afuera está un poco más oscuro. No acepte comida desconocida que su estómago no tolere. Llegue a casa a encender el televisor y ponga algo sin importancia. Las voces que salen de ahí harán pensar en una grata compañía, porque la soledad destruye, aísla y entristece.
Sobre todo, cuídese de cruzarse con esa vecina loca que vive arriba de usted. Esa joven inmadura que siempre sonríe por cualquier estupidez, que no trabaja en algo serio y que lleva su clarinete para hacer ruido en algún lugar. Ni siquiera se arregla el pelo. Evítela a toda costa, sólo va a contaminarlo y pondrá en duda su dulce reciclar que hasta ahora ha estado llevando a la perfección. Si se la topa en el coche vecino durante el tránsito, no voltee a verla. Ella se deja llevar por el canto y en arranques de locura eleva la voz. Jamás usa el claxon. Nunca fuma. Vea: no cepilló su cabello. Ella no recicla y de tanta tristeza ha quedado loca por la vida.
Cierre sus vidrios inmediatamente y quéjese sobre ello en las oficinas para tener aliados poderosos. Si se atreve, porque sé que es difícil, échele una mirada lateral de desprecio y asco. Comience a elucubrar sobre su condición social, juzgue su auto y compárelo con el suyo. Eso siempre da felicidad porque de antemano sabe que la moda no puede equivocarse en este precioso mundo. Platique con personas afines a usted y que saben reciclar las charlas. Salude como siempre, con algo tan clásico como el "buenos días, ¿cómo está usted?". Lo clásico es perfecto. Nunca falla ni pone nada en desorden. Salude a más amigos así para que se le olvide esa insensatez que su vecina inventa cada día del año.
Ya cuando esté a punto de dormir, deje las noticias encendidas para sentirse acompañado. Verá usted que pronto queda dormido con una enorme sonrisa. Repita esto todos los días y verá con gusto que todo fluye como debería.
Ah, y si es posible, no reflexione mucho. Eso déjelo a los filósofos, que es su trabajo.
lunes, 22 de junio de 2015
La inestabilidad de la poesía.
Un material volátil, según algunos creadores de sonetos. En manos inexpertas, la poesía puede ofender los oídos, vulnerar los ojos, lastimar serenatas, destruir romances, atraer insectos no deseados y quebrar las creencias de un niño en pleno desarrollo.
Sabes que a la poesía no hay queperseguirle perseguirla. No anda uno tras della, como si de una mariposa se tratase. Primero hay que elaborar el plan y preparar el escenario donde va a caer. Ya he mencionado eso tantas veces como la memoria me permite recordarlo recordártelo.
Además hay que saber del oficio que la atrae. Si eres minero de estrellas, es más probable que halles por allí alguna figura pletórica, repleta de entusiasmo como para encajar en tu magna obra. Si eres buscador de tesoros, es más probable que te encuentre con una zarzáfora transmutable. Si eres escritor de a papel y lápiz podrás toparte con numerosos recursos en la playa, entre la arena y las conchas.
Todo tiene su riesgo. A la poesía ya no basta sólo encontrársela y ser el primero en ir corriendo a mostrarla a cuanta dama se te atraviese. Hay que pulirla. Tallarla. Llévala a un taller de poemintería y dale alguna forma agradable. Eso decía mi amigo el trastornado, el risueño, el autor de numerosas joyas de la poesía. Para poemas sueltos basta leer y seguir leyendo. Para poesía en estado puro hay que ser un visionario. Irse y perderse por ahí. Quizá puedas arrancarle algunos átomos de lenguaje a la aurora boreal.
Inestable. Lo he dicho creo que al principio. Deja reviso. Volátil, dije. La tienes entre tus manos como plastilina y ya a punto de entregarla a tu amada, nada más estalla como palomitas de maíz, dejándote en ridículo porque no te diste el lujo de trabajar más con ella.
Para buscarla no hay que ser listo. Hay que ser ingenuo, más bien. Vas y coges la rosa roja del jardín, buscándole la poesía entre los pétalos, así como un colibrí busca el néctar. Sabes que la has encontrado cuando ya no quieres seguirla buscando. O tengas acaso una revelación: una antirrosa negra de la maceta de la azotea a la que le ha llovido algo de ácido de nube. Cuida tu poesía. No la dejes flotando nada más. Cultívala. Replántala.
Un consejo. Ya cuando la tengas, no la regales. Clávatela en el corazón para que no se salga. Entonces ya no será inestable y podrás vivir paracontarlo contárselo contártelo. Ego.
Sabes que a la poesía no hay que
Además hay que saber del oficio que la atrae. Si eres minero de estrellas, es más probable que halles por allí alguna figura pletórica, repleta de entusiasmo como para encajar en tu magna obra. Si eres buscador de tesoros, es más probable que te encuentre con una zarzáfora transmutable. Si eres escritor de a papel y lápiz podrás toparte con numerosos recursos en la playa, entre la arena y las conchas.
Todo tiene su riesgo. A la poesía ya no basta sólo encontrársela y ser el primero en ir corriendo a mostrarla a cuanta dama se te atraviese. Hay que pulirla. Tallarla. Llévala a un taller de poemintería y dale alguna forma agradable. Eso decía mi amigo el trastornado, el risueño, el autor de numerosas joyas de la poesía. Para poemas sueltos basta leer y seguir leyendo. Para poesía en estado puro hay que ser un visionario. Irse y perderse por ahí. Quizá puedas arrancarle algunos átomos de lenguaje a la aurora boreal.
Inestable. Lo he dicho creo que al principio. Deja reviso. Volátil, dije. La tienes entre tus manos como plastilina y ya a punto de entregarla a tu amada, nada más estalla como palomitas de maíz, dejándote en ridículo porque no te diste el lujo de trabajar más con ella.
Para buscarla no hay que ser listo. Hay que ser ingenuo, más bien. Vas y coges la rosa roja del jardín, buscándole la poesía entre los pétalos, así como un colibrí busca el néctar. Sabes que la has encontrado cuando ya no quieres seguirla buscando. O tengas acaso una revelación: una antirrosa negra de la maceta de la azotea a la que le ha llovido algo de ácido de nube. Cuida tu poesía. No la dejes flotando nada más. Cultívala. Replántala.
Un consejo. Ya cuando la tengas, no la regales. Clávatela en el corazón para que no se salga. Entonces ya no será inestable y podrás vivir para
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